EL PATIQUÍN DE EL REMOLINO
Autor: Hugo Arana
Continuando con los ensayos publicados en la serie
HISTORIA AMENA, en esta ocasión, les traigo otro terrorífico cuento fantasmal
llanero de mi autoría, que en honor a una popular cantina llamada EL REMOLINO,
que funcionaba en una casona de adobe, techo de tejas y numerosos portones,
característicos de las llamadas CASAS DE VECINDAD, que se hallaba situada en el
ángulo sureste de la intersección de las calles Sucre y Coto Paúl del Barrio El
Mamón (actual Centro Valle) del bucólico San Fernando de principios del siglo
veinte, se me ocurrió GARABATEAR esta espantosa narración titulada EL PATIQUÍN
DE EL REMOLINO…
Nuevamente les doy las gracias a los artistas
plásticos y a los fotógrafos profesionales o aficionados, quienes con sus
hermosos lienzos y sus bonitas y coloridas imágenes contribuyen a facilitar la
comprensión de estos trabajos. En este caso me felicito, por cuanto, los
dibujos y algunas de las fotografías a color son de quien ha garrapateado estos
GARABATOS… ja, ja, ja.
1. EL PATIQUÍN DE EL REMOLINO
Género: Cuento fantasmal llanero
Autor: Hugo Arana Páez HARPA
Esos jóvenes que tienen el mal hábito de convertir los
días en noches y las noches en días, algunas veces no les va muy bien; me
refiero a esos tercios que acostumbran frecuentar las tabernas y los botiquines
de mala muerte y demás lugares NON SANCTOS, quienes después de estar hasta
altas horas de la madrugada moliendo más caña que un trapiche nuevo en febrero
y de pasar largas horas tras los fustanes de las cortesanas de oficio de esos
lugares, al marcharse rumbo a sus hogares, evitaban pasar a esas horas frente a
la vieja iglesia catedral construida por el Presidente Raimundo Fonseca a
finales del siglo XIX, porque los viejos y viejas sanfernandinos contaban que
en ese templo fue enterrado Fray Buenaventura de Benaocáz, uno de los
fundadores y primer cura (Curador de almas) de San Fernando y en torno a ese
hecho, se había tejido la leyenda que por los lados del templo, salía a
medianoche el viejo sacerdote con un látigo en la mano a flagelar a esos
tercios que a esa hora andaban buscando lo que no se les había perdido… ja, ja,
ja; amén de esa espantosa visión, también había la leyenda que los que a esas
horas atinaban a pasar por la casa de Dios, veían unas largas procesiones de
horribles hombres y mujeres orando con una vela en una mano y un rosario en la
otra rumbo al templo. Contaban los viejos sanfernandinos que esas eran las
ánimas en pena de los Chivatos y Chivatas que habían sido sepultados en esa
iglesia, quienes para salir de penas, agarraban a los tercios que andaban
parrandeando por los lados del sagrado lugar y sin ton ni son, para que dejaran
de andar en malos pasos, los zampaban a empujones pa´ la iglesia. Por cierto,
los habituales borrachones, conocedores de esas leyendas, para evitar toparse
con esas horribles criaturas, preferían dar un largo rodeo y no encontrarse con
alguno de aquellos horrorosos espíritus...
En una madrugada del mes de mayo del año 1923, el
joven Joseíto Tovar, a quien sus amigos apodaban cariñosamente Chepito, iba
bien palotiao dando traspiés rumbo a su hogar situado en la intersección de las
calles Plaza y Bolívar, donde como todas las noches lo esperaba su angustiada
madre, doña Milagros de Tovar; quien cada vez que el parrandero se iba de
juerga le encomendaba su alma a las ánimas benditas y para que lo libraran de
todo mal, fervorosamente, les encendía una vela en un rincón de una de las
enormes habitaciones de la vetusta casona. Es que el muy tarambana, no le hacía
caso a las consejas de doña Milagros, la viuda que un año antes, había perdido
a su esposo el 20 de mayo de 1922, quien junto a otros amantes de la libertad,
hizo causa común con el general trujillano Waldino Arriaga Perdomo, quien
alzado en armas contra el tirano de La Mulera, Juan Vicente Gómez, intentaría
tomar la sede del Poder Ejecutivo del Estado Apure y de allí, marchar
triunfante con su montonera rumbo a Caracas. Con nostalgia, doña Milagros,
recordaba que ese día se había cansado de hacer cambiar de idea a su amado
esposo…
-¡Por Dios, hombre no vayas con el general, que te van
a matar!
