REDES SOCIALES

jueves, 1 de agosto de 2019

EL MUERTO QUE PEDÍA LA COLA




El Muerto que pedía la cola (*)
Género: Cuento fantasmal
Hugo Arana Páez HARPA San Fernando, 16 de junio de 2019
… “Trabajo escribir. Leer un placer”…
HARPA
En el camino que comunica al vecindario San Nicolás (**) con la población de San Rafael de Atamaica, se halla una enorme ceiba, donde en invierno se produce un barrial y a menudo se atascan los peatones y las bestias. Cuentan los vecinos que al pie del ancestral árbol sale un horrible espanto pidiéndoles la cola a los viajeros, quienes ante la horrible visión optan por pegar la carrera dejándole el pelero al muerto.
Por cierto, una madrugada del mes de mayo, un jinete queriendo salir del atolladero, bregaba frenético con el barro; cuando sorpresivamente atinó a ver al pie del robusto árbol la horrorosa visión de un muerto, quien ansioso le suplicaba.
-¡Cámara! ¿Sera que me puede dar la cola hasta San Rafael?
-¡Qué cola el carajo te voy a dar! ¿Acaso no ves como estoy en este barrial?
-¡Quiero que sepas que si me das la cola te voy a dar diez botijas repletas de morocotas!
El borrachón, al escuchar la mágica palabra MOROCOTAS, cambio de actitud y muy amable le ofreció a la visión.
-¡Mire valecito! Si usted me ayuda a empujá el caballo y así poder salir de este tremedal segurito que lo llevo.
Ante la promesa del borrachón, el muerto se lanzó al barrial y animado comenzó a empujar la cabalgadura. Mientras que el jinete, inmisericorde clavaba las punzantes espuelas en los costados del noble y extenuado bruto, preguntaba al sudoroso y jadeante muerto.
-¡Valecito! ¿Dónde enterraste esas botijas?
-¿Las botijas?
-¡Si vale, tus botijas! ¿Acaso no me dijiste que habías enterrado diez tinajotas repletas de morocotas?
-Ah, sí es verdad, son diez tinajas atapuzas de morocotas de esas bichas que tienen un águila.
-¿Y dónde las enterraste?
-Esas bichas las sepulté conmigo en el cementerio de San Rafael. Por cierto, pa´ evitar que un vivo las fuera a sacá sin mi permiso las mandé a colocá debajo de la urna.
-¿Y cómo carajo te llamas tú?
-¿Yo?
-¡Si vale, tú mismo! ¿Acaso eres sordo?
-Si camarita, yo soy medio sordo. Eso fue hace muchos años, estando en unas fiestas patronales de San Rafael, un muérgano me reventó un cohete en la patica e´ la oreja y desde entonces no escucho bien.
-Ajá, ahora si te comprendo. Por cierto ¿Cómo te llamas tú?
-¿Yo?
-¿Quién más va a sé?
-Yo me llamo Juan Alejo Mirabal.
-Sordo y bruto, nojoda.
Mascullaba el bellaco jinete, quien una vez enterado de la valiosa información suministrada por el fantasma y habiendo logrado salir del tremedal en que se hallaba atascado, no lo montó a la grupa de su animal, ni le dio las gracias por haberse embarrialado tratando de ayudarlo, sino que tuvo el tupé de recomendarle.
-¡Mira te voy a dar un consejo!
-¿Cuál será el consejo que me va a dar este borrachón?
-¿Por qué, si tienes tanto real no compras un caballo y así dejas de estar pidiendo cola en este barrial?
Dicho esto, el vivo, muerto de la risa, salió espavorido rumbo al camposanto de San Rafael, donde frenético se puso a hoyar en la tumba de Juan Alejo Mirabal, hasta dar con la urna debajo de la cual se hallaban diez tinajas atestadas de morocotas. Una vez con el entierro en sus manos, el fulano se marchó a Caracas, donde se fue a vivir en una lujosa quinta, llamada precisamente San Nicolás la cual había comprado en la urbanización El Paraíso.
