EL SAMAN LLORON O EL SAMAN DE LOS BARBARITOS
Crónica
de un árbol legendario: Samán llorón
OTRO ÁRBOL QUE MUERE DE PIE,
SE DESPIDIÓ PARA SIEMPRE DE LA CIUDAD BICENTENARIA
Autor: Manuel Rodríguez
Cortes-1989.
Material recopilado por MSc.
Iván Darío Pérez
En Venezuela, se ha hecho
célebre el "Árbol de Samán", y así tenemos al histórico Samán de
Güere, visitado por Alejandro de Humboldt y donde Simón Bolívar, acampó
sus aguerridas tropas; en Apure se menciona el Samán de los Barbaritos, donde
se dice que José Antonio Páez, amarraba su caballo y lo cierto es que sobre sus
raíces los baros de la época tiraban sus anclas; y sus ramas muchas veces
fueron golpeadas por las horquetas de las palancas; los bongos de mi padre
pasaron por allí infinidad de veces, el patrón de los mismos Hernancito, mi
hermano Hernán Rodríguez, llamado así cuando pequeño, decía a los marineros,
con aquella expresión del navegante apureño de la época: "Colóquese uno y
el otro se arrempuja con la palanca de las ramas del Samán, porque esa chorrera
es muy fuerte, ánimo muchachos, que a vista de puerto no hay marinero
cansado" y contestaba uno de ellos "Cuando vengo a San Fernando, se
me aflige el corazón, al ver el Cañón del Negro y la Vuelta de
Mogollón"; figúrese en esos momentos se estaba terminando una jornada de 3
días madrugaditos, de Güirima (Boca Arauca) a San Fernando; dos indígenas, que
más que palanqueros parecían atletas, cimbrando minuto a minuto una vara
(palanca con horqueta), de madera de anoncillo, cacho o guayabo
negro, y el Prof. Hernán enhorquetado sobre la tarama de la espadilla de
corazón de masaguaro, que pesaba dos veces más que él, y que no la manejaría
con aquella destreza, a no ser por estar apoyada sobre la popa del bongo.
También un pueblo apureño, lleva
este nombre de El Samán; y en los alrededores de San Fernando los sitios El
Samán de los Borrachos, hasta llegar a nuestro legendario "El Samán
Llorón", que es el Árbol biografiado de hoy.
Recuerdo que en mi infancia,
pasaban los caminantes por debajo de la aún abundante fronda de este histórico
árbol independentista, cuando esta vía partía de la llamada Alcabala, donde hoy
se encuentra la casa y el honorable hogar de ese otro roble de mi comadre Rosa
de Fleitas y su ramaje de fleitera, rumbo a San Fernando, pasando por Villa
Leocadia hasta la Casa de Zinc, y allí el callejón ganadero se desviaba hacia
lo que es hoy, la Avenida Miranda, que un inmortal gobernador de los que
difícilmente volverá a tener Apure, convirtió en lo que es hoy una de nuestras
principales arterias viales urbanas; de esta bifurcación seguía la vía entre el
sitio de La Maceta propiedad de Don José Galeano y El Drago de mis
inolvidables padres Agapito Rodríguez Camacho y Ana Cortés Sánchez de
Rodríguez.
En el invierno, de aquellas copiosas
crecidas, los bañistas trepaban sus colgantes ramas y de una altura prudencial,
se lanzaban al agua, sobre las cuales pasaban navegando canoas, falcas y
hasta pequeñas lanchas, que iban atrancar al Drago frente
al Grupo Escolar Daniel O´Leary, o a los Javillos cerca de Alirio
Goitia y más allá aún por la Calle del Monte; eran aquellos tiempos en que las
aguas corrían por sus cauces naturales y no como hoy que los mismos se
encuentran vilmente mutilados por la mano del hombre, desequilibrando así
el sistema ecológico.
