HISTORIA DE UN CIMARRON
He aquí la pequeña historia de un Cimarrón o res salvaje, de esas que tanto abundaron
en nuestro suelo llanero. Nació
en cualquier parte
de la sabana. Su nodriza una garcita
blanca garrapatera. Su primera caricia
materna, un arrullo de lamidos
acompañados de mugidos quejumbrosos; invitándole a deambular a través del banco húmedo y oloroso a pajonal de bajadas
de aguas. Con pasos vacilantes
siguió detrás de su
arisca madre, una lebruna de varios partos
y sempiterna corredora
en cimarroneras. Su cuna,
un matorral tupido
y sombreado. Constituyendo éste su guardería en los primeros días de
su vida.
Tenía seis meses de nacido,
y ya había tomado parte en varias escapadas de los sogueros
del hato, que inoportunamente aparecían como ráfagas. Así pasaron
los primeros años de su vida, entre azares y mañoseras. Aprendiendo el arte de escapar con las ejemplarizantes lecciones de la lebruna autora
de sus días. Sus correrías empezaron en cimarroneras de renombre: El Zamuro. Samán Gacho. Carutico. Guayabita y Potrerito. Siendo ésta última de las nombradas, la que por antonomasia lo identifica como «El Novillo
araguato de Potrerito». Después de perder su condición de toro en un aciago
día que el destino le deparara.
Brillaba el sol y una brisa impregnada de perfumes de abrojos y flores de Artemisa, sosegaba el ambiente de la calceta preñada de cimarrones. Todo estaba sereno, era una mañana espléndida que apenas el trinar de unos pájaros,
interrumpían el silencio. Él, un cimarrón tres añero
en la esplendidez de la vida. Pastaba a orillas de un esterito de suculento lambedoral, en compañía
de una orejana
que galanteaba; cuando el pillío del gavilán y los desplantes de unos pájaros
tingotingo,
le avisaban tardíamente de la presencia de los sogueros
del hato. Todos lazo en mano y caballos
zarandeantes y veloces. Hizo lo imposible por ganar la mata más cercana y pudo ver con
rabia impotente, como
se
perdían en el cubil selvático sus compañeros de manada.
En este tropel violento sintió algo asfixiante que le rodeaba
el pescuezo y se le fueron paralizando lentamente sus movimientos,
desgastándosele sus fuerzas. Estaba
amarrado en el largo extremo de una soga. Paulatinamente perdía la visibilidad y la noción
de todo. Cuando volvió en sí, se encontró desatado y burlado por sus captores y verdugos; que gritaban y reían su desdichada virilidad. Le habían mutilado
los testículos. Lo habían castrado. De aquí en adelante le llamarían novillo. Pero un novillo de fama, que se burló
en mil oportunidades de hombres
y caballos de los más sobresalientes cimarroneros. Trashumante de sendero en sendero. Corrió como un gamo de calceta en calceta. Atravesó ríos, caños y esteros. Probó suerte en diferentes
parajes. Sus amigos los pájaros y otros animales del
monte. El oído
y el olfato sus más fieles
aliados. Corrió
por la sabana, por los esteros, por los palmares, en casi todas las rochelas del hato.
Pero todo tiene su final. El ocaso día de las desesperanzas.
Un día, ya con muchos años arriba, mermadas sus energías y
así sus
habilidades; salió a sabana abierta y se incorporó a un gran rebaño,
como cualquier animal de rodeo. Ya no le importaba
mucho cualquier cosa. Sintió un gran movimiento, todo el ganado sumisamente se aglomeraba y emprendía
su retirada del comedero hacia una parte alta de la sabana. Se dio cuenta que iban jinetes arreándolos. Comprendió la situación y
recordó los viejos tiempos de cimarrón burlador
de llaneros. Pero también comprendió que ya no podía hacer
lo que en otros tiempos hiciera. No era lo mismo. Buscó la punta del ganado y pudo ver que la atención
de todos era con él. Una gran nostalgia de tiempos idos lo embargó. Sintió tristeza y melancolía por su llano querido. Por sus sabanas.
Por esos rincones
que estaba en trance de dejar para siempre. Sólo
pudo husmear las brisas del río
Payara y pitar lastimeramente.
Rumbo a las grandes
majadas seguía
al cabestrero. Majadas que en otros tiempos
no pudieron tenerlo. De cuando en cuando
volteaba para ver los senderos que atrás dejaba. El Cimarrón desanda
el camino sin regreso. Escuchando un canto alegórico, que se repetía
inmisericordemente... Ajila,
ajila novillo...
Por la huella del cabestrero... Que por aquí te llevamos
derechito al matadero.
Ajila novilloo... El Artemisar y el palodeagua
gotearon savia en
lágrimas de llanto. Y la sabana todavía llora su ausencia.
Texto de Ramón Oviedo del libro Sabaneando mis Recuerdos.
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