DON RUPERTO BAILÓ CON UNA MUERTA
Autor: Soledad Moreno de Cortez
¡Ah
mundo, cuando era mundo!
Recordarnos a don Ruperto,
hombre de soga y caballo,
mujeriego y parrandero, trovador de la llanura, compositor y poeta, bailador a media noche con muchachas de mi llano,
recorría los pueblos
y caseríos, se sabía de memoria
los caminos de La Candelaria, San Juan de
Payara, Cunaviche, Arichuna,
Achaguas, Apurito,
El Samán, Rincón
Hondo, Bruzual, San Vicente,
Mantecal, Guasdualito, La Trinidad de Arichuna y Elorza, entre
otros.
Pasaron los días,
en el pueblo de Cunaviche, en el hato Buenos Aires, todo estaba listo para celebrar el día de La Candelaria, los peones se levantaron a las 4 de la mañana,
para brindarles a los invitados carne asada con cazabe, guasacaca, queso blandito. Todos llegaban directo al caney, a los pocos minutos
hubo mucha algarabía, pues había llegado
a la fiesta nada más y nada menos que don Ruperto y el conjunto de arpa, con el arpista
de mi tierra, Ignacio «Indio»
Figueredo, el coplero enamorado don José Francisco
Montoya, hombre de gran talla, en canto y en la copla.
Todas las personas que se encontraban
en el caney se levantaron de sus asientos,
para recibirlos con grandes ovaciones. A las pocas
horas se iniciaba
la gran fiesta.
Don Ruperto
se dirigió a un grupo de damas para invitarlas a bailar, una
de ellas, le indicó a una joven que se encontraba sentada muy sola,
no hablaba, era corno extraña, don Ruperto la engarzó por la cintura,
y arrancó a bailar un pajarillo.
El grito
altanero de los copleros, despertó el ánimo a las personas invitadas para celebrar
tan importante fecha, todos bailaron
con mucha alegría,
zapateaban fuertemente, muchos
quedaron sin tacones. Se quitaban los zapatos, para escobillar; don Ruperto para no perder
la apuesta, se la ponía en el hombro, luego la tomaba
por la cintura, se le caía, la tomaba de nuevo, le daba vueltas
y más vueltas, al final ganó la apuesta que era
de quinientas pesetas.
Don Ruperto
recibió el premio
con la dama, ésta estaba toda doblada,
él pensaba que ella pertenecía a un circo.
En ese mismo
instan te,
se la llevó cargada, la dejó en la campechana, salió rápidamente a buscar a don Carmelo Aracas, éste tenía una aunada
tertulia con Ramón Cortez y Héctor Saldeño,
que había llegado
de la ciudad de los crepúsculos, Barquisimeto, pidió permiso a los visitantes, salió con don
Carmelo, y le contó todo desde un principio.
Don Carmelo, como hombre veterano
de la llanura, conoce las costumbres y misterios de nuestro llano, con unas sonrisas
se dirige a Don Ruperto:
Mire mi compadre, vamos a ver a la mujer misteriosa.
Sí señor, la dejé en la campechana, esa mujer ni se movió
acotó don
Ruperto. ·
Cuando llegaron
a la campechana, todo estaba
en silencio
¿Don Ruperto,
que pasó con la mujer misteriosa?
¡Caramba Don Carmelo! Ahora
sí es verdad que no sé nada?
Sinceramente mi amigo, creo
que usted salió
con una muerta.
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