EL CINE
EN GUASDUALITO
(INCLUIDO
EN EL PROYECTO: MI PUEBLO Y SU CONTEMPORANEIDAD)
Agradecimiento
a: José Luis Torres, Oscar Carpio, Rafael Lezama y Armida Gutiérrez por su
colaboración para con el autor de estas sencillas líneas.
EL
INICIO.-
Inquietante
sería la noche del 20 de diciembre de 1928 en un recóndito lugar del mundo
llamado Guasdualito, al sur occidente del estado Apure (Ven) el motivo: la
proyección en las inmediaciones del viejo cuartel de la película mexicana en cine mudo “El Grito de Dolores”, argumentada en el
llamado del cura Hidalgo y Costilla, a sus parroquianos en 1910 con el fin de
que se levantaran en armas contra el virreinato conocido como Nueva España. El
proyectista del film el doctor Ramón Armas, sugestionado por la novedad que implicaba
el pasatiempo para la época, había adquirido vía encargo un proyector
cinematográfico de zoopraxiscopio, de los mismos inventado por el anglo Edward
Muybridge en 1879. Un mes antes a las barrancas gamereñas a bordo del vapor
Arauca había arribado el complicado aparato envuelto en sus cajas originales.
Desde muy temprano el alboroto en el pueblo de cuatro calles y unas cien casas
era total, ya en la hora séptima del amparo nocturno en una concurrida plaza
Bolívar bajo estrellas y luceros el silencio expectante era el dominador en los
asistentes, incluso se llego a especular a baja voz sobre lo anunciado por el
profeta Enoc en sus no pocas pasmosas predicas, y en especial una de ellas:
“Oíd, el fin estará cerca cuando el hombre este preso en los cajones y hable”.
En aquel Guasdualito casto y apacible la profecía no se cumpliría, lo que si
cumpliría de forma programada y puntual seria el arranque de la proyección,
contando con la presencia de la primera autoridad del pueblo y la comparsa de
personalidades. Ya en el desarrollo de la producción gritos de asombro y
sobresalto por parte de los más inocentes influirían para que el doctor Armas
detuviera en varias ocasiones la presentación. Dos meses después por
disposiciones de la junta de salud pública del estado el galeno proyectista le
diría adiós al pueblito ribereño, quedando Guasdualito huérfano de cine.
EL CINE CONTEMPORANEO.-
Desde aquella
prodigiosa noche de mediados de los años veinte (20) del siglo pasado
transcurrieron dos décadas y algo más para que los recordados hermanos Tomás
Antonio y Marcos Carpio, hijos de doña Antonia, al igual que Consuelo (madre
del estimable ganadero Oscar) familia venida a Guasdualito desde Ciudad Bolívar
entre 1919 y 1920, emprendieran la empresa cinematográfica en el villorrio, ya
Tomás por ser operador de uno de los steams boats (barcos de vapor) había
visitado en varias ocasiones el enclave. Eran estos hombres hábiles e
idealistas que llegarían para quedarse. El cine de los Carpios como fue llamado
y conocido iniciaría funciones en el mes de marzo de 1941, esa noche se
vestiría de gala el pequeño anfiteatro, sus butacas de madera, piso adoquinado,
dos ventanas y un cortinón rojo eran parte de la instalación que aguardaba a
unos impacientes espectadores, quienes pudieron disfrutar del clásico mexicano
“Flor Silvestre” dirigido por el indio Emilio Fernández y protagonizada la
cinta por Dolores del Río y el primer actor Pedro Armendáriz. Todo un
acontecimiento en un poblado con anhelos de desarrollo y avance. Esta primigenia
sala ubicada por la avenida Miranda con cruce a la carrera Sucre se convertiría
rápidamente en punto de encuentro familiar y social, estirpes de todos los
estratos se catequizaron como asiduos a las proyecciones del séptimo arte, no
se pecaría en palabras en afirmar que; el asistir a este cine popular era todo
un ritual colectivo, cuyas pautas se cumplían al pie de letra llegado el día
viernes, jornada de la única función.
Llegaría la década del
cincuenta y con ella los llamados años felices. Por disposición y acuerdo mutuo
los Carpios ceden en venta el proyector y sus componentes al ganadero Daniel
García, hombre que aportó en consideración al desarrollo del Guasdualito contemporáneo (deuda pendiente su publicación). Nuevo año, nuevo dueño y nuevo
local. La nueva sala seria bautizada como El Cine Victoria, situada la misma
casi al final de la avenida Miranda, exactamente en donde otrora fuera la sede
de un partido político de tendencia demócrata (AD). De construcción sencilla y
simple, su descripción sería: casa de bahareque con amplio patio y paredón de
bloques colorizado de blanco, en cuanto a los asientos los mismos iban desde
latas vacías de kerosene, sillas de cuero curtido, toletes y en lo que se
pudiera disfrutar de aquella hora y media de la laminillas fílmicas. Como
operador la responsabilidad la tendría Adelso Panza, a quien posteriormente don
Daniel entregaría en consideración y aprecio la pequeña cinemateca. De ese
recinto son muchas las anécdotas por recordar de aquellas generaciones de guasdualiteños
quienes tuvieron la oportunidad de colarse por el famoso hueco de una de las
paredes del contorno, así como la subida por el frondoso árbol cuyas ramas
permitía al mocerío ver desde allí la proyección sin costo alguno en el horario
de 8 pm. Para Panza esto sería una lucha obsesiva y sin descanso, al punto de
colocar en el coleadero baja electricidad y excretas humanas en el solar, para
así detectar en plena función a los posibles infiltrados. Este slogan lo deben
de recordar muchos de esa incubación: "amigos damos terminada la música y
con ustedes la película…" era el lema de Pancita, una época dorada, ajena
a tecnologías y afanes desmedidos. Mención aparte pero en el contexto, es el
hecho que un personaje de avanzada llamado Guillermo Gutiérrez, adquiriría en
los Estados Unidos un proyector de fotografías al cual hacia adaptaciones
especiales para que lo proyectado pareciera dinámico, y así dar la impresión de
imágenes fílmicas, todo un espectáculo resultaban estas proyecciones
acompañadas por la tertulia familiar y cercana.
