El Silbón es
un personaje legendario de Los Llanos de Venezuela, y es descrito como
un alma en pena. La leyenda de El Silbón nació a mediados del siglo XIX en las
llanuras de Guanarito, un municipio del estado La Portuguesa, dentro de
Venezuela. Después la leyenda migró a los llanos de Cojedes y Barinas y hoy en
día inclusive se la encuentra en ciertas zonas de la llanura colombiana.
Según la leyenda, consiste en el fantasma de un
joven que asesinó a su padre y lo destripó por haber asesinado a su esposa
diciendo que era una "mujerzuela" y que se lo había buscado. Tras
este hecho, su abuelo mandó atar al joven a un poste en el medio del campo, a
destruirle la espalda a latigazos, que sus heridas fueran lavadas con
aguardiente, y a liberarlo junto a dos perros hambrientos y rabiosos. Antes de
liberarlo su abuelo lo maldijo y condenó a portar los huesos de su padre por
toda la eternidad.
La leyenda del
Silbón nació a mediados del siglo XIX en las
llanuras de Guanarito, un municipio del estado La Portuguesa, Venezuela. Después
la leyenda migró a los llanos de Cojedes y Barinas y hoy en día inclusive se la
encuentra en ciertas zonas de la llanura colombiana, algunos estudiosos creen que era
una forma de control social que la tradición
creó para evitar las infidelidades de los hombres. Dice la leyenda que El
Silbón recorre la región llanera con un silbido que estremece al ser escuchado.
Tiene un silbido característico que se asemeja a las notas musicales do, re,
mi, fa, sol, la, si, en ese mismo orden subiendo el tono hasta fa y luego
bajando hasta la nota sí. Se dice que cuando su silbido se escucha muy cerca no
hay peligro, ya que el silbón está lejos, pero si se escucha lejos es porque está cerca. También se dice que
escuchar su silbido es presagio de la propia muerte. Si
se siente el silbido de lejos lo único que puede salvar a la persona es el
ladrido de un perro, ya que es lo único que le aterra, un ají o un látigo.
Cuentan que hubo
una vez un joven que descubrió que algo extraño estaba pasando entre su padre y
su esposa.
Unos dicen que el viejo le pegó a la joven. Otros sostienen que la violó.
“Lo hice porque es una regalada”, fue la explicación que el viejo dio a su hijo.
La leyenda sigue con que el joven estalló en furia, y se enfrascó en una pelea a muerte con su padre.
De los dos, el padre llevó la peor parte. El joven le asestó un fuerte golpe en la cabeza con un palo, que lo tumbó en el suelo, donde el hijo se le abalanzó y lo ahorcó.
El abuelo del joven, que escuchó de la pelea, fue en busca de la víctima, a todos los efectos, su hijo. El abuelo juró castigar al joven, su propia carne y sangre, por el horrendo crimen que había cometido… contra su propia carne y sangre.
Poco tardó en encontrarlo. Entonces lo amarró y le propinó una andanada de latigazos con un “mandador de pescuezo”, típico del llano.
“Eso no se le hace a su padre…Maldito eres, pa´ toa´ la vida”, le decía.
Para completar la sanción, le frotó ají picante en las heridas y echó al perro de nombre Turéco para que lo persiguiera. Hasta el fin de los tiempos le muerde los talones.
Unos dicen que el viejo le pegó a la joven. Otros sostienen que la violó.
“Lo hice porque es una regalada”, fue la explicación que el viejo dio a su hijo.
La leyenda sigue con que el joven estalló en furia, y se enfrascó en una pelea a muerte con su padre.
De los dos, el padre llevó la peor parte. El joven le asestó un fuerte golpe en la cabeza con un palo, que lo tumbó en el suelo, donde el hijo se le abalanzó y lo ahorcó.
El abuelo del joven, que escuchó de la pelea, fue en busca de la víctima, a todos los efectos, su hijo. El abuelo juró castigar al joven, su propia carne y sangre, por el horrendo crimen que había cometido… contra su propia carne y sangre.
Poco tardó en encontrarlo. Entonces lo amarró y le propinó una andanada de latigazos con un “mandador de pescuezo”, típico del llano.
“Eso no se le hace a su padre…Maldito eres, pa´ toa´ la vida”, le decía.
