Guasdualito,
entre poemas, cuentos y algo más…
Cuentos del Alto Apure
La ley del llano (Relato llanero)
Quien haya tenido la oportunidad de leer la famosa novela Doña Bárbara, del
excelso escritor Rómulo Gallegos; tendrá una idea de la barbarie y el manejo
del poder en una época en donde la ley que existía era la ley de la morocota,
la ley del más fuerte. Ley que fue vencida por la acción civilizadora de Santos
Luzardo, tal cual conquistador del imperio de la dueña del Miedo. Los
recordados personajes: Míster Danger, Lorenzo Barquero y Marisela tuvieron su
historia particular en El Palmar de La Chusmita. Mientras, que los personajes del
siguiente relato hicieron la suya en las sabanas del Alto Apure.
Don Pedro Manuel Ortiz, a simple vista aparentaba al típico hombre del llano,
curtido por el zenit solar y las duras faenas llaneras. De unos 70 años, su
contextura aun robusta y rasgos físicos reflejaban el mestizaje entre indio y
llanero. Decían que había llegado al Alto Apure proveniente de Nutrias
(Barinas), huyendo de la dictadura. Varios eran los rumores, lo cierto fue que
ya establecido en tierras alto apureñas llegó a convertirse uno de los más
prósperos terratenientes del llano colombo-venezolano. Tampoco faltarían los
rumores que don Pedro Manuel había hecho pacto con el maligno, empeñando su
vida a cambio de fortuna y prosperidad desmedida.
Uno de sus grandes hatos fue El Porvenir, en donde se llegaron a contar más 30
mil reses. Esta propiedad era y; decían sus trabajadores, la preferida del
patrón. ¿El porque? Unos argumentaban que era el lugar del pacto con el diablo,
otros; que esta preferencia era porque en las cercanías de la vasta propiedad
vivía una jovencita de 14 años de nombre Marisela (al igual que la doncella de Gallegos).
La segunda versión comenzó a ganar fuerza debido a que el acaudalado ganadero,
mostraba mucho interés en la niña, convirtiéndose en su benefactor y en el de
su familia. Sus dadivas generosas sobrepasaban lo habitual. Al punto de regalar
al padre de Marisela, 100 hectáreas con 200 reses y toros mostrencos o
cachilapos. Además de esto, regalo a la jovencita vestidos y zapatos lujosos,
todo con el consentimiento de los padres. El problema que se le presentaba al
dispendioso bienhechor, era que en vez de amor la jovencita lo que sentía era
miedo y aborrecimiento por él. No obstante, convenció a los padres para que
Marisela trabajara en el hato, atendiéndole en el servicio de la comida. Algo
se traía entre manos el patrón.
Un hermano de Marisela de nombre Rafael Emilio, se opuso totalmente al perverso
trueque de animales por su hermanita. Al momento no pudo hacer nada. Ya vendría
la oportunidad. Pasó un tiempo, siguieron los regalos a la doncella, pero la
repugnancia continuaba. Cierta noche- serían como las 9 pm- cuando vieron a
Mariselita salir llorando del hato, con rumbo a la casa de sus padres, como el
patrón era hombre de cuidarse nadie dijo, ni vio nada. A la mañana siguiente
Rafael Emilio (hermano de Marisela) llega al hato y pregunta por ella, la
respuesta fue un silencio tétrico. Preocupado y desconcertado empieza a
buscarla por los alrededores sin encontrarla. Decide regresar al fundo de sus
padres. En el trayecto se le ocurre tomar atajo por el camino del caño. Estando
en las barrancas, observa flotando un vestido rojo que Marisela usaba con
frecuencia. Seguidamente Rafael Emilio, baja del caballo y, con esfuerzo lograr
alcanzar la prenda. Mas desconcertado aún, observa por los alrededores, y se
encuentra con algo aterrador: parte de la osamenta de la niña a las orillas del
caño, su semi-esqueleto servía de abreboca a una caterva de carroñas y aves
rapiñas. El joven lloro desconsoladamente a su hermanita, no podía creer lo que
sus ojos veían: la niña en el desespero, resbalo y cayó del puente de guafa,
siendo devorada por los caribes pinches y capaburros. Con gran dolor enterró
los restos de su hermana a los pies de un samán. Armado de fortaleza, regresa
al hato en donde logra convencer a una de las cocineras para que le contara lo
que realmente había sucedido la noche anterior. La mujer, al enterarse que la
niña ya no vivía le confiesa al hermano, que esa noche se escuchaban gritos en
la casa del patrón, y que la niña había sido ultrajada por el obsesivo hombre.
Esto lleno de ira y sentimiento de venganza al muchacho. Regresa a su casa, sin
contar lo ocurrido toma la escopeta y las municiones y le dice a su mama: madre
mía, bendígame porque quizás no vuelva, voy a la cacería de un tigre, a ver si
como ronca canta. La madre inocente de los acontecimientos lo bendice y lo
encomienda a los santos, pensado que lo del tigre era solo un decir.
Decidido a cobrarle al patrón la vida de su hermanita, resuelve montarle
cacería, y así conviene aguardarlo en el camino hasta que regresara del
poblado. Serian como las 6 de la tarde cuando escondido en una mata oye el
motor del Jeep Willis año 45, de don Pedro Manuel Ortiz. Al tenerlo cerca lo
intercepta diciéndole:
-Don Pedro Manuel, vengo a cobrarle la muerte de Marisela. Ante tal resolución
el viejo terrateniente tratando de ganar tiempo, le replica a Rafael Emilio:
-Cálmese carajo, su hermana está en el hato. Esto enfureció aún más al
muchacho, quien le replica:
-Yo no lo voy a matar, desenfunde su revólver y dispare. Si usted falla
despídase de este mundo.
El viejo, comprendiendo la situación en que estaba desenfunda el arma y
descarga cinco tiros hiriendo en el hombro a Rafael Emilio. Mal herido el
joven, le dice: camine patrón vamos para el caño para que vea donde está
enterrada Marisela. Caminaron alrededor de 45 minutos acompañados por la
complicidad de la oscura noche. Llegan al caño en donde el vengativo hermano
con escopeta en mano le indica a don Pedro Manuel Ortiz: tírese al caño, si
pasa vivo al otro lado, entonces me busca y se cobra este agravio, sino, nos
veremos en el lugar en donde la vida se acaba. No quedándole alternativa al
acaudalado ganadero y terrateniente se lanza al caño; en la mitad del afluente
comienza a sentir los asesinos mordiscos de los caribes. Los gritos
despavoridos eran adormecidos por el croar de los anfibios y el cantar de las
aves nocturnas. Sangre y agua, agua y sangre, luceros y estrellas rojas
purpurinas eran el reflejo vivo de la venganza. Se cumplía la Ley: el ojo por
ojo y el diente por diente. Se corrieron rumores que a don Pedro Manuel Ortiz,
se lo había llevado el maligno. La verdad nunca se supo para ese tiempo.
Rafael Emilio estuvo muchos años oculto en esas inmensidades de sabanas,
recorriendo sigilosamente el medio y el Alto Apure, hasta que un día decide
cruzar la frontera (Colombia) estableciéndose en la antigua intendencia del
Arauca, en donde se ganó la vida como peón y caporal de varios hatos llaneros.
Años después, ya cansado del trajinar monta una carnicería en donde prosperó
trabajando con honradez y esfuerzo. Murió a los 80 años rodeado de familiares y
amigos.
Textos por Aljer "El Chino" Ereú.
Tomado de la Pag. de Facebook Propáez Ong Guasdualito, un pueblo con historia