Pero inmutable, Miguel Tovar, que así se llamaba el
terco marido, no atendía a los ruegos de su desesperada compañera.
-¡No mujer, por nada del mundo voy a dejar de ir a esa
cita, donde me la voy a jugar en esa pelea, la cual es por la libertad, si hoy
derrotamos a Cara e´ gallina (así apodaban los apureños al gobernador del
Estado Apure, el doctor y General Hernán Febres Cordero), el General Arriaga,
va a ser Presidente del Estado y nos vamos a acomodá ¿Acaso no te has dado
cuenta que voy a cambiar el menudo por la morocota?…. ja, ja, ja. ¡Quédese
tranquila que a mí ná me va a pasá! Pa´ eso cargo este escapulario de la virgen
del Carmen...que me protege de todo mal… ja, ja, ja.
-¡Por favor Miguel, te lo ruego, no vayas, hazlo por
esa criatura…!
Era el año 1923, hacía apenas un año que su esposo
había fallecido víctima de un balazo en la cabeza, cuando junto al General
Arriaga, comandaba un grupo de insurgentes alzados en armas, quienes fueron
emboscados por las tropas del gobierno, las cuales estaban atrincheradas en el
Palacio Fonsequero, esperando el ataque de los rebeldes, quienes fueron
repelidos fácilmente. Uno de los que iba al frente de los insurrectos era el
padre de Chepíto; Don Miguel Tovar, quien valientemente tomó posición en la
Plaza Libertad, frente a Palacio y fue allí cuando recibió la descarga de un
máuser que incontinenti lo dejó tendido en ese parque. Igual suerte corrieron
muchos de sus compañeros, incluido el General Arriaga, quien en su mula iba
gravemente herido rumbo a la casa de su amigo y vecino Don Pancho Echenique,
donde finalmente el aguerrido general fallecería...
En un rincón de su casa se hallaban abrazados Chepito
y doña milagros, quien al pie de un bonito altar rogaba a los santos cuidaran a
su esposo. Asimismo, temblorosa escuchaba el estruendo de la fusilería; intuía
que unas cuadras abajo, Miguel junto a sus compañeros, estarían atacando
furiosamente a las tropas del gobierno... De pronto, atinó a escuchar frente a
su casa, el ruido de cascos y relinchos de caballos pasar en veloz carrera por
la polvorienta Calle Bolívar; eran los gritos de los alzaos y el tropel de sus
caballos en estampida que junto al toque de corneta de retirada, anunciaban la
trágica derrota. A su mente acudían malos pensamientos que se expresaban en el
ruego esperanzador….
-¡Dios mío cuídame a Miguel, que tengo este muchachito
que todavía está chiquito, que no le suceda nada, hazlo por este niño mi
Señor…!
La corneta de los insurgentes llamando a retirada, significaba
que la causa estaba perdida. Desde la alcoba comprendió que el ataque degeneró
en una aplastante derrota. No habían transcurrido cinco minutos, cuando alguien
tocó insistentemente el ancho portón de madera, era uno de los comprometidos
quien a gritos la llamaba….
-¡Doña Milagros… Doña Milagros…!
Efectivamente era uno de los compañeros de Miguel,
quien afanoso y en retirada, apenas logró espetarle.
-¡Doña Milagros, mataron a Miguel! Lo mataron de un
balazo en la cabeza, allá quedó tendió en la Plaza, frente al Fonsequero...
El jinete, luego de anunciarle la infausta noticia,
espoleó enérgicamente a la bestia y reinició el raudo galope por la soleada y
solitaria calle. Mientras que en la vivienda, la temblorosa y desconsolada
madre abrazaba a su pequeño hijo y ambos, unidos en el dolor lloraban
inconsolables en el rincón de uno de los aposentos de la vetusta casona...
-¡Dios mío, ¿Qué voy a hacer? ¡Ayúdame mi Dios!
