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martes, 22 de junio de 2021

PULPERÍA EL CASINO

 


PULPERÍA EL CASINO

Autor: Hugo Arana Páez

Continuando con los ensayos publicados en la serie HISTORIA AMENA, en esta ocasión me referiré a otra conocida y popular pulpería del Barrio El Mamón (actual Sector Centro Valle), conocida como EL CASINO, la cual desde principios de la década de los años treinta de la centuria pasada le dio nombre (coloquialmente) a una viejaza esquina de la ciudad, como fue la ESQUINA EL CASINO, ubicada en el ángulo suroeste de la intersección de las calles Bolívar y Coto Paúl.

Una vez más les doy las gracias a los artistas plásticos y a los fotógrafos profesionales o aficionados a ese arte, quienes con sus bonitos lienzos y coloridas imágenes engalanan y contribuyen a facilitar la comprensión de estos trabajos.

1. ORIGENES Y EVOLUCIÓN DE LA PULPERÍA EL CASINO

En las primeras décadas del siglo veinte, existió en el ángulo suroeste del cruce de las calles Bolívar y Coto Paúl número 16, una casona de dos aguas, de techo de tejas y paredes de bahareque, propiedad de Don Pedro Gamboa; la cual era una de las tantas casas de vecindad que había en la ciudad y como todas esas edificaciones, estaba constituida por innumerables habitaciones, ocupadas por gente humilde, que pagaban un alquiler de veinte bolívares mensuales. Don Pedro era un precavido comerciante y para evitar conflictos futuros, cobraba el alquiler diariamente y cuando sus amigos le pegaban una chapa o mamadera de gallo, por esa peculiar modalidad de cobrar la renta, muy sonriente les respondía… “Es para evitar que transcurrido un mes, se me vayan a ir con la cabulla en la pata”…

Tal vez el viejo propietario, cansado de las bromas de sus amigos o porque algunos arrendatarios se le habían ido con la cabuya en la pata; un buen día decidió modificar la vivienda para destinarla a usos comerciales. En ese sentido, se la alquiló a un pulpero venido del Estado Bolívar, llamado Rafael Martínez, apodado cariñosamente El Tuerto Rafael, quien se instaló con su negocito PULPERÍA EL CASINO. Por cierto, según refería el cronista de San Fernando, el abogado, periodista y corresponsal del diario El Nacional, Pedro Laprea Sifontes, que la persona que bautizó a esa esquina con el peculiar nombre EL CASINO fue ese abacero guayanés.

… “Un día un pulpero llamado Rafael Martínez, a quien cariñosamente lo apodaban el Tuerto Rafael, se instaló en esa esquina con una ratonera, pintó la casa con cal y zócalo azul (asbestina) y como en esa época estaba de moda un cigarrillo marca CASINO DE LA PLAYA, colocó un letrero sobre una tablita de madera que decía LA ESQUINA DE EL CASINO, mayor de víveres y licores, que el Tuerto Rafael vendía no al mayor sino al menudeo”… (1)

Como casi todos los pulperos de principios del siglo veinte, El Tuerto Rafael, preparaba tragos a base de aguardiente con ponsigué, berro, guásimo y de ñapa raíces que vendía a medio real el PALO. Más tarde se trajo de Ciudad Bolívar a su hermano, quien de unas tablas viejas construyó una cava, en la que conservaba dos barretas de hielo que compraba en la fábrica de hielo que funcionaba en la Esquina El Guasimito, situada en el cruce de las calles Comercio y Urdaneta, con las que preparaba unos sabrosos cepillados, conocidos en Caracas como raspados y en San Fernando COMODOROS. Por cierto, él aquí quiso bautizarlos con el sofisticado nombre guayanés SNOW BALL (Bola de nieve), pero ya en San Fernando de principios de siglo los muchachos los habían denominado COMODOROS ja, ja, ja.

