La mejor bodega del mundo era la de Matute y Abigail en Los Corrales de Guasdualito
Por Juan Carlos Zapata.
Este texto lo escribí y publiqué en KonZapata el 12 de noviembre de 2018. Vamos a rescatarlo. Me impresionó la foto. La imagen de la bodega. Lo abastecida que estaba la bodega. Ahí están los productos de la tranquilidad. Parece un retrato de la abundancia. Hoy sería algo así como el cuadro de cierta opulencia y, sin embargo, era la normalidad en Guasdualito y Venezuela. Porque antes las bodegas estaban bien abastecidas.
Esta era la bodega de Abigail Padrón, viuda de José Antonio Matute, ubicada en el barrio Los Corrales, al este de Guasdualito, en el extremo de la calle que conectaba con el llano, paso de ganado, paso de hombres y mujeres. Paso del tiempo, que un almanaque también cuelga en la estantería de Abigaíl, y también se ve uno de aquellos viejos teléfonos de disco de la CANTV.
Detallemos la fotografía. Hay la sal de la vida. Hay el azúcar del placer. Hay salsa de tomate Heinz. Y mostaza. Y compotas para calmar el llamado de los niños. Hay crema de arroz Polly. Y hay la Maizena Americana, gran producto nacional. Y también la Nenerina. Nada falta para levantar los muchachos.
Y hay los caldos concentrados y los cubitos del sabor. Y mayonesa y margarina Mavesa. Y aceite vegetal. Hay pasta y atún. Y la mermelada y la gelatina del postre. Hay fósforos, se ven las cajitas colocadas encima de las velas y los velones para la luz de los vivos y los muertos. Hay velitas de cumpleaños azules y rojas. Hay harina Robin Hood y también avena. Hay hasta salsa rosada, gran invento de la industria local.
La bodega fue fundada en 1960, me dijo Abigail Padrón. Vendió una casa en La Palma, un caserío cercano a Guasdualito, y con esos recursos inició el negocio que cerró a su muerte, hace 5 años. (Ahora serían 8 años).
“La empecé yo aquí en 1960 cuando las calles todavía eran de barro. Aquí lo que llegaba era pura gente de a caballo. Entonces había muy poquitas casas. Esto eran potreros, corrales de encierro de ganado. Por eso se llama Los Corrales. Y era un llegadero. La gente paraba a comprar aquí. Como hoy todavía paran los que pasan para el llano en carros y motos. Matute tenía también una bodega en el centro del pueblo, donde hoy queda la farmacia”.
Un tiempo Matute estuvo al frente de esta bodega, pues la del centro cerró. Y se turnaba con Abigail.
En 1997 ya Matute no estaba. En la bodega también se vendía cerveza.
En la foto se observa que hay los cepillos para barrer la casa. Y el jabón Las Llaves y el detergente Nevex para mantener la blancura de la ropa. Y hay, se aprecia, lavaplatos y esponjas para fregar. Y hojillas de afeitar. Y el infaltable papel sanitario. Porque en la bodega de Abigail Padrón había de todo lo que necesita una familia para vivir. Sin preocupaciones de escasez. Sin que la torture las compras nerviosas. Sin que la acose la incertidumbre y la duda.
También la bodega fue la vida de Matute y Abigail. Tuvieron 9 hijos. Tres habían muerto cuando hablé con ella.
“Me quedaron seis. Neptalí, Israel, Antonio, Hitler, Zaida y Dulce”. En efecto, Hitler. Así lo bautizó el padre. “Vainas de Matute”, dijo Abigaíl. “Yo qué sé, por qué lo bautizó así. Por el Hitler ese alemán que hizo una guerra y mató a tanta gente. A él le gustaba ese nombre, Hitler”.
Curioso que a un hijo lo llamara Hitler y a otro Israel. Y Dulce, en realidad es Dulcinea como la del Quijote.
Más de 30 años estuvieron juntos, Matute y Abigail. Por esos días que conversé con Abigaíl estaba recién operada. Una hija, licenciada en química, que estaba a punto de terminar el doctorado, la llevó a Barquisimeto a que la intervinieran. Ella estaba muy orgullosa.
La bodega estaba adornada con serpentinas. Era diciembre. Su hija Dulce le dijo que había que adornarla para que se viera bonita. Y Abigail estaba contenta. Además, la bodega estaba surtida. Sin duda. Porque hay comino. Y canela y clavitos dulces. Y hay carne de buey. Y salsa inglesa. Y hay sal de fruta Eno, para los más delicados del estómago.
Hay más productos que no se logran identificar. Y los hay porque allí están las facturas. Un montón de facturas cuelga del estante, lo que indica que hay cuentas pagadas y cuentas por pagar a los distribuidores –todos venían de San Cristóbal- de Mavesa, aceites Vatel y Diana. Cuentas por pagar a la Indulac. Y si había facturas de la Indulac entonces había leche, potes de leche completa y potes de leche condensada La Campiña -estas sí se ven- o litros de leche en la nevera que quedó fuera del encuadre de la fotografía.
Lo que también se ve es la caja de madera. La mano izquierda de Abigail Padrón, en la que reluce el reloj, está posada sobre ella sin cubrirla. La misma caja azul de todos los años, en la que los muchachos fueron pegando y despegando calcomanías. Era la caja para los billetes y el sencillo. Todo revuelto. Como los recuerdos.