EL INCREÍBLE RELATO DEL APUREÑO QUE APORTÓ SUS MARACAS A LOS ROLLING STONES – JOSÉ ESTEBAN TOVAR
Todo comenzó en los llanos venezolanos en 1966. Era una época de agitación a nivel mundial, pero la vida en el Apure rural permanecía básicamente igual. Lo resaltante de ese año fue una marcada escasez de trabajo que había venido creciendo desde el año anterior. El desempleo se sintió mucho en el pueblo de Cunaviche, hogar de Jaime Martínez, un peón amante del joropo y poseedor de una maestría innata para tocar las maracas.
A mitad de año Jaime fue despedido de la hacienda en donde trabajaba regularmente. Sin poder encontrar empleo en Cunaviche, Jaime aceptó el ofrecimiento de un primo para trabajar como obrero en Puerto La Cruz, cargando y descargando mercancía de los barcos que llegaban a la marina. El objeto más preciado que llevó consigo al partir fueron sus maracas.
Jaime tenía 23 años en ese entonces, y siempre había sido una persona de espíritu aventurero. Nada lo ataba, ya que sus padres habían muerto años antes y no tenía hermanos o novia. Fue así que llegó a tomar una decisión que lo cambiaría todo.
Después de trabajar algunos meses en el puerto a cambio de un sueldo mísero, un buen día Jaime se fue como polizón en un barco que iba a Europa. Llevaba algo de comida, tres mudas de ropa y sus maracas. A mitad de viaje fue descubierto, pero la tripulación lo ayudó y le dio algo de comida que él pagaba con trabajo.
Un par de semanas después Jaime desembarcó en un Londres invernal, sin saber más de dos palabras en inglés. Pasó días de hambre y frío, arrepentido de su intempestiva decisión, pero de algún modo sobrevivió. Dormía en parques, barría callejones de restaurantes a cambio de algunas sobras y a veces tocaba las maracas por unas monedas.
Una noche, en medio de una nevada que lo forzó a salir de la calle en busca de refugio, Jaime logró entrar en un viejo teatro y se ocultó en un polvoriento ático lleno de muebles viejos, atriles e instrumentos rotos. Convirtió ese sitio en su hogar, pensándolo abandonado. Por dos semanas nadie entró al recinto.
Ocurrió que una noche Jaime se despertó por un escándalo, un sonido de estática, una batería y voces que discutían a gritos. Una música empezó a sonar, algo que Jaime nunca había escuchado y que no podía poner siquiera en palabras. Sentía la vibración en el piso, las paredes y después en su pecho y su cabeza. Era Rock & Roll.
Eran los Rolling Stones ensayando el material que eventualmente se transformaría en el álbum Beggar´s Banquet. La canción que sonaba era “Simpathy for the devil” (Simpatía por el diablo).
Jaime estaba un poco alucinado. No podía entender lo que oía, pero la música era demasiado rítmica, era una vaina casi primitiva. Le provocaba bailar, aplaudir al ritmo de la canción. En un acto reflejo, buscó las maracas y comenzó a tocar acompañando la canción. La acústica del teatro llevaba el sonido de las maracas hasta el escenario. Un Mick Jagger enfurecido paró una y otra vez el ensayo hasta que todos se dieron cuenta de que el sonido extraño venía del ático.
Dos asistentes subieron y se encontraron con un asustado Jaime, lo convencieron de bajar hasta el escenario con las maracas. Keith Richards y Bill Wyman sabían algo de español, así que Jaime pudo hacerse entender un poco. Obviamente el hombre era un indigente en situación ilegal y sin manera alguna de regresar a su país.
El más impresionado del clan era Jagger. Estaba fascinado con las maracas y le pidió a Jaime que las tocaras una y otra vez. Así fue que este hombre llanero entró en la historia del Rock. Jagger y Richards sentían que a Simpathy for the devil le faltaba algo y que habían encontrado en las maracas la pieza faltante.
La banda le dió a Jaime techo, comida y ropa. Después fue llevado al estudio de grabación, y las maracas que oímos en la introducción de Simpathy son tocadas por él. En los créditos del álbum se le dio una versión inglesa de su nombre : James Martins.