Un buen día El Tuerto Rafael, le compró unos gallos de raza (gallos de pelea) a un viejo gallero de apellido Arrayago y al enrazarlos con otros plumíferos de su propia cría, formó su CUERDA DE GALLOS. Así, con sus bien criados y entrenados animalitos, cada domingo el tercio se iba a la gallera situada en el Puerto Mi Cabaña. Allí se le veía, acompañado de algunos muchachos del barrio, a quienes les entregaba los gallos y los vestía con sus pantalones para que con esa larga vestimenta aparentaran haber alcanzado la mayoría de edad y pudieran hacer de las suyas en el pecaminoso lugar ja, ja, ja. Entonces, a principios del siglo veinte, Venezuela se caracterizaba por ser una sociedad mojigata, donde los zagaletones (ahora llamados adolescentes ja, ja, ja), vestían pantalones cortos hasta la edad de dieciocho años y al cumplir esa edad, se los iban alargando por etapas; en la primera fase del proceso, se los prolongaban hasta un poco más abajo de la rodilla (ahora llamados eufemísticamente pantalones Bermudas ja, ja, ja), hasta que finalmente se los alargaban hasta los jarretes ja, ja, ja; señal que el zagaletón ya era un hombre hecho y derecho, un hombre de juicio o un hombre de fundamento… ja, ja, ja. Pero en el caso del Tuerto Rafael, éste, al vestir a los niños con sus calzones, se los alargaba de un solo envión ja, ja, ja. Eso lo hacía el bellaco pulpero para que los muchachos, pudieran entrar tranquilamente a la gallera, por cuanto, únicamente se permitía el acceso al pecaminoso lugar a personas mayores de edad y de pantalón largo ja, ja, ja.

Un aciago, día transcurrían las horas y el Tuerto Rafael, nada que abría la pulpería, mientras que afuera los angustiados vecinos y los muchachos de mandado, conocidos como MANDADEROS se desesperaban porque desde muy temprano los tenía acostumbrados a compensarlos por su compra, con la ñapa, ya sea en bonos o con el clásico PERRO Y GATO (panela dulce y queso).Cansado de que le tocaran insistentemente los portones del negocio abrió las puertas y los asiduos clientes, se percataron que lamentablemente el hombre se había enfermado de los nervios y hubo necesidad de ser internado en el sanatorio. Él decía que era un daño que le habían echado en La Esquina El Casino. Más tarde el local fue arrendado a otros pulperos como Don Gañan, un viejo guate de pequeña estatura, pero grande en bellaquerías; después lo ocuparía el catire Antonio Pereira -también aficionado a la cría de gallos- y su mujer Rufina Hidalgo, quien al separarse de él, se instalaría con un barcito, en una casona de paredes de bahareque y techo de zinc, situada en el ángulo noreste de Puerto Arturo, situado en el cruce de las calles Bolívar y Santa Ana, donde una vieja rockola consolaba el desamor de los afligidos enguayabaos...ja, ja, ja. Después que el catire Pereira se marchó de la Esquina El Casino, la acogedora casa de dos aguas sería ocupada por otro pulpero llamado Salvador Rodríguez y su familia, constituida por sus dos hijas, la mayor Marlene y la menor, Salvadora, una adolescente flaquita muy parecida a la madre, de nombre Raimunda, una señora alta como una palmera y flaquita como una vela de a cuartillo, que por cierto, fumaba más que una puta presa y hablaba más que un perdío echando el cuento cuando aparece… ja, ja, ja; Salvador era un tercio alto, de tez morena, callado y de aspecto aindiado. Allí estuvo el pulpero varios años al frente de su negocito, hasta que un día recogería sus macundales y se mudaría a la Esquina Mi Tesoro, situada en el ángulo suroeste del cruce de las calles Muñoz y Santa Ana, donde permaneció muchos años al frente de su pulpería. Finalmente, en la Esquina El Casino se instalaría otro pulpero con su familia, un guate de apellido Espósito y su esposa, la señora Rosa Benavides de Espósito, quienes junto a sus hijos Edda, Nancy, Iván y Gilberto, vivirían muchos años en el popular y concurrido lugar. Años más tarde la vieja casa de El Casino fue desocupada y finalmente fue echada abajo junto con sus historias, sus recuerdos, sus anécdotas y en su lugar, el sanfernandino José Ángel Bravo (a) Frijolito, construiría una bonita casita de mampostería y techo de zinc donde se residenciaría con su familia hasta el presente.

