REDES SOCIALES

martes, 22 de junio de 2021

VENECIA BERRO

 


VENECIA BERRO

Nació en San Fernando- Estado Apure, el 2 de Junio de madre y padres Apureños. Licenciada en Educación, graduada en la Universidad (Simón Rodríguez) Núcleo Apure.

Sus primeros pasos como cantante fueron a la edad de 5 años, en el festival La Voz Criolla, obteniendo el primer lugar, y en el Atamaica Dorado. Participa en el Festival Nacional Canta Claro, en el festival La Voz Liceísta, donde fue acreedora del primer lugar, y primer lugar en Capacho, Estado Táchira.

Posteriormente se Destaca en La Voz Universitaria siendo calificada en el primer lugar, con tan solo 16 años, iniciando de esta manera, una nueva fase como (Reina), cantando bailando y ejecutando instrumentos musicales, donde se hace acreedora de varios premios nacionales e internacionales. A continuación se mencionan los más reconocidos:

• Reina: El silbón de Oro Portuguesa- Venezuela

• Reina: Achaguas de Oro Achaguas- Estado Apure Venezuela

• Reina Jirara de Oro Tame - Colombia

• Reina de la simpatía y el folklor Puerto Rondón - Colombia

• Reina de la simpatía y el folklor Aragua de Barcelona - Venezuela

• Reina: Mazorca de Platino Las Mercedes del Llano Guárico-Venezuela

• Reina Internacional de la Palma Barranca de Upia- Colombia

• Reina Sierra de la Macarena, San Juan Arama – Colombia.

Además obtuvo el segundo lugar como Virreina internacional del Joropo, Villavicencio, El Meta - Colombia, y Virreina Internacional de la Cosecha Llanera Granada-Meta Colombia.

 

También ha sido invitada especial en eventos como:

 

 El Florentino de Oro Venezuela

Voz del Alma Llanera Venezuela

Venecia Berro una mujer llanera, dedicada toda su vida a resaltar el Folklor, cuyas participaciones y títulos en festivales Colombo – Venezolano, le han abierto las puertas para lanzar su primer Trabajo Discográfico titulado: La Serpiente con cinco temas:

• Desengaño (Venain Rivas) PROMOCIONAL

• La Princesa del Folklor (Venain Rivas)

• Se te Volteo la Cachapa (Venain Rivas)

• La Serpiente (José Gregorio Oquendo)

• Ya no te aguanto (Ramoncito Pérez)

 

Fuente: lapuertadelllano34.blogspot.com 

 


PULPERÍA EL CASINO

 


PULPERÍA EL CASINO

Autor: Hugo Arana Páez

Continuando con los ensayos publicados en la serie HISTORIA AMENA, en esta ocasión me referiré a otra conocida y popular pulpería del Barrio El Mamón (actual Sector Centro Valle), conocida como EL CASINO, la cual desde principios de la década de los años treinta de la centuria pasada le dio nombre (coloquialmente) a una viejaza esquina de la ciudad, como fue la ESQUINA EL CASINO, ubicada en el ángulo suroeste de la intersección de las calles Bolívar y Coto Paúl.

Una vez más les doy las gracias a los artistas plásticos y a los fotógrafos profesionales o aficionados a ese arte, quienes con sus bonitos lienzos y coloridas imágenes engalanan y contribuyen a facilitar la comprensión de estos trabajos.

1. ORIGENES Y EVOLUCIÓN DE LA PULPERÍA EL CASINO

En las primeras décadas del siglo veinte, existió en el ángulo suroeste del cruce de las calles Bolívar y Coto Paúl número 16, una casona de dos aguas, de techo de tejas y paredes de bahareque, propiedad de Don Pedro Gamboa; la cual era una de las tantas casas de vecindad que había en la ciudad y como todas esas edificaciones, estaba constituida por innumerables habitaciones, ocupadas por gente humilde, que pagaban un alquiler de veinte bolívares mensuales. Don Pedro era un precavido comerciante y para evitar conflictos futuros, cobraba el alquiler diariamente y cuando sus amigos le pegaban una chapa o mamadera de gallo, por esa peculiar modalidad de cobrar la renta, muy sonriente les respondía… “Es para evitar que transcurrido un mes, se me vayan a ir con la cabulla en la pata”…

Tal vez el viejo propietario, cansado de las bromas de sus amigos o porque algunos arrendatarios se le habían ido con la cabuya en la pata; un buen día decidió modificar la vivienda para destinarla a usos comerciales. En ese sentido, se la alquiló a un pulpero venido del Estado Bolívar, llamado Rafael Martínez, apodado cariñosamente El Tuerto Rafael, quien se instaló con su negocito PULPERÍA EL CASINO. Por cierto, según refería el cronista de San Fernando, el abogado, periodista y corresponsal del diario El Nacional, Pedro Laprea Sifontes, que la persona que bautizó a esa esquina con el peculiar nombre EL CASINO fue ese abacero guayanés.

… “Un día un pulpero llamado Rafael Martínez, a quien cariñosamente lo apodaban el Tuerto Rafael, se instaló en esa esquina con una ratonera, pintó la casa con cal y zócalo azul (asbestina) y como en esa época estaba de moda un cigarrillo marca CASINO DE LA PLAYA, colocó un letrero sobre una tablita de madera que decía LA ESQUINA DE EL CASINO, mayor de víveres y licores, que el Tuerto Rafael vendía no al mayor sino al menudeo”… (1)

Como casi todos los pulperos de principios del siglo veinte, El Tuerto Rafael, preparaba tragos a base de aguardiente con ponsigué, berro, guásimo y de ñapa raíces que vendía a medio real el PALO. Más tarde se trajo de Ciudad Bolívar a su hermano, quien de unas tablas viejas construyó una cava, en la que conservaba dos barretas de hielo que compraba en la fábrica de hielo que funcionaba en la Esquina El Guasimito, situada en el cruce de las calles Comercio y Urdaneta, con las que preparaba unos sabrosos cepillados, conocidos en Caracas como raspados y en San Fernando COMODOROS. Por cierto, él aquí quiso bautizarlos con el sofisticado nombre guayanés SNOW BALL (Bola de nieve), pero ya en San Fernando de principios de siglo los muchachos los habían denominado COMODOROS ja, ja, ja.

