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lunes, 29 de abril de 2024

BONGOS Y CANOAS (Recuerdos del Viejo Apure)


 Autor: Julio Cesar Sánchez Olivo

Navegación en Aguas Apureñas

Programa Radial en la Emisora "La Voz de Apure" junio de 1975

Muy buenos días estimados oyentes:

Cumpliendo lo que les venía anunciando, hoy comienzo a relatarles cómo era la vida del apureño por los ríos y otras aguas de nuestro llano en la época de invierno, sirviéndole de transporte las canoas y los bongos. Les hablaré en el lenguaje sencillo de ustedes, que es el mio cuando con ustedes converso.

Es bueno que sepan que de aquí, de San Fernando, a Guasdualito, el viaje en bongo remontando el Apure, era de treinta días. De aquí a El Amparo se gastaba el mismo tiempo, pero el viaje era por el río Arauca. A Calabozo se iba por el río Guárico, que ustedes lo ven hoy casi seco, no navegable.

La tripulación de un bongo la integraba el patrón -o timonel- y los marineros. Estos que se llaman marineros son los hombres que agua arriba por el río impulsan la embarcación con palancas de madera, que son varas de algo mas de cuatro metros de largo, con una horqueta en una punta que fijaban en el barranco o en una rama de árbol y el otro extremo se lo apoyaban en el pecho y así recorrían el bongo de proa a popa, que en la práctica era pasarse ese bongo por debajo de sus pies en la marcha puesto que, como ya digo, la palanca estaba apoyada en un lugar fijo del barranco. El número de marineros o bogas- como también se le llamaba-era de acuerdo con la capacidad del bongo. Habían bongos hasta de seis bogas, que agua arriba iban como ya dije, impulsando al bongo con las palancas y la marcha era por las costas de los ríos; pero al navegar en sentido contrario, o sea aguas abajo, la navegación era por el centro de los rios, con el mismo número de marineros o bogas, pero el impulso se le daba a la embarcación con remos.

Quienes hayan leído la novela "Doña Bárbara" recordarán que su primer capítulo comienza, mas o menos así: "Un bongo remonta el Arauca. Dos bogas lo hacen avanzar lentamente". Este bongo, según lo explica la misma novela, era de toldilla o cubierta, que cubría la parte central del bongo como techo o protección de tablas. Los bongos sin toldilla eran los llamados de "pillote", en los cuales la carga se cubría con una lona y se amarraba con un mecate llamado "trinca". Los marineros al cargar un bongo de "pillote" procuraban colocar bultos apropiados para poder pisar al caminar por encima de ellos y asi no quebrar aquellas cajas expuestas a romperse por la fragilidad de ellas. Esto demuestra el cuidado que tenían estos trabajadores en su rudo oficio.

Los bongos y en las canoas de invierno Apure venían a ser practicamente lo mismo que hoy son por las carreteras los automóviles y los camiones: los automóviles serían las canoas y los bongos los camiones, con la diferencia de que en aquella época eran mas importantes para los habitantes del llano adentro la llegada de un bongo que la de un camión, hoy es muy corriente, es a cada momento la llegada de un camión o el paso de estos por las carreteras, mientras que el tráfico de los bongos era mas esporádico, era entre días y debido al aislamiento por la falta de medios de comunicación, la presencia de un bongo se hacía mucho mas interesante, porque llegaba cargado hasta de noticias, aunque viejas, eran nuevas para los que vivíamos en aquellas soledades sin recibirlas a diario como ahora transmitidas por la radio: en aquel entonces no existía la radio y era para nosotros San Fernando mucho mas importante que Caracas hoy para los apureños de aquí: los habitantes del fondo del llano apureño pasaban hasta años sin visitar la capital del Estado y muchos murieron de viejos sin conocerla porque no les gustaba moverse de aquellos sitios en donde nacieron y se criaron dedicados al trabajo: estaban sembrados allí por el cariño al medio.