Con la fortuna en sus manos, El pájaro bravo, vivía en una constante juerga, es decir, andar detrás de los fustanes de las muchachas malas que hacen cosas buenas, muy buenas; asimismo beber y apostar en los garitos caraqueños. Hasta que en una lluviosa noche cuando regresaba de una de las casas de juegos, más prendío que tabaco e´ bruja, contento el borrachón se desplazaba en un lujoso automóvil último modelo por la Avenida Páez de El Paraíso, cuando atinó a ver a una hermosa y sensual mujer, quien insistente le pedía la cola, por supuesto, el bellaco atraído por la exótica belleza, complaciente la invitó a subir al vehículo. La misteriosa dama, al subir al carro, éste se impregnó de un familiar y grato aroma del mastranto, esa gramínea que se da silvestre en las sabanas apureñas. Feliz iba el pícaro por la Avenida Páez, cuando inesperadamente la agraciada mujer comenzó a acariciarlo.
-Ésta tipa no se me va ir lisa esta noche.
Maquinaba el malicioso hombre a la vez que le preguntó.
-¿Dónde vives mi amor?
¿Yo?
-¡Si tú misma!
-¿Acaso tú eres sorda?
-¡Si mi amor, yo quedé sorda desde una vez que estando en unas fiestas patronales en un pueblo llanero, un muérgano me reventó un cohete en la pata e´ la oreja.
-¡Ah entiendo! ¿Y dónde vives tú?
-Yo?
-¡Si, tú! ¿Quién más va a sé?
-¡Yo vivo aquí mismo en esta avenida!
-¿Pero dónde?
-En la Quinta San Nicolás.
-¿No puede ser?
-¿Y por qué no puede ser?
-¡Muy sencillo, porque esa quinta es mía y allí es donde vivo y pa´ allá es aonde voy ahorita.
Aunque intrigado, por el perfume a mastranto, el zamarro manoseaba las piernas a la muchacha, quien solo se limitaba a sonreír.
-¿Cómo te llamas, mi amor?
-¿Yo?
-Que vaina con esta mujer, sorda y loca, nojoda.
-¡Sí mi amor tú misma!
-¡Yo me llamó Atamaica, aunque me dicen Ata.
-¿Por qué?
-¡Porque y que ato a los hombres!
-¡Oye! ¿Qué casualidad?
-¿Por qué?
-¡Gua! Porque así se llama el rio que pasa por San Rafael de Atamaica, el pueblo donde yo nací y me crie. Por cierto, se dice que el pueblo se llama así en honor a una joven princesa india de la que uno de los fundadores se enamoró.
Mientras el bellaco se espepitaba en la conversadera, la mujer prendía un cigarrillo tras otro.
-¿Tú bebes mi amor?
-Si, yo bebo, fumo y bailó. Así es mi amor que dame un trago.
Enseguida el tercio extrajo de la guantera una botella de un costoso whisky, fabricado por una vieja, viuda y vagabunda, conocida entre los trapicheros como Madame Clicot. Mientras la mujer se emburraba un trago tras otro y se fumaba un cigarrillo tras otro; el tipo continuaba empeñado en sus arrumacos y carantoñas, la mujer con maliciosa sonrisa le suplicaba.
-¡Anda mi amor, acaríciame!
El baboso tercio en su aberrado comportamiento, le manoseaba las piernas, le estrujaba los esponjosos y abultados senos y la besuqueaba y ella sonriente continuaba bebiendo y fumando. A la vez el tercio, cavilaba.
-Esta tercia me la raspo esta noche.
Estando el zamarro aberrado en esos manoseos, sin querer, le quitó la peluca a la sensual mujer y la bella muchacha se transformó en un horrible hombre.
-¿Qué vaina es esta? ¡Tú no eres una mujer!
Con una grave voz, el hombre le respondió.
-¿Tú quieres saber quién soy yo, pendejo? ¡Bien, yo soy el nieto de Juan Alejo Mirabal, yo no soy ninguna mujer, yo soy un transformista y si quieres comprobarlo, toca más abajo pa´ que sientas! Acuérdate del muerto que allá en San Nicolás te pidió la cola y que se embarrialó para ayudarte a salir del atolladero donde te hallabas y tú en medio de un chaparrón tumba araguato lo abandonaste y después te fuiste derechito al cementerio de San Rafael a robarle las diez botijas repletas de morocotas. El caso, es que el fantasma de mi abuelo se me apareció aquí en Caracas y yo pensé que me iba a regañar porque él me había mandado a estudiar y lo que aprendí fue el oficio de transformista. Yo asustado le pregunté qué se le ofrecía y él, casi llorando me suplicó que te castigara y por eso esta noche he venido a cumplir esa promesa.
-¡Mira gran carajo bájate de mi carro!