Un buen día El Tuerto Rafael, le compró unos gallos de raza (gallos de pelea) a un viejo gallero de apellido Arrayago y al enrazarlos con otros plumíferos de su propia cría, formó su CUERDA DE GALLOS. Así, con sus bien criados y entrenados animalitos, cada domingo el tercio se iba a la gallera situada en el Puerto Mi Cabaña. Allí se le veía, acompañado de algunos muchachos del barrio, a quienes les entregaba los gallos y los vestía con sus pantalones para que con esa larga vestimenta aparentaran haber alcanzado la mayoría de edad y pudieran hacer de las suyas en el pecaminoso lugar ja, ja, ja. Entonces, a principios del siglo veinte, Venezuela se caracterizaba por ser una sociedad mojigata, donde los zagaletones (ahora llamados adolescentes ja, ja, ja), vestían pantalones cortos hasta la edad de dieciocho años y al cumplir esa edad, se los iban alargando por etapas; en la primera fase del proceso, se los prolongaban hasta un poco más abajo de la rodilla (ahora llamados eufemísticamente pantalones Bermudas ja, ja, ja), hasta que finalmente se los alargaban hasta los jarretes ja, ja, ja; señal que el zagaletón ya era un hombre hecho y derecho, un hombre de juicio o un hombre de fundamento… ja, ja, ja. Pero en el caso del Tuerto Rafael, éste, al vestir a los niños con sus calzones, se los alargaba de un solo envión ja, ja, ja. Eso lo hacía el bellaco pulpero para que los muchachos, pudieran entrar tranquilamente a la gallera, por cuanto, únicamente se permitía el acceso al pecaminoso lugar a personas mayores de edad y de pantalón largo ja, ja, ja.

Un aciago, día transcurrían las horas y el Tuerto Rafael, nada que abría la pulpería, mientras que afuera los angustiados vecinos y los muchachos de mandado, conocidos como MANDADEROS se desesperaban porque desde muy temprano los tenía acostumbrados a compensarlos por su compra, con la ñapa, ya sea en bonos o con el clásico PERRO Y GATO (panela dulce y queso).Cansado de que le tocaran insistentemente los portones del negocio abrió las puertas y los asiduos clientes, se percataron que lamentablemente el hombre se había enfermado de los nervios y hubo necesidad de ser internado en el sanatorio. Él decía que era un daño que le habían echado en La Esquina El Casino. Más tarde el local fue arrendado a otros pulperos como Don Gañan, un viejo guate de pequeña estatura, pero grande en bellaquerías; después lo ocuparía el catire Antonio Pereira -también aficionado a la cría de gallos- y su mujer Rufina Hidalgo, quien al separarse de él, se instalaría con un barcito, en una casona de paredes de bahareque y techo de zinc, situada en el ángulo noreste de Puerto Arturo, situado en el cruce de las calles Bolívar y Santa Ana, donde una vieja rockola consolaba el desamor de los afligidos enguayabaos...ja, ja, ja. Después que el catire Pereira se marchó de la Esquina El Casino, la acogedora casa de dos aguas sería ocupada por otro pulpero llamado Salvador Rodríguez y su familia, constituida por sus dos hijas, la mayor Marlene y la menor, Salvadora, una adolescente flaquita muy parecida a la madre, de nombre Raimunda, una señora alta como una palmera y flaquita como una vela de a cuartillo, que por cierto, fumaba más que una puta presa y hablaba más que un perdío echando el cuento cuando aparece… ja, ja, ja; Salvador era un tercio alto, de tez morena, callado y de aspecto aindiado. Allí estuvo el pulpero varios años al frente de su negocito, hasta que un día recogería sus macundales y se mudaría a la Esquina Mi Tesoro, situada en el ángulo suroeste del cruce de las calles Muñoz y Santa Ana, donde permaneció muchos años al frente de su pulpería. Finalmente, en la Esquina El Casino se instalaría otro pulpero con su familia, un guate de apellido Espósito y su esposa, la señora Rosa Benavides de Espósito, quienes junto a sus hijos Edda, Nancy, Iván y Gilberto, vivirían muchos años en el popular y concurrido lugar. Años más tarde la vieja casa de El Casino fue desocupada y finalmente fue echada abajo junto con sus historias, sus recuerdos, sus anécdotas y en su lugar, el sanfernandino José Ángel Bravo (a) Frijolito, construiría una bonita casita de mampostería y techo de zinc donde se residenciaría con su familia hasta el presente.

Hoy ya no están la vieja casona de bahareque y techo de tejas; tampoco El Tuerto Rafael Martínez, con sus ñapas, sus gallos de peleas, ni los niños disfrazados de hombres echando a pelear los gallos del zamarro pulpero en La gallera del Puerto Mi Cabaña y mucho menos la Pulpería El Casino...que le diera nombre a una popular y concurrida esquina del pueblo.

2. ¿POR QUÉ EL TUERTO RAFAEL BAUTIZÓ A SU RATONERA EL CASINO?

Seguramente, a mediados de la década de los años treinta, el Tuerto Rafael, escucharía en un viejo radio algunas de las pegajosas canciones interpretadas por la novísima y afamada orquesta cubana CASINO DE LA PLAYA y además, leería en los periódicos de circulación nacional como El Universal, La Esfera; las revistas El Cojo Ilustrado, Elite y las publicaciones locales como el diario LETRAS, alguna reseña de los éxitos de la afamada banda y además, como fue tanta la popularidad de esa agrupación en Venezuela que una empresa cigarrera bautizó a una marca de cigarrillos con el nombre CASINO DE LA PLAYA, que probablemente el Tuerto Rafael, expendería por cajetillas y uno que otro al detal, y tal vez, sería tanta la demanda de esos cigarros que el orgulloso pulpero bautizó a su incipiente negocio PULPERÍA EL CASINO.