Para completar la sanción, le frotó ají picante en las heridas y echó al perro de nombre Turéco para que lo persiguiera. Hasta el fin de los tiempos le muerde los talones.
Cuentan que el Silbón puede aparecerse cerca de
una casa ciertas noches, dejando en el suelo el saco y poniéndose a contar los
huesos uno a uno. Si dos o más personas lo escuchan, no pasará nada, pero si
solo una persona lo escucha, al amanecer ese miembro de la familia morirá.
El Silbón es visto sobre todo en verano, época
en que la sabana venezolana arde bajo el rigor de la sequía y el se sienta en
los troncos de los árboles, recoge polvo en sus manos, pero es principalmente
en los tiempos de humedad y lluvia cuando el espectro vaga hambriento de muerte
y ávido por castigar a borrachos, mujeriegos y de vez en cuando a una víctima
inocente. Cuentan que les succiona el ombligo a los borrachos cuando los
encuentra solos en el llano para beber el aguardiente que ellos ingirieron, y
que a los mujeriegos los despedaza, les quita los huesos y los mete al saco
donde guarda los restos de su padre. Algunas versiones dicen que es como un
alargado gigante de unos seis metros, que camina moviéndose entre las copas de
los árboles mientras emite su escalofriante silbido y hace crujir, dentro de su
viejo y harapiento saco, los pálidos huesos de su infortunado padre; o, según
afirman algunos, de sus múltiples víctimas. Otras versiones dicen que, sobre
todo a los borrachos, se les presenta como la sombra de un hombre alto, flaco y
con sombrero.
Versión 1:
Cuentan
que cierto joven descubrió que algo extraño estaba pasando entre su esposa y su
padre. Unos dicen que el padre la había golpeado, pero generalmente se cuenta
que la violó y que, cuando su hijo lo encontró cometiendo el crimen, únicamente
se justificó diciendo: “lo hice porque es una regalada (mujer fácil)”. Entonces
la cólera del joven se desató y ambos comenzaron un combate cuerpo a cuerpo,
golpeándolo en medio de la lucha con un palo y asfixiando a su padre con éste
(que yacía en el suelo tras el golpe), apretándolo con ferocidad hasta que dejó
de respirar…
El
abuelo, que había escuchado toda la pelea, pues se encontraba cerca, fue
corriendo a ver qué pasaba y se encontró con el atroz parricidio. Conmocionado,
juró que castigaría al joven, quien siendo de su propia carne y sangre, osó dar
muerte a quien le transmitió la vida…
Así,
poco tiempo después se encargó de que el homicida fuese atado, dándole entonces
una lluvia de latigazos. “Eso no se le hace a su padre…¡Maldito eres pa´ toa´
la vida”, le dijo antes de frotarle ají en las heridas y echarle al perro
Tureco para que lo persiguiera. Según la leyenda, el espíritu del perro le
perseguirá hasta el fin de los tiempos…
Versión 2:
El
Silbón era un joven caprichoso y consentido, acostumbrado desde niño a ser
complacido en casi todo. Un día, al Silbón se le antojó comer asadura de venado
(hecha con el hígado, el corazón y el pulmón del animal); su padre
inmediatamente salió de cacería a buscarle un venado…
Pero
he aquí que el padre tuvo una mala jornada de cacería y, tras regresar con las
manos vacías, se encontró con la cólera de su hijo, el cual se descontroló y
terminó matándolo y sacándole las partes necesarias para hacer la asadura.
Después
le entregó las partes a la madre, quien no sabía nada del asesinato; ésta acabó
por darse cuenta de que las partes para la asadura no se ablandaban como de
costumbre, sospechó de su hijo y avisó al abuelo.
Tras
descubrir el crimen, el joven fue maldecido por su abuelo y su hermano (según
algunos, también por la madre), quienes lo ataron, le pelaron la espalda a
latigazos, le frotaron ají en las heridas, lo echaron con violencia de la casa
y le soltaron al perro Tureco para que lo persiga.
Variante de la versión 2:
Dicen que El Silbón era
un muchacho mimado, un joven que había crecido con tales excesos de libertad
que, en su adolescencia, se fue de casa simplemente porque le apetecía “ver
mundo” y hacer “lo que le diera la gana”.