Después de vuelta la calma, los vecinos salieron a
socorrer a los heridos y a recoger a los muertos para darles sepultura en una
fosa común en el viejo y distante cementerio municipal de la Chimborazo.
Pasados unos meses, la afligida viuda se dedicó a
elaborar conservas de coco, buñuelos de yuca y miel de Aricas, majaretes, arroz
con leche y a confeccionar camisones a las señoras del pueblo. Así logró educar
a Chepito, al que mandaba a la escuelita de las hermanas Márquez, hasta que se
fue haciendo un hombrecito y pudo ingresar al Colegio Miranda, donde cursó
hasta el tercer año de Educación Media. En ese sentido, el joven comprendía que
debía continuar los últimos años de bachillerato en Caracas, asimismo, entendía
que su madre no podría costearle su estancia en la capital. Hasta que un día el
muchacho decidió informarle lo qué haría con su vida.
-¡Mamá, quiero contarte que don Enrique me ofreció
trabajo en su negocio!
¿Qué Enrique es ese, hijo?
-Mamá, Don Enrique, allá en el Barrio El Mamón, el
dueño de la empresa ENRIQUE LIGERÓN situada frente al Puerto Barbaritero.
- ¡Ah, ya sé quién es! ¿Y los estudios, qué vas a
hacer?
-¡Los dejaré mamá! Porque tú no tienes como mandarme a
estudiar en Caracas.
Movido por el deseo de ayudar a su madre, el joven
Chepito González, comenzó a trabajar en la Casa importadora-exportadora ENRIQUE
LIGERÓN, donde en invierno atracaban los vapores de la Compañía Anónima
Venezolana de Navegación CAVN y los vaporeños -así llamaban los sanfernandinos
a los marineros de los vapores que llegaban con mercancías procedentes de
Trinidad y Ciudad Bolívar- . Por cierto, al arribo de estas naves, el pueblo se
enfiestaba, porque algunos habitantes visitaban los barcos adonde iban a
curiosear o a comprar exquisiteces, otros a recibir a sus familiares y amigos
que venían de Ciudad Bolívar o Trinidad; los caleteros acudían a descargar
mercancías y herramientas; asimismo, a bajar los sacos de sal y los muchachos a
recoger los granos que caían de los atestados sacos y los más avispados, subían
a las naves, donde entraban hasta la cocina a lavar los platos para arrasar con
los retallones; pero las que más se alegraban eran las damiselas de los
botiquines del pueblo, por cuanto, los vaporeños en las noches se dirigían a
esos lupanares a entregarse en brazos de esas cortesanas de oficio. Así fue
como Chepíto conoció en EL REMOLINO a Micaela Rodríguez, una agraciada
Payareña, quien con apenas dieciséis años de edad, era la flor de ese botiquín.
Por cierto, Chepíto al ver a esa hermosa trigueña quedó prendado de ella,
haciéndose cliente habitual del negocio. Los viernes y los sábados era
frecuente mirarlo en esa cantina, fumando cigarrillos BANDERA ROJA y
emburrándose a cada rato tragos de ron Foatero; mientras que la agraciada
Micaela lo hipnotizaba e idiotizaba con sus maliciosas miradas y su insinuante
y blanca sonrisa...ja, ja, ja.
Una noche de mayo, bien entrada la madrugada, viendo
Micaela, que Chepíto aún permanecía en el lugar y de ñapa, mirándolo más
prendió que tabaco e´ bruja; con su voz melosa y su sensual tongoneo, se acercó
al mozo y haciéndole una que otra carantoña, le advirtió…
-Mi amor, por qué no te vas, no es que te estoy
corriendo, es que es muy tarde y te puede atacar un salteador en una de esas
bocacalles, tú sabes que vives lejos de aquí y a estas horas el pueblo está más
solo que el pavo e´ La Rubiera… y no quiero que te vaya a pasar nada malo mi
amor...
El joven, queriendo justificar su permanencia en el
lugar le espetó a la enamorada.
-¡No mi cariño, yo no me puedo ir de aquí, porque tú
me echaste pega…
-¿Qué pega te voy a está echando?
