CUENTO FANTASMAL APUREÑO
Hugo Rafael Arana Páez
Miembro investigador del
Centro de Estudios Histórico-Sociales del Llano Venezolano Casa de Bolívar.
Artículo publicado en el diario “ABC” el 3-8-2008 Nro. 64.288
Era el verano del año 1927, cuando el cura párroco de la población
de Santa Bárbara de Arichuna, Jesús María Rodríguez, leía aquel
escueto oficio del obispo de Calabozo, anunciándole su traslado a otra
parroquia; enseguida solicitó al viejo bonguero del pueblo, Pablito Armas,
sus servicios para que lo trasladara urgentemente a San Fernando y de allí
emprender rumbo a Calabozo, capital de la Diócesis; antes
que los arichuneros se enteraran de su reubicación. Así fue como en una
soleada mañana del mes de diciembre, el sacerdote se embarcó en el
bongo de cuatro bogas; que navegando aguas arriba, desde Arichuna a San
Fernando transportaría junto con su habitual carga de quesos, cueros de
res y algunas libras de plumas de garza a su único y distinguido pasajero.
El río Apure en verano se halla
pleno de doradas playas, donde las gaviotas revolotean,
protegiendo empecinadamente sus huevos y sus polluelos; mientras que los
peces eluden hábilmente los ataques de estas palmípedas.
Asimismo en sus espumosas riberas, al pie del barranco, los caimanes
serenamente acechan a la descuidada presa. Mientras que las aguas
encrespadas por la brisa, corren en su largo peregrinar hasta el río
padre, allá en Boca Apure. Contemplando este escenario Iba en la
embarcación el afligido padre evocando los gratos momentos compartidos con
los chivatos del pueblo: el jefe civil, algunos comerciantes y algunos
dueños de hatos, en los que disfrutaba aquellas gratas y prolongadas veladas de
amenas tertulias, propicias para recordar eventos, como las hazañas de
Arévalo Cedeño en la Plaza Bolívar de Cazorla y en San Fernando
de Atabapo, cuando el año veintiuno derrotó, enjuició y fusiló a Tomás Funes.
Asimismo se acordaba de la noche que él hizo gala de excelente
conversador, describiendo a sus contertulios la fracasada acción
militar acaecida en San Fernando el 20 de mayo de 1922, comandada por el
General trujillano Waldino Arriaga, contra el Presidente del Estado Apure,
doctor. León Febres Cordero; pero más tristeza le producían los
gratos momentos que le deparaban aquellos ricos trozos de queso Camembert,
acompañados de los exquisitos tragos de brandy o de vinos
importados, que habían adquirido sus anfitriones en “El Masparro” o
“El Delta”, cuando estos vapores procedentes de Ciudad Bolívar rumbo a San
Fernando atracaban en la población, para abastecerse de leña. También
rememoraba las canciones de moda interpretadas por Gardel; las cuales entre
trago y trago se dejaban escuchar en la recién adquirida Victrola, que
había traído de Ciudad Bolívar su amigo, el hacendado Don Pedro Daniel Acosta.
Mientras se hallaba absorto en sus pensamientos; no se percataba que las
gotas de agua le salpicaban el rostro y le empapaban la sotana; hasta
que un cohete lanzado desde arriba del barranco por Cheíto Arenas,
estalló ensordecedoramente muy cerca de la embarcación, despertándolo
de su grata evocación. Sin embargo el bongo de pillote a punta de palanca
y espadilla continuaba remontando lentamente el Apure. Arriba en el
barranco, Cheíto Arenas, reía a carcajadas, por cuanto, al enterarse del
traslado del infortunado sacerdote; se propuso agraviarlo, a tal
fin, congregó una considerable multitud, constituida por gente del
pueblo; algunos iban a pie, otros en burros y los más pudientes a
caballo. Quería significar “Cheíto” con esta afrenta que el pueblo de
Arichuna estaba contento, porque el cura se marchaba de la villa. Entre tanto
una vieja que iba en la comparsa vociferaba con voz chillona.
