Por: Isaías Medina López, Duglas Moreno
y Carlos Muñoz
La literatura llanera manifestada en las
leyendas y corríos obliga, por sus vínculos con la literatura universal, a una
revisión de los conceptos del mito recreados por los cantautores de nuestros
Llanos. Tal obligación, se convierte en imperiosa necesidad ante la carencia de
estudios completos sobre ésta temática.
La Literatura Oral Llanera, fiel
expresión de la identidad nacional, posee un amplio catálogo de figuras
espectrales, tales como la aparición de diversos espantos y demonios, pactos
con el Diablo, andanzas de la muerte, sucesos sangrientos y macabros, junto a
diferentes creencias en hechos y poderes tanto naturales como sobrenaturales en
lindero con lo religioso y lo espiritual-popular. Dichos temas, inspiran a
que numerosos compositores e intérpretes recreen versiones “mitologizadas” en
leyendas y corríos, cuya circulación se realiza a través de la industria
discográfica y radiofónica, creando un subsistema literario sobre el que se
intenta, un primer acercamiento en este trabajo.
El mito es todo lo que comparte un
colectivo como herencia. El corrío es un cuento cantado por estrofas. La
leyenda está integrada por varios corríos y cuadros escénicos, desarrollados
por contrapunteadores y personajes de refuerzo dramático.
El mito y el canto llanero, se
convierten en raíz medular de la identidad y signo de la poética llanera
tradicional. La cosmogonía mítica (origen de las divinidades), es un eje
transversal en la literatura llanera y herencia de la ancestral literatura oral
de los indígenas llaneros y otras naciones aborígenes cercanas, cuyos aportes
se asumen en los cantos fantasmales de la llanura, que fluye gracias a una
fusión sincrética aborigen-criolla (permanente mestizaje endógeno), probado en
los cantos de hazañas, fatalidades e invocaciones de los fallecidos de los
pueblos indígenas llaneros.
La herencia mítica indígena llanera
contempla diversos arquetipos tradicionales que pululan en la llanura; a)
llaneros muertos que interactúan - desde la “Negra orilla del mundo”- con
llaneros y visitantes vivos; b) Ánimas benditas como las de: Pancha Duarte (o
de Taguapire), Santo Rostro, Rompellano y Picapica, opuestas a entes maléficos
como el Espíritu Burlón, la Muerta de las Galeras del Pao, la Bola de Fuego y
c) el infaltable Mandinga; “Indio de grave postura” según Arvelo Torrealba
(2004, p.145), demonio invencible y multiforme:
“A mí no me asustan sombras
ni con luces me desvelo:
con el sol soy gavilán
y en la oscuridá mochuelo,
familia de alcaraván
canto mejor cuando vuelo;
también como la guabina
si me agarra me le pelo,
también soy caimán cebao
que en boca ´e caño lo velo”.
Álvarez en Trato con duendes (1999, p.
18), da luces sobre el universo de especies de índole sagrada, de preservación
ecológica aborigen, incorporados al imaginario popular como terribles espantos;
“Habría que concebirlos como criaturas muy diestras, que superan las prácticas,
los hábitos y los hombres”.
Díaz Seijas (1994, p. 67) lo deja
perfectamente claro en esta apreciación: "En el llano hay muchos duendes.
Una atmósfera fantasmal alimenta permanentemente las creencias del llanero.
Cuando en la noche, a la luz de la luna se mueven las hojas de los árboles en los
caminos, los ruidos son atribuidos a espectros. Los espantos de la sabana nos
sitúan en un mundo alienado por la presencia de una realidad que se opone a la
materialidad de las cosas y la de los objetos que nos rodean". Una noción
lúcida del coplero que se asume como el travieso y aprovechador duende de la
mitología universal, insomne y en permanente acecho, se le escucha a Ángel
Custodio Loyola (1954) en su Pajarillo:
“Soy el que ando de noche
siempre por los vecindarios.
Yo sé dónde late el perro,
luego dónde canta el gallo
y sé cuándo están dormidas
las muchachas en mi barrio”.
Dentro de la cultura llanera, Unda
(2000, p. 15), precisa la existencia de “Espíritus guardianes susceptibles de
intervenir contra los hombres que han cometido una trasgresión o imprudencia”.
Un aventajado estudioso de la demonología mítica venezolana, Luis Arturo
Domínguez en Duendes y Ceretones (1987), comenta que esos guardianes, son
feroces ángeles guerreros, acompañantes forzados del Diablo en su alzamiento
contra Dios. Luego que los derrotara San Miguel, Dios, los envía a la tierra en
cuatro lotes distintos para enfrentarse con cazadores furtivos, pescadores
ambiciosos, invasores del Llano y saqueadores (Domínguez, 1987, p. 12):
1-“El duende o espíritu de la tierra”,
encarnado en el voraz tigre carnicero de las llanuras (“El tigre es un bicho
feo/ con la cara encopetá / pecho ancho, muñeca gruesa y la cintura delgá”) al
que le canta Jesús Moreno (1995), con letra de Dámaso Figueredo y que terminará
matando de miedo a sus cazadores:
“Agarre la lanza duro
no se le vaya a soltá
cuatro deos tras el pulmón
en la pinta atravesá
por ahí el tigre más macho
se muere sin pataliá,
pero si le da la herida
no lo deje resuellá
porque al pelale el lanzazo
el tigre nos va a matá”.