La orquesta CASINO DE LA PLAYA fue fundada en el año 1937 en la ciudad de La Habana, Cuba. Recibió ese nombre por ser la orquesta de planta de un famoso casino de ese país, llamado CASINO DE LA PLAYA. Por cierto, esa reconocida orquesta propició un puente entre la música popular cubana y el sonido de las big bands norteamericanas. También sirvió de plataforma para el surgimiento de grandes músicos y cantantes de la música caribeña.

A mediados del año 1937, la discográfica RCA Víctor realizó una serie de grabaciones en La Habana con más de veinte grupos de diferente formato. La orquesta Casino de la Playa grabó con la célebre disquera seis números, entre los que se encontraba el tema BRUCA MANIGUÁ, popular composición de Arsenio Rodríguez, que sería el primer eslabón de una cadena de éxitos tanto en Cuba como en el exterior. En el lapso 1937-1939, la banda grabó unas sesenta piezas y además, realizó diversas giras por América.

En el año 1941, Anselmo Sacasas, director de la banda y el cantante Miguelito Valdés abandonan la agrupación para desarrollar sus propios proyectos en los Estados Unidos. Sacasa fue sustituido por Julio Gutiérrez y desde entonces acompañó a vocalistas invitados hasta que en el año 1945, ocupa la plaza de cantante Orlando Guerra (a) Cascarita. Más adelante se incorporará al piano Dámaso Pérez Prado, quien no duraría mucho en el grupo y emigraría a México, donde crearía un nuevo ritmo bailable conocido como el MAMBO, del que se decía que era el ritmo que a las mujeres las volvía locas ja, ja, ja. En el año 1948, Cascarita abandona la agrupación; sin embargo, la orquesta continúa activa hasta finales de la década de los años cincuenta.

La Casino de la Playa se encuadraba dentro de las orquestas conocidas como jazz band criolla. Es decir, conjuntos que aunque interpretaban un repertorio basado en la música típica cubana, lo hacían reproduciendo en cierta medida la sonoridad de las bandas americanas pero, a diferencia de éstas, contaban con cantantes que desempeñaban un papel de primer orden interpretando los ritmos caribeños.

Por esa orquesta desfilaron grandes músicos de la historia de la música popular cubana como Dámaso Pérez Prado, Miguelito Valdés, Orlando Guerra y Anselmo Sacasas, entre otros.

3. LA PULPERÍA EL CASINO Y SU HINTERLAND

En cuanto al entorno de El Casino, se puede decir que a finales de la década de los años cuarenta de la centuria pasada, diagonal al popular negocio del Tuerto Rafael, vivía la familia Laprea-Sifontes, constituida por Don Francisco Laprea (a) Don Pancho y su esposa, Doña Josefa Antonia Sifontes de Laprea, padres de Cristóbal (médico), Josefina (a) Pina, Humberto, Helena, Pedro (abogado, periodista y cronista de San Fernando) y de la señorita María –Mariíta Laprea- quien sería destacada pianista, cantante y esposa del reconocido periodista, poeta y humorista caraqueño Aquiles Nazoa. Frente a El Casino (ángulo noroeste del cruce de las calles Bolívar y Coto Paúl) había una hermosa casona de dos aguas (todavía se conserva esa edificación), donde vivía la familia arichunense de apellido González, integrada entre otros, por Melania, quien fue una de las operadoras de la central de la primera empresa telefónica de la ciudad, propiedad del emprendedor apureño Don Emilio Rodríguez Saintón; otra de las hermanas era Doña Pastora, quien era una experimentada costurera (conocidas ahora, eufemísticamente como diseñadoras de modas, similar a Carolina Herrera o Mayela Camacho entre otras afamadas costureras de oficio ja, ja, ja.); también estaba Esperanza, a quien la nombraban cariñosamente Esperancita, quien por cierto, tenía una lengua muy respetada…ja, ja, ja y quien en esa esquina poseía un detal de víveres al que a veces atendía su hermano Miguel, apodado cariñosamente MIguelacho. Parte del entorno de El Casino lo constituía también el Puerto La Pastora, un fondeadero situado al final de la Calle Coto Paúl a orillas de El Cañito, donde vivía el propietario de un fundo y de una pulpería, siendo conocido como Jesús Chucho Fajardo, quien además de atender su fundito y la ratonera, también se ocupaba de guardar en su casa -situada a orillas de El Cañito- las cargas, los aperos de los bongueros, las mercancías que habían adquirido en la ciudad y de ñapa les cuidaba las embarcaciones. Frente a El Casino (ángulo sureste del cruce de las calles Bolívar y Coto Paúl), vivía la señora Dolores Fajardo con sus hijos Ignacio, Germán, El Negro Fajardo (quien era propietario de un bar en el lejano Barrio Las Marías), Zenaida, Melquiades (dueño de un botiquincito frente al Disco azul en la Calle Colombia) y Raúl Fajardo, quien en la Perimetral norte San Fernando-Achaguas poseía el conocido MOTEL IRIS.

Por supuesto, la pulpería EL CASINO, a principios de la década de los años treinta de la centuria pasada, poseía una envidiable posición geográfica y de su HINTERLAND ni se diga, por cuanto, se hallaba situada entre los fondeaderos: Puerto Arturo (intersección calles Bolívar y Santa Ana); La Pastora (cruce calles Bolívar y Coto Paúl); El Guasimito (cruce calles Comercio y Urdaneta); El Tamarindo (intersección calles 19 de abril y Miranda); Henrique Ligerón (entre calles 5 de julio y 24 de julio) y Barbarito, entre calles 19 de abril y Juan Pablo Peñaloza.