Fuera
de casa, El Silbón llevó una vida libertina en la que las fiestas, los excesos
de alcohol y el sexo desenfrenado y promiscuo estaban a la orden del día. Como
era violento, cuentan que mató a varias personas y que por ello estuvo muchas
veces en prisión (no se sabe cómo salía tan rápido). Pero finalmente El Silbón
se cansó de todos los golpes y maltratos que le costaban los excesos de su vida
pendenciera y libertina, por lo cual un buen día volvió al rancho de sus padres
y allí, pese a todas sus atroces proezas, fue recibido con alegría y afecto.
Ya
pasados algunos días, El Silbón invitó a su padre de cacería; y, cuando estaban
algo adentrados en el bosque después de que el muchacho guiara al padre por un
buen rato, encontraron un árbol delgado y torcido que les obstaculizaba el
paso. Surgió entonces el siguiente diálogo entre el hijo y su padre:
Papá,
¿por qué no enderezas ese palo? Está atravesando el camino. ¿Por qué no
lo enderezas?”
¡Ay,
hijo!, ese ya no se puede enderezar, debía hacerse cuando estaba tierno, cuando
estaba chiquito, ya está muy formado y crecido, ya no se puede.
¡Ah!
Si usted sabía que las cosas torcidas se enderezan cuando están pequeñas: ¡¿por
qué entonces no me enderezó cuando podía, cuando estaba a tiempo?! Usted me
dejó crecer malo, torcido y caprichoso… No sabe cuánto he sufrido por eso. He
tenido que matar tanta gente y sufrir tantos golpes para estar vivo ahora…
Llegado
el momento, el hijo le confesó al padre que pensaba matarlo, que tenía que
vengarse por todo lo que había sufrido por culpa de él. Así y sin darle tiempo
de huir, lo agarró del cuello, lo apuñaló y le sacó las partes (hígado, corazón
y pulmón) con que se hace el asado. Después dejó el cuerpo tirado y fue a casa
con las partes de su padre para que la madre hiciera un asado…
No
obstante la madre se dio cuenta del crimen, entró en ira, lo maldijo y, junto
al hermano y el abuelo, lo ataron, le arrancaron la piel de la espalda a latigazos,
le frotaron ají, lo exiliaron para siempre de casa y mandaron al perro Tureco
para que lo persiga, lanzándole la maldición de que sería errante y no tendría
descanso pues oiría los ladridos del perro cada vez que se detuviera a
descansar…
LA LEYENDA DEL SILBON
Fuente y elenco:
Dámaso Delgado (José Juan)
Victorino Castellanos (Juan Hilario y Coplero 2; C2)
Joseíto Herrera (Coplero 1; C1);
Alfredo
Acuña Zapata (Narrador y el Visitante);
Víctor Morillo (Declamador; D);
José “Catire” Carpio (Llanero
Conversador y José Alí);
Norma Suárez (Coplera);
Ramón C. Martínez
(Peón);
Ramón Toribio Egaña (Peón);
Benilde González
(Rosita);
Teresita Vega (Josefa)
y Josefina Villarroel (Aurora)
C1: Esto era lo que contaban
del Silbón y la parranda
una noche se encontraron
Hilarión y el Desanda
una noche se encontraron
Hilarión y el Desanda,
Narrador: Este
álbum realizado para todos los estados de Venezuela, va dedicado con especial
cariño a la tierra de Páez.
Declamador: ¡Portuguesa!
Narrador: Nuestra más alta aspiración, que esta
producción artística – cultural hecha con cariño y con esfuerzo, sea como un
llamado de voluntad y esperanza para todos los niños de Venezuela, para ellos
el mensaje:
D: Que aprendan a querer
cada vez más a la patria
a través de sus escuelas
y que nada les detenga
en su afán de superarse
para hacerla cada día más libre.
Copleras: Yo nací en esta ribera
del Arauca vibrador…
D: Canción y letras
dignidad y altruismo
han de ser las sendas
por la que se conduzcan
los hombres de Portuguesa
y de Venezuela toda.
cada vez más a la patria
a través de sus escuelas
y que nada les detenga
en su afán de superarse
para hacerla cada día más libre.