-¡Ajá! ¿Acaso esas carantoñas, arrumacos y amapuches
que a cada rato me das, no son una pega bien poderosa?…ja, ja, ja.
-¡Hay que vé Chepito… tú eres más loco que una romana
e´ palo…ja, ja, ja.
-¡Nada de loco Micaela, lo que sucede es que con tus
caricias me tienes más pegao que una garrapata de la teta de una vaca… ja, ja,
ja.
-Mi amor, lo mejor es que te vayas, que todavía es
temprano y hay gente en las calles. Por favor Chepito vete y así evitas que te
vaya a pasar algo malo…
-¿Qué me va a pasar, que no me haya pasado ya…? Ja,
ja, ja.
-¡Ja, ja, ja, hay que vé que tú si eres vainero
Chepito!
-Además, por si acaso, mira lo que cargo pa´ los
salteadores de caminos!
Orgulloso, el joven galán le mostró a la agraciada
Micaela un bonito garrote y es que Cheíto, además de parrandero y enamorado,
tenía fama de ser buen conocedor de las artes del garrote y de ser un avezado
peleador….
-¿Pero y si te sale un muerto?
Respondió la muchacha
-¡No jile mi amor! ¡Qué muerto, ni que espanto! A mí
no me asustan esos aparatos, porque muerto sabe a quién le sale y Mapurite a
quien peé… ja, ja, ja, y sí ese fuera el caso, a ese muerto lo voy a chaparreá
pa´ que más nunca se equivoque con hombres como yo. Además Micaela, usted no se
ha dao cuenta que es un palo e´ mujer hecha y derecha y bien hecha y bien
derechita que me la hizo Dios… pa´ está creyendo en esas pendejadas…ja, ja, ja.
-No sé mi amor, pero es que tengo un presentimiento,
que esta noche te va a pasá algo malo…
Impulsivamente el joven patiquín la agarró por la mano
y acercándola a su regazo la besó larga y apasionadamente…
-¿Qué te pasó Chepito…? ¿Qué mosca te picó? Ja, ja,
ja…
-¡La culpa es del ron…ja, ja, ja! Así que vaya y
tráigame otra botella pa´ seguirla besando…ja, ja, ja.
-¡Mira Chepito! ¿Qué vaina te pasa…?
-¡Guá que esta noche estoy feliz, porque posiblemente
mañana vengo a buscarla…¡
-¡Ay Chepito que feliz me haces con ese anuncio…! ¡Si
así es la cosa, mañana te voy a está esperando con el traje más bonito de estos
laos, el cual, lo mandé a hacer con la más famosa costurera del pueblo para
lucírtelo a ti…!
Luego de las mutuas promesas de amor; al fin, el galán
decidió marcharse de EL REMOLINO. Eran aproximadamente las dos de la mañana
cuando se despidió de su amada Micaela, quien en sus entristecidos ojos se leía
el suplicante adiós de no te vayas…
-¡Mi amor! Tengo que irme, acuérdate que mañana bien
tempranito, debo pegarme en el corte a trabajar… y acuérdate que mañana te
vengo a buscar para que te vayas a vivir conmigo…
-Bueno Chepito, ojala que así sea, tú no sabes cómo
deseo irme contigo mi amor. Váyase y que Dios te acompañe, que aquí te estaré
esperando. Adiós mi amor, te espero mañana…
-Cuente con eso Micaela, así que tráigase su maleta de
una vez, porque mañana vengo a buscarla…
Por las oscuras calles se miraba al borrachón
evadiendo los cangilones de las calles de tierra y polvo; quien a pesar de la
rasca de Padre y Señor Mío, el hombre andaba derechito y muy aprisa, sabía que
en su casa, desde tempranas horas lo esperaba su angustiada madre.
A pocas cuadras de EL REMOLINO quedaba la laguna de
Perro Seco, donde a esa hora se escuchaba el trasnochado croar de los sapos y
el graznido de algún peregrino alcaraván buscando alimento entre el pajonal. Al
llegar a Los Robles cruzó a la derecha por la Arévalo González, así llegó a la
Bolívar rumbo a Jobalito. El muchacho andaba presuroso, por cuanto, sabía que
su madre estaría en vela esperándolo muy preocupada.
