EL PAVO DE LA RUBIERA
Quién
no ha escuchado ese dicho popular “Más solo que el Pavo de la Rubiera”, y es
que cuando miramos algún solitario era obligado decirlo utilizándolo en tono
burlesco. Pero detrás de ese dicho existe una historia oscura poco conocida por
muchos.
Casi cuatro distritos del estado Guárico abarcaba en los más lejanos tiempos el legendario hato de "La Cruz Rubiera" o "La Rubiera", como se le conoce con mayor claridad.
Está ubicado en las inmediaciones de Cazorla. Fue fundado en 1775 (en esa fecha confirman la propiedad de la tierra) por Don Sebastián Sánchez Vélez, cuya genealogía se ubicaba en Mier, aldea de Oviedo, y Terán , aldea de Santander, al norte de España.
Hasta las primeras décadas de este siglo (XX), cuando era propiedad del último rubio, el doctor Francisco Mier y Terán, el hato La Rubiera abarcaba 180 leguas cuadradas de sabanas, que iban "empezando en el morichal de Herrera y terminando sobre el Apurito, en Macanillal y en Aruaca, con dominio sobre la zona de Golfo Triste, desde la desembocadura del Aguaro en Apurito a la Punta de Manapire. Además, Cara, en la isla de Apurito, comparadas estas últimas por el Dr Francisco Mier y Terán a Luis Rivera en 1886", según testimonio de Horacio Cabrera Sifontes.
Así se refiere Oldman Botello al Legendario Hato La Rubiera, en artículo publicado en una revista denominada, ESTADOS DE VENEZUELA.
Don
Epifanio Escobar es de esos viejos que te cuentan historias de todo tipo y que
no te cansas de escuchar por lo ameno de la conversa y de las historias.
Se
dice que hace mucho tiempo en los llanos guariqueños vivía un hombre al que
todos mentaban “El Viejo Rubio”, quien en sus buenos momentos era un rico
hacendado dueño de tierras y ganado lo que lo hacían uno de los hombres más prósperos
de la región, sin embargo su afición por los juegos de azar y las trifulcas de
gallos lo llevaron a la bancarrota en muy poco tiempo.
Al
verse en esta situación buscó a sus amigos de juegos para que le ayudaran,
todos le dieron la espalda porque no arriesgarían su dinero en un apostador
quebrado. Fueron interminables las noches de El Viejo Rubio pensando como
volver a tener la comodidad de otrora sin ningún resultado positivo. Fue tal su
desesperación que en su mente solo veía una solución a sus problemas: “Venderle
su alma inmortal al Diablo”.
A
la mañana siguiente se levantó tempranito, cogió su caballo y salió rumbo al pueblo a buscar información de cómo
lograr esa venta, así lo hizo. Ya con la información se ubicó en un cruce de un
camino con todo lo que necesitaba para la invocación.
La
noche era oscura y tormentosa, la furia del viento era inclemente con los árboles,
el sonido de los animales nocturnos casi no se escuchaban como presintiendo que
algo malo iba a suceder. El Viejo convencido que era su única salida tomó un
gallo negro, un perro negro, un ovejo negro y un maute negro que traía consigo
y los sacrifico con un cuchillo virgen y
lo quemo todo en una gran fogata invocando su solución. Ya las brasas estaban a
punto de extinguirse cuando El Viejo Rubio divisa a un hombre vestido de negro
con un gran sombrero que ocultaba sus facciones. El hombre se le presento como
el Diablo indicándole las condiciones del pacto y le dijo que al firmar el
contrato las tierras de la Rubiera (que así se llamaba su hacienda) prosperaría
con mucho ganado y todo lo que el necesitara, solo existía una condición, podía
disponer de todos los animales y bestias que nacieran menos de un Pavo Negro
que debería dejar suelto por toda la propiedad y ese Pavo no podía ser
molestado por nadie. El Viejo Rubio acepto sin titubear y firmo contento el
contrato. Un olor de azufre inundo la noche dejando al Viejo Rubio solo en el
camino.
El
amanecer despuntaba y todos estaban maravillados con lo que estaban viendo, la
Rubiera había vuelto a la vida, gran cantidad de ganado pastaba tranquilamente,
los obreros se movían de un lado a otro con una actividad frenética de trabajo.
Todo el ganado era negro al igual que sus nuevos trabajadores. A partir de ese
momento la Rubiera gozaba de prosperidad, las épocas de sequía y plagas que
azotaban la región no eran inconvenientes para el Viejo Rubio quien vivía a sus
anchas, jugando y apostando a sus gallos, dicen que no había parranda en donde
no estuviera.
Mientras
tanto en la Rubiera el Pavo Negro aparecía y desaparecía por cualquier rincón
sin ser molestado, los vecinos le tenían miedo, pues decían que siempre era una
señal de desgracia para el que se cruzaba con él.
Así
transcurrió la vida por aquellos lugares, fueron años de derroche y de
extravagancias. El Viejo Rubio iba llegando al final de sus días y empezaba a temer
que el demonio lo buscara para cobrar la deuda.
Cuenta
Don Epifanio Escobar que empezó a sacrificar a las muchachas del pueblo
pensando que podía cambiar el alma de aquellas infelices por la suya.
El
tiempo no perdona y el Viejo Rubio murió de una terrible enfermedad, cuentan
los que fueron al funeral que a media noche un fuerte viento sacudió los cimientos
de la casa, un gran pájaro entró a la sala en medio del terror de los
presentes, las luces se apagaron y todo quedó a oscuras, el silencio era
sepulcral y todos salieron de la casa.
A
la mañana siguiente la gente fue a buscar el difunto para darle cristiana
sepultura, pero por más que lo buscaron no lo pudieron encontrar. Todo el
ganado desapareció junto con todos los obreros.
Solo
quedo en aquel peladero, como testigo maldito, El Pavo Negro que tanto miedo
había infundido a los lugareños quienes abandonaron esas tierras.
De
allí quedo la frase “ESTA MÁS SOLO QUE EL PAVO DE LA RUBIERA”.
FUENTE:
Don Epifanio Escobar
Textos
de Luis Santos y Orlando Nieves
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