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sábado, 8 de octubre de 2022

EL RESUCITADO DE SAN JUAN DE PAYARA

 


EL RESUCITADO DE SAN JUAN DE PAYARA

 … “En el llano, en la vuelta de un camino, el terror se vuelve impreciso, difuso, borroso, inventado, trágico, espantoso y heroico”… 

Por Hugo Arana Páez

A finales del siglo XIX San Juan de Payara era un importante emporio ganadero, donde el hatero Evaristo Mirabal, de los Mirabal de La Candelaria, se había casado con una hermosísima y joven mujer de Cunaviche, a quien sus padres, casualmente la habían bautizado ROSALINDA CANDELARIA. 

Era una bellísima muchacha descendiente de los Luzardo y de los Barquero, unos apellidos de ancestrales hateros, que por avatares del destino se habían venido a menos.   

El viejo Evaristo adoraba sus bienes y a su bella y joven esposa –no era para menos…ja, ja, ja- y además, le tenía horror a esa espantosa mujercita conocida como LA PELONA. Para evitar que un aciago día lo sorprendiera la horrible tercia, decidió pedirle un sabio consejo a la vieja Elvira, quien era la más reconocida bruja de las tierras candelarieras.

-Tum, tum…

-¿Quién es?

-Evaristo Mirabal…

-¡Pase adelante don Evaristo!

-Buenos días Elvira ¿Cómo te va?

-Bien por lo conforme don Evaristo. ¿Qué lo trae por aquí?

-Elvira, vengo a pedirte un consejo.

-Su palabra vaya alante don Evaristo…

-Bueno Elvira, vengo a que me des uno de tus sabios consejos.

-Usté dirá don Evaristo…

-Bien Elvira, tú sabes que estoy casado con Rosalinda, una linda y joven mujer.

-No hace falta que me lo diga don Evaristo, lo que está a la vista no necesita anteojos…ja, ja, ja. Lo único que le puedo decir, es que ese matrimonio suyo con ROSALINDA, me hace recordar aquella simpática cuarteta.

El hombre que se casa

con una mujer bonita,

Hasta que no llegue a vieja

El susto no se le quita.

Ese trabajo no tiene

El que se casa con fea;

Nunca la saca a la calle 

Pa´ que nadie se la vea. 

 

…ja, ja, ja, largó la carcajada la hechicera. 

-Bien Elvira, además de tener esa hermosa compañera, tengo unos cuantos hatos en Apure, Guárico y Barinas; asimismo, un reguero de casas aquí en San Juan, en San Fernando, en Achaguas, Elorza, en Camaguán y hasta en Calabozo y como ya estoy viejo, LA PELONA está pensando en venirme a buscar en cualquier saltico. 

-¿Y qué quiere que haga yo?

-¡Guá! Que me des un buen consejo pa´ engañá a esa bicha el carajo.   

-¡Eso es muy fácil don Evaristo!

Respondió la parsimoniosa mujer, mientras aspiraba un buen trago de humo del tuco e´ tabaco. Ya le voy a decir qué veo en las cenizas de este tizón…ja, ja, ja.

-¡Dime, dime Elvira! ¡Dime mujer!

-¡Espérese don Evaristo! 

Otra vez la mujer aspiró el tuquito e´ tabaco. Mientras el cuartucho se encarcaminaba del asfixiante humo y del hedor a tabaco barato…ja, ja, ja.  

-¡Dime mujer!

-Ya le digo don Evaristo…

De nuevo la tercia aspiró otra bocanada y a continuación, el humo y el hedor invadían el destartalado cuchitril.

-Bueno don Evaristo, aquí en estas cenizas veo que lo que usté tiene que hacer para engañar a LA PELONA y de ñapa, para saber quiénes de su familia, empezando por su mujercita, lo quieren o no, ¡HAGASE EL MUERTO! Y el mandao está hecho…ja, ja, ja.

-¿Y cómo es eso?   

-Bueno, quedarse quietico como un muerto, para que su familia crea que templó el dulce y lo mandé a enterrar y de ñapa, así engaña a LA PELONA y se quita esa bicha de encima…ja, ja, ja. 

-¡Ajá, eso está bien, pero si me echan los palaos de tierra encima, ahí sí es verdad que voy a quedar muertico e´ bolas… 

-¡Ay, don Evaristo, usté si es vainero…

-¿Qué vainero voy a sé? Eso lo dice usté porque no es a la que le van a zumbá ese pilanco e´ tierra encima.

-Usté lo que tiene que hacer es un testamento donde ordena que su último deseo es que lo zampen en un cajón sin taparlo y así usté, hecho el pendejo podrá respirar y de ñapa, sabrá quién lo llora de verdad y también verá el momento en que lo lanzaran al hoyo. ¿Qué le parece?

-¡Carajo Elvira! Hay que vé que usté sabe bastante…ja, ja, ja. Eso es lo que voy a hacer al llegar a la casa. Gracias Elvira.

-De nada don Evaristo, de nada…

Mientras la bruja le respondía al bellaco Evaristo que la consulta era de balde; por otra parte, con la mano abierta extendida le expresaba que le pagara sus SABIOS HONORARIOS…ja, ja, ja. 