El Samán Llorón, con
el tiempo quedó en medio de lo que antes se llamaba Callejón, cuando
esta vía pasó a ser calle; y de esta manera el árbol quedó atestiguando una
vieja costumbre de los caminantes reinantes para la época, de transitar por todo
el medio del camino o callejón, y cuando era una familia o varias
personas, caminaban en fila india, esquivando así el acecho de culebras o
para evitar cundirse de garrapatas o coloraítos; pero
el subdesarrollo de la Ciudad Bicentenaria, en su empeño por incorporarse
al progreso y desarrollo nacional, un buen día del pasado mes de
noviembre del año bicentenario, una máquina pesada, levantó su poderosa fauce y
dio con el vetusto tronco en el suelo; así lo vi revolcado en la
tierra, lo que antes fuera el orgullo de este pueblo, el árbol erguido y de
copiosa fronda, cronista lugareño, conocedor de la historia de San
Fernando, de sus leyendas, vicios y virtudes; triunfos y derrotas; testigo
de innumerables accidentes automotores por imprudencia de sus
conductores, quedando muchos de ellos heridos, mutilados y sin vida; pero
recordemos, que en la misma tierra donde germinó el embrión de su
semilla, allí mismo quedaron muy profundamente enterradas sus raíces; a especie
de reservorio de tristeza, de los males que aquejan a la Ciudad Bicentenaria; y
atestiguando como siempre, que su nombre se debió a la leyenda popular, al
comentarse que por las noches un fantasma era visto colgado de sus ramas y
entre gritos espantosos y fúnebres quejidos asustaba a los caminantes de entonces,
por lo que muy pronto la voz popule lo bautizó con el afligido nombre de
"El Samán Llorón".
Al siguiente día de haber sido
derribado su fuerte tronco que ya parecía un torreón, recogí con
todo respeto y veneración varios trozos de su madera, que pronto
convertiré en significativas figuras de artesanía, las cuales conservaré en
honor y honra de nuestros valores históricos, culturales y
legendarios.
Cuantas de sus fecundas semillas,
atraerían la voracidad del ganado vacuno y este en expresión bondadosa y ciclo
natural, las lanzó allá lejos en el campo de la calceta de aquí en Apure,
Barinas y Guárico o más allá, y enterrada en un fértil surco de su gemela
huella; allí germinó, y de ellas cuantas trozas de samán, de esas que vemos
pasar los puentes sobre el Río Apure, no serán sus descendientes
congéneres; materia prima apureña, que como muchas otras van a
engrosar y vitalizar talleres e industrias que deberían estar aquí,
pues las reclama nuestro terruño llanero a gritos de "Vuelvan Caras".
Y solo nos contentamos y nos hemos contado con verlas pasar, así como hemos
sido indiferentes con las aguas que se desplazan por el cauce del Río Apure,
las cuales no hemos sabido domar, aprovechar y gobernar por carecer
de formación política gerencial.
Los retoños de estas trozas, deben
recordar del árbol padre el Samán: su hermosa fronda copiosa y vencida por el
tiempo; de los años venturosos, cuando siendo árbol joven desafiaba hiante los
cielos de este llano; del indígena humillado y marginado hasta hoy, cuantas
veces no aprovecharía la oscuridad y penumbra de su ramaje para escapar de la
injusticia al Cunaviche, Capanaparo y más allá; del
humilde campesino que viajando a pie, a caballo o en carretas de
mula, cuantas veces no acamparía bajo el cobijo de su copioso follaje, todo
sudoroso y cansado como siempre de esperar promesas no cumplidas; quizás a
mucha distancia el toqueteo de las carretas polvorientas, tiradas por mulas o
bueyes pacientes, harían vibrar sus alargadas y aún firmes raíces; cuantas
personas con heridas heroicas o profundo sufrimiento, se consolaron bajo su
sombra, mientras allá arriba en su ramaje, pajarillos risueños ocultaban sus
caricias y amores. Fuisteis tronco imperial de reinas de abejas y colmenar de
dulce miel, entonces "Samán Llorón", un fiel amigo del peregrino
solitario del camino de aquel llano de entonces; por eso hoy, tienes un puesto
en el Panteón; una Plaza con estatua viviente de un descendiente tuyo en
embrión; un lienzo crepuscular; un Poema; una Leyenda y una Placa con tu nombre
en tu viejo Callejón.
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