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jueves, 18 de junio de 2020

LOCHAS Y AREPITAS DULCES







RETROCEDIENDO EN EL TIEMPO
LOCHAS Y AREPITAS DULCES


BREVE PROEMIO.-
Aquellos años fueron clementes y magnánimos, años que marcharon al confinamiento sin despedidas, años animosos que tuvieron alegrías y dejaron tristezas, abriles que desprenden nostalgias primaverales y que hienden con el impulso del tiempo hacia el Guasdualito de las cinco primeras décadas de la centuria pasada, años que no fueron míos, pero que siento tan míos como lo sienten los postrimeros redivivos del pueblo bueno, para ellos la dedicatoria de esta llana publicación.



RETROSPECTIVA.-
Aquellos años. Ya a las tres de la madrugada y con el primer canto del gallo, los dueños de hatos y fundos cercanos a Guasdualito animaban a sus trabajadores a levantarse para sus faenas, entre ellas el ordeño y arreo de ganado. Con retintines y sarcasmos, la peonada se amontonaba en el rededor de la cocina a la espera de saborear el aromático café, hecho con media leña ardiente en el fogón por esmeradas cocineras, luego la misión sería dirigirse al pequeño poblado de cuatro calles de tierra, con su iglesia, prefectura y puerto, a vender el producto lácteo y, otros con el enrumbe de vacas viejas, horras o con ubres malogradas a ser beneficiadas en el matadero del pueblo para posteriormente ser expendida la carne en el lugar conocido como La Pesa. Lo seguido era la algazara de jóvenes y adultos solicitando: don José tres kilos de pulpa y dos de hueso; don Pedro: dos kilos de sesina sin pellejo, por describir la habitual feria carnícola, en la cual nunca estuvieon ausentes los vendedores de arepas fritas, jugos, atoles, y chichas, vendidos esos tentempiés a precios módicos.


LAS AREPITAS DULCES.- Y con la alborada también se iniciaba la preparación de arepitas fritas (dulces y saladas) en los diversos hogares que tenían en esta moderada actividad productiva una forma de generar ingresos extras. Manos laboriosas y expertas eran las encargadas de amasar y aderezar al punto el demandado aperitivo tempranero. Olor a rica fritura era el aroma de bienvenida al nuevo día. El precio promedio de estas exquisiteces entre los años 50 y 60 era de una Locha, lo que era igual a 12 ½ céntimos; esta locha al igual que la Puya, con valor de 5 céntimos eran las monedas de menor valor monopolizadas para el comensal madrugador. Las lochas de los niños y muchachos de esas generaciones iban a parar a la caja registradora de Elias Galvis, propietario de una surtida bodega ubicada por la Calle Real, o en la faltriquera de la recordada Domitila Franco,
ubicada su venta por la calle Vázquez frente a la casa solariega de Julio Franco; otros guardaban con celo sus lasunes para en la hora del receso escolar dirigirse a donde la gaga Josefa, hacendosa mujer quien subsistía gracias a la venta de arepitas dulces y saladas, su sitio habitual de venta era su casa de habitación frente al grupo Aramendi, lo que le aseguraba clientela fija.
Otros puntos de venta y de asidua concurrencia eran los portales de María Leal y de la familia Bustamante. En la época navideña luego de las misas del gallo el sitio obligado para degustar arepitas dulces fritas con anís, abombaditas y también las saladas era la casa de Saba Robayo, el calificativo de lo vendido era de extrema aceptación. En el tenor, por la calle Sucre en casa de la familia Hurtado, diagonal a donde un día funciono “Foto Farfán” la jefa de hogar y sus hijas preparaban unas deliciosas empanadas rellenas con carne, siempre al mismo precio de una locha, de esta forma la sana competencia del producto era por sazón y sabor; no se puede culminar con el articulo sin mencionar las arepas fritas dulces y saladas con queso preparadas por las matronas Inés y Angélica Oropeza Lezama, las que vendían Mecho, Rafael y Miguel Ángel, contribuyendo esmeradamente con la economía familiar. Hoy día lo observado en las esquinas del pueblo es la venta excesiva de otras frituras, vemos en kioskos y vendedores ambulantes la oferta de papas rellenas colombianas y tequeños andinos, las arepitas fritas de aquella época fueron desterradas, o emigraron hacia otras latitudes.

Autor: ALJER EL CHINO EREÚ.


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