Copleras: Yo nací en esta ribera
del Arauca vibrador…
D: Canción y letras
dignidad y altruismo
han de ser las sendas
por la que se conduzcan
los hombres de Portuguesa
y de Venezuela toda.
Narrador: Un
mensaje musical y amistoso de tres pueblos vecinos para hacerse más hermanos.
C1: No vayas para la fiesta
te dijeron Juan Hilario,
que en tierras de Portuguesa
va un espanto desandando,
que en tierras de Portuguesa
va un espanto desandando.
C1: No vayas para la fiesta
te dijeron Juan Hilario,
que en tierras de Portuguesa
va un espanto desandando,
que en tierras de Portuguesa
va un espanto desandando.
Narrador: Portuguesa,
Barinas, Cojedes; Horizonte extendido por caminos polvorientos, tierra generosa
donde la leyenda es copla y donde la copla es sabana, Llano adentro, corazón de
patria, sabanas inmensas y pajonales abiertos, arrieros del verso, baquianos de
la conversa.
Declamador: ¿Pa´
ónde va por´hay, Juan Hilario?
Narrador: Es
la pregunta del Llano contestador y bravío, retador y andariego.
Llanero Conversador: Epa compañero, pero, ¿eso es cierto?
José Juan: Sí
compa, ciertico, dicen que nació en Guanarito o en Bijal, lo cierto es que en
Portuguesa y Barinas se ha criao, y Cojedes lo ha visto pasá.
Narrador: Son
las cinco y media de la tarde, el sol agonizante y rojizo desaparece lentamente
en la quietud del horizonte y por el camino polvoriento un hombre a pie con el
rostro sudoroso y el andar cansado; atrás el camino andado, por delante el
paisaje casi desierto: sabanas, cielo, vacas y garzas. Es el llanero mismo con
su estampa recia hundiendo su huella sobre la tierra brava, un Florentino, un
baquiano, o un caporal de hato, hijos siempre del inmenso Llano, hermanos de la
sabana.
C2: Voy
dejando mi cantar
sabanas que tanto quiero
voy con los pasos del día.
sabanas que tanto quiero
voy con los pasos del día.
Narrador: Es casi de noche, cuando se
detiene ante una Cruz del camino, se arrodilla ante ella y le enciende
una vela que trae en el bolsillo de la blusa, luego se persigna y se
dispone a reanudar la marcha, cuando alguien que camina en
dirección contraria se le acerca.
El Visitante: Mire
señor, usted, ¿es de por aquí?
José Juan: Sí,
de por aquí mismo ¿Qué se le ofrece?
El Visitante: ¿Me
podría indicar el camino que conduce a Los Jeyes?
José Juan: Ese
mismo que lleva ¿Pa´ qué casa va por´hay?
El Visitante: Bueno,
voy pa´l fundo del señor Montenegro, Juan José Montenegro, que tiene una fiesta
por ahí.
José Juan: Ah,
eso es allá alante; siga por hay derecho, pero tenga cuidao con el peasito
aquel de La Vuelta ´e Los Mangos, ahí mismo, al pasá el cañito,
que ahí sale el Silbón.
El Visitante: ¿El Silbón?
José Juan: Sí, el Silbón.
El Visitante: No, no, no, pero, eso no
existe.
José Juan: Sí
existe, señor y mucho, mire, por to´ estos caminos, por to´ estas sabanas y por
to´ estas soledades, se va a encontrá con mucho más de lo que usté ha visto en
los libros.
El Visitante: Bueno,
yo he oído hablar algo de eso, pero, dicen que es una leyenda.José Juan: Jmmm ¿Una leyenda?, una
leyenda debe se´ lo que cuentan del Silbón antes de se´ Silbón.
El Visitante: ¿Cómo
es eso de que el Silbón, antes de ser Silbón?
José Juan: Pues, que dicen que, el Silbón es el
ánima en pena de un hijo que mató al papa pa´ comele la asadura, y que la mama
lo maldijo pa´ to´a la vida.
El Visitante: Ah…ya entiendo, ¿ y dicen que
nació en el Llano?
José Juan: En Guanarito, compa, y Guanarito es
Llano, y Llano es to´ esto que estamos pisando.
El Visitante: No, no, yo creo que eso es
sólo una leyenda, como dice la gente, lo que pasa es que, ustedes, los
llaneros, tienen un espíritu demasiado supersticioso.