Los bongos tenían una zona llamada piso como de tres metros, cubierta con tablas a nivel de las bordas, de la proa hacia atrás, cerca de donde comenzaba la toldilla o el "pillote". Los habitantes de las costas de los ríos podían conocer por el sonido de los pasos de los marineros, que se oían desde una distancia hasta de cinco kilómetros, si el bongo que se acercaba era de toldilla o de "pillote": cuando era de toldilla se podía apreciar el sonido de los pasos sobre el piso, luego el salto de aquí a la toldilla y el cambio del sonido de estos pasos sobre ella, mientras que si el bongo era de "pillote" solamente se oia el sonido de los pocos pasos sobre el piso. Estos golpes se oían a tan larga distancia porque el agua sirve de vehículo transmisor. Aún cuando los marineros recorrían al bongo de "pillote", como al de toldilla, de proa a popa impulsándolo con las palancas, se oían solamente los pocos pasos sobre el piso porque los dados sobre el "pillote" no producían ningún sonido. Quiero destacar la resistencia del llanero en estas faenas -como la verán en otras que también referiré en este programa-. Después de varios días de marcha y al acercarse a algún lugar habitado a las seis de la tarde, sin haber tenido mas descanso en ese día que unas dos horas mientras hacia la comida, siempre se mostraba de buen humor y lanzaba el grito característico como un aviso de que se acercaba a ese lugar, que era un grito largo y algo así como campaneado al final. Posiblemente de ahí nació el refrán de: "A vista de puerto no hay marinero cansao".

En estos trabajos era constante el peligro, exponiéndose la vida a cada instante. Creo que era el marinero que en la mañana al salir la embarcación daba el primer palancazo para arrancar la marcha, a quien se le daba el nombre de "proero" y a él correspondía en todo ese día la obligación de pisar tierra primero para amarrar el bongo y cuando en la marcha al empujarlo uno de estos marineros el bongo no llegaba al sitio en donde se iba a dar el otro palancazo porque había perdido fuerza en la marcha y se trataba de una costa del rio con mucha corriente o con un remolino y por lo tanto era seguro que el agua lo echara hacia atrás sin control y naufragara al chocar con el barranco, el patrón gritaba: "proero al agua!", y el marinero no se hacía repetir ese grito, sino que inmediatamente se lanzaba al río con el mecate o boza del bongo y al llegar la orilla, lo ataba a un árbol y si no encontraba en que amarrarlo se afianzaba en sus propios pies y a pulso sostenía la embarcación. Por esta acción no recibía ningún pago extra: era un accidente corriente, así como cuando a un carro se le revienta un caucho. Es bueno que sepan que este marinero en muchas ocasiones no esperaba que el patrón le diera la orden, sino que, como sabía que tenía que hacerlo, se lanzaba al agua a cumplir con su deber.

Con muchisima frecuencia le ocurrían a la tripulación de una embarcación cosas nada simpáticas, como al ver en las ramas de un árbol por donde se iba a pasar rozándolas, enrrollada una macaurel, culebra muy venenosa de mas o menos un metro de largo. Al marinero, en tal circunstancia no le quedaba otro camino que darle un golpe con la palanca o con la horqueta de ella aprisionarla contra la rama e irse en su marcha por arriba del bongo y quedaba alli el animal destrozado por la acción del golpe. Esta culebra es nocturna y por eso pasa los días dormida en los árboles y regularmente se encuentran muchas en los de las costas del río; también es acuática: se zambulle y recorre distancias de cierta consideración por debajo del agua. En una oportunidad fuí yo de pasajero en un bongo de El Yagual a Elorza y gastamos en el viaje diez (10) dias. Como a cada momento aparecían estas culebras en los árboles por donde pasábamos, me armé de un trozo de palanca, me colocaba sobre el "pillote" del bongo cuando aparecía una macaurel y las reventaba de un sólo golpe con la vara: maté nueve culebras en ese viaje. Esto revela dos cosas: la abundancia de macaureles en las costas de los ríos y que lo que estoy refiriendo son actividades vividas por mi mismo.