CONCLUSIÓN:

De este trabajo se infiere que en el San Fernando de principios del siglo veinte había muchas viviendas dedicadas a servir de CASAS DE VECINDAD, las cuales tienen que ver mucho con los procesos migratorios. Por cierto, Hasta el año 1920 Venezuela era un país rural, donde más del ochenta por ciento de la población vivía del campo y en el campo y un escaso veinte por ciento en las ciudades. Fue el reventón del ZUMAQUE UNO o MG-1 (Mene Grande Uno) el primer pozo productor de petróleo en territorio venezolano (Costa Oriental del Lago de Maracaibo), el cual se completó oficialmente el 31 de julio del año 1914 y que revirtió ese indicador demográfico y dio inicio desde esa fecha a la producción petrolera en Venezuela (cambiándose el modelo económico de país agrícola a minero) y el comienzo de la migración masiva campo-ciudad y sobre todo a los campos petroleros de Occidente y Oriente (leer o releer las novelas de Miguel Otero Silva, CASAS MUERTAS y OFICINA NÚMERO UNO… por favor hagan esa grata tarea ja, ja, ja). Seguramente, ustedes se preguntaran ¿Y a éste qué mosca lo picó, que empieza a hablar de la vaca y termina hablando de la garrapata… ja, ja, ja? Pero es que ambos animales siempre andan juntos ja, ja, ja. Lo digo, porque la vivienda donde se instaló la pulpería EL CASINO, antes había sido destinada a CASA DE VECINDAD, caracterizada por muchos cuartos y un patio interno. Donde las áreas de servicio, comedor, cocina y baños eran comunes a todos los inquilinos.

Estos caserones en San Fernando proliferaron con abundancia, donde zamarros apureños, se dedicaron a la construcción y promoción de esas edificaciones, como fueron don Pedro Molleja y don Pedro Gamboa, entre muchísimos más; incluso esa vieja costumbre quedó arraigada en la Capital del llano venezolano, donde inclusive en tiempos recientes, se decía que don Miguel Siso dejó en el pueblo un reguero de casas de su propiedad y últimamente, el músico guayabalense, Vianney Díaz, posee una CASA DE VECINDAD situada en el ángulo noroeste de la Esquina La Mariposa (intersección calles Páez y Santa Ana).

Las migraciones campo-ciudad se producen por etapas, primero el campesino en busca de servicios y mejores condiciones de trabajo (educación, salud, transporte, vivienda, etc.) para él y su familia, abandona su conuco o su modesta quesera y se residencia en el pueblito más cercano a su lugar de origen; en el nuevo hábitat, permanece unos años y luego se traslada a la capital del Municipio o mejor aún del Estado (en este caso San Fernando), donde también se residencia algunos años, desde donde, transcurrido un tiempo se desplaza preferiblemente a la zona centro norte costera (con predilección la ciudad de Maracay, con justificada razón, apodada la PIEDRA DE AMOLÁ VEGUEROS …ja, ja, ja). Me he referido a los procesos migratorios en Apure, porque aquí en San Fernando, había muchas CASAS DE VECINDAD (El Casino en el ángulo suroeste del cruce de las calles Bolívar y Coto Paúl; El Remolino en el ángulo sureste del cruce de las calles Sucre y Coto Paúl; El Águila Real en el ángulo sureste del cruce de las calles Sucre y Urdaneta; Las Pesitas en el ángulo sureste del cruce de las calles Sucre y Urdaneta; entre otra acogedoras casonas) que cobijaron a campesinos venidos de los más recónditos pueblitos de la extensa geografía apureña y donde la mayoría de ellos se convirtieron en los constructores de barrios en la Ciudad de la esperanza. Por cierto, este proceso de migración masiva no ha sido exclusivo del Estado Apure ni de Venezuela, sino un desplazamiento de toda Latinoamérica (ver la serie de televisión LA VECINDAD DEL CHAVO que muestra la realidad social de la ciudad de México... por favor hagan esta otra agradable tarea ... ja, ja, ja.).

Como les venía contando…ja, ja, ja, los propietarios de CASAS DE VECINDAD en San Fernando, al darse cuenta que la primera etapa del BOOM petrolero, es decir, la disminución del desmalezamiento de bosques y de la movilización masiva de vegueros a los campos petroleros, los propietarios de las CASAS DE VECINDAD, las destinaron al arriendo con fines comerciales, como fue el caso de LA PULPERÍA EL CASINO y de otras tantas pulperías…

CITAS:

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(1) LAPREA SIFONTES, Pedro El Llanero, Número 283. Página 6.

FUENTES:

BIBLIOGRÁFICAS:

ARANA PÁEZ, Hugo | Borraduras de ciudad. Fundación Editorial El Perro y la Rana. Colección El Apure de siempre, Serie Roja, Crónica. Red Nacional de Escritores de Venezuela. San Fernando. 2011. Págs. 100.

CASTILLO SERRANO, Franco. El Último violín, Págs. 287

CLEMENTE TRAVIESO, Carmen. Las esquinas de Caracas. Talleres Gráficos de México SA., México. 1966. Págs. 285.

DECANIO, Edgar. Repuntes II, El San Fernando de ayer, CONAC, Págs. Fundación Cultural Ítalo Decanio D´ Amico, Consejo Nacional de la Cultura, CONAC, Editorial Lithobinder. Caracas, 2005, Págs. 349.

GONZÁLEZ, Leopoldo. Arichuna Bicentenaria, Editorial Andes, Bogotá, 1973. Págs. 315.

LAYA, Carlos Modesto. Del Apure histórico. 99

MEDINA RUBIO, Arístides. Introducción a la historia regional. Consejo Nacional de la Cultura. Revista Historia para todos, Número 3. Págs. 40.

NUÑEZ, Enrique Bernardo La ciudad de los techos rojos. Monte Ávila Editores, C.A. Cromotip. Caracas, 1988. Págs. 283.

OVIEDO M., Ramón. Sabaneando mis recuerdos, Gamevial, Valencia, 2006, Págs. 267

RAMOS, César Humberto. Remontando el Apure viejo 1931- 1952, Págs.151, 1988

--------------------------- Mi llanto por la llanura 1900- 1940, Colección historia, Fundación Editorial El Perro y la Rana, Ministerio del Poder Popular para la Cultura, Caracas, 2008, Págs. 81.

ROSENBLAT, Ángel. Buenas y malas palabras, Editorial Edime, Pag.158, Tomo II, Caracas, 1969, Págs. 254

--------------------------- Buenas y malas palabras, Una selección, Monte Ávila Editores Latinoamericana, Biblioteca Básica de autores venezolanos, Caracas, 2004, Págs. 313.

--------------------------- Buenas y malas palabras, Tomo IV, Págs. 151 Editorial Edime, Barcelona, 1969. Págs. 356.

