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martes, 1 de septiembre de 2020

SOÑO QUE TENÍA UN HERMOSO CORCEL







SOÑÓ QUE TENÍA UN HERMOSO CORCEL

Autor: Doña Soledad Moreno de Cortez

Este cuento, lo escribí pensando en los niños, de nuestra vasta geografía venezolana; como educadora siempre me he preocupado por la literatura infantil regional que es muy escasa, por eso les presento «Soñó que tenía un hermoso corcel», un cuento sencillo, lleno de fantasías y ocurrencias en los diferentes sitios, que son visitados por el protagonista.
Para apreciar y admirar los paisajes de la llanura, hay que conocer estos hermosos sitios, llenos de misterios y de hazañas, donde los llaneros doman a sus caballos, lidian toros, y en noches de luna clara, se reúnen en el caney, para compartir estas experiencias.
Allá en la inmensidad del llano, se divisa desde lejos, una enorme casa, con grandes árboles, que invita a la tertulia, a los visitantes, en el fundo «La Esperanza», en  el municipio Guayabal del estado Guárico, se encuentra esta pequeña finca agropecuaria, allí vive el joven José Luis Maluenga, a quien cariñosamente apodan El negro, es aficionado a los toros coleados, buen amigo, parrandero y bailador, es un don Juan, siempre está dando serenata a las muchachas de los diferentes pueblos, durante las fiestas patronales.
José Luis, siempre ha soñado con tener un hermoso corcel, para adiestrarlo a su manera, cuando pasa por los diferentes potreros, observa la cantidad de caballos, que pastan y disfrutan de ese oasis, se detiene dando rienda suelta a sus pensamientos. «Cuándo será Dios mío, y mi querido San Gerónimo, que ustedes me van ayudar, para tener un buen caballo, el que tengo no es malo, lo quiero mucho, pero me falla siempre, cuando estoy coleando, en vez de correr se para, no busca el toro, se pone a relinchar, y así mis adversarios me  ganan. Tapados de cintas multicolores,  yo salgo  apenado, nadie me toma en cuenta, me dicen limpia rabo. ¡Dios mío, ayúdame!, ¡San Gerónimo no me olvides!. Que mi padre me compre ese caballo, sin que yo se lo diga. Tú sabes que él es un poco pichirre, cuesta sacarle dinero, más hoy en día que todo es costoso; lentamente continuó el camino para llegar a su casa. Cuando los perros lo olfatearon, salieron corriendo a encontrarlo, lo lamían por doquier, hasta que se quitó el sombrero y los regañó, después se dirigió a la ca­ balleriza, le quitó la silla y demás aperos al caballo mastranto, lo amarró y lo dejó comiendo de la canoa, y bebiendo.
En el fundo «La Esperanza» todo marcha bien, los peones cumplen con las tareas asignadas. Unos sembrando pasto nuevo, otros en el tradicional conuco, sembrando maíz, aprovechando los primeros aguaceros del mes de mayo, para saborear la rica cachapa con ternera, queso de mano, especial­ mente el día del Carmen, siendo costumbre de la familia celebrarle el día de su onomástico a la señora dueña de la finca. Este es el escenario de nuestra siguiente historia.
José Luis, como todo jovencito, también tiene sus fantasías, siempre ha soñado con tener un buen caballo adiestrado para salir a los diferentes pueblos a colear, cuál es su deporte favorito. Cuando cumplió 15 años su padre le regaló un brioso potro para que lo educara a su manera, en él aprendió a colear en la sabana, le puso como nombre
«Mastranto»,  cuando José Luis lo llamaba relinchaba, estaba siempre atento, fueron grandes  amigos.
Una mañana muy fresca del mes de diciembre su padre lo inscribió por primera vez, para que participará en el V Campeonato Juvenil de Coleo, patrocinado por la Fundación del Niño, que se realizaba en Achaguas, a beneficio de los niños del medio rural, para comprarle juguetes. Pasaron los días los llamaron por teléfono para que asistieran a los toros coleados, se levantaron muy temprano, llegaron a Achaguas, justamente ya muchos niñitos estaban coleando. Cuál sería su sorpresa cuando oyeron por el parlante los nombres de sus nietos, Cesar Augusto, Chipi-Chipi, este último causó mucha risa por que montó en el burro con enjarma, los muchachos le habían aflojado la cincha, cuando latigueó al burro, éste se puso a corcovar, lo sacó por detrás soltándole un fuerte coz, como era tan pequeño, el enjarma le cayó encima, el público se paró para aplaudirlo, lo sacaron en hombros, luego un señor retiró el burro...Los pequeños coleadores continuaron la fiesta de coleo, salieron airosos, tumbaron los becerros, el público quedó muy satisfecho, les entregaron los trofeos, a Chipi le  regalaron unos patines.