Lo que refiero de seguida no me ocurrió a mí, pero me lo contaron personas que me merecen crédito. En aquella época abundaban muchos los tigres en Apure y en algunas ocasiones. encontrándose un bongo en uno de esos ranchos en donde acostumbraban los bongueros pasar la noche, se les había presentado un tigre y los había obligado a embarcarse de nuevo, cruzar el río en la oscuridad e irse a dormir a otro lugar. (Los que se llamaban ranchos eran sitios que en las barrancas boscosas del río utilizaban los integrantes de la tripulación de los hongos para dormir y hacer comida. Estos lugares permanecian mos limpios porque los bongueros eliminaban la maleza existente por debajo de los grandes árboles).

En el invierno, cuando ya las sabanas estaban inundadas, eran utilizadas para desechar las corrientes de los rios, evitando así remontarlos y seguir el curso de sus numerosas vueltas. Por las aguas sabaneras se marchaba en línea recta y se acortaban los viajes en mas de un cincuenta por ciento. Por ejemplo: de San Fernando a El Yagual se hacía el viaje por el río en unos ocho días y por la sabana el tiempo se reducía a unos tres días y medio. Otro ejemplo: de San Fernando a "El Paso Arauca", por el río, había que coger por el Apure, luego salirse por el caño El Manglar y después remontar el Atamaica para coger el Arauca y llegar a "El Paso Arauca" en tres días aproximadamente; y en cambio por las aguas de las sabanas este viaje podía reducirse a un solo dia. Observen esta diferencia hoy con carretera, que de San Fernando a "El Paso Arauca" se llega en menos de una hora y que de San Fernando a El Yagual se vá en hora y media cómodamente.

Ya he señalado cómo cumplían los que formaban la tripulación de un bongo con sus obligaciones, exponiendo hasta su vida (bueno: en el llano de aquella época los que habitábamos y trabajábamos en el interior viviámos dentro del peligro constante). Observen esta otra situación que se le presentaba al marinero en las noches de lluvia: tenía que irse al bongo y permanecer en él mientras lloviera achicándolo, porque, si asi no lo hacía, lo seguro era que se llenara de agua y se fuera a pique o, cuando menos, se mojara la carga, lo cual constituía una verguenza para una buena tripulación. Hay que tomar en cuenta que en aquella época los aguaceros en Apure eran muy fuertes y de varias horas de duración. Ahora les voy a hablar de cómo se hacía y cómo era la comida en estos viajes en bongo.

Regularmente la comida era carne de res salada, arroz y, como pan, yuca, topocho, plátano y casabe. Eran frecuentes los hervidos de huesos con arroz y la carne frita. Los marineros hacían la comida, pero el patrón, quien ejercía la función de capitán de la embarcación, buscaba la leña, encendía el fuego y hacía el café. El bonguero no usaba las acostumbradas tres "topias" o soportes de tierra o piedra para montar la olla en donde cocinaba, sino que utilizaba un garabato o gancho de madera en forma de ángulo recto al cual le labraba una de sus puntas y la clavaba como estaca en el suelo; de este garabato guindaba el caldero u olla amarrándole un alambre de cada una de sus asas, alambre que quedaba como un semicirculo para esta finalidad. Al terminar la comida el bonguero lavaba caldero y platos y los guardaba en el bongo junto con el garabato mencionado.

Como a algunos de los oyentes les parecerá extraño que en la época de lluvias el bonguero prefiriera los ranchos a las casas existentes en las márgenes de los ríos, les aclaro el por qué de esta preferencia: en los solitarios ranchos se sentía como en su propia casa y sin la molestia de animales domésticos. En los ranchos, en las noches lluviosas, la tripulación y los pocos pasajeros que pudieran ir en la embarcación, se defendían del agua con cobijas de pelo apropiadas para ello y con pedazos de lona, que tendían por encima del mosquitero de tela que los protegia de la plaga (mosquitos) al dormir en sus chinchorros.

