A
principios del siglo veinte, había la creencia que a altas horas de la noche,
salía en el BARRIO PERRO SECO, por los lados de Botellofón a espantar a los
parranderos un horrible espectro que hacía correr al más guapo. Esa leyenda me
inspiró a crear el cuento fantasmal que hoy, con mucho culillo ja, ja, ja,
someto a la consideración de ustedes y que he titulado EL DESCUARTIZADO DE
BOTELLOFÓN.
Era
la madrugada de un sábado del mes de febrero del año 1936, cuando el cabestrero
Juan José Rondón, mas prendido que tabaco de bruja, abandonaba el jolgorio que
se había armado la noche del viernes en el botiquín BOTELLOFON. Después de
haber libado buen aguardiente y haber bailado hasta más no poder con las
cortesanas de oficio que hacían vida en el pecaminoso lugar, se marchó a su
hospedaje. Las solitarias y polvorientas vías del pueblo eran testigos de verlo
dando traspiés por la Calle 24 de julio rumbo a la Pensión Marina, ubicada allá
en el cruce de las calles Queseras del Medio con Comercio, donde se había
alojado después de un largo y extenuante viaje procedente de Cunaviche. En su
impredecible andar, el hombre, se detuvo a escasos metros del botiquín para
buscar en el bolsillo de la camisa una caja de cigarrillos CAPITOLIO y en el
pantalón, la caja de cerillos para encender el último cigarro que le quedaba en
la escuálida caja. De tantos intentos fallidos queriendo prender el cigarro, al
fin logró su anhelado objetivo y así pudo disfrutar de una deliciosa bocanada
de humo. Nuevamente cuando tomaba aire para aspirar otra bocanada, levanta la
vista y divisa en la esquina Palermo, allá en el cruce de las calles 24 de
julio con Sucre a un raro personaje que apresurado por el centro de la vía
caminaba hacia él. Sorpresivamente el borracho se percató que el tercio no
caminaba como cualquier ser humano, sino que cual errática luciérnaga flotaba
sobre la suave y fría brisa de la madrugada. Extrañado por tan particular
visión, nervioso lanzó el cigarrillo al piso y estrujándose los ojos, pretendía
aclarar la vista, pero solo alcanzaba a ver que cada vez el raro ser se
acercaba más a él; asimismo se hacía más alto y espantoso. Mientras tanto la
cortesana que esa noche lo había acompañado en el botiquín, había salido de
Botellofón en su búsqueda para pedirle un cigarrillo, pero también es
sorprendida por la rara visión que flotando se acercaba al asustado galán,
quien pálido de terror permanecía inmóvil en medio de la calle, como si
esperara resignado la embestida del espanto. Pero no ocurrió así, por cuanto,
el ente repentinamente giró en el aire para subirse al poste de luz que se
hallaba a la mitad de la cuadra y de donde pendía un parpadeante bombillo que con
su tenue luz apenas alumbraba la solitaria y polvorienta vía. En lo alto del
poste, el horroroso ser se agarró de los cables queriendo sujetare de los
mismos para no caer; produciéndose de inmediato un fuerte y estruendoso
chispazo que le desprendió las piernas, la cabeza y ambos brazos que
chamuscados cayeron a los pies de Juan José; mientras que guindando de los
cables el tronco se achicharraba. Ante tan horrorosa imagen, la aterrorizada
mujer lanzó un espantoso alarido que hizo que todos los parroquianos que aún se
hallaban en Botellofón, salieran alarmados a la calle a averiguar qué ocurría.
Sorprendidos, encontraron a la joven temblando de pánico, quien tartamudeando
incoherentes palabras y haciéndoles señas les indicaba que a los pies del
paralizado Juan José, se hallaban totalmente chamuscados, brazos, piernas y la
cabeza de un hombre. Los estupefactos parroquianos dirigieron la mirada adonde
les mostraba la muchacha y no avistaron nada extraño a los pies de Juan José.