SÁNCHEZ OLIVO, Julio César. Crónicas de Apure, Academia Nacional de la Historia, El Libro menor 125, Talleres Italgráfica SRL, Caracas, 1988, Págs. 211.

Documentales:

HEMEROGRÁFICAS:

LAPREA SIFONTES, Pedro El Llanero, Número 283. San Fernando. 1982. Página 6.

 


lunes, 21 de junio de 2021

EL PATIQUÍN DE EL REMOLINO

 


EL PATIQUÍN DE EL REMOLINO

Autor: Hugo Arana

Continuando con los ensayos publicados en la serie HISTORIA AMENA, en esta ocasión, les traigo otro terrorífico cuento fantasmal llanero de mi autoría, que en honor a una popular cantina llamada EL REMOLINO, que funcionaba en una casona de adobe, techo de tejas y numerosos portones, característicos de las llamadas CASAS DE VECINDAD, que se hallaba situada en el ángulo sureste de la intersección de las calles Sucre y Coto Paúl del Barrio El Mamón (actual Centro Valle) del bucólico San Fernando de principios del siglo veinte, se me ocurrió GARABATEAR esta espantosa narración titulada EL PATIQUÍN DE EL REMOLINO…

Nuevamente les doy las gracias a los artistas plásticos y a los fotógrafos profesionales o aficionados, quienes con sus hermosos lienzos y sus bonitas y coloridas imágenes contribuyen a facilitar la comprensión de estos trabajos. En este caso me felicito, por cuanto, los dibujos y algunas de las fotografías a color son de quien ha garrapateado estos GARABATOS… ja, ja, ja.

1. EL PATIQUÍN DE EL REMOLINO

Género: Cuento fantasmal llanero

Autor: Hugo Arana Páez HARPA

Esos jóvenes que tienen el mal hábito de convertir los días en noches y las noches en días, algunas veces no les va muy bien; me refiero a esos tercios que acostumbran frecuentar las tabernas y los botiquines de mala muerte y demás lugares NON SANCTOS, quienes después de estar hasta altas horas de la madrugada moliendo más caña que un trapiche nuevo en febrero y de pasar largas horas tras los fustanes de las cortesanas de oficio de esos lugares, al marcharse rumbo a sus hogares, evitaban pasar a esas horas frente a la vieja iglesia catedral construida por el Presidente Raimundo Fonseca a finales del siglo XIX, porque los viejos y viejas sanfernandinos contaban que en ese templo fue enterrado Fray Buenaventura de Benaocáz, uno de los fundadores y primer cura (Curador de almas) de San Fernando y en torno a ese hecho, se había tejido la leyenda que por los lados del templo, salía a medianoche el viejo sacerdote con un látigo en la mano a flagelar a esos tercios que a esa hora andaban buscando lo que no se les había perdido… ja, ja, ja; amén de esa espantosa visión, también había la leyenda que los que a esas horas atinaban a pasar por la casa de Dios, veían unas largas procesiones de horribles hombres y mujeres orando con una vela en una mano y un rosario en la otra rumbo al templo. Contaban los viejos sanfernandinos que esas eran las ánimas en pena de los Chivatos y Chivatas que habían sido sepultados en esa iglesia, quienes para salir de penas, agarraban a los tercios que andaban parrandeando por los lados del sagrado lugar y sin ton ni son, para que dejaran de andar en malos pasos, los zampaban a empujones pa´ la iglesia. Por cierto, los habituales borrachones, conocedores de esas leyendas, para evitar toparse con esas horribles criaturas, preferían dar un largo rodeo y no encontrarse con alguno de aquellos horrorosos espíritus...

En una madrugada del mes de mayo del año 1923, el joven Joseíto Tovar, a quien sus amigos apodaban cariñosamente Chepito, iba bien palotiao dando traspiés rumbo a su hogar situado en la intersección de las calles Plaza y Bolívar, donde como todas las noches lo esperaba su angustiada madre, doña Milagros de Tovar; quien cada vez que el parrandero se iba de juerga le encomendaba su alma a las ánimas benditas y para que lo libraran de todo mal, fervorosamente, les encendía una vela en un rincón de una de las enormes habitaciones de la vetusta casona. Es que el muy tarambana, no le hacía caso a las consejas de doña Milagros, la viuda que un año antes, había perdido a su esposo el 20 de mayo de 1922, quien junto a otros amantes de la libertad, hizo causa común con el general trujillano Waldino Arriaga Perdomo, quien alzado en armas contra el tirano de La Mulera, Juan Vicente Gómez, intentaría tomar la sede del Poder Ejecutivo del Estado Apure y de allí, marchar triunfante con su montonera rumbo a Caracas. Con nostalgia, doña Milagros, recordaba que ese día se había cansado de hacer cambiar de idea a su amado esposo…

-¡Por Dios, hombre no vayas con el general, que te van a matar!

Pero inmutable, Miguel Tovar, que así se llamaba el terco marido, no atendía a los ruegos de su desesperada compañera.

-¡No mujer, por nada del mundo voy a dejar de ir a esa cita, donde me la voy a jugar en esa pelea, la cual es por la libertad, si hoy derrotamos a Cara e´ gallina (así apodaban los apureños al gobernador del Estado Apure, el doctor y General Hernán Febres Cordero), el General Arriaga, va a ser Presidente del Estado y nos vamos a acomodá ¿Acaso no te has dado cuenta que voy a cambiar el menudo por la morocota?…. ja, ja, ja. ¡Quédese tranquila que a mí ná me va a pasá! Pa´ eso cargo este escapulario de la virgen del Carmen...que me protege de todo mal… ja, ja, ja.

-¡Por favor Miguel, te lo ruego, no vayas, hazlo por esa criatura…!

Era el año 1923, hacía apenas un año que su esposo había fallecido víctima de un balazo en la cabeza, cuando junto al General Arriaga, comandaba un grupo de insurgentes alzados en armas, quienes fueron emboscados por las tropas del gobierno, las cuales estaban atrincheradas en el Palacio Fonsequero, esperando el ataque de los rebeldes, quienes fueron repelidos fácilmente. Uno de los que iba al frente de los insurrectos era el padre de Chepíto; Don Miguel Tovar, quien valientemente tomó posición en la Plaza Libertad, frente a Palacio y fue allí cuando recibió la descarga de un máuser que incontinenti lo dejó tendido en ese parque. Igual suerte corrieron muchos de sus compañeros, incluido el General Arriaga, quien en su mula iba gravemente herido rumbo a la casa de su amigo y vecino Don Pancho Echenique, donde finalmente el aguerrido general fallecería...