Hoy ya no están la vieja casona de bahareque y techo de tejas; tampoco El Tuerto Rafael Martínez, con sus ñapas, sus gallos de peleas, ni los niños disfrazados de hombres echando a pelear los gallos del zamarro pulpero en La gallera del Puerto Mi Cabaña y mucho menos la Pulpería El Casino...que le diera nombre a una popular y concurrida esquina del pueblo.

2. ¿POR QUÉ EL TUERTO RAFAEL BAUTIZÓ A SU RATONERA EL CASINO?

Seguramente, a mediados de la década de los años treinta, el Tuerto Rafael, escucharía en un viejo radio algunas de las pegajosas canciones interpretadas por la novísima y afamada orquesta cubana CASINO DE LA PLAYA y además, leería en los periódicos de circulación nacional como El Universal, La Esfera; las revistas El Cojo Ilustrado, Elite y las publicaciones locales como el diario LETRAS, alguna reseña de los éxitos de la afamada banda y además, como fue tanta la popularidad de esa agrupación en Venezuela que una empresa cigarrera bautizó a una marca de cigarrillos con el nombre CASINO DE LA PLAYA, que probablemente el Tuerto Rafael, expendería por cajetillas y uno que otro al detal, y tal vez, sería tanta la demanda de esos cigarros que el orgulloso pulpero bautizó a su incipiente negocio PULPERÍA EL CASINO.

La orquesta CASINO DE LA PLAYA fue fundada en el año 1937 en la ciudad de La Habana, Cuba. Recibió ese nombre por ser la orquesta de planta de un famoso casino de ese país, llamado CASINO DE LA PLAYA. Por cierto, esa reconocida orquesta propició un puente entre la música popular cubana y el sonido de las big bands norteamericanas. También sirvió de plataforma para el surgimiento de grandes músicos y cantantes de la música caribeña.

A mediados del año 1937, la discográfica RCA Víctor realizó una serie de grabaciones en La Habana con más de veinte grupos de diferente formato. La orquesta Casino de la Playa grabó con la célebre disquera seis números, entre los que se encontraba el tema BRUCA MANIGUÁ, popular composición de Arsenio Rodríguez, que sería el primer eslabón de una cadena de éxitos tanto en Cuba como en el exterior. En el lapso 1937-1939, la banda grabó unas sesenta piezas y además, realizó diversas giras por América.

En el año 1941, Anselmo Sacasas, director de la banda y el cantante Miguelito Valdés abandonan la agrupación para desarrollar sus propios proyectos en los Estados Unidos. Sacasa fue sustituido por Julio Gutiérrez y desde entonces acompañó a vocalistas invitados hasta que en el año 1945, ocupa la plaza de cantante Orlando Guerra (a) Cascarita. Más adelante se incorporará al piano Dámaso Pérez Prado, quien no duraría mucho en el grupo y emigraría a México, donde crearía un nuevo ritmo bailable conocido como el MAMBO, del que se decía que era el ritmo que a las mujeres las volvía locas ja, ja, ja. En el año 1948, Cascarita abandona la agrupación; sin embargo, la orquesta continúa activa hasta finales de la década de los años cincuenta.

La Casino de la Playa se encuadraba dentro de las orquestas conocidas como jazz band criolla. Es decir, conjuntos que aunque interpretaban un repertorio basado en la música típica cubana, lo hacían reproduciendo en cierta medida la sonoridad de las bandas americanas pero, a diferencia de éstas, contaban con cantantes que desempeñaban un papel de primer orden interpretando los ritmos caribeños.

Por esa orquesta desfilaron grandes músicos de la historia de la música popular cubana como Dámaso Pérez Prado, Miguelito Valdés, Orlando Guerra y Anselmo Sacasas, entre otros.