José Juan: Llano es Llano, compa, y a nosotros
nos gusta de esa manera, supersticiosos y to´ pue´ que seamos, pero con un
corazón que no nos cabe en to´ el ancho ´e la sabana, y en esa misma sabana que
no alcanza pa´ arropale el corazón al llanero es ´onde se ven to´ estas
cosas que le estoy contando.
C1: Con
la claridad de un rayo
que alumbraba la sabana
miró una sombra de lejos
con un maleto terciado,
miró una sombra de lejos
con un maleto terciado.
El Visitante: Caray,
pero ha de ser muy grande ese espanto del Silbón, pa´ que, pa´ que, ustedes,
los llaneros, le tengan tanto miedo.
José Juan: Uunnn…Canillú es lo que es el hombre,
compa, canillú, mire, le digo que lo han visto sentao y las rodillas le pasan
del lao arriba ´e la cabeza.
El Visitante: Y dígame una cosa; usted,
¿lo ha visto?
José Juan: De refilón, compa, de refilón, pero
mire, lo he escuchao silbá y le digo que no es pa´ juego la cosa.
El Visitante: No,
no, yo insisto en que eso no es más que una leyenda, amigo.
José Juan: Amm., lo mismo decía Pacheco, lo
mismito decía Pacheco.
El Visitante: Bueno,
y ¿quién es Pacheco?
José Juan: Uno, que peleó con el Silbón.
El Visitante: ¿Con
el Silbón? ¿Y peleó, de verdad, con el Silbón?
José Juan: Sí, pero lo dejó con una calentura que lo tulló pa´ to´a la
vida. Mire, cuenta el pasaje que al Silbón le sonaban las costillas como a saco
de algodón, pero lo cierto es que Pacheco no púo caminá más de la calentura que
le pegó.
El Visitante: ¿Y
usted, vio eso?
José Juan: Bueno, eso es lo que cuenta la
gente, pero mire, si usté, no quiere cree, le voy a contá un caso que yo vi con
mis propios ojos y que sucedió aquí mismo, aquí mismito, en el camino ´e Quebrá
Seca.
Narrador: Era
el mes de mayo, mes de espantos y de aparecidos, época de lluvia, cuando la
sabana se viste de flores y el terronal se remoja: Llano en mayo, con sus noches
oscuras y caminos llenos de agua. El caney estaba de fiesta, la alegría se
volvía copla y la copla se hacía romance; Llano adentro, caminante sin rumbo
por sabanas de Portuguesa y al compás de una bandola, desde el tranquero de un
rancho, fue surgiendo esta leyenda.
C2: Toma el agua, Paso Real,
Paso Real, el pozo viene clarito
toma el agua, Paso Real, Paso Real.
Rosita: ¿Nos
llevas al baile, José Juan?
Josefa: Sí, José Juan, llévanos.
Aurora: Sí, hombre.
José Juan: Bueno, cómo no; pero se arreglan temprano
que todavía hay mucho que hacé y el patio no se ha barrío.
Narrador: El
día había comenzado entusiasmado y alegre, salpicado de bullangueros
comentarios sobre la fiesta de joropo que daría don Encarnación en el Hato
Quebrá Seca, todos parecían haberse levantado con el corazón de fiesta y el
entusiasmo en los labios, al despuntar de aquel día, la sabana, los caminos,
los caneyes y los ranchos fueron saturados con el rumor de la fiesta que
todavía no llegaba, las muchachas visitaron tempranito el espejo del jagüey y
las frases invitadoras se quedaron retozando a la orilla del camino.
José Alí: Nos
vemos en el baile esta noche, catira, al comenzá el joropo.
Rosita: Bueno, si nos lleva José Juan.
José Alí: Mire
compa, aclárece la garganta pa´ que le eche una entraíta al joropo esta noche,
no más que reviente el arpa.
José Juan: Si hombre, compa que por allá
nos veremos. Si Dios quiere.
