FRAY JACINTO DE CARVAJAL
PRIMER
CRONISTA DE APURE
Ponencia presentada por ARGENIS
MÉNDEZ ECHENIQUE, Cronista de San Fernando de Apure y Director del
CEHISLLAVE, en el VII ENCUENTRO DE CRONISTAS E HISTORIADORES DE VENEZUELA en la
ciudad de Calabozo, desarrollado durante los días sábado 14 y domingo 15 de
Septiembre de 2013, en homenaje al Sesquicentenario de la creación de la
Diócesis de Calabozo, a la cual estuvo adscrita eclesiásticamente
Apure.
FRAY
JACINTO DE CARVAJAL, PRIMER CRONISTA DE APURE
Por: Argenis
Méndez Echenique,
Cronista
de San Fernando de Apure
Dando por verídica
la Relación del Descubrimiento del rio Apure hasta su ingreso en el
Orinoco (escrita con largo título que inicia con las sugestivas
palabras Jornadas Náuticas…) y que su autor,
FRAY JACINTO DE CARVAJAL, fue un personaje de carne y hueso, debemos reconocer
que esta obra, elaborada en 1648, apenas finalizada la expedición,
constituye la primera obra historiográfica escrita sobre la
región conocida hoy día con el nombre de APURE.
Puede argumentarse
que los Welser (1528 – 1548) en sus correrías por toda la Provincia de
Venezuela, buscando el mítico “Dorado” atravesaron varias veces las
tierras apureñas, pero en sus memorias (Nicolás Federman con su
conocida Historia Indiana, particular) no existen
referencias concretas ni sobre su gente y sus rasgos culturales ni tampoco a lo
atinente al paisaje y fauna llaneras; igualmente podemos asegurar lo mismo
sobre exploradores del Orinoco como Diego de Ordaz (1532), Alonso de Herrera y
Jerónimo de Ortal (1534) y Antonio de Berríos (1590), que bordearon la región.
Existe una curiosa
obra titulada Los Desiertos de Achaguas (Llanos de Venezuela), escrita
por un extraordinario personaje que firmó su obra con el apelativo de Fray
Diego Albéniz de la Cerrada, en la cual se habla de una supuesta expedición, al
mando de un Almirante Lope de la Puebla, que partió supuestamente desde Santa
Fe de Bogotá en 1520 (que no había sido fundada todavía) y recorrió el extenso
territorio apureño (casi 80 mil kilómetros cuadrados); pero lamentablemente
debemos reconocer que la misma fue producto de la calenturienta inventiva del
villacurano Rafael Bolívar Coronado (el mismo autor de la
zarzuela “Alma Llanera”, de la cual se cumplirá próximamente un siglo de
haber sido puesta en escena). Este autor, Bolívar Coronado, engatusó
a Rufino Blanco Fombona e hizo que le publicase tal escrito en
España, donde el famoso escritor caraqueño dirigía la Editorial América
(Biblioteca Americana de Historia Colonial). Del contenido de este libro es de
donde parten distorsionadas informaciones sobre la supuesta fundación de una
ciudad llamada San Fernando de los Apures, a orillas del rio Arauca; y,
también, una supuesta guerra entre dos aguerridos y sanguinarios grupos
(tribus) indígenas, “Achaguas” y “Yaguales”, de donde saldrían vencedores
los últimos, por la ayuda que recibieron de las tropas de La Puebla, que luego
los traicionaría y sometería a su dominio. Todas las referencias
historiográficas de los misioneros hablan de la pasividad de los grupos
Achaguas, constantes víctimas de los caribes, quienes los capturaban para
venderlos como esclavos.
Repito. Es a partir
de 1648 (siglo XVII) cuando la región de Apure comienza a cobrar interés
para los españoles, momento en que el Padre Carvajal
escribe y difunde su obra sobre la expedición realizada por Miguel de Ochogavia
el año anterior, donde el misionero actuó como cronista. Pero hay que dejar
establecido que ni Ochogavia ni Carvajal se arrogan el mérito de
haber bautizado el río ni la región con el nombre de APURE, cuestión que se
vería como lógica si ellos hubiesen sido los primeros en transitar el
territorio y sus aguas. Ochogavia y sus acompañantes asumen el nombre como algo
establecido desde hace ya cierto tiempo y que no amerita discusión alguna. Su
existencia era conocida y así lo deja transparentar Carvajal, cuando habla de
un viaje anterior realizado por Ochogavia diez años antes.