Seguidamente el transformista le clavó las uñas en la cara al borrachón, haciéndole perder el control del lujoso automóvil, estrellándose contra un grueso árbol de jabillo que engalanaba la Avenida Páez de El Paraíso, allí quedó tendido inerte el cuerpo del bellaco; entretanto el homosexual se bajaba del vehículo mostrando una horrible dentadura y unas espantosas carcajadas. Entretanto, un indigente del lugar se dirigió al carro donde encontró una botella de whisky de la viuda vagabunda, una caja de cigarrillos Lucky Strike, de los bolsillos del infeliz parrandero extrajo una cartera atestada de billetes de quinientos bolívares, conocidos en el llano como Pecho e´ caribe y de la fría e inerte muñeca arrebató un fino reloj de pulsera, la cadena y el anillo con un costoso brillante engastado que exhibía orondo el frustrado casanova; asimismo le arrebató y se vistió con la lujosa y costosa chaqueta de piel de ante (***).
-¡Qué suerte tengo! Está dicho que nadie sabe pa´ quien trabaja.
Susurraba el indigente, quien esa noche fumó cigarrillos de marca y como el hombre era medio instruido, leía en el paquete de cigarrillos la frase Lucky strike, que traducido al castellano significa Golpe de suerte.
-¡Golpe de suerte es el que yo le he dado a este pobre diablo, ja ja ja
Esa lluviosa noche con el lujoso reloj de oro en su muñeca, la cadena en el pecho, la sortija con brillantes en el dedo y la cartera de cuero de caimán atestada de billetes, el pordiosero se emborrachó con el Whisky de la viuda, mientras bien palotiao comentaba.
-¡Que vaina tan buena! ¿Quién iba a pensar que ESTA NOCHE ME RASQUÉ CON UNA VIUDITA, la vieja Madame Clicot, que así se llama la tercia, vieja ja ja ja.
Mientras que por la húmeda Avenida Páez, la hermosa Atamaica, sonriente caminaba con su sensual tongoneo rumbo a la Quinta San Nicolás.
NOTAS:
(*) Pedir la cola: Es un venezolanismo que se origina en tiempos de la Colonia, cuando entonces a los esclavos se les prohibía montar a caballo; únicamente se les permitía andar en lomos de una bestia en los predios de la hacienda, desempeñando las labores que diariamente se les ordenaba. Por cierto, cuando era estudiante de Bibliotecología y Archivología en la Universidad Central de Venezuela, me correspondió hacer las pasantías en la Fundación John Boulton, ubicada en la Avenida Universidad, Esquina El Chorro, Edificio El Chorro en Caracas. En esa institución me encontré con una magnifica pintura donde se ilustraba a un orondo mantuano, trajeado con su hermoso sombrero Jipijapa de alas anchas, lustrosas polainas, pantalón y chaquetón de dril banco. El tercio sobre un caballo rucio ascendía una empinada cuesta y detrás, asido a la cola del animal iba un esclavo (hombre de piel oscura, sin camisa, pantalón blanco hasta la rodilla y descalzo). Extrañado por el contenido de la obra, le solicité al guía de la fundación, hablara de los detalles del cuadro y el hombre, muy diligente, narró que ese camino era la vieja ruta de Caracas a La Guaira en tiempos de la Colonia y que los mantuanos, presumiendo de generosos, le permitían a los esclavos se agarraran de la cola del caballo para ayudarlos a remontar la empinada cuesta. Así que cuando un esclavo iba por ese camino, al ver a un jinete, respetuosamente le pedían la cola; por supuesto, de allí se derivó la conocida y popular expresión PEDIR LA COLA. Por eso ahora a menudo escuchamos: ¡Pana dame la cola! ¿Para dónde vas para que me des la cola? ¡Buenas tardes! ¿Me podrá dar la cola?
(**) San Nicolás es un vecindario situado cerca de la población de San Rafael de Atamaica en el Estado Apure.
(***) Ante: Raza de ciervo de España, conocida con ese nombre. Por cierto, con su cuero se fabrican lujosas prendas de vestir como: Bolsos, maletines, correas, carteras, zapatos y chaquetas.


Fuente: 
https://www.facebook.com/hugo.aranapaez/posts/2490114971051087 

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Design by Free WordPress Themes | Bloggerized by Lasantha - Premium Blogger Themes | Blogger Templates