Narrador: Pero algo había querido decir que no,
al encuentro de la cita. La tarde llegó con nubarrones de lluvia y viento
fuerte que sacudía los chaparrales asustando la sabana. Los caminos fueron
llenándose de agua y las aves se recogieron temprano. (Efectos especiales: se
oye caer un aguacero, luego una breve pausa de silencio y después el sonido de
afinación de un cuatro) Agoniza la tarde callada y llena de presagios, mientras
el caporal del Hato Los Malabares rasguea las cuerdas de un cuatro, al tiempo
que deja escapar la vista más allá del camino, contemplando el morir de aquella
tarde, que no se había hecho anunciar, allá, por Los Malabares y se despide
silenciosa en medio de charcos de agua.
Juan Hilario: Jumm.
Narrador: Se
aclara el pecho aquel hombre y José Juan reconoce en la silueta del que se
acerca al pequeño Juan Hilario, hombre de los mil caminos por llegar a una
parranda, Hilarión o Juan Parrandas, como todos lo llaman (se oyen ladridos de
perros); los perros ladran y la noche llegó silbando.
José Juan: ¿Pa´ ónde va por´hay, Juan Hilario,
con esa noche tan fea?
Juan Hilario: Pa´
la fiesta, mi compa, pa´ la fiesta ´e Quebrá Seca, que dicen van a está
muy buena. Usté, ¿no se anima?
José Juan: Caray, con tanta agua y esa noche tan
oscura, mire como está el camino: ¡anegaiíto!
Juan Hilario: No hombre, compa, el camino es lo de
menos, otras veces ha llovío más y más lejos todavía he andao, a mí el agua no
me asusta, pa´ eso cargo mi chamarra, anímese, compa Juan, échele los pies al
barro que allá cogemos calor.
José Juan: Nooó, compita, ni que estuviera
enamorao pa´ cogé pa´ un baile con ese camino tan barrialoso y lo que viene es
agua, ¿sabe?, mire como está el relámpago: ¡Apuraiiíto! ¿Por qué, más bien, no
se regresa pa´ la casa?
Juan Hilario: Nooo, ñerito, ese baile no me lo pueo perdé, mire, si usté
juera visto el bojote ´e mujeres que han pasado pa´ esa fiesta, no
estuviera horita parao en ese tranquero.
José Juan: Mire que estamos en mayo, Juan
Hilario, el mes del Silbón, y en una noche como esta, jmm, no es pa´ uno anda
buscando lo que no se le ha perdío. Usted, ¿no ha escuchado mentá lo que le
pasó a Pacheco?
Juan Hilario: A caray, ñero ¿Va a está usté creyendo
en esa pendejá? Esos son embustes; cuentos de camino.
José Juan: ¡Jmm! ¿Cuentos de camino? Lo que pasa
es que, usté, no sabe lo espantoso que es ese aparato, ñero, y lo feo que
silba, mire, le digo que se le paran a uno los pelos de punta.
Juan Hilario: A caray, compa, yo soy hombre
pa´ echale cuatro palos a cualquiera, que me salga el largurucho ése, pa´ que,
usted, vea la revolcá que le voy a echá.
José Juan: Mire Juan Hilario, yo mejor lo dejo solo,
usté será lo que sea, pero lo que es pa´ mí, el Silbón no es juego.
Juan Hilario: Ja, ja, ja, ja, ja ¡Qué compa
pa´ vainero!¡ Y que teniéndole mieo al Silbón, no juegue! prosigue las risas de
burla; ja, ja, ja.
Narrador: Juan
Hilario, burlón e incrédulo, se aleja por la oscuridad del camino, mientras
José Juan, persignándose, se introduce en el rancho. La noche negra y
teñida ahoga el aullido de los perros (se oyen aullidos de
perros y un silbido penetrante); Un
raro silbido penetrador y espeluznante comienza a dejarse oír tras los
pasos de Juan Hilario (se oye un silbido penetrante), aquél extraño
silbido se repite, una y otra vez, en persecución del parrandero, pero
éste creyendo que se trata de alguna treta de su amigo para
asustarlo, continúa adelante sin hacer caso de la proximidad del espanto
(se oye un silbido penetrante).
Juan Hilario: No hombre compa, sálgase de ese
mogote que lo que anda buscando es que lo pique una mapanare, ñero, váyase pa´
la casa, a mí, no me va usté a meté mieo (se oye un silbido
penetrante).