Existían ranchos famosos, unos con interesantes leyendas, como el rancho "Los Monos" y el rancho de "La Muerta", el rancho de "Carutico" en una zona en donde abundaban los tigres. Todos estos en las márgenes del rio Arauca. Pero en todos los ríos del Estado Apure abundaban estos sitios utilizados por los bongueros para dormir y hacer comida... A propósito de las comidas: los bongueros salían muy de mañana del lugar en donde habían dormido llevando en el estómago únicamente que el café negro y entre once (11) y doce (12) del día era que se detenían a hacer la comida. Allí en el rancho, a la sombra de los árboles, después de comer, reposaban un poco sobre una cobija que tendía en el suelo y hacía y tomaba el café tinto y transcurría un rato largo que le servía de descanso en las horas mas fuertes del sol. Después de este descanso reanudaba la marcha para detenerse a las cinco (5) de la tarde en donde iba a pasar la noche. Aquí se hacía la cena.

Ya se habrán dado cuenta ustedes que desde la salida en la mañana, posiblemente antes de las seis (6) hasta las cinco (5) de la tarde, se detenían una sola vez: a mediodía a hacer la comida.

Había olvidado decirles que también existían los bongos de "carroza" y ésta consistía en una especie de techo de paja arqueado sobre el bongo. Este techo se afianzaba en las bordas de la embarcación con trozos de bejucos gruesos. La "carroza" protegía del sol y la lluvia a las personas que iban dentro de ella. Una pequeña "carroza" en la parte de atrás de su bongo de "pillote", usaba la señora Petra Sandoval, mujer de recia personalidad dedicada a comerciar embarcado, y en su bongo, debajo de esa "carroza", llegó a dar a luz a algunos de sus hijos, sin alterar su actividad comercial. La señora Sandoval dejó varios hijos, entre ellos Jesús Sandoval y Carmen Sandoval de Del Moral. Todos ellos son personas de responsabilidad como lo fue su madre, que los supo criar con el hábito de cumplir con el deber. Con cierta emoción les habló de esta mujer apureña porque siempre se han mencionado a las mujeres veteranas en un caballo en las faenas de vaquería, tipo doña Bárbara, pero se desconocen estas otras también de acerado coraje, que se dedicaron libremente a la vida en los bongos en la honesta actividad del trabajo.

Les he hablado de los bongos y las canoas, pero había otros transportes fluviales que aparecían de vez en cuando:las piraguas o barcos de vela, que venían de Ciudad Bolíar y los Vapores a chapaleta, estos últimos utilizaban como combustible el fuego de la leña encendida en sus calderas. Los grandes vapores como "El Delta", "El Apure", y "Alianza", navegaban solamente por el río Apure porque era de mayor capacidad esta via fluvial. Por el río Arauca viajaban "El Arauca", "El Boyacá", "El Masparro" y "El Amparo". De estos vapores varios desaparecieron por naufragio, como "Alianza" en el Orinoco y "El Masparro" en el río Apure.

Al entrar las aguas en Apure, o sea al arreciar el invierno, ya en el mes de junio, el llanero cambiaba el caballo por la canoa: sus viajes eran embarcados para todas partes. No habían mas vías que los ríos, caños y las aguas de las sabanas anegadas, que eran centenares de leguas en el Cajón de Arauca, y el único medio de transporte eran las embarcaciones: bongos y canoas. Aquel Apure carecía de carreteras y de pistas de aterrizaje, porque no había carros a motor ni avionetas.

Para los que vivíamos en las costas del río Arauca constituía un gran recurso, para la comunicación con San Fernando, el tráfico de bongos de la capital del Estado hacia lugares del interior, porque podíamos hacerles encargos de cosas que necesitáramos, bien a familiares residentes en San Fernando o a casas comerciales de personas amigas. Lógicamente los elementos que iban en la embarcación eran personas con quienes teníamos vínculos de amistad, y de allí el que cuando nos enterábamos, por el ruido de los remos y los gritos de los marineros, de que venía el bongo, salíamos a la orilla del rio y el favor que ibamos a solicitar lo pedíamos a gritos, mas o menos así: "Mira, chico! Cuando llegues a San Fernando anda a casa de Fulano y le dices que me mande tal o cual cosa!!". Esta embarcación volvía a pasar por el lugar en donde habitábamos unos quince días después. Permaneciamos pendientes de ese día y al oir gritos de marineros y el ruido de los pasos en el bongo, acudiamos a la orilla del río y allí se nos lanzaba la encomienda:

la embarcación no se detenía para evitar la pérdida de tiempo. Dije ya que al entrar el invierno el llanero cambiaba el caballo por la canoa. Por eso los que vivíamos en zonas anegadizas como las de la margen derecha del río Arauca, cogíamos la res que necesitabamos para comer, embarcado. Esta actividad se realizaba de la manera siguiente: regularmente la res pertenecía a los ganados llamados de "rochela", que eran esos rebaños mas, salvajes, que huyen y se esconden en los montes al ver o sentir que se acerca la gente. Cuando estos ganados salian a comer a la sabana límpia o sea sin bosques, uno se iba en la canoa por el lado del monte y sorpresivamente le llegaba al lugar donde se encontraba comiendo con el agua a la costilla o mas arriba. El lote de ganado corría entre el agua hacia el monte de su escondite pero los veteranos llaneros que iban en la canoa, dos de ellos adelante empujando rápidamente la embarcación con las palancas y otro detrás de patrón o timonel con un canalete, velozmente se incorporaban dentro de los animales y enlazaban la res mas gorda y así se iban con el animal enlazado hasta llegar a la parte seca del monte y allí la mataban y la descuartizaban. Pero desde el sitio en donde la habian enlazado hasta el lugar en donde la mataban, regularmente ocurrían momentos de peligro que solamente los veteranos llaneros podían sortear, como reses que furiosas envestían hacia la canoa, en ocasiones enormes toros, y todos los que iban en la embarcación se lanzaban al agua, pero sin soltar al animal apresado.

Quiero hacerles saber que nosotros los Sánchez Olivo éramos de los especialistas del llano en estos trabajos de cazar ganado embarcado. Mi hermano Teodoro era siempre uno de los dos que adelante iban en la canoa impulsándola con las palancas y listos para enlazar las res escogida con la soga que ya se tenía hacia la proa de la canoa; yo siempre era el patrón. Al descuartizar la res toda la carne era echada dentro de la canoa y partíamos con la carga para nuestra casa a donde llegábamos en varias ocasiones ya entrando la noche. En este viaje teníamos que atravesar un brazo del Arauca llamado "El Garzón", que era casi un río, de fuerte corriente y muchos caimanes. Para atravesarlo mi hermano y el otro marinero sacudían las palancas contra la canoa, yo la golpeaba con el canalete y al mismo tiempo tenía que introducirlo en el agua para que la embarcación no perdiera la dirección y no fuera dominada por la corriente: simplemente, cumplíamos todos con nuestro deber de tripulantes y de espantar los caimanes con los golpes en la canoa, pues a estos animales los atraía el olor de la carne fresca. Todo lo hacíamos puede decirse que instintivamente y por el habito de la destreza en el manejo de la embarcación, pues no había tiempo para pensar: había que actuar al instante, rápido, sin titubeos.

Les voy a referir uno de los muchos accidentes dolorosos ocurridos en la navegación por nuestros ríos y que yo recuerde en aquella época de mi vida. El señor Vicente Fernández, dueño del fundo "Santa Marta", ubicado en la margen derecha del río Arauca como a veinte (20) kilómetros mas arriba de la población de El Yagual, salió de dicho fundo en un bongo de su propiedad cargado de queso y cueros de res para San Fernando y en la boca del brazo del río Arauca llamado "El Tuteque" se rompió el "morrocoy", que es una pieza de madera de donde se amarra la espadilla o timón del bongo; la embarcación perdió el control, la fuerte corriente le estrechó contra el barranco y naufragó, pero la tripulación, compuesta por los dos marineros y el patrón, agarraron al Sr. Fernández, que no sabía nadar y a un hijito suyo que lo acompañaba y los llevaron a un tronco de árbol seco que estaba en la orilla del río pero dentro del agua y allí los dejaron agarrados de dicho tronco y luego siguieron a nado a la par del bongo que iba aguas abajo medio sumergido, lo llevaron a la orilla y lo amarraron de una mata en el barranco, salvándose así la embarcación y gran parte de la carga. Cuando volvieron al sitio en donde habían quedado el Sr Fernández y su pequeño hijo, no hayaron ni el tronco de árbol de donde quedaron agarrados....Comprendieron que un caiman se los había llevado... Unos años después unos cazadores de caimanes mataron un enorme caimán y al abrirlo le encontraron en el estómago el reloj de oro y la empuñadura del revólver del Sr. Fernández.