Por lo que dirigiéndose a la damisela, uno de los clientes le aclaraba.
-¡Mira Carmencita quédate tranquila que aquí no se ve nada!
Mientras que una de las mujeres atinó a espetarle.
-Aquí no hay nada, tú lo que estás es rascada e´ bola.
Entretanto otra de las damiselas, furiosa le recriminaba.
-¡No jile con esta loca! Nos aguó la fiesta con ese cuento de un chamuscado.
Ante la acritud de los presentes, la infeliz mujer insistía que miraran hacia
lo alto del poste para que observaran colgando entre los cables el tronco
chamuscado del raro ser.
Seguidamente todos dirigieron la mirada adonde les indicaba la aterrorizada
muchacha y tampoco advirtieron nada extraño. No obstante una de las mujeres
interrumpió a los presentes para expresar.
-¡Señores! No habrá brazos, piernas, ni cabeza chamuscada en el piso, ni tronco
quemado colgando de los cables, pero si percibo un fuerte hedor a carne
achicharrada. Huelan para que sientan.
Los demás asintieron con la cabeza. Mientras aterrorizados se percataron que
repentinamente los había envuelto un espeso humo negro y un fuerte hedor a
carne asada.
-¿Será que Carmencita tiene razón? ¿Será que dice la verdad?
Preguntó otro de los presentes. Mientras que otra de las cortesanas
conjeturaba.
-¿Qué extraño? ¿Yo percibo un fuerte hedor a carne chamuscada, pero no se ve la
carne?
En ese instante el viejo cantinero de Botellofón se acercó al grupo para
aclararles lo acontecido.
-Miren, presten atención a lo que les voy a contar. Hace muchos años, relataba
mi papá que a principios de este siglo, cuando se estaba remplazando el antiguo
alumbrado de la ciudad a base de faroles de carburo, por alumbrado eléctrico,
uno de los miembros de una cuadrilla de electricistas, se subió a ese poste y
sin ninguna precaución tocó el cableado, quedando electrocutado instantáneamente
y según refieren los testigos de la época que al pobre hombre se le desprendió
la cabeza, los brazos y ambas piernas y solo quedó el tronco guindando de los
cables. Desde entonces existe la leyenda que muchos parranderos como Juan José,
han visto ese espanto. Según algunas viejas conocedoras de esos extraños casos,
refieren que ese espanto y que es el alma en pena del electricista quien de
madrugada sale a recoger sus miembros para reunirlos con el tronco y así poder
descansar en paz.
Ante el horrible relato, los atemorizados parranderos se miraron las caras y
sin ton ni son regresaron atropelladamente al botiquín, donde continuarían la
juerga a puertas cerradas hasta que amaneciera.
Ya la calma reinaba en el ánimo de los parranderos y la normalidad había vuelto
a Botellofón, cuando inesperadamente Carmencita soltó la impertinente pregunta.
-¿Acaso ustedes no piensan ir a buscar a Juan José?
Seguidamente una de las cortesanas contestó.
-¿Con tan buen pecho y mandando a cantar? ¿Por qué no vas tú y lo traes?
-¿Yo?
-¡Si tú misma! ¡No te hagas la pendeja!
-¡Ni a palos salgo! ¡No vaya a ser que ese espanto me chamusque!
-Ja, ja, ja.
Rieron los presentes. Entretanto uno de los VAPOREÑOS (así llamaban
coloquialmente los sanfernandinos a los marineros de los vapores anclados en
los puertos del pueblo) expresó socarronamente.
-¡Carmencita no te preocupes por Juan José!
-¿Y por qué no me voy a preocupar por él?
-¡Guá, muy sencillo! Porque ese loco al ver caer bajo sus pies los PIAZOS e´
piernas y brazos chamuscados, segurito que dando lecos por el pueblo pegó la
carrera hasta LA PENSIÓN MARINA!