Narrador: Un
nuevo silbido, esta vez más espeluznante y agudo, hace que Juan Hilario se
detenga, un poco receloso, para enfocar con la linterna en todas
direcciones tratando de descubrir el misterio de aquellos silbidos, pero, no ve
nada y continúa adelante, recuerda las advertencias de su amigo y su propia
carcajada sacude el silencio de la noche.
Juan Hilario: Ja, ja, ja.
Narrador: Pero,
aquellos silbidos se repiten insistentemente (se oye un silbido penetrante) y
Juan Hilario presa de los nervios empuña el garrote como único
medio para defenderse del extraño y misterioso perseguidor, mas no ha
terminado de empuñar el garrote, cuando un golpe en la espalda lo hace rodar
por el suelo, lanzando un grito de dolor se levanta con gran rapidez, y como si
estuviese viendo a su atacante, comienza a lanzar garrotazos
al revés y al derecho, encogiéndose de dolor a cada golpe que recibe,
rueda varias veces por el suelo, pero continúa defendiéndose, hasta que
agotado, ya sin fuerzas, lanza un último grito y cae desmayado frente al
tranquero de Los Malabares.
Juan Hilario: “Haaaaaa” (Se oye un
silbido y luego aullidos de perros).
Peón: Hey, muchachos es Juan Hilario,
corran, vengan pronto que es Juan Hilario, es Juan Hilario.
Narrador: José
Juan y el resto de los que han oído el grito salen corriendo hasta el tranquero
y al ver a Juan Hilario tendido en el suelo se apresuran a prestarle auxilio
(se oye un silbido penetrante) pero, un nuevo silbido se deja escuchar casi encima
de ellos y es entonces cuando comprenden lo que sucede, inmediatamente
comienzan a proferir una serie de palabras al aire con las que pretenden
ahuyentar al espanto.
Peón: Cuje, Tureco, es el Silbón, ¡La tapara
de ají y el mandador! ¡La tapara de ají y el mandador!, es el Silbón, cuje,
cuje, Tureco cuje, cuje.
Narrador: Aquellas
palabras inundan todo el ambiente y una espantosa sombra con la figura de un
hombre ensombrerado y extraordinariamente alto, pasa como un celaje,
perdiéndose ante el asombro de todos (se oye un silbido penetrante), el patio
ha quedado en silencio y Juan Hilario, volviéndose a la realidad, cuenta lo que
le ha sucedido. Unos músicos que regresan del baile de Quebrá Seca y que pasan
en aquel preciso momento por el lugar, son testigos de la confesión de Juan
Hilario.
Juan Hilario: ¡Ay, compañero! Ya me mataba ese animal, mire usté, compa
José, ¡cómo me ha dejao! no me deje solo, no me deje solo, que me está
esperando en el camino, ¡Ay, que animal más horrible! ¡Ay, compa!, no me
deje solo, que me está esperando en el camino.
José Juan: Se lo dije, compa, se lo dije,
compa Hilario, se lo dije, eso le pasó por porfiao, por porfiao.
Juan Hilario: ¡Ay, compa!, si, usted, juera visto lo
feo que es ese aparato, ¡Sí! Si lo juera visto, no vuelvo, ñero,
palabrita ´e Juan Hilario que no vuelvo a baile de noche, palabrita.
Narrador: José Juan y sus amigos, después de
oírle en silencio, lo ayudaron a levantarse para que pasara aquella noche en el
rancho de Los Malabares. Días después, el corrido de Juan Hilario andaba de
boca en boca, entre músicos y cantadores.
C1: Víspera de un tres de mayo
como a las seis de la tarde,
fueron grandes tempestades
y relámpago en el aire,
fueron grandes tempestades
y relámpago en el aire.
No vayas para la fiesta
te dijeron, Juan Hilario,
que en tierras de Portuguesa
va un espanto desandando,
que en tierras de Portuguesa
va un espanto desandando.
C1: Víspera de un tres de mayo
como a las seis de la tarde,
fueron grandes tempestades
y relámpago en el aire,
fueron grandes tempestades
y relámpago en el aire.
No vayas para la fiesta
te dijeron, Juan Hilario,
que en tierras de Portuguesa
va un espanto desandando,
que en tierras de Portuguesa
va un espanto desandando.
El Visitante: ¿Y usted, vio
todo eso?