Un mes después de esa noche en el teatro, Jaime Martínez estaba camino a Venezuela, a su pueblo, Cunaviche. Los Stones arreglaron los detalles de su vuelta y le dieron una buena cantidad de dinero, suficiente como para que Jaime pudiera buscar una casa propia y montar su negocio.
Las maracas se convirtieron en uno de los instrumentos preferidos de Jagger, quien aprendió a tocarlas de Jaime.
Ahora, la próxima vez que escuches “Simpathy for the devil” recuerda con orgullo que esas maracas que suenan las toca un venezolano… un llanero.
Tomada la Historia en https://elelefantebocarriba.wordpress.com/
Mi buen amigo Alexis Tovar nos hace la aclaratoria que la historia es falsa y nos envía esta información:
La leyenda del maraquero venezolano de los Rolling
Stones
Resurge la leyenda urbana de Jaime
Martínez, el maraquero de Cunaviche que habría tocado con Sus Satánicas
Majestades en "Simpatía por el diablo". Una historia tan fascinante
como irreal
Esta semana ha corrido como pólvora por grupos de Whatsapp,
correos electrónicos y en conversaciones cara a cara «el
increíble relato del apureño que aportó sus maracas a los Rolling Stones».
La nota surge cada cierto tiempo, con nuevos añadidos, y vuelve a tomar
relevancia.
Cuenta esa
historia que un llanero venezolano, Juan Martínez,
se fue de polizón hasta Londres donde
viviendo casi como indigente en el ático de un teatro abandonado, conoció por
casualidades de la vida a los Rolling Stones.
Supuestamente, el hombre los escuchó ensayando y comenzó a acompañar el
ritmo con sus maracas, cuyo sonido llegó a los oídos de Sus
Majestades Satánicas gracias a «la
acústica del teatro». Entonces los músicos lo buscaron, lo
convencieron de que siguiera tocando y hasta quedaron «fascinados» por
su ejecución; tanto que decidieron incluirla en la canción «Simpathy
for the devil» a la que las maracas llaneras le aportaban «la
pieza faltante». Así, lo habrían grabado después, mientras le
pagaron buen dinero al venezolano, haciéndolo firmar en los créditos
del tema como James Martins,
como para no desentonar.
El
cuento termina en tono optimista diciendo que «la próxima vez que escuches
‘Simpathy for the devil’ recuerda con orgullo que esas maracas que suenan las
toca un venezolano… un llanero» de Cunaviche, para más señas. Es muy bonito
todo ese orgullo patrio, nacional, tricolor. Pero falso.
Entre las
tantas versiones de este relato, existe una que va más allá y afirma que «Jaime
Martinez viajó por mucho tiempo junto a una de las bandas más reconocidas de
todos los tiempos, un hombre proveniente de los llanos venezolanos, aunque
parezca imposible de creerlo». Y sí, es imposible porque
no es cierto.
La
realidad es que las maracas en esa canción las interpretó Bill Wyman, el
bajista fundador de los Stones, y que esta narración convertida en leyenda
urbana fue creada por el periodista Alfonso Molina y el dramaturgo Rodolfo
Santana.
Cuenta Molina que
a mediados de los ochenta, en camino a Barcelona,
estado Anzoátegui,
por carretera junto a Santana comenzó
a inventarse un «cadaver exquisito»: una
historia hilvanada desde una frase seguida por otra y otra y otra, en una
especie de contrapunteo. «Pura improvisación»,
nos cuenta el periodista sobre una iniciativa que surgió cuando cruzaban Clarines,
donde nació la leyenda.
«Así fue como surgió, frase a frase, la historia de José Gregorio
Torrealba (una mezcla de José Gregorio Hernández y Juan Vicente Torrealba), un
muchacho pobre de Clarines que tocaba maracas y que no veía futuro en la
Venezuela de finales de los sesenta, la del primer gobierno de Rafael Caldera.