Contento llegó Evaristo a su casa, inmediatamente se sentó en su escritorio y comenzó a redactar a mano el testamento donde ordenaba a sus familiares lo velaran y sepultaran destapado, para que así pudiera verle la cara a Dios. 

Pasada una semana, de haber consultado a Elvira, el viejo, una mañana de abril se hizo el finado y enseguida, los herederos creyendo que estaba muertico e´ bolas pelaron por el testamento y acatando lo establecido en el documento, le pidieron al carpintero de San Juan, que le hiciera el sarcófago sin tapa. Así lo hizo el ebanista y ese mismo día comenzó el extraño acto velatorio.

Al día siguiente por la mañana el féretro fue sacado en brazos de amigos rumbo a la iglesia, donde se iba a oficiar la Misa de Cuerpo Presente. Una vez realizado el Santo Oficio, Evaristo fue conducido al camposanto. Adelante iba el sacerdote seguido de los monaguillos, luego el féretro, detrás sus familiares más allegados y una multitud de amigos y gente del pueblo. 

Por cierto, cosa extraña. La esposa, la hermosísima y joven ROSALINDA no iba en el cortejo, porque según adujo ella, no tenía corazón para ver a su marido ser lanzado a una fría y húmeda fosa. En el féretro, Evaristo miraba de soslayo a la multitud que lo seguía y los que se agolpaban en las puertas y ventanas de sus casas para ver pasar al concurrido cortejo fúnebre. El bellaco viejo cavilaba. ¿Será que estarán gozando una bola y parte de la otra por haberme muerto o de verdad es que se compadecen de haber templado el dulce? 

Al final de la procesión, marchaba una extraña mujer, trajeada con una larga saya negra que no le dejaba ver el rostro. Ninguno de los marchantes la conocía; era una figura misteriosa que le metía miedo a los presentes. Ya la multitud se acercaba al camposanto, mientras alguien, para darle paso al gentío, abría las enormes rejas de hierro forjado. En la necrópolis, los cuatro sudados cargadores doblaron por una caminera rumbo a la fosa que ansiosa esperaba a Evaristo. Mientras tanto, la misteriosa mujer de la Saya Negra, se quedó afuera, porque ella no entra a los lugares sagrados. Su misión, es acompañar los cuerpos hasta la entrada y desde allí regresarse a seguir en su incesante y ardua labor de buscar gente que pelaba el diente, que templara el dulce, que se pusiera adelante, que pelara gajo o que simplemente se las pusiera…ja, ja, ja. Mientras tanto, desde el féretro, el pícaro Evaristo, contento observaba como la misteriosa mujer se alejaba del lugar y cavilando para sus adentros conjeturaba.  

-Hay que ver que esa Elvira si sabe, nojoda, la gran caraja logró engañar hasta a LA PELONA. Ya voy a salir de este cajón del carajo y me voy a ir derechito para mi casa a averiguar que estará haciendo ROSALINDA y arreglar otros asunticos que me tienen preocupado.  

Al fin la sudada multitud llegó al sitio donde iban a sepultar al viejo ganadero. El sacerdote había empezado su rezadera, mojando con agua bendita a los presentes, quienes cabizbajos escuchaban en silencio la torturante, larga y fastidiosa perorata, que si el Patatín y el Patatán o que si El Pato y La Guacharaca. Momentos que los extenuados cargadores aprovecharon para bajar el cajón a la fría y húmeda fosa. Ese era el instante que aprovechó el zamarro Evaristo para salir del incomodo cajón. Cuando el hombre saltó del féretro, los sorprendidos cargadores pegaron el grito al cielo.

-¡María Purísima, sin Pecado Original! ¿Qué jodía es ésta?

A la vez una vieja mojigata se persignaba

-Esta vaina es obra del Demonio ¿Cómo va a ser posible que ese carajo haya resucitado?

Los monaguillos soltaron los sahumerios y pegaron la carrera. Mientras que el sacerdote solo atinaba a invocar a Dios.

-¡Perdónalos señor que no saben lo que hacen!  

Por todos los lugares de la necrópolis se regó la muchedumbre, unos iban saltando tumbas y dando fuertes alaridos que se escuchaban allá en la iglesia. Algunos caían ensartados en las cruces, otros salían desaforados dando lecos por todas las calles del pueblo. Mientras, que a lo lejos el bellaco Evaristo, se le veía buscando la salida saltando sonriente entre las tumbas. Al fin, el hombre salió a la calle y emprendió veloz carrera rumbo a su vivienda. Al llegar, observó que la casona estaba sola y en silencio.

-¿Dónde carajo estará ROSALINDA?

Andaba despacio y con paso firme se dirigió a su alcoba y al abrir de par en par la puerta halló en la cama a su compadre “CONSOLANDO” muy contento a la “INCONSOLABLE” mujer. Entretanto, la infiel le susurraba al amante.

-Mi amor, gracias a Dios que ese viejo el carajo peló el diente, porque ahora si vamos a disfrutar nuestras vidas.

-Y ahora es que nos quedan años para amarnos.