En un rincón de su casa se hallaban abrazados Chepito y doña milagros, quien al pie de un bonito altar rogaba a los santos cuidaran a su esposo. Asimismo, temblorosa escuchaba el estruendo de la fusilería; intuía que unas cuadras abajo, Miguel junto a sus compañeros, estarían atacando furiosamente a las tropas del gobierno... De pronto, atinó a escuchar frente a su casa, el ruido de cascos y relinchos de caballos pasar en veloz carrera por la polvorienta Calle Bolívar; eran los gritos de los alzaos y el tropel de sus caballos en estampida que junto al toque de corneta de retirada, anunciaban la trágica derrota. A su mente acudían malos pensamientos que se expresaban en el ruego esperanzador….

-¡Dios mío cuídame a Miguel, que tengo este muchachito que todavía está chiquito, que no le suceda nada, hazlo por este niño mi Señor…!

La corneta de los insurgentes llamando a retirada, significaba que la causa estaba perdida. Desde la alcoba comprendió que el ataque degeneró en una aplastante derrota. No habían transcurrido cinco minutos, cuando alguien tocó insistentemente el ancho portón de madera, era uno de los comprometidos quien a gritos la llamaba….

-¡Doña Milagros… Doña Milagros…!

Efectivamente era uno de los compañeros de Miguel, quien afanoso y en retirada, apenas logró espetarle.

-¡Doña Milagros, mataron a Miguel! Lo mataron de un balazo en la cabeza, allá quedó tendió en la Plaza, frente al Fonsequero...

El jinete, luego de anunciarle la infausta noticia, espoleó enérgicamente a la bestia y reinició el raudo galope por la soleada y solitaria calle. Mientras que en la vivienda, la temblorosa y desconsolada madre abrazaba a su pequeño hijo y ambos, unidos en el dolor lloraban inconsolables en el rincón de uno de los aposentos de la vetusta casona...

-¡Dios mío, ¿Qué voy a hacer? ¡Ayúdame mi Dios!

Después de vuelta la calma, los vecinos salieron a socorrer a los heridos y a recoger a los muertos para darles sepultura en una fosa común en el viejo y distante cementerio municipal de la Chimborazo.

Pasados unos meses, la afligida viuda se dedicó a elaborar conservas de coco, buñuelos de yuca y miel de Aricas, majaretes, arroz con leche y a confeccionar camisones a las señoras del pueblo. Así logró educar a Chepito, al que mandaba a la escuelita de las hermanas Márquez, hasta que se fue haciendo un hombrecito y pudo ingresar al Colegio Miranda, donde cursó hasta el tercer año de Educación Media. En ese sentido, el joven comprendía que debía continuar los últimos años de bachillerato en Caracas, asimismo, entendía que su madre no podría costearle su estancia en la capital. Hasta que un día el muchacho decidió informarle lo qué haría con su vida.

-¡Mamá, quiero contarte que don Enrique me ofreció trabajo en su negocio!

¿Qué Enrique es ese, hijo?

-Mamá, Don Enrique, allá en el Barrio El Mamón, el dueño de la empresa ENRIQUE LIGERÓN situada frente al Puerto Barbaritero.

- ¡Ah, ya sé quién es! ¿Y los estudios, qué vas a hacer?

-¡Los dejaré mamá! Porque tú no tienes como mandarme a estudiar en Caracas.

Movido por el deseo de ayudar a su madre, el joven Chepito González, comenzó a trabajar en la Casa importadora-exportadora ENRIQUE LIGERÓN, donde en invierno atracaban los vapores de la Compañía Anónima Venezolana de Navegación CAVN y los vaporeños -así llamaban los sanfernandinos a los marineros de los vapores que llegaban con mercancías procedentes de Trinidad y Ciudad Bolívar- . Por cierto, al arribo de estas naves, el pueblo se enfiestaba, porque algunos habitantes visitaban los barcos adonde iban a curiosear o a comprar exquisiteces, otros a recibir a sus familiares y amigos que venían de Ciudad Bolívar o Trinidad; los caleteros acudían a descargar mercancías y herramientas; asimismo, a bajar los sacos de sal y los muchachos a recoger los granos que caían de los atestados sacos y los más avispados, subían a las naves, donde entraban hasta la cocina a lavar los platos para arrasar con los retallones; pero las que más se alegraban eran las damiselas de los botiquines del pueblo, por cuanto, los vaporeños en las noches se dirigían a esos lupanares a entregarse en brazos de esas cortesanas de oficio. Así fue como Chepíto conoció en EL REMOLINO a Micaela Rodríguez, una agraciada Payareña, quien con apenas dieciséis años de edad, era la flor de ese botiquín. Por cierto, Chepíto al ver a esa hermosa trigueña quedó prendado de ella, haciéndose cliente habitual del negocio. Los viernes y los sábados era frecuente mirarlo en esa cantina, fumando cigarrillos BANDERA ROJA y emburrándose a cada rato tragos de ron Foatero; mientras que la agraciada Micaela lo hipnotizaba e idiotizaba con sus maliciosas miradas y su insinuante y blanca sonrisa...ja, ja, ja.

Una noche de mayo, bien entrada la madrugada, viendo Micaela, que Chepíto aún permanecía en el lugar y de ñapa, mirándolo más prendió que tabaco e´ bruja; con su voz melosa y su sensual tongoneo, se acercó al mozo y haciéndole una que otra carantoña, le advirtió…

-Mi amor, por qué no te vas, no es que te estoy corriendo, es que es muy tarde y te puede atacar un salteador en una de esas bocacalles, tú sabes que vives lejos de aquí y a estas horas el pueblo está más solo que el pavo e´ La Rubiera… y no quiero que te vaya a pasar nada malo mi amor...

El joven, queriendo justificar su permanencia en el lugar le espetó a la enamorada.

