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lunes, 20 de julio de 2020

LA TRAMPA






LA TRAMPA.

(Cuento)

Los senderos tupidos de pajonales, eran atravesados con diligencia obstinada, por un grupo de jinetes, que avanzaban inexorablemente hacia la meta calculada. Los caballos de vez en cuando se encabistraban en la espesura de la maleza. Los cabalgantes de trecho en trecho se desmontaban y  guiaban sus bestias por la bridas. El avance era lento pero pertinaz. La hora avanzada del día, presagiaba una jornada penosa. Las cabalgaduras iban cargadas de cansancio. Todo parecía indicar una calamidad inminente a cada paso del camino.
Eran exactamente las seis y treinta de la tarde, cuando el grupo de jinetes pisaba un duro y enterronado banco de sabana; que les auguraba una nueva jornada sin las dificultades de la anterior. La sabana languidecía y se disponía al descanso, que le depararía el silencio y la quietud de la noche, llena de un enjambre de luceros, en la gran bóveda del firmamento del llano inmenso. Eran cinco los jinetes que rumbeaban por la llanura solitaria. Todos jóvenes, no mayores de 30 os, de contextura robusta, si se quiere atlética. Hombres probados en las vicisitudes  de la vida, talentosos en los avatares de sus aventuras. Completos, como se entiende a un llanero de prosapia.
En la mente de éstos cinco jinetes había una sola imaginación: la misión que deberían cumplir a una hora determinada de la mañana de ese día; salvo contratiempos imprevistos ajenos a sus voluntades. Lo que significaría tener que esperar 24 horas más, para poder dar cumplimiento a lo pautado. A medida que avanzaban por los senderos ennegrecidos por el gran manto de la noche; se escuchaba el eco del trueno lejano, secundado de un zigzagueante relámpago que iluminaban a intervalos la sabana dormida. Unos nubarrones espesos ·borraron del cielo la infinita población de luceros. Los caminos se perdieron. La sabana se hizo un gran crespón negro. Alguna que otra estrella se asomaba por estrechos espacios que dejaban las renegridas nubes; prontas en convertirse en torrenciales gotas de lluvia. La intuición de los jinetes  y la veteranía de los caballos; eran los cabestreros mudos en la densa oscuridad.
Eran exactamente las tres de la mañana, cuando el grupo de jinetes distingue las luces del hato. Era una luz vacilante, mirada a través dela fuerte lluvia. Posiblemente era un farol a gasolina, o una lámpara a kerosén o un velón de cebo o el humo del chiquero becerro, que se veía así. Toda esta observación se hacía desde una mata cercana al hato, a una distancia no mayor de trescientos metros.
Habían transcurrido exactamente treinta minutos, cuando se decidió quien de los cinco, llegaría hasta la ventana del viejo dueño del hato. «Fue una decisión democrática y por unanimidad». El escogido partió del grupo sobre su caballo, amparado bajo la fuerte lluvia que se precipitaba a cántaros. La noche seguía tan oscura como las fauces de un lobo. Dos o tres relámpagos le sorprendieron tanto, que pensó regresar corriendo por temor a ser visto a distancia, a causa de la iluminación que proyectaba el fenómeno eléctrico. Llegó al palenque, bajó de su caballo y lió la falceta en la cabeza de un estante. Todo era silencio. No habían perros. El fuerte resollar e unas vacas echadas en el piso del Galpón - Vaquera contiguo a la becerrera, le molestaron sus tensos nervios. Cuando se encontró en el interior del patio del hato, escucho a alguien que tosía. Su corazón latía desenfrenadamente. Se dirigió a la ventana del viejo. Había una luz dentro del cuarto, parecía que a esa hora leía; algo hacía sombras como las hojas de un libro que tapan alguna salida de luz momentáneamente al hojearlas. Manoseó la cacha del Smith & Wesson 38 muy diligentemente y seguro de mismo; lo  tomó con la diestra en posición de disparo. Próximo al primer palo de la ventana, pudo escuchar el tic-tac de un reloj despertador. Los músculos de la cara se le hacían duros. Su corazón latía más fuerte. Sus articulaciones crujían. Sudaba intensamente a pesar de la lluvia. Muy pegado a la ventana asomó media nariz y un ojo, para quedar perplejo, el viejo no estaba. La cama mullida y una mariposa grande revoloteaba alrededor de un farol encendido. Una claridad repentina a sus espaldas, le hizo dar media vuelta, se petrificó. iMayor confusión!, mayor sorpresa; al ver a sus cuatros compañeros en compañía del -viejo dueño del hato. El viejo le apuntaba con una carabina FN-30, el viejo le disparó y lo liquidó. Se cobraba una deuda, una deuda que se cobra con plomo, habían intereses heridos y orgullos mancillados.
Al llanero no se lo humilla.

Allá en la lejanía aulló un perro con tristeza, un gallo en el taparo gallinero dejó escapar un agudísimo ruido de malos augurios.

Textos tomados de Sabaneando mis recuerdos de Ramón Oviedo

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