DE APURE, ACHAGUAS Y OTRAS ETIMOLOGÍAS
Autor:Alberto Hernández
I
Las palabras se posan sobre las cosas,
sobre los accidentes geográficos. Los ríos y las sabanas saben de los sonidos
que salen de la boca de los hombres, que nombran por vez primera con el asombro
que la luz y la oscuridad hacen posible.
El ojo mira para que la boca nombre. Y con
el sonido, los significados, el sentido. Cada palabra tiene lugar en la cosa
pronunciada. El brillo de los ojos de un pájaro tiene un espacio en el espíritu
de quien transita por la mirada en vuelo. La tierra se desnuda frente a quien
la habla, sobre todo cuando le da nombre y la prolonga en el tiempo. Cada
terronal, barranca, caño, mogote o sabana lleva en su mudez el nombre que le
asignó el hombre que los habita. Así, el mismo hablante se hace parte de ese
nombre, adquiere gentilicio con esa palabra que ya no tiene edad.
Esto lo sabe muy bien Edgar Colmenares Del
Valle, perito en palabras, maestro en esto de verse por delante, por detrás y
por dentro de esos sonidos que al salir de nuestro cuerpo se convierten en
parte del otro. La palabra es comunión: nos revelamos en quien nos oye, pero
también somos en quien nos nombra. Sucede de esta manera cuando quien moldea la
arcilla verbal de un sitio ya es el sitio, el lugar, el agua y el paisaje que
mira con los sonidos.
II
Con Colmenares Del Valle nos aseguramos al
entrar en los vocablos Apure y Achaguas. Con el conocimiento que tiene de
ellos, por estudiarlos y por ser de esos lugares, el estudioso se entrega
completo con esas palabras. Escudriña, las toca, las acaricia, les habla, les
pregunta, hasta que finalmente le extrae el sumo de su pasado, el significado
de lo que llevan en su equipaje. Muchos han sido los estudios, muchos los
viajes para adentrarnos en el sabor y saber de quien decimos con los labios
abiertos: Achaguas, uno dice, el Padre Lorenzo Hervás, que la palabra “deriva
del guaraní acang-hua que significa cabeza-cobollo (sic) y alude a la costumbre
que tenían algunas etnias indígenas de desfigurarse la cabeza”.
Edgar Colmenares sigue en su cabalgar para
darnos la primicia de Xagua, “es decir, el étimo que proponemos para Achaguas,
es un indigenismo cuyo uso ya se documenta en 1515 en la obra de Padero Mártir
de Anglería y, posteriormente, en las de Fernández de Oviedo, Las Casas, Gómara
y otros de los cronistas de Indias”. Y así continúa, abierto a la lejanía que
figura en la pampa apureña.
Muchas son las versiones –así como los
significados- de Apure, “sin que tengamos un fundamento suficientemente
objetivo, ni lingüístico ni histórico, para fijar con cierta exactitud su
origen y su verdadero sentido”. Al parecer, es el río, ese sonido que serpentea
con lentitud a través del llano. Esa culebra viva, gigantesca, cuya boca revela
el nombre. También es una región. O un “olivo silvestre”. Agua, tierra y árbol,
tres maneras de mirarlo y decirlo desde su adentro, desde su sangre. Y dice la
versión multiplicada que Apure proviene del indígena Apur, “apelativo perteneciente
a un cacique de la región”. O de Capuri, que tiene que ver con uno de los
brazos del gran río. ¿Nos suena Capanaparo, Caparo, Capuri, Apuri, Apur,
Apure?. La imaginación también nos acerca a la poesía: “tierra de más lejos que
más nunca”. Gallegos usó esta imagen e hizo el Apure de Doña Bárbara,
Cantaclaro.
III
El estudio etimológico de Edgar Colmenares
del Valle es un trabajo para bucear con más oxígeno. Nos empuja a leer más que
a escribir. De allí que este libro publicado por la Casa Nacional de
Las Letras “Andrés Bello”, en la recién creada Cátedra Andrés bello de Estudios
Lingüísticos, es un verdadero reto, un agradable reto que nos empuja a aprender
más acerca de las palabras que nos dieron origen.
Pero el investigador no se queda allí, sigue
jugando con los enigmas, con los étimos de muchas otras
palabras, con las raíces y las hojas de las palabras que luego se hacen frutos.
Frutos que nos acercan a sus sabores. Razón tenía entonces Oscar Zambrano
Urdaneta al decir de Edgar: “...es uno de los representantes más inteligentes y
mejor formados de la nueva lingüística venezolana. Tuve la suerte de ser su
profesor en el Instituto pedagógico de Caracas, donde fue mi alumno durante los
cuatro años que dura la carrera...”. Y Manuel Bermúdez, llanero como él y
lingüista también: “Los nombres de Apure y Achaguas los vengo oyendo desde mi
infancia. Y siempre han estado ligados a un lote regional de llano, que
comprende el estado Apure y al distrito Achaguas, cuya capital le da nombre.
Sin embargo, cuando uno habla de Apure, se refiere a San Fernando, la capital
del estado. Y cuando habla de Achaguas se refiere a la población que alguna vez
fue capital de la provincia apureña(...)Los lexicógrafos modernos son poco
dados a buscar los orígenes de las palabras”. Pues, Edgar Colmenares Del Valle
es la excepción: encuentra los sonidos, se los tropieza y los convierte en
significados traídos de su nacimiento.
Viajamos en palabras sobre un río pleno de
criaturas que también nos nombran desde su misterio, desde la tierra, el agua y
el barro que las contiene. En Apure, en Achaguas, en todas las etimologías que
el investigador nos entrega, habita quien sabe de dónde vienen, qué nos dicen y
hacia dónde van.
Fotografía de Arturo Álvarez D'Armas.