-¡No mi cariño, yo no me puedo ir de aquí, porque tú me echaste pega…

-¿Qué pega te voy a está echando?

-¡Ajá! ¿Acaso esas carantoñas, arrumacos y amapuches que a cada rato me das, no son una pega bien poderosa?…ja, ja, ja.

-¡Hay que vé Chepito… tú eres más loco que una romana e´ palo…ja, ja, ja.

-¡Nada de loco Micaela, lo que sucede es que con tus caricias me tienes más pegao que una garrapata de la teta de una vaca… ja, ja, ja.

-Mi amor, lo mejor es que te vayas, que todavía es temprano y hay gente en las calles. Por favor Chepito vete y así evitas que te vaya a pasar algo malo…

-¿Qué me va a pasar, que no me haya pasado ya…? Ja, ja, ja.

-¡Ja, ja, ja, hay que vé que tú si eres vainero Chepito!

-Además, por si acaso, mira lo que cargo pa´ los salteadores de caminos!

Orgulloso, el joven galán le mostró a la agraciada Micaela un bonito garrote y es que Cheíto, además de parrandero y enamorado, tenía fama de ser buen conocedor de las artes del garrote y de ser un avezado peleador….

-¿Pero y si te sale un muerto?

Respondió la muchacha

-¡No jile mi amor! ¡Qué muerto, ni que espanto! A mí no me asustan esos aparatos, porque muerto sabe a quién le sale y Mapurite a quien peé… ja, ja, ja, y sí ese fuera el caso, a ese muerto lo voy a chaparreá pa´ que más nunca se equivoque con hombres como yo. Además Micaela, usted no se ha dao cuenta que es un palo e´ mujer hecha y derecha y bien hecha y bien derechita que me la hizo Dios… pa´ está creyendo en esas pendejadas…ja, ja, ja.

-No sé mi amor, pero es que tengo un presentimiento, que esta noche te va a pasá algo malo…

Impulsivamente el joven patiquín la agarró por la mano y acercándola a su regazo la besó larga y apasionadamente…

-¿Qué te pasó Chepito…? ¿Qué mosca te picó? Ja, ja, ja…

-¡La culpa es del ron…ja, ja, ja! Así que vaya y tráigame otra botella pa´ seguirla besando…ja, ja, ja.

-¡Mira Chepito! ¿Qué vaina te pasa…?

-¡Guá que esta noche estoy feliz, porque posiblemente mañana vengo a buscarla…¡

-¡Ay Chepito que feliz me haces con ese anuncio…! ¡Si así es la cosa, mañana te voy a está esperando con el traje más bonito de estos laos, el cual, lo mandé a hacer con la más famosa costurera del pueblo para lucírtelo a ti…!

Luego de las mutuas promesas de amor; al fin, el galán decidió marcharse de EL REMOLINO. Eran aproximadamente las dos de la mañana cuando se despidió de su amada Micaela, quien en sus entristecidos ojos se leía el suplicante adiós de no te vayas…

-¡Mi amor! Tengo que irme, acuérdate que mañana bien tempranito, debo pegarme en el corte a trabajar… y acuérdate que mañana te vengo a buscar para que te vayas a vivir conmigo…

-Bueno Chepito, ojala que así sea, tú no sabes cómo deseo irme contigo mi amor. Váyase y que Dios te acompañe, que aquí te estaré esperando. Adiós mi amor, te espero mañana…

-Cuente con eso Micaela, así que tráigase su maleta de una vez, porque mañana vengo a buscarla…

Por las oscuras calles se miraba al borrachón evadiendo los cangilones de las calles de tierra y polvo; quien a pesar de la rasca de Padre y Señor Mío, el hombre andaba derechito y muy aprisa, sabía que en su casa, desde tempranas horas lo esperaba su angustiada madre.

A pocas cuadras de EL REMOLINO quedaba la laguna de Perro Seco, donde a esa hora se escuchaba el trasnochado croar de los sapos y el graznido de algún peregrino alcaraván buscando alimento entre el pajonal. Al llegar a Los Robles cruzó a la derecha por la Arévalo González, así llegó a la Bolívar rumbo a Jobalito. El muchacho andaba presuroso, por cuanto, sabía que su madre estaría en vela esperándolo muy preocupada.

-¡Que vaina! No me traje ni un palo e´ fósforo y a quien le voy a pedí uno pa´ prendé este cigarro, no jile yo si soy pendejo.

Con esa incomodidad en la mente, el mozo, andaba distraído, sin darse cuenta que estaba llegando al pie del solitario campanario de la catedral, cuando en menos tiempo que espabila un cura loco, inesperadamente observó que al pie de esa torre, extrañamente se había apostado un raro hombrecito de largos mostachos y vestido de liquilique blanco y sombrero de fino paño negro.

-¡Qué vaina! Ese tipo parece uno de los policías que cuidan al Presidente del Estado, ojalá no me vaya a requisar, no jile, como son las cosas, no hay nadie en el pueblo y me vengo a topar con la autoridad y yo con este tufo a aguardiente que no lo brinca un venao ¡Qué vaina!

Discurriendo, Chepíto, avanzaba hasta donde se hallaba el extraño personaje, cuando estuvo cerca de él, pudo percatarse que no era un policía, sino un diminuto parroquiano, de mediana edad y de tez trigueña.

-¿Que hará ese tercio ahí solito, a quién esperará? No jile, si me viene a asaltar lo voy a chaparrear pa´ que aprenda a respetá a los hombres.

Como precaución, el mozo agarró el mandador con fuerza y con cautela se acercó al extraño hombrecito.

-¡Buenas, cómo está amigo, tendrá un palo e´ fósforo pa´ prendé este cigarro.

-Si hermano, como no, aquí tiene.

Rápidamente el raro individuo sacó de uno de los bolsillos del liquilique, una caja de fósforos. Al acercarse al diminuto personaje, pudo ver debajo del sombrero un anguloso y pálido rostro. Asimismo exhibía una maliciosa mirada y una extraña sonrisa. Nervioso, Chepito logró encender el cigarro y en señal de agradecimiento le extendió la diestra al extraño ser, notando que sus manos estaban frías, muy frías. Enseguida el nervioso muchacho se despidió del insólito individuo.