-¡Que vaina! No me traje ni un palo e´ fósforo y a
quien le voy a pedí uno pa´ prendé este cigarro, no jile yo si soy pendejo.
Con esa incomodidad en la mente, el mozo, andaba
distraído, sin darse cuenta que estaba llegando al pie del solitario campanario
de la catedral, cuando en menos tiempo que espabila un cura loco,
inesperadamente observó que al pie de esa torre, extrañamente se había apostado
un raro hombrecito de largos mostachos y vestido de liquilique blanco y sombrero
de fino paño negro.
-¡Qué vaina! Ese tipo parece uno de los policías que
cuidan al Presidente del Estado, ojalá no me vaya a requisar, no jile, como son
las cosas, no hay nadie en el pueblo y me vengo a topar con la autoridad y yo
con este tufo a aguardiente que no lo brinca un venao ¡Qué vaina!
Discurriendo, Chepíto, avanzaba hasta donde se hallaba
el extraño personaje, cuando estuvo cerca de él, pudo percatarse que no era un
policía, sino un diminuto parroquiano, de mediana edad y de tez trigueña.
-¿Que hará ese tercio ahí solito, a quién esperará? No
jile, si me viene a asaltar lo voy a chaparrear pa´ que aprenda a respetá a los
hombres.
Como precaución, el mozo agarró el mandador con fuerza
y con cautela se acercó al extraño hombrecito.
-¡Buenas, cómo está amigo, tendrá un palo e´ fósforo
pa´ prendé este cigarro.
-Si hermano, como no, aquí tiene.
Rápidamente el raro individuo sacó de uno de los
bolsillos del liquilique, una caja de fósforos. Al acercarse al diminuto
personaje, pudo ver debajo del sombrero un anguloso y pálido rostro. Asimismo
exhibía una maliciosa mirada y una extraña sonrisa. Nervioso, Chepito logró
encender el cigarro y en señal de agradecimiento le extendió la diestra al
extraño ser, notando que sus manos estaban frías, muy frías. Enseguida el
nervioso muchacho se despidió del insólito individuo.
-¡Bueno amigo que tenga buenas noches y muchas
gracias!
-¡No hay de qué!
Respondió el pálido ser. Chepíto había andado apenas
diez pasos, cuando se volteó para preguntarle.
-¿Qué hora será?
El diminuto ser le respondió con una lúgubre y grave
voz.
-¡Pronto darán las doce en el reloj de San Pedro en
Roma.
Súbitamente, su dedo índice comenzó a crecer de
tamaño, hasta alcanzar al minutero del reloj de la alta torre, con el que le
indicaba la hora al aterrorizado Chepíto…
-¡Y solo pocos minutos faltan para que en este reloj
suenen las cuatro de la mañan…!
Simultáneamente de la boca del enano, salían unos
enormes, puntiagudos y afilados caninos. Mientras que una sepulcral y satánica
carcajada recorría la oscura y solitaria calle. En la plaza, una fuerte brisa
mecía hasta el suelo las matas de mango y Merecure, haciendo caer los verdes
frutos. De inmediato el aterrorizado, trasnochado, pálido y sudoroso muchacho,
emprendió veloz carrera rumbo a su casa. No había recorrido dos cuadras, cuando
vio una extraña multitud de hombres, mujeres, niños, niñas, viejos y viejas que
venían en procesión por la calle Bolívar, rumbo a la catedral; el jadeante
calavera se detuvo a contarle a uno de aquellos extraños seres, lo que le había
sucedido, pero intrigado, observó que las jóvenes, las niñas y las viejas
vestían de blanco, mientras que los jóvenes, los niños y los viejos de negro,
como si fueran para un entierro. ¿Por qué, esa extraña ropa? Se preguntaba
Chepíto. ¿Por qué, todos van rezando y por qué, todos son tan pálidos? Al final
del extraño desfile venía un hombre bastante mayor, trajeado de liquilique
beige, el joven se alegró y dijo.
-¡Gracias Dios mío! Al fin me encuentro a un ser
normal.
Presuroso, el asustado muchacho lo abordó para
expresarle lo ocurrido.
