DON JULIO
M. ARAY
Por: Vladimir Hidalgo
Hijo de
Rosa Aray y Francisco Díaz Castro, El Yagual vio nacer el 13 de noviembre de
1908 un niño pobre que se convertiría, por su apego al trabajo, en un próspero
empresario de San Fernando de Apure. Pasó de vender arepas, hallacas y empanadas
por las calles de su pueblo natal hasta alcanzar el estatus de Don JULIO M.
ARAY.
Junto a su
madre llega muy chico a San Fernando y a los 12 años se independiza para bregar
en la pobreza por un futuro mejor. Estuvo fuera de su estado por varios años,
pero luego retorna a su terruño. Con apenas segundo grado aprobado se convierte
en chofer de plaza, como llamaban a los taxistas para la época. Gracias a esta
labor conoce al general José Domínguez, presidente del estado Apure, quien lo
contrata como ayudante y chofer. Nace un estrecho vínculo entre ellos al
extremo que Julio lo consideraba su padre. Llegó a ser Jefe Civil y cuando el
general abandonó el cargo fluye su espíritu de comerciante. Llevaba encomiendas
al centro del país y traía repuestos por encargo. Contrae nupcias con Doña
Sofía Moyejas y de esta unión vienen al mundo sus hijos Julio, Rosa y Teófilo.
De una relación anterior, Ricardo e Iraida.
Su esposa y cinco
muchachos fueron sus grandes amores, protegiéndolos siempre con pasión y dedicación.
La Segunda
Guerra Mundial puso en sus manos un jugoso negocio de cauchos e instaló la
primera bomba de combustible manual de Apure, ubicada en lo que hoy es la
intersección de la Av Miranda y Paseo Libertador. Hasta allí llegaba el río
Apure y en el invierno las canoas atracaban a orillas del negocio a entregar
tambores de gasolina. Su prosperidad florecía y fundó su famosa empresa de
ventas de partes automotrices "Auto Repuestos Juan Bimba", en donde
más tarde se levantó el hotel La Torraca. Años después la muda al cruce de
Bulevard con calle Comercio.
Del avance
económico de Don Julio Aray se elaboró una leyenda urbana por todo San Fernando
y resto del estado. Todavía muchos viejos apureños comentan que en su
residencia de la calle Sucre c/c Plaza se encontró una jugosa botija llena de
morocotas. Pero lo cierto es que él hacía negocios a conciencia. Arriesgaba,
pero tenía olfato para detectar las buenas oportunidades. Por ello perteneció a
ese grupo de hombres ilustres que surgieron en el comercio, sin especular ni
robar a nadie, como fueron Félix Rodríguez, Pedro Salas, Emilio Rodríguez
Seintón, Juan Bautista Sosa, César Montes, José Rafael Estévez, Nicolás
Sánchez, Juan Bautista Loreto, Carlos Rodríguez Rincones, Carlos Vivas, entre
otros.
Viajó por muchos
lugares aprendiendo su oficio. Estados Unidos, México, Brasil y Argentina,
algunos de los países visitados. Invirtió en la compra de los cines Libertador
y Arauca y en la venta de vehículos Ford y Jeep Willys. Prestaba dinero
"con la palabra como único documento" y no perseguía a quienes
"se le iban con la cabuya en la pata". No dejó deudas ni enemigos.
Cuentan que Atilano Gómez le cortó la barriga y se fue del pueblo creyéndolo
muerto, pero al regresar a los años muy rico, le perdonó y reiniciaron la gran
amistad y partidas de cartas. "Esa fue una pelea entre amigos
borrachos", justificó Aray.
Fue flaco
hasta los treinta años. Luego empezó a engordar y se le recuerda como un hombre
barrigón, bonachón y mamador de gallo con sus amigos.
Vestía con elásticas, pantalones anchos y sombreros Borsalinos, que lucía con
su gruesa hebilla de oro cochano con su nombre grabado.
Le
gustaban las ciencias ocultas. Junto a José Faoro buscó "entierros"
en medio San Fernando. Tenía por ritual, todos los 31 de diciembre a la
medianoche, darse un baño en el patio de su casa con inciensos, esencias
diversas y plantas, que colocaba en una ponchera, saltaba sobre ella en cruz
chasqueando los dedos y rezando. Luego venía larga jornada de tragos. Su vecina
la "Chinga" Zoppi, que conocía del ritual, cuando sentía el olorcito
al sonar el cañonazo le gritaba, "Julio, tírame algo bueno pa mi casa que
estoy empavaita".
Así fue
Don Julio, un ser que vivió como quiso. Fue un triunfador, un amigo. En su
niñez estuvo aislado, sin relaciones y recursos materiales de ningún tipo, pero
con un corazón inmenso que lo ayudó a levantarse de la nada para lograr el
éxito personal, económico y familiar. Fallece el 26 de febrero de 1972.
Esa
firmeza y tenacidad, dirigidas por una capacidad de juicio realista y clara,
que le hicieron conquistar capital, gozar de influencias, autoridad,
respetabilidad y notoriedad, convierten a Don Julio M. Aray en un Personaje de
mi Pueblo.
***
Gracias a Teófilo "Negro" Aray, hijo de Don Julio Aray por todo el
apoyo para construir esta historia, sobretodo por el artículo de mi primo el
profesor Ronald Torres Bermúdez.
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