Deliraba con ir a Europa y hacer mundo». La versión original habla de un polizón
que llega a Marsella en
un barco mercante y de allí sube a París, donde
vivía en lugares para inmigrantes. La temporada cambia del invierno a la
primavera y el viejo teatro de Londres, al Olympia de
la capital francesa. El resto es muy similar.
«Bajo una
primavera matutina, pasando al frente del Olimpia,
escuchó una música dentro del teatro. Se coló y descubrió que había una banda
ensayando: The Rolling Stones.
La canción era ‘Simpatía por el diablo’.
Callado y escondido, observaba el ensayo. A los primeros acordes de la canción,
se decidió a hacer un aporte con sus maracas. Mick Jagger preguntó
qué era eso que se escuchaba al fondo. Nadie sabía nada. Uno, dos, tres ensayos
más de la introducción y el sonido aparecía de nuevo. Hasta que Mick descubrió
a José
Gregorio, en su escondite, quien sin hablar inglés ni
francés trataba de excusarse. Pero Mick no lo
botó. Más bien lo invitó a sumarse al equipo de percusionistas que dirigía Charlie
Watts. La cosa funcionó y JG, como lo
llamaron desde entonces, se incorporó a Sus Majestades Satánicas.
Viajó por todo el mundo con la banda inglesa. Se convirtió al budismo».
Alfonso
Molina recuerda con no poco humor que «esta historia la publiqué en El Nacional por aquellas fechas, como un
cuento, un relato, una breve historia y nada más. Pero pronto comenzó a
tener repercusiones, sin yo darme cuenta».
Recuerda
que Napoleón
Bravo se hizo portavoz de un personaje de ficción que
muchos pensaron que era real. «Lo mismo nuestro querido Iván
Loscher, que nos acaba de dejar. Y así varios. Con el tiempo, fueron surgiendo
nuevas versiones de esta leyenda y varios fueron sumando detalles a esta
ficción y José Gregorio dejó de ser de Clarines para convertirse en un muchacho
llanero o maracucho o guayanés bajo los más diversos nombres».
En el
anecdotario de las leyendas falsas de la historia del rock seguirá incluida
esta del llanero venezolano que tocó con los Rolling Stones. También
el relato quedará en el panteón de rumores y falsedades que algunos medios y
particulares han replicado a pesar de evidencias que desmienten el cuento, bien
sean páginas web, revistas digitales, comentarios en el Facebook oficial de la banda, o espontáneos
que toman la historia y la replican firmándola como propia. El amigo Román
Lozinski se dejó llevar y lo contó, con detalles, al aire
hace algunos días en Éxitos 99.9 FM.
Pero
también queda otra curiosidad muy folklórica que también relata Alfonso
Molina: «Rodolfo me llamó un día para decirme que había recibido un
telegrama del Concejo Municipal de Clarines para preguntarle cómo contactaban a
José Gregorio, pues deseaban designarlo hijo Ilustre de Clarines. Vaya
problema».
Cuenta el
narrador que «después de pensarlo mucho, escribimos
una comunicación al Ilustre Concejo Municipal de Clarines para decirles que
José Gregorio había desaparecido de la banda en un concierto en Amsterdam y se
había ido a buscar una vida más espiritual. La última vez que se supo de él fue
en Samarkanda. De ustedes, atentamente… Cuando murió Rodolfo decidí
escribir una novela con esta historia. Está avanzada mas no concluida. Es una
mezcla de ficción y realidad. Qué es lo real y qué lo imaginario sigue siendo
una pregunta válida. como nos la planteamos en aquel cadaver exquisito. Ahora
volvió la leyenda urbana. Cada cual construye su propia leyenda. Eso es lo
importante».
Por cierto, el
de la foto de portada es Mick Jagger usando
maracas. Y en el video a continuación el instrumento lo toca Brian
Jones, mientras que en el minuto 4:53 puedes
ver a John
Lennon dejándose llevar por el ritmo.
Informacion tomada de https://elestimulo.com/la-leyenda-del-maraquero-venezolano-de-los-rolling-stones/?fbclid=IwAR0wrdRVlonueDopCuEtgcPmYZZg6Q3pjnsl2WnME0EWz5BNA5nz38Tqwsw
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