Le toca el turno a los quinceañeros, cinco jóvenes se disputan el toro, los caballos corrieron tras del toro, un hermoso potro muy bien adiestrado buscó el bovino, en la primera oportunidad aprovechó el joven Jesús David, para rápidamente agarrarlo por la cola, lo tumbó en el palco donde estaba la primera dama, en seguida la orquesta tocó un pasodoble, cuando el caballo Mastranto oyó la música, rompió en carrera voló la tranca fue a parar su carrera en el fundo «La Esperanza», las personas sólo vieron el celaje, el caballo llegó relinchando, todavía en sus oídos estaba resonando  la música, los perros salieron a recibir al joven José Luis, quien le entregó el caballo a los peones, se lanzó bruscamente a su chinchorro, no quiso probar bocado alguno, se sentía muy avergonzado, era su primera experiencia como coleador, pero el caballo le hizo una mala jugada.
Don Chucho no le dio importancia a lo sucedido, había visto pasar muchas aguas bajo el puente, pasó la noche en casa de su compadre Antonio José donde le hicieron un pequeño homenaje, sus sobrinos, que son de los mejores músicos de esa región llanera, con arpa, cuatro y maraca, en el patio estaban asando una ternera, a la señora Genoveva Calderón le tocó hacer las sabrosas cachapas, todos los invitados disfrutaron de unas horas muy agradables.
Al despuntar el alba todos estaban en pie, los despidieron con un sabroso cafecito colao, viajaron juntos con sus nietos, entre chistes y anécdotas llegaron a la finca «La Esperanza», la alegría invadió a sus niños, los animales domésticos formaron una algarabía, todos corrieron a su encuentro, la señora Carmen le llevó una jarra de agua y una taza de café, como era costumbre. Los peones se encargaron de llevar los caballos y el burro de Chipi a la caballería, para quitarles los aperos y después soltarlos en la sabana.
La única persona que no se apersonó a recibirlo fue José Luis, pe- ro don Chucho, sabía cuál era el problema, se llegó hasta la quesera donde estaban amamantando las vacas, José Luis salió a su encuentro, se quitó el sombrero, pidió la bendición, la risa lo embargó, se abrazaron fuertemente, don Chucho se aclara la garganta y le dice:
José Luis no te preocupes, el caballo es campesino, nunca había oído esa música tan preciosa, tuvo razón en salir despavorido, lo interesante es que vino directo a su refugio.
La vida de un llanero está llena de fantasías.
La mañana estaba muy fresca, los pájaros revoloteaban alegre­ mente, en los frondosos árboles, una hilera de samanes, acacias, ceibas, araguaneyes, entre otros, en el fondo del enorme patio existen cantidades de árboles frutales, mangos, mamón, guayaba, anón, granada, aquí los niños disfrutan el tiempo libre, hay seis campechanas donde los visitantes descansan la siesta, cuando llega la Semana Santa, todos sus hijos montan guardia para disfrutarla, se hacen grandes tertulias, en las noches de luna clara y radiante, se reúne la familia bajo los árboles para realizar actividades culturales, donde los pequeños demuestran sus aptitudes artísticas; unos cantan, otros recitan poesías, casi todas dedicadas a la belleza del llano y al ordeñador quien desde muy temprano cumple con su trabajo cantándole a sus vacadas; luego tocan un joropo, un seis por derecho, una quirpa  o un pajarillo y la gente comienza bailar con mucho entusiasmo y alegría.
Al culminar la faena cultural la familia invita a todos a merendar dulces criollos como majaretes, dulce de leche, dulces de auyama, catalinas, conservas de coco, alfeñique  entre otros, y a beber rico guarapo de papelón con limón o de caña. Después de la merienda, todos se despiden muy alegremente hasta el día siguiente.