Los naufragios navegando por los ríos apureños eran frecuentes, pero rara vez perecían los tripulantes y pasajeros ahogados, pues eran muy escasas las personas que no sabían nadar y aun cuando podían contarse por centenares de millares los caimanes existentes, no eran muy frecuentes las muertes por tan feroces animales: durante el tiempo de mi vida (veinte años más o menos) transcurrido en aquel medio, creo que no tuve noticias de que los caimanes se hubieran comido mas de diez personas. Ocurría algo muy importante: los habitantes del llano adentro teníamos una noción muy clara del peligro en que vivíamos, nos familiarizábamos con él y se nos desarrollaban el instinto de conservación... Parece mentira: en el llano civilizado de hoy ocurren muchas mas muertes por accidentes de tránsito que en aquel llano atrasado, bárbaro, sin recursos y llevando una vida riesgosa, en donde la muerte acechaba por todas partes.

He narrado todas estas cosas porque considero una necesidad de ustedes, gente joven de mi pueblo apureño y algunos que han venido y han echado raíces aquí con cariño, que ignoran cual fue la vida nuestra hace unas cuantas décadas ya, conocer cómo nos desenvolvíamos hace un tiempo no tan lejano.

Pero hay algo que yo considero de grandísima importancia y por eso quiero destacarlo: la responsabilidad y la lealtad del hombre de nuestro llano aun cuando no era sino un simple obrero que no sabía leer ni escribir. Fijense ustedes cómo cumplía ese hombre con su deber cuando se le ordenaba lanzarce al agua en lugares de fuertes corrientes y sembrados de caimanes y otros peligros para salvar la embarcación que tripulaba: cómo pasaba horas y mas horas de la noche con fuerte lluvia achicándole el agua al bongo para que no se hundiera; cómo en el naufragio del bongo del señor Vicente Fernández los hombres que integraban la tripulación trataron de salvarlo a él primero y luego siguieron a la par de la embarcación semihundida y evitaron que se perdiera ella y su carga...En fin: era admirable la lealtad de estos hombres y su decidida firmeza en el cumplimiento del deber, fieles cumplidores de su responsabilidad.

Mi gran esperanza es que esta responsabilidad, como hemos podido verlo en estos hombres rudos, sencillos, humildes, no desaparezca en sus hijos y nietos, muchos de ellos hoy profesionales universitarios, técnicos, maestros, secretarios. etc. La responsabilidad, la lealtad, el cumplimiento del deber, no pueden ni deben desaparecer y mucho menos en las personas que las han recibido como noble herencia, como fruto de una tradición familiar. Si aquellas personas, humildes y analfabetas, eran unas esclavas del cumplimiento del deber en rudos trabajos y en los cuales se exponía la vida, es inconcebible que entre sus descendientes, que se han cultivado en colegios y universidades, existan hoy irresponsables en el ejercicio de las funciones que les ha correspondido desempeñar y en donde actúan rodeados de todas las comodidades que brinda la vida moderna.

Dejo en los oyentes de este programa estos relatos que son historia viva de este querido Apure nuestro, y al mismo tiempo les dejo también mi mensaje.

Hagamos honor a nuestra raza, que es muy buena, y que nos ha llegado como valiosa herencia de nuestros mayores. Jamás seamos irresponsables y desleales porque sería traicionarnos a nosotros mismos.

Este folleto se terminó de Imprimir a los doce días del mes de Marzo de 1.984 en los Talleres de "Editorial Los Llanos S.R.L" Teléfono: 046-36361

San Juan de los Morros Edo. Guárico- Venezuela

 
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