Juan José: Sí, compa, que yo era el caporal de
Los Malabares y no es que yo quiera hacé la cosa más grande, y si, usted,
quiere, pregúntele a la gente del hato pa´ que vea que le dicen lo mismito que
le acabo de contar.
Narrador: Caray,
nunca creí que fueran ciertas todas esas cosas que se decían en el Llano.
José Juan: ¿Todavía
no me cree?
El Visitante: No,
ahora sí le creo. ¿Sabe cómo se llama eso?
José Juan: ¿Qué?
El Visitante: Eso
que, usted, me acaba de contar.
José Juan: Pues, “Pasaje”, lo llamamos por aquí.
El Visitante: No,
eso se llama folklore, y folklore es el alma misma del pueblo, sus creencias,
su sentir, sus costumbres.
José Juan: ¡Ha! pues, por aquí hay mucho de
eso, por donde quiera que usté camine se encuentra con corríos y con
pasajes nacidos de aquí mismo, en esta misma tierra; en el camino, en la
laguna, en el caño, ´onde quiera que usté arrime las huellas, ahí encuentra un
peacito de eso, que como usté dice, es el alma de los que vivimos por
acá.
El Visitante: Esta
tierra es maravillosa.
José Juan: ¿Ya se va?
El Visitante: Sí,
sí, sí.
José Juan: ¿Pa´
la fiesta?
El Visitante: No,
no, no, voy a escribir sobre el folklore de Portuguesa.
C1: Esto era lo que contaban
del Silbón y la parranda
una noche se encontraron
Hilarión y el Desanda,
una noche se encontraron
Hilarión y el Desanda.
Víspera de un tres de mayo
como a las seis de la tarde,
fueron grandes tempestades
C1: Esto era lo que contaban
del Silbón y la parranda
una noche se encontraron
Hilarión y el Desanda,
una noche se encontraron
Hilarión y el Desanda.
Víspera de un tres de mayo
como a las seis de la tarde,
fueron grandes tempestades
y relámpago en el aire,
fueron grandes tempestades
y relámpago en el aire
No vayas para la fiesta,
te dijeron Juan Hilario,
que en tierras de Portuguesa
va un espanto desandando,
que en tierras de Portuguesa
va un espanto desandando.
D: Esto era lo que contaban
del Silbón y las parrandas
una noche se encontraron
Hilarión y el Desandas.
No vayas para la fiesta,
te dijeron Juan Hilario,
que en tierras de Portuguesa
va un espanto desandando.
C1: El que vaya de parranda
que se vaya preparando
que si la noche lo agarra
el Silbón lo ´tá esperando,
que si la noche lo agarra
el Silbón lo ´tá esperando.
D: Y por todos los caminos de Portuguesa
se comentaban el corrío y la leyenda.
fueron grandes tempestades
y relámpago en el aire
No vayas para la fiesta,
te dijeron Juan Hilario,
que en tierras de Portuguesa
va un espanto desandando,
que en tierras de Portuguesa
va un espanto desandando.
D: Esto era lo que contaban
del Silbón y las parrandas
una noche se encontraron
Hilarión y el Desandas.
No vayas para la fiesta,
te dijeron Juan Hilario,
que en tierras de Portuguesa
va un espanto desandando.
C1: El que vaya de parranda
que se vaya preparando
que si la noche lo agarra
el Silbón lo ´tá esperando,
que si la noche lo agarra
el Silbón lo ´tá esperando.
D: Y por todos los caminos de Portuguesa
se comentaban el corrío y la leyenda.
Narrador: Ha
sido una obra escrita, producida y dirigida por el escritor, poeta y
compositor portugueseño Dámaso Delgado y realizada por un grupo de músicos y
actores de Portuguesa, Guárico y Apure, con la participación especial de “el
Tricolor de Venezuela”; Víctor Morillo y quien les habla Alfredo Acuña Zapata.
¡Buenos Días Venezuela!
Texto tomado de: ANÁLISIS DE
FIGURAS ESPECTRALES EN EL CORRÍO Y LEYENDAS DEL CANTO LLANERO
TRADICIONAL de Isaías Medina López, Duglas Moreno y Carlos Muñoz
(Trabajo de Investigación aprobado en la UNELLEZ-VIPI)
Fuentes:
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