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domingo, 17 de mayo de 2020

FRAY JACINTO DE CARVAJAL






FRAY JACINTO DE CARVAJAL
PRIMER CRONISTA DE APURE


Ponencia presentada por ARGENIS MÉNDEZ ECHENIQUE, Cronista de San Fernando de Apure y Director del CEHISLLAVE, en el VII ENCUENTRO DE CRONISTAS E HISTORIADORES DE VENEZUELA en la ciudad de Calabozo, desarrollado durante los días sábado 14 y domingo 15 de Septiembre de 2013, en homenaje al Sesquicentenario de la creación de la Diócesis de Calabozo,  a la cual estuvo adscrita eclesiásticamente Apure.


FRAY JACINTO DE CARVAJAL, PRIMER CRONISTA DE APURE
Por: Argenis Méndez Echenique,
Cronista de San Fernando de Apure

Dando por verídica la Relación del Descubrimiento del rio Apure hasta su ingreso en el Orinoco (escrita con largo título que inicia con las  sugestivas palabras Jornadas Náuticas…) y que su autor, FRAY JACINTO DE CARVAJAL, fue un personaje de carne y hueso, debemos reconocer que esta obra, elaborada en 1648, apenas finalizada  la expedición, constituye la primera obra historiográfica escrita sobre la región conocida hoy día con el nombre de APURE. 
Puede argumentarse que los Welser (1528 – 1548) en sus correrías por toda la Provincia de Venezuela, buscando  el mítico “Dorado” atravesaron varias veces las tierras apureñas, pero en sus  memorias (Nicolás Federman con su conocida Historia Indiana,  particular) no existen referencias concretas ni sobre su gente y sus rasgos culturales ni tampoco a lo atinente al paisaje y fauna llaneras; igualmente podemos asegurar lo mismo sobre exploradores del Orinoco como Diego de Ordaz (1532), Alonso de Herrera y Jerónimo de Ortal (1534) y Antonio de Berríos (1590), que bordearon la región. 
Existe una curiosa obra titulada Los Desiertos de Achaguas (Llanos de Venezuela),  escrita por un extraordinario personaje que firmó su obra con el apelativo de Fray Diego Albéniz de la Cerrada, en la cual se habla de una supuesta expedición, al mando de un Almirante Lope de la Puebla, que partió supuestamente desde Santa Fe de Bogotá en 1520 (que no había sido fundada todavía) y recorrió el extenso territorio apureño (casi 80 mil kilómetros cuadrados); pero lamentablemente debemos reconocer que la misma fue producto de la calenturienta inventiva del villacurano Rafael Bolívar Coronado (el mismo autor de la zarzuela “Alma Llanera”, de la cual se cumplirá próximamente un siglo de haber sido puesta en escena). Este autor, Bolívar Coronado,  engatusó a Rufino Blanco Fombona e hizo que le publicase  tal escrito en España, donde el famoso escritor caraqueño dirigía la Editorial América (Biblioteca Americana de Historia Colonial). Del contenido de este libro es de donde parten distorsionadas informaciones sobre la supuesta fundación de una ciudad llamada San Fernando de los Apures, a orillas del rio Arauca; y, también, una supuesta guerra entre dos aguerridos y sanguinarios grupos (tribus) indígenas, “Achaguas” y “Yaguales”, de donde saldrían vencedores los últimos, por la ayuda que recibieron de las tropas de La Puebla, que luego los traicionaría y sometería a su dominio. Todas las referencias historiográficas de los misioneros hablan de la pasividad de los grupos Achaguas, constantes víctimas de los caribes, quienes los capturaban para venderlos como esclavos.
Repito. Es a partir de 1648 (siglo XVII) cuando la región de Apure comienza a cobrar interés para  los  españoles, momento en que el Padre Carvajal escribe y difunde su obra sobre la expedición realizada por Miguel de Ochogavia el año anterior, donde el misionero actuó como cronista. Pero hay que dejar establecido que ni Ochogavia ni Carvajal  se arrogan el mérito de haber bautizado el río ni la región con el nombre de APURE, cuestión que se vería como lógica si ellos hubiesen sido los primeros en transitar el territorio y sus aguas. Ochogavia y sus acompañantes asumen el nombre como algo establecido desde hace ya cierto tiempo y que no amerita discusión alguna. Su existencia era conocida y así lo deja transparentar Carvajal, cuando habla de un viaje anterior realizado por Ochogavia diez años antes.  
Cuando el autor habla de “descubrimiento” del rio Apure debemos entenderlo en cuanto a que esta vía es una nueva ruta comercial que se está abriendo entre las regiones de Barinas y Guayana, con  comunicación directa al Atlántico, vital para los productos agropecuarios del piedemonte andino, que hasta ese momento, por arbitraria  prohibición virreinal, tenían que ser trasladados en recuas hasta los puertos del Lago de Maracaibo y del litoral central, afrontando una serie de peligros y altos costos económicos.
Durante mucho tiempo el río Apure constituyó una especie de límite o barrera que separaba esta región (mencionada con aire misterioso como “La Otra Banda del Apure”) del resto del país que hoy conocemos como Venezuela. De aquí el que Fray Jacinto de Carvajal, Capellán de Campo de la expedición de 1647, decida agregar a su responsabilidad religiosa la tarea de escribir la famosa relación de su viaje, constituyéndose en su PRIMER  CRONISTA.
Ahora bien: ¿QUIÉN ERA FRAY JACINTO DE CARVAJAL?. De acuerdo a los investigadores, entre los  que destaca el ya desaparecido MIGUEL ACOSTA SAIGNES, quien prologó la edición venezolana publicada por Edime en 1956, este señor Carvajal habría nacido en Extremadura (España) hacia el año 1567 (el mismo de la fundación de Caracas), “sin que pueda precisarse el pueblo en que vio la luz, como tampoco la familia a la que pertenecía, pues únicamente se sabe que su madre se llamaba Ana”.
Muy joven se trasladó a Sevilla, donde estudió  Gramática, Retórica y Artes en el Colegio de San Hermenegildo, que estaba a cargo de los Padres de la Compañía de Jesús. Según Acosta Saignes, Carvajal tomó luego los hábitos religiosos de la Orden de Predicadores en el Convento de San Pablo, de la misma ciudad.  Terminados sus estudios y ordenado ya sacerdote, pasó a las “Indias Occidentales” para ejercer en aquellas apartadas regiones su augusto ministerio. Fue incorporado a la provincia de su instituto religioso, titulada de San Antonio del Nuevo Reino de Granada y al Convento de San Vicente, de la ciudad de Mérida, comprendido en la misma. En la isla de La Española, o Santo Domingo, desempeñó el cargo de Capellán de las tropas de su guarnición durante el tiempo que fueron presidentes de la Audiencia don Antonio Osorio y don Diego Gómez de Rojas y Sandoval, y posteriormente el de Capellán   de la Armada que recorría aquellos mares a las órdenes del general don Jerónimo de Rojas y Sandoval, hijo de don Diego. Siendo Prior del Convento de Mollidas – Estas, en el Río de el Hacha, se le nombró Capellán Mayor de la Escuadra que operaba en las aguas de Cartagena de Indias, al mando del general Martín de Vadillo, habiendo acudido a prestar este servicio con laudable celo.