-¿Y si el espantó lo agarró y lo chamuscó!
-¡Ah no Carmencita! Tú lo que quieres es que me coma el tigre.
Ante la chanza del vaporeño, todos los presentes rieron a mandíbula batiente
hasta el cansancio.
Mientras que el cantinero, repentinamente salió sonriente del mostrador con una
botella de RON FOATERO en la mano.
-¡Señores! ¡Señores! Préstenme atención, como aquí no ha pasado nada que
lamentar, yo los invito a celebrar con esta botella de ron que me regalo Don
Pablo Foata.
-¿Y cuánto nos va costar eso?
-¡Nada! Porque este es un obsequió mío y del BAR BOTELLOFÓN ¿Acaso ustedes no
han escuchado la célebre frase LA CASA INVITA ja, ja, ja.
Esa madrugada el cantinero, las cortesanas y los asiduos borrachones del BAR
BOTELLOFÓN celebraron con gran algarabía el extraño suceso.
Al amanecer, cuando todos los felices parranderos salieron de BOTELLOFÓN,
encontraron en el lugar donde se había quedado paralizado Juan José, una enorme
mancha de carbón echando humo y un hedor a carne recién chamuscada. Perplejos,
todos se miraron a la cara y comprendieron que el descuartizado de Botellofón
había hecho presa suya al infeliz Juan José.
Cabizbajos, todos se enrumbaron a sus moradas. Mientras que la infeliz
Carmencita caminaba despacio, llorando a moco suelto por la Calle 24 de julio
rumbo a su cuarto del HOTEL D´ANELO, donde compungida se hacía la promesa de no
volver a pisar las puertas del BAR BOTELLOFÓN.
Desde aquel día, más nunca se vio en el BAR BOTELLOFÓN al parrandero de Juan
José ni a la agraciada Carmencita Blanca Luna. Cuentan que el descuartizado de
Botellofón chamuscó a Juan José hasta desaparecerlo. Por otra parte, los
lengualargas refieren que Carmencita y Juan José se fueron a vivir a un fundo
que el tercio tenía por los lados de San Juan de Payara; mientras otros
contaban que Carmencita no volvió más a la taberna porque desde ese día se fue
a vivir con un vaporeño a Ciudad Bolívar. Lo cierto, es que el otrora famoso
botiquín, al no tener entre sus anfitrionas a la hermosa cortesana, quien cual
empalagoso panal atraía a las abejas, el negocio se vino palo abajo y el viejo
cantinero tuvo que cerrar las puertas de la otrora floreciente taberna. Hoy del
célebre botiquín sólo queda el nombre ESQUINA BOTELLOFÓN y el recuerdo de lo
que fue la bohemia del San Fernando de principios de la década de los años
veinte.
CONCLUSIÓN:
En este ensayo se ha hecho una aproximación a la evolución de una IMPORTANTE y
popular taberna de San Fernando (fundada a principios de la década de los años
veinte y que funcionó hasta finales de la década de los años cuarenta, siendo
conocida como BAR BOTELLOFÓN), por cuanto, contribuyó al proceso de identidad
del pueblo, al darle nombre a una concurrida esquina del desaparecido BARRIO
PERRO SECO y también porque ayudó a enriquecer el folklore apureño con la
antigua leyenda que en torno a ella se originó, siendo conocida como EL
DESCUARTIZADO DE BOTELLOFÓN.
Hoy ese negocio, junto a sus cantineros, sus cortesanas y sus asiduos
borrachones han desaparecido y de la esquina y sus fantasmas, solo ha quedado
un vago recuerdo en la memoria de algunos viejos sanfernandinos; por esa razón,
entre otras, se hace necesario reconstruir la identidad perdida de este pueblo,
mediante la colocación en cada una de las esquinas de la zona histórica, un
cartel donde se lea el nombre de la calle, de la esquina y dibujada, una flecha
indicadora del flujo vehicular.
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Digital