Cuando el autor habla
de “descubrimiento” del rio Apure debemos entenderlo en cuanto a que esta
vía es una nueva ruta comercial que se está abriendo entre las
regiones de Barinas y Guayana, con comunicación directa al
Atlántico, vital para los productos agropecuarios del piedemonte andino, que
hasta ese momento, por arbitraria prohibición virreinal, tenían que
ser trasladados en recuas hasta los puertos del Lago de Maracaibo y del litoral
central, afrontando una serie de peligros y altos costos económicos.
Durante mucho tiempo
el río Apure constituyó una especie de límite o barrera que separaba esta
región (mencionada con aire misterioso como “La Otra Banda del
Apure”) del resto del país que hoy conocemos como Venezuela. De aquí el que
Fray Jacinto de Carvajal, Capellán de Campo de la expedición de 1647, decida
agregar a su responsabilidad religiosa la tarea de escribir la famosa relación
de su viaje, constituyéndose en su PRIMER CRONISTA.
Ahora bien: ¿QUIÉN
ERA FRAY JACINTO DE CARVAJAL?. De acuerdo a los investigadores, entre
los que destaca el ya desaparecido MIGUEL ACOSTA SAIGNES, quien
prologó la edición venezolana publicada por Edime en 1956, este señor Carvajal
habría nacido en Extremadura (España) hacia el año 1567 (el mismo de la
fundación de Caracas), “sin que pueda precisarse el pueblo en que vio la luz,
como tampoco la familia a la que pertenecía, pues únicamente se sabe que su
madre se llamaba Ana”.
Muy joven se trasladó
a Sevilla, donde estudió Gramática, Retórica y Artes en el Colegio
de San Hermenegildo, que estaba a cargo de los Padres de la Compañía de Jesús.
Según Acosta Saignes, Carvajal tomó luego los hábitos religiosos de la Orden de
Predicadores en el Convento de San Pablo, de la misma
ciudad. Terminados sus estudios y ordenado ya sacerdote, pasó a las
“Indias Occidentales” para ejercer en aquellas apartadas regiones su augusto
ministerio. Fue incorporado a la provincia de su instituto religioso, titulada
de San Antonio del Nuevo Reino de Granada y al Convento de San Vicente, de la
ciudad de Mérida, comprendido en la misma. En la isla de La Española, o Santo
Domingo, desempeñó el cargo de Capellán de las tropas de su guarnición durante
el tiempo que fueron presidentes de la Audiencia don Antonio Osorio y don Diego
Gómez de Rojas y Sandoval, y posteriormente el de Capellán de
la Armada que recorría aquellos mares a las órdenes del general don Jerónimo de
Rojas y Sandoval, hijo de don Diego. Siendo Prior del Convento de Mollidas –
Estas, en el Río de el Hacha, se le nombró Capellán Mayor de la Escuadra que
operaba en las aguas de Cartagena de Indias, al mando del general Martín de
Vadillo, habiendo acudido a prestar este servicio con laudable celo.
Después residió en
Mariquita (Nueva Granada) por espacio de 14 años, al cabo de los cuales,
pasando por esta ciudad el Presidente de la Audiencia de Santa Fe
de Bogotá, don Martín de Saavedra y Guzmán, con objeto de
visitar los Reales de Minas, le llevó consigo a título de confesor. Cuando cesó
en este cargo, se trasladó a Barinas con el fin de predicar a sus habitantes, y
en esta ocasión, sin duda, fue cuando recibió del capitán Alonso de Velasco,
Teniente y Justicia Mayor de dicha ciudad, los señalados favores de que se
reconoce deudor –señala Acosta Saignes. Llevado de su celo, entró en una
jornada en los llanos de Barinas, el año de 1644, para hacer también partícipes
de la divina palabra a los indios que en ellos moraban, logrando copioso fruto.
Más tarde, cuando fue autorizado el capitán Miguel de Ochogavia para realizar
el “descubrimiento” del rio Apure, organizó este jefe, en la ciudad de
Barinas un pequeño cuerpo de tropas, donde figuró Carvajal con el título
de Capellán de Campo, que le confirió en 1647 el
Gobernador y Capitán General don Francisco Martínez de Espinoza. Para ese
momento ya contaba con una edad octogenaria, como él mismo lo reseña en uno de
los párrafos de su obra.
