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sábado, 4 de julio de 2020

CIMARRON






HISTORIA DE UN CIMARRON

He aquí la pequeña  historia de un Cimarrón o res salvaje, de esas que tanto abundaron en nuestro suelo llanero. Nació en cualquier parte de la sabana. Su nodriza una garcita blanca garrapatera. Su primera caricia materna, un   arrullo  de  lamidos  acompañados   de mugidos quejumbrosos; invitándole a deambular a través del banco húmedo y oloroso a pajonal de bajadas de aguas. Con pasos vacilantes siguió detrás de su arisca madre, una lebruna  de varios partos y sempiterna corredora en cimarroneras. Su cuna, un matorral tupido y sombreado. Constituyendo éste su guardería en los primeros días de su vida.

Tenía seis meses de nacido, y ya había tomado parte en varias escapadas de los sogueros del hato, que inoportunamente aparecían como ráfagas. Así pasaron los primeros años de su vida, entre azares y mañoseras. Aprendiendo el arte de escapar con las ejemplarizantes lecciones de la lebruna autora de sus días. Sus correrías empezaron en cimarroneras de renombre: El Zamuro. Samán Gacho. Carutico. Guayabita y Potrerito.  Siendo ésta última de las nombradas, la que por antonomasia lo identifica como «El Novillo araguato de Potrerito». Después de perder su condición de toro en un aciago día que el destino le deparara.

Brillaba el sol y una brisa impregnada de perfumes de abrojos y flores de Artemisa, sosegaba el ambiente de la calceta preñada de cimarrones. Todo estaba sereno, era una mañana  espléndida que apenas el trinar de unos pájaros, interrumpían el silencio. Él, un cimarrón tres añero en  la  esplendidez de la vida. Pastaba a orillas de un esterito de suculento lambedoral, en compañía de una orejana que galanteaba; cuando el pillío del gavilán y los desplantes de unos pájaros  tingotingo,  le avisaban tardíamente de la presencia de los sogueros del hato. Todos lazo en mano y caballos zarandeantes y veloces. Hizo lo imposible por ganar la mata más cercana y pudo ver con rabia impotente, como se perdían en el cubil selvático sus compañeros de manada. En este tropel violento sintió algo asfixiante que le rodeaba el pescuezo y se le fueron paralizando lentamente sus movimientos, desgastándosele sus fuerzas. Estaba amarrado en el largo extremo de una soga. Paulatinamente perdía la visibilidad y la noción de todo. Cuando volvió en sí, se encontró desatado y burlado por sus captores y verdugos; que gritaban y reían su desdichada virilidad. Le habían mutilado los testículos. Lo habían castrado. De aquí en adelante le llamarían novillo. Pero un novillo de fama, que se burló en mil oportunidades de hombres y caballos de los más sobresalientes cimarroneros. Trashumante de sendero en sendero. Corrió como un gamo de calceta en calceta. Atrave os, caños y esteros. Probó suerte en diferentes parajes. Sus amigos los pájaros y otros animales del monte. El oído y el olfato sus más fieles aliados. Corrió por la sabana, por los esteros, por los palmares, en casi todas las rochelas del hato. Pero todo tiene su final. El ocaso día de las desesperanzas.
Un día, ya con muchos años arriba, mermadas sus energías y así sus habilidades; salió a sabana abierta y se incorporó a un gran rebaño, como cualquier animal de rodeo. Ya no le importaba mucho cualquier cosa. Sintió un gran movimiento, todo el ganado sumisamente se aglomeraba y emprendía su retirada del comedero hacia una parte alta de la sabana. Se dio cuenta que iban jinetes arreándolos. Comprendió la situación y recordó los viejos tiempos de cimarrón burlador de llaneros. Pero también comprendió que ya no podía hacer lo que en otros tiempos hiciera. No era lo mismo. Buscó la punta del ganado y pudo ver que la atención de todos era con él. Una gran nostalgia de tiempos idos lo embargó. Sintió tristeza y melancolía por su llano querido. Por sus sabanas. Por esos rincones que estaba en trance de dejar para siempre. Sólo pudo husmear las brisas del río Payara y pitar lastimeramente.

Rumbo a las grandes majadas seguía al cabestrero. Majadas que en otros tiempos no pudieron tenerlo. De cuando en cuando volteaba para ver los senderos que atrás dejaba. El Cimarrón desanda el camino sin regreso. Escuchando un canto alegórico, que se repetía inmisericordemente... Ajila, ajila novillo... Por la huella del cabestrero... Que por aquí te llevamos derechito al matadero. Ajila novilloo... El Artemisar y el palodeagua gotearon savia en lágrimas de llanto. Y la sabana todavía llora su ausencia.

Texto de Ramón Oviedo del libro Sabaneando mis Recuerdos.


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