En medio de una
cotidianidad sin sobresalto arribaría el año 1960, y con el llegaría el emérito
profesor Eliezer Pinto, acá un intersticio para un énfasis. A este insigne
neogradino el pueblo de Guasdualito le debe merecida gratitud por su magno
aporte educativo, cultural y social. De alta intelectualidad y enfoque,
lograría el funcionamiento (en la vieja casa de los Grieco) del paraninfo Liceo
Libertador, templo ateniense del saber en donde varias generaciones fueron
formadas con ahínco y esmero. Pinto gracias a su universalidad entendería bien
la importancia de la cinematografía como elemento culturizador para la sociedad
de nuestro pueblo, por ello, principia su sala de cine Sararí por la añeja
calle Cedeño, exactamente en donde hoy funciona la oficina de la línea de
Expresos Los Llanos, para la época su ambientación quizás fue la más acorde
para este tipo de recinto, contaba con una moderada sala pero dotada de muy
buena acústica. Su piso y techo (cielo raso) eran de madera, su capacidad era
aproximadamente de ciento cincuenta butacas. Se proyectaban dos películas
semanales prefiriéndose cine mexicano y del viejo oeste.
En los setenta entraría
en funcionamiento el cine del nicaragüense Carranza ubicado frente a la Plaza
Bolívar a escasos metros en donde hoy día funciona la Casa de La Cultura. Como
operador del proyector estaría el tachirense Pastran y el célebre Luchina,
mientras que en la venta de boletos laboraría José Luis Torres “El Conejo”.
Este sitio se consolidaría por muchos años como el mejor cine de Guasdualito.
Las películas exhibidas provenían de San Cristóbal y Barinas, esto tenía sus
implicaciones, una de ellas era el frecuente rompimiento (por uso) de las
cintas en los momentos de mayor emoción y suspenso, situación que enardecía a
la audiencia, y que ameritaba la rápida actuación de los operadores para
solventar el imprevisto. Una anécdota rescatada por quien esto escribe fue la
relatada por el conejo Torres, la cual se trae a referencia: “en cierta
oportunidad se proyectaba una película de terror, no cabía una alma en el cine,
sucedió entonces que en el fondo empezaron a moverse las imágenes de forma
extraña, esto empezó a preocupar a algunos, pasados un par de minutos se oyó el
grito aterrador de uno de los asistentes, lo vociferado: ¡SE ESTA ACABANDO EL
MUNDO, ESTA TEMBLANDO, SALGAN DE AQUÍ SI QUIEREN LA VIDA! Lo sucedido luego fue
una estampida de personas aterradas por la advertencia desmedida de quien sabe
echador de broma; atropellos, caídas, dolores y moretones era lo observado,
algunos quedaron atrapados en el local, incluso hubo casos de desmayos. Ya
pasada un poco la parafernalia, una jerga de frustrados cinéfilos darían con la
causa y el efecto de aquel apocalipsis: UNA COMPACTADORA, la cual estaba
densificando el suelo por la metida del sistemas de cloacas en una carrera
cercana, hacia allí se dirigieron, el operador viendo a la enardecida
muchedumbre no le quedo otra que dar pie a la huida para así evitar la
reprimenda. En este orden, el cine de Carranza fue el sitio de intercambio de
aquellas famosas historietas como: Arandú, Santos El Enmascardo de Plata, Juan
Sin Miedo, Kalimán, Águila Solitaria y los ejemplares del viejo oeste del gran
Marcial Antonio Lafuente Estefanía, considerado el máximo representante de esta
variedad en el continente latino.
Un año después de la
llegada de la séptima década del setenta iniciaría funciones (1971) de manera
soberbia el Teatro San Martin, en espacio anexo al Colegio Santa Rosa de Lima,
esta fundación de hermanas dominicas dirigida en ese entonces por Sor
Consolación Pérez otorgaría el visto bueno para ofrecer un lugar de sano de
entretenimiento a la comunidad. En los años sucesivos esta sala entraría en
comodato al señor Rafael Ochoa, siendo sus operadores Egdar Ereú, Asdrubal y el
Negro Orangel, apellidos de los dos últimos perdidos en el trasiego del tiempo.
Ya en los ochenta el cine local se concentraría en el Cine de Carranza, sala
que permanecería en función hasta mediados de los noventas del siglo pasado,
pero ya con poco auge debido a la aparición años atrás de la televisión, y
luego del Betamax y VHS, sistemas de entretenimiento de considerada duración,
quedaría Pastrana por la calle Bolívar detrás del grupo Aramendi resistiendo
las embestidas tecno comunicacionales, hasta la desaparición del cine en
Guasdualito entrando la primera década del siglo veintiuno. Un renacer de esta
actividad fue lo visto por mis ojos hace dos semanas pasadas frente al
imponente San Martin, ojalá y el renacimiento se logre.
AUTOR: ALJER CHINO EREÚ.-
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