Después residió en Mariquita (Nueva Granada) por espacio de 14 años, al cabo de los cuales, pasando por esta ciudad el Presidente de la Audiencia de Santa Fe de   Bogotá, don Martín de Saavedra y Guzmán, con objeto de visitar los Reales de Minas, le llevó consigo a título de confesor. Cuando cesó en este cargo, se trasladó a Barinas con el fin de predicar a sus habitantes, y en esta ocasión, sin duda, fue cuando recibió del capitán Alonso de Velasco, Teniente y Justicia Mayor de dicha ciudad, los señalados favores de que se reconoce deudor –señala Acosta Saignes. Llevado de su celo, entró en una jornada en los llanos de Barinas, el año de 1644, para hacer también partícipes de la divina palabra a los indios que en ellos moraban, logrando copioso fruto. Más tarde, cuando fue autorizado el capitán Miguel de Ochogavia para realizar el “descubrimiento” del rio Apure, organizó este jefe, en la ciudad de Barinas un pequeño cuerpo de tropas, donde figuró Carvajal con el título de Capellán de Campo, que le confirió  en 1647 el Gobernador y Capitán General don Francisco Martínez de Espinoza. Para ese momento ya contaba con una edad octogenaria, como él mismo lo reseña en uno de los párrafos de su obra.
De acuerdo con esta información, el cargo de Fray Jacinto en la expedición no era el de Cronista de la misma, pero es deducible que por su formación y experiencia supiese cuáles eran las funciones que cumplían estos corresponsales reales (me refiero a los Cronistas Mayores de Indias, cargo que ya existía por una Ordenanza Real fechada en El Pardo el 24 de Septiembre de 1571.  Entre estos doctos y preocupados personajes se pueden contar a Bartolomé de las Casas, López de Gómara, Cabeza de Vaca, Juan Rivero y Juan de Castellanos, entre otros, que no lo desempeñaron oficialmente, pero que si aportaron valiosas informaciones sobre este Nuevo Mundo; de aquí que no es extraño que Fray Jacinto de Carvajal también haya querido hacerlo igual. Por lo menos, se le observa una disposición anímica y consciente de actuar como tal. Y este es el aspecto que nos interesa resaltar.
Así que cuando en 1647 participa en la expedición de Ochogavia, Carvajal, aparte de sus sagradas funciones religiosas, no perdía oportunidad para hacer sus anotaciones con observaciones y disquisiciones, enfocando su interés sobre todo lo que estaba relacionado con la región que recorría, de allí que al finalizar la primera etapa del viaje exploratorio, es decir, el viaje de  ida, y estando en la misión jesuita de Nueva Cantabria (hoy Cabruta, Estado Guárico), comience su trabajo de redacción de la conocida Relación del Descubrimiento del Río Apure, llegando a expresar su preocupación en un largo canto al estilo medieval.
La edad no le impide al Cronista cumplir de ninguna manera sus tareas religiosas y mucho menos las que él se ha impuesto de dejar testimonio escrito de lo que observa y oye. En esta última labor es muy acucioso en las afirmaciones que registra, tratando siempre de precisar la certidumbre de las mismas, tomando en cuenta para ello su propia experiencia o basándose en el criterio de personas que considera dignas y con virtudes morales. Es posible que su escritura sea un poco enrevesada, pero también es el estilo de la época, y, además, allí influye de igual manera su cosmovisión eurocéntrica y medieval que lo lleva siempre a presentar la cultura española como algo paradigmático; un ejemplo de ello se encuentra en Carvajal cuando narra que los indígenas de las cercanías de Nueva Cantabria (Cabruta), donde él estuvo asentado alrededor de dos meses esperando a Ochogavia que se había trasladado a Guayana para entrevistarse con las autoridades de esta provincia, iban –dice el cronista sacerdote – “para que les echase agua en sus cabezas y hacerse como nosotros, como ellos dicen en lenguaje suyo”. Y el hombre español es presentado en el relato como audaz, bizarro y dispuesto a afrontar el peligro por amor al peligro mismo.
Ya dijimos que Carvajal trata de reforzar sus informaciones citando las fuentes de donde provenía la información, aún cuando no pueda respaldarlas con documentación precisa, dando así muestras de apego a la hoy denominada rigurosidad científica. “El cronista combina, pues, informes y relaciones con su propia experiencia; parece cotejarlas mentalmente, y el resultado de este proceso es lo que trasmite”, dicen algunos estudiosos contemporáneos, como Lourdes Fierro B. (Realidad e Imagen de Venezuela. Caracas, UCV, 1983: 149).
Carvajal, de una manera muy original, se vale de su condición de religioso para intercambiar sus oficios y misas por informaciones que le interesaba recoger, principalmente lo referente a las costumbres y ritos de los indígenas caribes y otros habitantes del Orinoco. Pero también se observa que la relación escrita por el misionero es, en cuanto a los datos que incluye, una información de carácter pragmático, ya que en todas sus observaciones acerca de la ruta que seguían en el viaje y las condiciones ambientales del medio que atravesaban está el interés por aportar datos precisos sobre las facilidades e inconvenientes que ofrece al viajero (o también a la gente  de Barinas y a la Corona) para su aprovechamiento. Ese mismo afán de precisar, en la medida de sus posibilidades de conocimiento y medios lo llevó a interesarse por hacer referencias sobre la cantidad de indígenas, ganados (sobreabundantes) y tierras fértiles que observó a su paso por las zonas aledañas al recorrido. Aún cuando  dio cabida en sus textos a la leyenda de  “El Dorado”, que en este caso es identificado con la famosa (y nunca encontrada) laguna de Caranaca, hasta el extremo de ubicarla geográficamente y dibujarla en su mapa sobre la región:
…Media pues la aclamada como celebrada y buscada sin hallarse, laguna de Caranaca entre el río Meta y el de Sinaruco, acercándose al río Orinoco, que por caer tan baja no se ha podido dar alcance al verla por la otra banda de los llanos de Apure, hacia cuya parte viene a demorar...
Para justificar su interés por esta leyenda dice: “…por las muy evidentes que tengo noticias y hay de sus óptimos como preciossisimos tesoros, cuyo descubrimiento, sin darles alcance, han causado desperdicios de haciendas y vidas”.
La narración que hace del origen de estas riquezas de la laguna es bastante interesante por cuanto las vincula con Manaure, el gran cacique jirajara, que ante la presencia española prefirió retirarse a estas apartadas regiones, con su gente y sus múltiples tesoros.