-¡Gracias a Dios que ese cura se
fue! -Lo que hacía era jalá caña de la buena, onde Don Pedro!-
Otra añadía –No jile, ¿acaso no iba a da
misa bien palotiao?-
Mientras otra le recriminaba.
-¡Ay mija no digas eso!- y
persignándose exclamaba, -¡Que Dios nos ampare, porque este pueblo
quedó ahora como capilla sin santo!-.
Entretanto el loco “Modestico” echado en
el suelo entre sus perros, al escucharlas, se persignó y dijo.
- ¡Ave María Purísima! , ¡Ave María
Purísima!, ¡que Dios nos agarre confesaos!- .
El gentío seguía a “Cheíto”, quien
pavoneándose alegremente los entusiasmaba obsequiándoles botellas de
ron y de anís; así entre tragos, música, gritos y cohetes iban
celebrando la despedida del cura. Desde el bongo, el afligido
sacerdote los observaba y casi clamando al cielo, lanzó aquella
frase.
-¡Perdónalos Señor, no saben lo que
hacen!-
Conmovido expresaba su pesar
al viejo bonguero.
-Chico, que gente tan mal agradecida, yo
que los bauticé, los casé, le bauticé sus hijos y le suministré los santos
oleos a sus familiares moribundos. ¡Ahora vea como me pagan!-
Ante el mutis de Pablito, continuó
-¡No importa, Pablito todo se lo dejo a
Dios!-
Después de un prolongado silencio, el
bonguero lanzó un escupitajo de tabaco al agua, para responderle muy
pausadamente.
-¡Mire padre, lo que sucede es que a esa
gente la entusiasmó “Cheíto”, dándole aguardiente, tabaco y música de viento y
por si fuera poco hasta les llenó los bolsillos de plata, pa que lo
acompañaran!-
Después de lanzar otro salivazo al río,
continuó.
-¡Ah y se me olvidaba decile padre, que al
regreso les va a poné una ternera allá en La
Encantadora!. ¡Así padre que él es el único culpable de
esa marramuncia!-.
El padre no le contestó, se quedó
abstraído en sus pensamientos, mientras el bongo a punta de palanca de las
bogas, continuaba remontando lentamente el río. Arriba en el barranco la
alegre muchedumbre seguía a “Cheíto”, que sobre los lomos de
“Centella” cargaba un saco lleno de cohetes que los lanzaba a la embarcación,
con la intención que explotaran lo más cerca de ella. Al fin el
bongo atravesó la Boca Arichunita y hasta allí lo siguió la
enloquecida multitud. Viendo la indignación reflejada en la cara del
sacerdote, Pablito irrumpió de nuevo con su ronca voz.
-¡Mire Padre, no le haga caso a ese loco,
es que “Cheíto” ha sido mamador de gallo toa su vida y a según me han
dicho que él hace eso porque usté nunca lo invitaba a sus
reuniones!-.
Callados continuaron hasta
llegar a una playa, ocupada por bandadas de gaviotas y cotúas.
Esta playa se hallaba frente al Hato Médano Largo; propiedad de Don Pedro
Daniel Acosta. Allí fue donde el padre se acercó al bonguero para rogarle.
-¡Pablito, atraca aquí en esta playa!-
De inmediato el bonguero le respondió.
- ¿Padre que va a hace ahí? ¿A ve si
nos varamos? Usté sabe que en esta época las aguas no son profundas!-.
El padre nuevamente suplicó
-¡Mira hijo te agradezco que atraques, es
que tengo que hacer algo muy importante aquí!-.
- ¡Esta bien padre lo voy a complacé! ,
¡Pero tenga cuidao con una raya!.
Rápidamente enrumbó la
embarcación hacia la costa. Al acercarse a la orilla el sacerdote saltó
ágilmente, escuchándose el chapoteo del agua mojando la sotana que
afanosamente recogía. Al pisar tierra se internó velozmente en el
arenal y cuando consideró que estaba bastante alejado de la embarcación;
con el misal y el viejo rosario en sus manos se arrodilló en la caliente
arena; alzando la mirada al cielo y extendiendo los brazos imploró.