Las mujeres de la casa preparan suculento desayuno criollo, se oye la algarabía en el caney esperando la comida, las mujeres llevan en envases de arcilla y de madera arepitas calientitas con chicharrón, frijoles refritos, queso blandito, mantequilla llanera, café con leche y guarapo de papelón con limón.
Pasaron los días, don Chucho, Popito y José Luis, listos para viajar a San Antonio de Barinas a las fiestas patronales, justamente  es el 13 de junio, salieron muy temprano en la mañana por el camino... iban charlando y echando cuentos, sin darse cuenta ya estaban pasando en chalana, el hermoso río Apure.
Llegaron directo a la manga de coleo, allá los esperaban con mucha algarabía, fueron anunciados a través del parlante. José Luis entró, mientras que don Chucho y Popito se fueron a saludar a sus parientes que allí se encontraban.
Nadie se había percatado que un toro estaba suelto dentro de la manga, y que hacia allí se dirigía un hombre ebrio... El joven José Luis estaba atento a lo que allí ocurría, cuando vio que el borracho estaba provocando al toro; y éste se ponía en posición de ataque, escarbando el suelo con los cachos...Al ver el peligro que el hombre corría enseguida José Luis buscó su caballo para distraer al toro. El astado lo embistió pero el joven lo agarró por el rabo y le dio dos vueltas, salvando así la integridad del atrevido borracho.
Enseguida dos aficionados, encendieron unos cohetes para celebrar lo ocurrido, pero con el ruido de éstos, el caballo de José Luis salió corriendo del susto, su dueño lo comprendió y pensó: «Mi caballo es muy sensible, ya me ha salvado varias veces, qué bonita hazaña la de hoy, llegó rápidamente y defendió al pobre ebrio, me siento muy feliz».
Después tomó el caballo por el freno, y lo montó de nuevo, de regreso pudo comparar las bellezas del llano, las verdes palmeras, son movidas por el viento, hermosa la laguna donde se hacen presentes cantidades de animales de nuestra fauna silvestre, la corocora, con su bello ropaje, vuela con tanta coquetería, que se deja arrullar con el silbido del turpial que entona «El concierto en la llanura», del gran músico Juan Vicente Torrealba, sus hermosas alas llevan el ritmo, el joven se sorprendió cuando vio a la corocora que se dejaba llevar por la música, se quitó el sombrero, vio hacia arriba, y con voz muy que­ da dijo: ¡Dios mío gracias por permitirme ver tan lindo espectáculo! Luego siguió camino a San Antonio, sin darse cuenta llegó a la manga de coleo, el caballo Mastranto, retrocedió, todavía oía el zumbido de los cohetes, salió para la casa del indio Martínez, teniendo que dejar amarrada su cabalgadura en el palo apique, siguió a pie, en la pista de los toros coleados, habían entregado los trofeos, para su caballo Mastranto le regalaron un elegante freno, como premio por su gran colaboración en pro de los derechos humanos, él quedó muy agradecido, las muchachas, se lo llevaron abrazado para  la fiesta de gala, en la posada «Los Tranqueros», propiedad de doña Ana Hurtado, una casa tipo colonial, de grandes corredores, un portón, un ante­ portón y la caballeriza  donde los visitantes dejaban las bestias, las habitaciones muy amplias todas se comunican por medio de puertas grandes de madera, que se mantienen cerradas bajo llave. Cuando se alquilan a dos o tres familias se les entrega la llave para que puedan abrirlas e intercomunicarse, todos los muebles son tipo colonial, está muy bien decorada la casa, los cuadros son verdaderas obras de arte, de los mejores artistas plásticos; la frecuentan el joven José Gregario González, Waskar Jaspe, Willian Ibañez, Pedro Reina entre otros.
La culinaria es sorprendente en comidas criollas, el queso de mano, queso llanero, el pabellón, la carne asada, el sancocho de gallina, el pato con arroz en ajillo, las ricas tajadas de plátano, la arepa de maíz  pilado, las hallaquitas  y los dulces criollos, dejan satisfecho el más exigente paladar. Todas las personas que visitan estas hermosas tierras sin joroba quedan impresionadas.



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