-¡Don! Me acaba de pasar algo, allá atrás en la
esquina de la catedral me salió un hombrecito vestido de blanco, con un
sombrero negro; le pregunté la hora y de repente su dedo índice creció hasta
tocar el reloj ¡Ahí está ya lo va a ver!
Seguidamente el aterrorizado muchacho volteó para
indicarle al viejo, dónde estaba el extraño ser, pero percibió que ya en la
esquina no había nadie. Al contrario la brisa había cesado y la noche estaba
tranquila como si nada hubiera ocurrido; sorprendido se volteó para suplicarle
al viejo que lo acompañara hasta su casa, pero también, misteriosamente se
había esfumado. Nuevamente dirige la mirada hacia el templo y observa que el
gentío, extrañamente atravesaba las paredes de la iglesia sin ningún
impedimento. En ese instante, el horrorizado parrandero reanudó la carrera por
las oscuras y solitarias calles pegando más gritos que una paría ja, ja, ja.
Con la grizapa, Doña Milagros, se había despertado y
al escuchar los gritos del muchacho, se lanzó presurosa a abrirle la puerta;
quien después de entrar, a todo gañote le suplicaba a la anciana la cerrara de
inmediato. Una vez en la alcoba, el empedernido parrandero, tembloroso en el
regazo de la madre, le prometía una y otra vez que más nunca volvería a salir a
parrandear, porque esa noche le habían pasado cosas espantosas, muy espantosas;
mientras que la buena doña Milagros lo consolaba; extrañamente exhibía una
maliciosa, extraña e irónica sonrisa, acompañada de una pícara mirada…que
asustaba verla…
Habían transcurrido varios meses y el muchacho se
había olvidado de la agraciada cortesana de EL REMOLINO, tampoco se le volvió a
ver en Botellofón, El Regional, El Kiosco Apure, Verdún, y mucho menos en El
Remolino; donde ansiosa con su floreado camisón nuevo lo aguardaba su amada y
buenamoza Micaela, quien cansada de esperarlo, se fue a vivir a Ciudad Bolívar
con uno de los vaporeños que desde hacía tiempo la pretendía...
Desde entonces, en Ciudad Bolívar, todas las tardes a
orillas del Orinoco y con la mirada extendida hacia San Fernando, se observaba
a la desdichada Micaela, decir…
-¡Ya sabía yo que ese patiquincito de pueblo no se iba
a enseriá conmigo! Por cierto, la última vez que lo vi a cada rato me decía
¡Póngase bien bonita que mañana te vengo a buscar para que te vayas a vivir
conmigo…! Y el gran carajo, lo que hizo fue dejarme el pelero hasta el día de
hoy ja, ja, ja. Y lo peor del asunto, es que con el cuento de que me iba a
buscar para llevarme a vivir con él la noche siguiente, yo me arreglé bien
bonita y hasta me estrené el camisón que había mandado a coser con la costurera
más afamada del pueblo, la señora Eloína Mejías… ja, ja, ja; eso me pasó por
estar de pendeja, creyendo en cuentos de camino y de ñapa, contados por
patiquines de pueblo…ja, ja, ja.
La afligida mujer, nunca se enteró de la desventura
que aquella infausta madrugada le había pasado a su amado Chepito…
Después se supo en San Fernando que Chepíto no salió
más de juerga; apenas cumplida su jornada de trabajo donde Don Enrique Ligerón,
se iba derechito para su casa; jamás volvió a ingerir licor y mucho menos
pedirle candela a ningún extraño. Mientras Doña Milagros, agradecía a las
ánimas la ayuda que le habían prestado. Es que gracias a ellas, el tarambana se
transformó en un hombre de bien. Desde entonces, allá en el altar que había
dispuesto en el rincón de uno de los cuartos de la vieja casona, la feliz y
agradecida viuda, por si acaso, ja, ja, ja…continuó prendiéndole velas a las
ánimas benditas para que Chepito jamás VAYA A ANDAR EN MALOS PASOS…
Y Colorín Colorado este cuento se ha… no, no se ha
acabado, porque todavía hay muchos botiquincitos de mala muerte regaos por los
pueblos llaneros y muchas meseras dispuestas a irse a vivir con cualquier
patiquín de pueblo…ja, ja, ja.
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