3. LA PULPERÍA EL CASINO Y SU HINTERLAND

En cuanto al entorno de El Casino, se puede decir que a finales de la década de los años cuarenta de la centuria pasada, diagonal al popular negocio del Tuerto Rafael, vivía la familia Laprea-Sifontes, constituida por Don Francisco Laprea (a) Don Pancho y su esposa, Doña Josefa Antonia Sifontes de Laprea, padres de Cristóbal (médico), Josefina (a) Pina, Humberto, Helena, Pedro (abogado, periodista y cronista de San Fernando) y de la señorita María –Mariíta Laprea- quien sería destacada pianista, cantante y esposa del reconocido periodista, poeta y humorista caraqueño Aquiles Nazoa. Frente a El Casino (ángulo noroeste del cruce de las calles Bolívar y Coto Paúl) había una hermosa casona de dos aguas (todavía se conserva esa edificación), donde vivía la familia arichunense de apellido González, integrada entre otros, por Melania, quien fue una de las operadoras de la central de la primera empresa telefónica de la ciudad, propiedad del emprendedor apureño Don Emilio Rodríguez Saintón; otra de las hermanas era Doña Pastora, quien era una experimentada costurera (conocidas ahora, eufemísticamente como diseñadoras de modas, similar a Carolina Herrera o Mayela Camacho entre otras afamadas costureras de oficio ja, ja, ja.); también estaba Esperanza, a quien la nombraban cariñosamente Esperancita, quien por cierto, tenía una lengua muy respetada…ja, ja, ja y quien en esa esquina poseía un detal de víveres al que a veces atendía su hermano Miguel, apodado cariñosamente MIguelacho. Parte del entorno de El Casino lo constituía también el Puerto La Pastora, un fondeadero situado al final de la Calle Coto Paúl a orillas de El Cañito, donde vivía el propietario de un fundo y de una pulpería, siendo conocido como Jesús Chucho Fajardo, quien además de atender su fundito y la ratonera, también se ocupaba de guardar en su casa -situada a orillas de El Cañito- las cargas, los aperos de los bongueros, las mercancías que habían adquirido en la ciudad y de ñapa les cuidaba las embarcaciones. Frente a El Casino (ángulo sureste del cruce de las calles Bolívar y Coto Paúl), vivía la señora Dolores Fajardo con sus hijos Ignacio, Germán, El Negro Fajardo (quien era propietario de un bar en el lejano Barrio Las Marías), Zenaida, Melquiades (dueño de un botiquincito frente al Disco azul en la Calle Colombia) y Raúl Fajardo, quien en la Perimetral norte San Fernando-Achaguas poseía el conocido MOTEL IRIS.

Por supuesto, la pulpería EL CASINO, a principios de la década de los años treinta de la centuria pasada, poseía una envidiable posición geográfica y de su HINTERLAND ni se diga, por cuanto, se hallaba situada entre los fondeaderos: Puerto Arturo (intersección calles Bolívar y Santa Ana); La Pastora (cruce calles Bolívar y Coto Paúl); El Guasimito (cruce calles Comercio y Urdaneta); El Tamarindo (intersección calles 19 de abril y Miranda); Henrique Ligerón (entre calles 5 de julio y 24 de julio) y Barbarito, entre calles 19 de abril y Juan Pablo Peñaloza.

CONCLUSIÓN:

De este trabajo se infiere que en el San Fernando de principios del siglo veinte había muchas viviendas dedicadas a servir de CASAS DE VECINDAD, las cuales tienen que ver mucho con los procesos migratorios. Por cierto, Hasta el año 1920 Venezuela era un país rural, donde más del ochenta por ciento de la población vivía del campo y en el campo y un escaso veinte por ciento en las ciudades. Fue el reventón del ZUMAQUE UNO o MG-1 (Mene Grande Uno) el primer pozo productor de petróleo en territorio venezolano (Costa Oriental del Lago de Maracaibo), el cual se completó oficialmente el 31 de julio del año 1914 y que revirtió ese indicador demográfico y dio inicio desde esa fecha a la producción petrolera en Venezuela (cambiándose el modelo económico de país agrícola a minero) y el comienzo de la migración masiva campo-ciudad y sobre todo a los campos petroleros de Occidente y Oriente (leer o releer las novelas de Miguel Otero Silva, CASAS MUERTAS y OFICINA NÚMERO UNO… por favor hagan esa grata tarea ja, ja, ja). Seguramente, ustedes se preguntaran ¿Y a éste qué mosca lo picó, que empieza a hablar de la vaca y termina hablando de la garrapata… ja, ja, ja? Pero es que ambos animales siempre andan juntos ja, ja, ja. Lo digo, porque la vivienda donde se instaló la pulpería EL CASINO, antes había sido destinada a CASA DE VECINDAD, caracterizada por muchos cuartos y un patio interno. Donde las áreas de servicio, comedor, cocina y baños eran comunes a todos los inquilinos.

Estos caserones en San Fernando proliferaron con abundancia, donde zamarros apureños, se dedicaron a la construcción y promoción de esas edificaciones, como fueron don Pedro Molleja y don Pedro Gamboa, entre muchísimos más; incluso esa vieja costumbre quedó arraigada en la Capital del llano venezolano, donde inclusive en tiempos recientes, se decía que don Miguel Siso dejó en el pueblo un reguero de casas de su propiedad y últimamente, el músico guayabalense, Vianney Díaz, posee una CASA DE VECINDAD situada en el ángulo noroeste de la Esquina La Mariposa (intersección calles Páez y Santa Ana).

Las migraciones campo-ciudad se producen por etapas, primero el campesino en busca de servicios y mejores condiciones de trabajo (educación, salud, transporte, vivienda, etc.) para él y su familia, abandona su conuco o su modesta quesera y se residencia en el pueblito más cercano a su lugar de origen; en el nuevo hábitat, permanece unos años y luego se traslada a la capital del Municipio o mejor aún del Estado (en este caso San Fernando), donde también se residencia algunos años, desde donde, transcurrido un tiempo se desplaza preferiblemente a la zona centro norte costera (con predilección la ciudad de Maracay, con justificada razón, apodada la PIEDRA DE AMOLÁ VEGUEROS …ja, ja, ja). Me he referido a los procesos migratorios en Apure, porque aquí en San Fernando, había muchas CASAS DE VECINDAD (El Casino en el ángulo suroeste del cruce de las calles Bolívar y Coto Paúl; El Remolino en el ángulo sureste del cruce de las calles Sucre y Coto Paúl; El Águila Real en el ángulo sureste del cruce de las calles Sucre y Urdaneta; Las Pesitas en el ángulo sureste del cruce de las calles Sucre y Urdaneta; entre otra acogedoras casonas) que cobijaron a campesinos venidos de los más recónditos pueblitos de la extensa geografía apureña y donde la mayoría de ellos se convirtieron en los constructores de barrios en la Ciudad de la esperanza. Por cierto, este proceso de migración masiva no ha sido exclusivo del Estado Apure ni de Venezuela, sino un desplazamiento de toda Latinoamérica (ver la serie de televisión LA VECINDAD DEL CHAVO que muestra la realidad social de la ciudad de México... por favor hagan esta otra agradable tarea ... ja, ja, ja.).

Como les venía contando…ja, ja, ja, los propietarios de CASAS DE VECINDAD en San Fernando, al darse cuenta que la primera etapa del BOOM petrolero, es decir, la disminución del desmalezamiento de bosques y de la movilización masiva de vegueros a los campos petroleros, los propietarios de las CASAS DE VECINDAD, las destinaron al arriendo con fines comerciales, como fue el caso de LA PULPERÍA EL CASINO y de otras tantas pulperías…

CITAS:

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(1) LAPREA SIFONTES, Pedro El Llanero, Número 283. Página 6.

FUENTES:

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Documentales:

HEMEROGRÁFICAS:

LAPREA SIFONTES, Pedro El Llanero, Número 283. San Fernando. 1982. Página 6.

 


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