-¡Bueno amigo que tenga buenas noches y muchas gracias!

-¡No hay de qué!

Respondió el pálido ser. Chepíto había andado apenas diez pasos, cuando se volteó para preguntarle.

-¿Qué hora será?

El diminuto ser le respondió con una lúgubre y grave voz.

-¡Pronto darán las doce en el reloj de San Pedro en Roma.

Súbitamente, su dedo índice comenzó a crecer de tamaño, hasta alcanzar al minutero del reloj de la alta torre, con el que le indicaba la hora al aterrorizado Chepíto…

-¡Y solo pocos minutos faltan para que en este reloj suenen las cuatro de la mañan…!

Simultáneamente de la boca del enano, salían unos enormes, puntiagudos y afilados caninos. Mientras que una sepulcral y satánica carcajada recorría la oscura y solitaria calle. En la plaza, una fuerte brisa mecía hasta el suelo las matas de mango y Merecure, haciendo caer los verdes frutos. De inmediato el aterrorizado, trasnochado, pálido y sudoroso muchacho, emprendió veloz carrera rumbo a su casa. No había recorrido dos cuadras, cuando vio una extraña multitud de hombres, mujeres, niños, niñas, viejos y viejas que venían en procesión por la calle Bolívar, rumbo a la catedral; el jadeante calavera se detuvo a contarle a uno de aquellos extraños seres, lo que le había sucedido, pero intrigado, observó que las jóvenes, las niñas y las viejas vestían de blanco, mientras que los jóvenes, los niños y los viejos de negro, como si fueran para un entierro. ¿Por qué, esa extraña ropa? Se preguntaba Chepíto. ¿Por qué, todos van rezando y por qué, todos son tan pálidos? Al final del extraño desfile venía un hombre bastante mayor, trajeado de liquilique beige, el joven se alegró y dijo.

-¡Gracias Dios mío! Al fin me encuentro a un ser normal.

Presuroso, el asustado muchacho lo abordó para expresarle lo ocurrido.

-¡Don! Me acaba de pasar algo, allá atrás en la esquina de la catedral me salió un hombrecito vestido de blanco, con un sombrero negro; le pregunté la hora y de repente su dedo índice creció hasta tocar el reloj ¡Ahí está ya lo va a ver!

Seguidamente el aterrorizado muchacho volteó para indicarle al viejo, dónde estaba el extraño ser, pero percibió que ya en la esquina no había nadie. Al contrario la brisa había cesado y la noche estaba tranquila como si nada hubiera ocurrido; sorprendido se volteó para suplicarle al viejo que lo acompañara hasta su casa, pero también, misteriosamente se había esfumado. Nuevamente dirige la mirada hacia el templo y observa que el gentío, extrañamente atravesaba las paredes de la iglesia sin ningún impedimento. En ese instante, el horrorizado parrandero reanudó la carrera por las oscuras y solitarias calles pegando más gritos que una paría ja, ja, ja.

Con la grizapa, Doña Milagros, se había despertado y al escuchar los gritos del muchacho, se lanzó presurosa a abrirle la puerta; quien después de entrar, a todo gañote le suplicaba a la anciana la cerrara de inmediato. Una vez en la alcoba, el empedernido parrandero, tembloroso en el regazo de la madre, le prometía una y otra vez que más nunca volvería a salir a parrandear, porque esa noche le habían pasado cosas espantosas, muy espantosas; mientras que la buena doña Milagros lo consolaba; extrañamente exhibía una maliciosa, extraña e irónica sonrisa, acompañada de una pícara mirada…que asustaba verla…

Habían transcurrido varios meses y el muchacho se había olvidado de la agraciada cortesana de EL REMOLINO, tampoco se le volvió a ver en Botellofón, El Regional, El Kiosco Apure, Verdún, y mucho menos en El Remolino; donde ansiosa con su floreado camisón nuevo lo aguardaba su amada y buenamoza Micaela, quien cansada de esperarlo, se fue a vivir a Ciudad Bolívar con uno de los vaporeños que desde hacía tiempo la pretendía...

Desde entonces, en Ciudad Bolívar, todas las tardes a orillas del Orinoco y con la mirada extendida hacia San Fernando, se observaba a la desdichada Micaela, decir…

-¡Ya sabía yo que ese patiquincito de pueblo no se iba a enseriá conmigo! Por cierto, la última vez que lo vi a cada rato me decía ¡Póngase bien bonita que mañana te vengo a buscar para que te vayas a vivir conmigo…! Y el gran carajo, lo que hizo fue dejarme el pelero hasta el día de hoy ja, ja, ja. Y lo peor del asunto, es que con el cuento de que me iba a buscar para llevarme a vivir con él la noche siguiente, yo me arreglé bien bonita y hasta me estrené el camisón que había mandado a coser con la costurera más afamada del pueblo, la señora Eloína Mejías… ja, ja, ja; eso me pasó por estar de pendeja, creyendo en cuentos de camino y de ñapa, contados por patiquines de pueblo…ja, ja, ja.

La afligida mujer, nunca se enteró de la desventura que aquella infausta madrugada le había pasado a su amado Chepito…

Después se supo en San Fernando que Chepíto no salió más de juerga; apenas cumplida su jornada de trabajo donde Don Enrique Ligerón, se iba derechito para su casa; jamás volvió a ingerir licor y mucho menos pedirle candela a ningún extraño. Mientras Doña Milagros, agradecía a las ánimas la ayuda que le habían prestado. Es que gracias a ellas, el tarambana se transformó en un hombre de bien. Desde entonces, allá en el altar que había dispuesto en el rincón de uno de los cuartos de la vieja casona, la feliz y agradecida viuda, por si acaso, ja, ja, ja…continuó prendiéndole velas a las ánimas benditas para que Chepito jamás VAYA A ANDAR EN MALOS PASOS…

Y Colorín Colorado este cuento se ha… no, no se ha acabado, porque todavía hay muchos botiquincitos de mala muerte regaos por los pueblos llaneros y muchas meseras dispuestas a irse a vivir con cualquier patiquín de pueblo…ja, ja, ja.

 


 
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