2-“Espíritus del fuego denominados
salamandras”, como la terrible Bola ´e Fuego, una de las formas favoritas del
Espanto del Troncón, desquiciante figura que realiza sus propios contratos como
“buen demonio” que es, según letra y canto de Francisco Montoya (1980):
“De Coco ´e Mono a Las Piñas
se encumbra sobre el espacio
convertido en Bola ´e Fuego
se recorre ese pedazo
el Espanto del Troncón
también ha hecho desastres
porque un corral de caballos
barajustó en El Diamante
y Benito Fuenmayor
también tuvo su percance
porque le salió una noche
ofreciéndole un contrato”.
3-“Espíritus del aire, denominados
silfos”, representados en el “Gavilán”, que ataca los hatos millonarios y que,
puede matar a quien invada sus terrenos y que será retratado por el
desaparecido coplero Nelson Morales, el Ruiseñor de Atamaica (1986):
“Ayer venía don Cipriano
en su mulo zaino negro
traía su señora en la anca
y dos botellas de añejo,
pero cuando iba pasando
por debajo de un uvero
venía el gavilán volando
de un salto le cayó en pelo
y le quitó a la señora
y se lo mandó a San Pedro”.
4-“Espíritus del agua denominados
ninfas”, o los temidos caimanes, cazadores de orilla y profundidades de los
caños; por igual destrozan embarcaciones o personas y que persisten en la canta
de Francisco Montoya (1980):
“El Caimán de Boca Brava
ha hecho muchos desastres
se comió a un pescador
del Paso ´e Caramacate
en la playa de El Guamal
a un novillo y cuatro mautes
y le volteó una canoa
a una gente comerciante
los baberos del Rodeo
tuvieron que vendé el rancho
por temor de que el caimán
les fuera a comé un muchacho”.
Otro aspecto mítico-religioso de la
literatura llanera tradicional es la fijación del inframundo (los “portales
negros” del imaginario popular), pero no se cita con nombres genéricos religiosos:
purgatorio, limbo e infierno, pues en el Llano hasta las vacas tienen nombre
propio. El llanero no separa a estos tres lugares y los mezcla en un “unicum”
mítico, tan pavoroso como el Hades o Averno de la mitología grecolatina.
Gallegos le llama “Tremedal”, también Yorman Tovar. Arvelo Torrealba “La negra
orilla del mundo”, otros copleros son más puntuales: En Apure, las montañas de
San Camilo son residencia del terrorífico Hachador Perdido (leyenda de Hipólito
Arrieta y Jenny Tatiana Colmenares), e inspiración del corrío Travesías de San
Camilo, de Jesús Pulido Lara, popularizado por Juan de Los Santos Conteras, el
Carrao de Palmarito (1977), quien afirma: “Me dijeron tus baquianos que
eras el infierno vivo” y lo argumenta así:
“Era muy poco el llanero
que llegaba a su destino
y el tigre vivía acechando
el cascabel amarrillo,
araña mona y pantano,
son millares de peligros
que de invierno y de verano
tú siempre fuiste lo mismo
tus ladrones de ganado,
salteadores de camino
donde la vida de un hombre
valía menos de un cuartillo.”
En Cojedes, Las Galeras del Pao,
albergan a seres de la espectralidad mítica llanera, como: el Salvaje de
la Sierra, la Muerta de Las Galeras, y otros espantos que comprometen la pluma
de creadores como Dionisio Garrido, Humberto Salas, Ricardo Cuba y el
consagrado poeta Dámaso Figueredo (1986), quien nos asevera que en ese lugar:
“Sale un gallo canagüey
copetón como chenchena
y cuando mira a la gente
le choca zumbando espuela.
Sale un perrote pintao gargantillo
centinela
que a todo el que le ha salío
difícil que no lo muerda.
Por La Bajá de Tinaco
sale una danta jobera
y esa se le vuelve
a uno una josita palmera”.
REFLEXIONES FINALES. Pudiésemos resumir
al mito en la literatura llanera como el encuentro del hombre común con
circunstancias extraordinarias por mandato de la tradición de donde él proviene
y que debe obedecer, bien como ser viviente o espíritu. Es indiscutible que no
hay una sola manera de afrontar al mito. Pero, consideramos que debe entenderse
como una multiplicidad de significados, cuya decodificación no depende de las
opiniones de los expertos, sino del consumidor literario quien asumirá, en la
parcialidad de sus intereses, sus creencias “míticas” sobre el mito.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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enero-diciembre). Literatura Oral venezolana. La oralidad como recurso
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Bolívar, A. (comp.) Análisis del Discurso (pp. 279-302). Caracas: Los Libros de
El Nacional.
Arvelo Torrealba, A. (2004) Antología
Poética. Caracas. Monte Ávila.
Díaz Seijas, P. (1989). Crónicas del
Guárico. San Juan de los Morros: Fundación Guariqueña para la Cultura.
Estébanez Calderón (2004). Breve
diccionario de términos literarios. Barcelona, Esp.: Alianza.
Jiménez Turco, M. (2003). Aportes
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Martínez Migueles, M. (2007). Ciencia y
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Medina López, I., y Moreno, D. (2007).
El Llano en voces: Antología de la narrativa fantasmal cojedeña y de otras
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Platas Tascende, A. M. (2002).
Diccionario de términos literarios. Madrid: Espasa.
Unda, Y. (2000). Lo llanero en tres
aproximaciones. Barinas: Asociación de Escritores del Estado Barinas.
*Nota: Texto tomado de Memorias de
las XVIII Jornadas Técnicas de Investigación y II de Postgrado de la
UNELLEZ-San Carlos (2009). Editado en San Carlos, Cojedes, Venezuela,
por la Coordinación de Investigación y la Coordinación de Postgrado de la
UNELLEZ-VIPI. Editores: Isaías Medina López, Franklin Paredes Trejo, Glenys
Pérez y Duglas Moreno.
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