-Sí, mi cielito, así es…anda dame otro beso…

Estando en esos menesteres, los amantes no se habían percatado que el marido se hallaba en la alcoba, bien arrecho y más colorao que un tomate maduro. Al mirar a Evaristo, el hombre saltó de la cama para salir de ese percance, con la mala suerte que se cayó al piso y pegó la frente contra el filo de la puerta y allí quedó tirado en el piso inconsciente, mientras que un hilo de sangre salía por sus oídos. La mujer, al ver a su amante tendido inerte y sangrando en el piso, comprendió que había muerto y furiosa, saltó sobre su marido a quien agredió a golpes, patadas y con las uñas; estando en esa tarea, la mujer se resbaló en la sangre del amante y cayó de espaldas sobre el copete de la cama fracturándose el cuello. El burlado marido, al mirar el bello rostro de la infiel esposa, observó el rictus de muerte que había invadido aquel bello cuerpo. Fue demasiada dolorosa aquella trágica escena para aquel viejo corazón del hatero, quien inmediatamente sintió un molesto hormigueo en sus manos, el cual recorría su brazo izquierdo y un agudo dolor en el pecho hizo doblar el cuerpo del viejo hatero, quien tambaleante trataba de alcanzar el desnudo cuerpo de la infiel esposa. Al fin, el anciano cayó inerte sobre la mujer.

Una siniestra mujer trajeada de una larga saya negra que ocultaba su imperceptible rostro, apareció en la espantosa escena e inmutable se acercó a los cadáveres para expresar.

-¡Que vaina! Yo vine a buscar a esta vagabunda y a su amante y ahora encuentro a este viejo del carajo. Quien por descuido mío, se me había escapado en el cementerio, pero como son las vainas, ahora me lo encuentro aquí. Es que de LA PELONA no se salva nadie. ¡Que vaina! Ahora tengo que cargar con este puñao de gente…ja, ja, ja!  

 Desde aquel día del mes de abril de finales del siglo XIX, se escucha en San Juan de Payara, la espantosa leyenda que cuenta que en ese noble pueblo llanero resucitó un hatero, quien a pocos momentos de renacer falleció en su alcoba nupcial por haber encontrado a su esposa en brazos de su amante. También, se escucha que los parranderos que a medianoche andan en malos pasos tras los fustanes de esas mujeres malas que hacen cosas buenas, creen ver en las calles la tétrica aparición de un muerto. Se dice que es el alma en pena del hatero Evaristo Mirabal. Un espantoso espectro que en las noches más oscuras se descuelga de los tejados de las casas, de un árbol; otras veces lo han visto columpiándose tranquilo de los cables del alumbrado público, otras, se le mira estirando las descarnadas y descomunales piernas hasta tocar la acera opuesta, entorpeciendo el andar de los jinetes o peatones. Se dice que es tan feo este espanto que infunde pavor a los que de lejos se topan con EL RESUCITADO DE SAN JUAN DE PAYARA, que incluso y que a lo lejos creen escuchar el traquear de los huesos del horrible y gigantesco esqueleto caminando angustiado por las calles preguntándole a los noctámbulos por su amada ROSALINDA….

-Amigo, ¿Has visto a Rosalinda?

Ante aquella terrorífica visión, los parranderos pegan la carrera y jamás se les vuelve a ver de madrugada por las solitarias y oscuras calles del pueblo. Otros parroquianos, creen ver a medianoche un largo cortejo fúnebre, conduciendo un ataúd sin tapa el cual sale de la iglesia rumbo al viejo cementerio y del cementerio a la iglesia y que esa procesión se la pasa trajinando ese trayecto toda la noche hasta el amanecer. Algunos, más realistas cuentan que en tiempos de La Colonia, a los habitantes más pobres del pueblo los trasladaban al cementerio en una urna de madera que coloquialmente los parroquianos la llamaban coloquialmente VAYA Y VUELVA, por cuanto a esos desposeídos los llevaban al cementerio envueltos en una sábana en esa urna sin tapa. Al llegar al camposanto los encargados de trasladarlo sacaban el cadáver y luego lo lanzaban a la fosa y después regresaban la urna a la Alcaldía para hacer otro viaje cuando falleciera otro menesteroso. 

La leyenda cuenta también que en una ocasión al llegar al cementerio la urna con su carga, aconteció que los cargadores vieron con espantó que el muerto se incorporó, produciéndoles tal susto que soltaron la carga y echaron a correr, siendo tan fuerte la caída que el infeliz resucitado, del coñazo quedó muertico e´ bolas en el piso….ja, ja, ja. Por cierto, un gran carajo se le ocurrió escribir una jocosa cuarteta a este pobre muerto, por no decir pobre Diablo…ja, ja, ja.

 Y los que pensaron

 Al entierro ir

 Vieron de repente

 Al muerto venir…


Por si acaso amigos, yo cuando visito a San Juan de Payara, parrandeo en el día, pero de noche, ni a balazos salgo a perseguir esas mujeres malas que hacen cosas buenas…ja, ja, ja; no vaya a ser que en el camino me tope con el RESUCITADO DE SAN JUAN DE PAYARA…ja, ja, ja.

 
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