Igualmente, Carvajal es muy cuidadoso en hacer referencias a los asientos jurídicos de algunos hechos a que alude en su relación, como todo un cronista oficial; así dice:
,,,De los asientos de paz  que se dieron así de parte de los gandules e indios guamonteyes, como de la del señor gobernador y nuestra, hubo instrumentos jurídicos, en los cuales obró nuestro escribano real con las circunstancias y requisitos necesarios que importaban a los ojos de su majestad en su Real Consejo de Indias.
Los datos relativos a la flora y la fauna no son muy científicos, ya que él solo se guiaba por su apariencia externa: colores, sonidos, formas y tamaños, deteniéndose a detallar aquellos especímenes que le parecían extraños y maravillosos (nunca vistos en Europa): las grandes culebras de agua (boas), los perros de agua (nutrias), los peces caribes, las inmensas ceibas, las cañafístolas, etc. No podemos esperar de él un estudio descriptivo y analítico como los que hizo décadas después el sabio Humboldt, pero también se interesó por describir los lugares que, en su opinión y la de sus acompañantes, eran convenientes para el asentamiento de población española, tomando en cuenta muchos aspectos de la naturaleza, como los vientos, el curso de los ríos, las inundaciones, la vegetación, etc. 
En cuanto a los indígenas, Carvajal también se interesó en conocer rasgos sobre los diferentes pueblos que habitaban la región, clasificándolos en dos grandes grupos: los indios de los campos, de las sabanas, de los llanos de ambas riberas del Apure y los que señoreaban en las playas y márgenes del Orinoco, que él identifica con los caribes. Todos estos datos son valiosísimos para realizar estudios etnológicos sobre los primitivos pobladores de Apure, por cuanto éstos todavía no habían sufrido los embates de la transculturización de una manera tan acentuada, aún cuando se pueden observar ciertas contradicciones y repeticiones de tipo lingüístico, como por ejemplo, la utilización de vocablos europeos para designar a algunos grupo indígenas: Locos Maccarrones y otros similares. Pero sus descripciones de las características culturales de los caribes son de primer orden.