De acuerdo con esta
información, el cargo de Fray Jacinto en la expedición no era el de Cronista de
la misma, pero es deducible que por su formación y experiencia supiese cuáles
eran las funciones que cumplían estos corresponsales reales (me refiero a los
Cronistas Mayores de Indias, cargo que ya existía por una Ordenanza Real
fechada en El Pardo el 24 de Septiembre de 1571. Entre estos doctos
y preocupados personajes se pueden contar a Bartolomé de las Casas, López de
Gómara, Cabeza de Vaca, Juan Rivero y Juan de Castellanos, entre otros, que no
lo desempeñaron oficialmente, pero que si aportaron valiosas informaciones
sobre este Nuevo Mundo; de aquí que no es extraño que Fray Jacinto de Carvajal
también haya querido hacerlo igual. Por lo menos, se le observa una disposición
anímica y consciente de actuar como tal. Y este es el aspecto que nos interesa
resaltar.
Así que cuando en
1647 participa en la expedición de Ochogavia, Carvajal, aparte de sus sagradas
funciones religiosas, no perdía oportunidad para hacer sus anotaciones con
observaciones y disquisiciones, enfocando su interés sobre todo lo que estaba
relacionado con la región que recorría, de allí que al finalizar la primera
etapa del viaje exploratorio, es decir, el viaje de ida, y estando
en la misión jesuita de Nueva Cantabria (hoy Cabruta, Estado Guárico), comience
su trabajo de redacción de la conocida Relación del Descubrimiento del
Río Apure, llegando a expresar su preocupación en un largo canto al estilo
medieval.
La edad no le impide
al Cronista cumplir de ninguna manera sus tareas religiosas y mucho menos las
que él se ha impuesto de dejar testimonio escrito de lo que observa y oye. En
esta última labor es muy acucioso en las afirmaciones que registra, tratando
siempre de precisar la certidumbre de las mismas, tomando en cuenta para ello su
propia experiencia o basándose en el criterio de personas que considera dignas
y con virtudes morales. Es posible que su escritura sea un poco enrevesada,
pero también es el estilo de la época, y, además, allí influye de igual manera
su cosmovisión eurocéntrica y medieval que lo lleva siempre a
presentar la cultura española como algo paradigmático; un ejemplo de ello se
encuentra en Carvajal cuando narra que los indígenas de las cercanías de Nueva
Cantabria (Cabruta), donde él estuvo asentado alrededor de dos meses esperando
a Ochogavia que se había trasladado a Guayana para entrevistarse con las
autoridades de esta provincia, iban –dice el cronista sacerdote – “para que les
echase agua en sus cabezas y hacerse como nosotros, como ellos dicen en
lenguaje suyo”. Y el hombre español es presentado en el relato como audaz,
bizarro y dispuesto a afrontar el peligro por amor al peligro mismo.
Ya dijimos que
Carvajal trata de reforzar sus informaciones citando las fuentes de donde
provenía la información, aún cuando no pueda respaldarlas con documentación
precisa, dando así muestras de apego a la hoy denominada rigurosidad
científica. “El cronista combina, pues, informes y relaciones con su propia
experiencia; parece cotejarlas mentalmente, y el resultado de este proceso es
lo que trasmite”, dicen algunos estudiosos contemporáneos, como
Lourdes Fierro B. (Realidad e Imagen de Venezuela. Caracas, UCV,
1983: 149).
Carvajal, de una
manera muy original, se vale de su condición de religioso para intercambiar sus
oficios y misas por informaciones que le interesaba recoger, principalmente lo
referente a las costumbres y ritos de los indígenas caribes y otros habitantes
del Orinoco. Pero también se observa que la relación escrita por el misionero
es, en cuanto a los datos que incluye, una información de carácter pragmático,
ya que en todas sus observaciones acerca de la ruta que seguían en el viaje y
las condiciones ambientales del medio que atravesaban está el interés por
aportar datos precisos sobre las facilidades e inconvenientes que ofrece al
viajero (o también a la gente de Barinas y a la Corona) para su
aprovechamiento. Ese mismo afán de precisar, en la medida de sus posibilidades
de conocimiento y medios lo llevó a interesarse por hacer referencias sobre la
cantidad de indígenas, ganados (sobreabundantes) y tierras
fértiles que observó a su paso por las zonas aledañas al recorrido. Aún
cuando dio cabida en sus textos a la leyenda de “El
Dorado”, que en este caso es identificado con la famosa (y nunca encontrada)
laguna de Caranaca, hasta el extremo de ubicarla geográficamente y
dibujarla en su mapa sobre la región:
…Media pues la aclamada como
celebrada y buscada sin hallarse, laguna de Caranaca entre el río Meta y el de
Sinaruco, acercándose al río Orinoco, que por caer tan baja no se ha podido dar
alcance al verla por la otra banda de los llanos de Apure, hacia cuya parte
viene a demorar...