-¡Dios mío, maldigo a José Antonio Arenas
y hasta la quinta generación de sus descendientes, por el escarnio que me
ha hecho!-.
Súbitamente el cielo se cubrió de negros
nubarrones y la suave brisa se tornó en tolvanera, levantando
enormes chorros de arena y un ensordecedor trueno enmudeció los graznidos
de las gaviotas y las cotúas; mientras que el padre arrodillado permanecía
inmutable. Don Pedro Daniel Acosta, dueño de Médano Largo y compañero de
tragos del cura; desde el corredor de la casona del hato, divisó en la
lejanía un bulto negro en la playa. Intrigado se preguntaba.
- ¿Qué es aquello?- .
En medio del chubasco bajó el barranco, cruzando apresuradamente el
trayecto que lo separaba del bulto, hasta percatarse que se trataba de su
amigo el sacerdote; que arrodillado y con los brazos extendidos miraba al
cielo. Extrañado le preguntó.
-¿Padre que hace allí?-.
El cura absorto en su petitoria no lo
escuchó. Al fin hecha la solicitud; se levantó y percatándose de la presencia
del amigo le saludó.
–Disculpe Don Pedro, pero es que estaba
rogándole a Dios que me acompañe en este viaje.
Sorprendido por el comportamiento de su
amigo, le preguntó adónde iba y éste muy nervioso le respondió.
-Voy a hacer unas diligencias a la
Diócesis de Calabozo y vuelvo pronto
En medio del fuerte chaparrón, Don Pedro
lo abrazó y diciéndole.
-¿Si es así?. ¡Apúrese Padre, que
está lloviendo y el río se va a poné mas bravo!
Despacio, muy despacio el sacerdote se
encaminó rumbo a la embarcación, mientras en voz baja continuaba implorando a
la justicia divina, castigo para el mamador de gallo y sus descendientes.
Satisfecho llegó a la orilla y rápidamente se embarcó; mientras que el
intrigado bonguero le preguntó.
-¿Padre, que hacia arrodillado en esa
playa tan caliente?-.
El sacerdote le respondió con un silencio
espectral, apenas una sardónica sonrisa salía de la comisura de sus
labios; atemorizando más al sorprendido bonguero, quien en alta voz
le dijo a los cuatro marineros.
-¡Empujen muchachos, vamos a
seguí el viaje, que nos agarra la noche!-.
Callados continuaron navegando entre las
encrespadas aguas; agitadas por el fuerte chaparrón que no cesaba.
De regreso a Arichuna, procedente
de la Boca Arichunita, rumbo a La Encantadora venía Cheíto
Arenas, feliz, fumando su cabo de tabaco sobre su caballo, del que
pendía el enorme saco donde todavía quedaban algunos cohetes que no había
lanzado. Ufanado de haber cumplido su cometido; cuando pasaba por La
Sinfonía, dio la última aspirada al cabo de tabaco y lo lanzó al suelo;
lamentablemente éste cayó en el saco; produciendo una estruendosa explosión que
se escuchó hasta en “La Encantadora”, donde sus amigos lo esperaban con la
ternera. El estallido lanzó por los aires en pedazos a jinete
y montura; súbitamente la multitud consternada calló; las cuerdas
dejaron de vibrar y los capachos de agitarse; a la vez que una fuerte tormenta
se desató sobre la atemorizada y acongojada población; mientras que una vieja a
gritos sentenciaba.
-¡Bendito sea Dios!-, ¡María
purísima!, ¡ese es el diablo que se quedó en el pueblo!-.
- ¡No ese no es el Diablo!, ripostó
otra, esa es Santa Bárbara que castigó a Cheíto por haberse burlado
del padre Rodríguez-.
Después se supo que el cura había
maldecido en la playa del “Hato Médano Largo” hasta la quinta
generación de los Arenas. Desde ese momento sus descendientes, por si
acaso, jamás celebran con fuegos artificiales el día de la Santa
patrona de Arichuna.
1 comentarios:
Agradable relato
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