Ochogavia como descubridor del río Apure, hasta llegar a bautizarlo con el cognomento de “Colón de Apure”. Pero este “descubrimiento” no lo debemos ver nosotros sino como una apertura de una nueva vía de comunicación para el comercio por el eje fluvial Apure – Orinoco, que posteriormente culminaría en la fundación de varios pueblos ribereños del Apure: San Miguel del Castillo (1647), Palmarito, Puerto de Nutrias, San Antonio, Santa Catalina, El Baúl, San Jaime, Camaguán, Guayabal, San Vicente, Quintero, Setenta, Apurito, Santa Lucía, Arichuna y San Fernando, que servirían al intercambio comercial como centros de intercambio de varias regiones del país. Y si tomamos las palabras de Acosta Saignes (1956: 14), en cuanto al recorrido de la expedición, nos llevarían a otra polémica:

Muy probablemente los descubridores del Apure lo recorrieron sólo en parte, pues el final de su aventura se habría realizado antes de  entrar al Orinoco, sobre las aguas del  Arauca. En primer lugar, pues, de haber sido descubierto un río, parecen haberlo sido un par: el Apure y el Arauca.
Pero ese no es tema de la presente ponencia.

Podemos concluir diciendo que la forma como se redactó la Relación…, un poco enrevesada y con datos desordenados, no le disminuye ningún valor, puesto que Fray Jacinto de Carvajal, en la medida de sus posibilidades intelectuales, procuró ofrecer datos comprensibles y útiles, como era de esperar en una persona de su preparación y experiencia, según los rasgos biográficos que suministra el Doctor Miguel Acosta Saignes. En mi humlde criterio, considero que la obra de Fray Jacinto de Carvajal es la primigenia dentro del campo de las crónicas apureñas. Démosle nosotros ese honor que él nunca buscó y mucho menos imaginó a tantos años de distancia.


 
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