Para justificar su interés
por esta leyenda dice: “…por las muy evidentes que tengo noticias y hay de
sus óptimos como preciossisimos tesoros, cuyo descubrimiento, sin darles
alcance, han causado desperdicios de haciendas y vidas”.
La narración que hace del
origen de estas riquezas de la laguna es bastante interesante por cuanto las
vincula con Manaure, el gran cacique jirajara, que ante la
presencia española prefirió retirarse a estas apartadas regiones, con su gente
y sus múltiples tesoros.
Igualmente, Carvajal es muy
cuidadoso en hacer referencias a los asientos jurídicos de algunos hechos a que
alude en su relación, como todo un cronista oficial; así dice:
,,,De los asientos de
paz que se dieron así de parte de los gandules e indios guamonteyes,
como de la del señor gobernador y nuestra, hubo instrumentos jurídicos, en los
cuales obró nuestro escribano real con las circunstancias y requisitos
necesarios que importaban a los ojos de su majestad en su Real Consejo de
Indias.
Los datos relativos a
la flora y la fauna no son muy científicos, ya que él solo se guiaba por su
apariencia externa: colores, sonidos, formas y tamaños, deteniéndose a detallar
aquellos especímenes que le parecían extraños y maravillosos (nunca vistos en
Europa): las grandes culebras de agua (boas), los perros de agua (nutrias), los
peces caribes, las inmensas ceibas, las cañafístolas, etc. No podemos esperar
de él un estudio descriptivo y analítico como los que hizo décadas después el
sabio Humboldt, pero también se interesó por describir los lugares que, en su
opinión y la de sus acompañantes, eran convenientes para el asentamiento de
población española, tomando en cuenta muchos aspectos de la naturaleza, como
los vientos, el curso de los ríos, las inundaciones, la vegetación, etc.
En cuanto a los
indígenas, Carvajal también se interesó en conocer rasgos sobre los diferentes
pueblos que habitaban la región, clasificándolos en dos grandes grupos: los
indios de los campos, de las sabanas, de los llanos de ambas riberas del Apure y los
que señoreaban en las playas y márgenes del Orinoco, que él identifica con
los caribes. Todos estos datos son valiosísimos para realizar estudios
etnológicos sobre los primitivos pobladores de Apure, por cuanto éstos todavía
no habían sufrido los embates de la transculturización de una manera tan
acentuada, aún cuando se pueden observar ciertas contradicciones y repeticiones
de tipo lingüístico, como por ejemplo, la utilización de vocablos europeos para
designar a algunos grupo indígenas: Locos Maccarrones y otros
similares. Pero sus descripciones de las características culturales de los
caribes son de primer orden.
Ochogavia como descubridor
del río Apure, hasta llegar a bautizarlo con el cognomento de “Colón de
Apure”. Pero este “descubrimiento” no lo debemos ver nosotros sino como una
apertura de una nueva vía de comunicación para el comercio por el eje fluvial
Apure – Orinoco, que posteriormente culminaría en la fundación de varios
pueblos ribereños del Apure: San
Miguel del Castillo (1647), Palmarito, Puerto de Nutrias, San Antonio, Santa
Catalina, El Baúl, San Jaime, Camaguán, Guayabal, San Vicente, Quintero,
Setenta, Apurito, Santa Lucía, Arichuna y San Fernando, que servirían al
intercambio comercial como centros de intercambio de varias regiones del país.
Y si tomamos las palabras de Acosta Saignes (1956: 14), en cuanto al recorrido
de la expedición, nos llevarían a otra polémica:
Muy probablemente los
descubridores del Apure lo recorrieron sólo en parte, pues el final de su
aventura se habría realizado antes de entrar al Orinoco, sobre las
aguas del Arauca. En primer lugar, pues, de haber sido descubierto
un río, parecen haberlo sido un par: el Apure y el Arauca.
Pero ese no es tema de
la presente ponencia.
Podemos concluir diciendo
que la forma como se redactó la Relación…, un poco enrevesada y con
datos desordenados, no le disminuye ningún valor, puesto que Fray Jacinto de
Carvajal, en la medida de sus posibilidades intelectuales, procuró ofrecer
datos comprensibles y útiles, como era de esperar en una persona de su
preparación y experiencia, según los rasgos biográficos que suministra el
Doctor Miguel Acosta Saignes. En mi humlde criterio, considero que la obra de
Fray Jacinto de Carvajal es la primigenia dentro del campo de
las crónicas apureñas. Démosle nosotros ese honor que él nunca
buscó y mucho menos imaginó a tantos años de distancia.
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