“EL CALCULISTA GUASDUALITEÑO”
Breve exordio.-
Ya han pasado unos cuantos abriles, desde que nuestras manos palparon el bosquejo de un trabajo de grado de la autoría de una entrañable amiga estudiante de la carrera de ingeniería de la Universidad de Los Andes, rectoría de Mérida, esto para sugerencia metodológica. De portada dura y con el logo de la ULA, a priori se prejuzgaba de excelente temática y contenido, ya en el otear apreciaríamos el nombre del tutor, el cual se prescribía como: Ing. Manuel Gerónimo Padilla, al consultar a la tesista sobre el valedor orientador, nos
enteraríamos que era originario de Guasdualito, lo
que nos motivó aún más a prestar nuestra colaboración desinteresada. Años
después, al visitar con mi apreciado y recordado amigo Exer Fulco, la solariega
casa La Estación, recibiría como obsequio del almirante Miguel Padilla el texto
Identidad del Guasdualiteño, de escritura conjunta con su hermano, el ingeniero
Manuel. Nos fue imposible conocer en vida a este digno alto apureño estudioso
de la ciencia constructora, sin embargo, a través de la lectura de algunos de
sus aportes bibliográficos, lo consideramos y valoramos como un hijo insigne de
nuestro pueblo, merecedor de gratitud y reconocimiento por enaltecer el
gentilicio fuera de nuestros lindes con hechos perceptibles. A continuación un
conciso epítome vital del referido.
RESUMEN DE VIDA.-
Nace este meritorio guasdualiteño en el apacible y
pastorial Guasdualito, el 07 de enero, de 1927, en el hogar conformado por
Francisco Miguel Padilla y Carmen Cecilia Hurtado. En su lar, en la Escuela
Federal Aramendi asimila de la preceptora Inesita Pérez las primeras
sapiencias, su hermano el nauta Miguel lo rememora de la siguiente forma:
“vivió su infancia en nuestro pueblo con toda intensidad y, supo asimilar a
plenitud la identidad del guasdualiteño; de niño fue becerrero, ordeño vacas,
vendió leche, se venía en burro desde El Tambo, arrió ganado desde la sabana
hasta La Manga y disfruto junto a sus amigos de infancia del Guasdualito de
ayer”.
Concluido el ciclo de primaria es enviado a la ciudad
capital de Caracas, a cursar estudios de secundaria en Liceo Andrés Bello, en
donde se gradúa de bachiller. Regresa a su tierra para meses más tarde
trasladarse a la villa de Mérida, con el fin de cursar estudios de ingeniería
civil en la gloriosa Universidad de Los Andes (ULA) obteniendo el título en
1950. Por su intelectualidad y desempeño es empleado por la misma universidad
como docente en el paraninfo, lo cual cumple a cabalidad; posteriormente es
enviado a los Estados Unidos a efectuar su posgrado en estructuras y
resistencias de materiales. Retorna al claustro académico para dedicarse a
tiempo completo a la docencia y formación universitaria, labor que cumpliría
ininterrumpidamente durante cincuenta años, ganándose el aprecio sincero y la
alta valoración de la comunidad universitaria y de la ciudadanía. Ejerció como
decano de la Facultad de Ingeniería, siendo fundador de varias cátedras, entre
ellas: ingeniería eléctrica, mecánica y sistemas; además de esto, amplió su
currículum como Representante profesoral ante el Consejo Universitario,
Co-fundador del Centro Interamericano de Agua y Tierra, Residente Accional de
Profesores de Ingeniería, Director de Programa de Expansión ULA-Banco
Interamericano de Desarrollo, Vicerrector, entre otras responsabilidades.
En el aspecto familiar entrò en estado con Aura
Ramírez, con quien compartió casi toda su vida, procreando una digna
descendencia de seis hijos, siendo igualmente padre de un hijo radicado fuera
del país, competitivos y fructíferos todos, se radicarían en la quinta El
Manantial, calle 41, mejor conocida como La Casa de Cielos Abiertos, especial
calificativo ganado por su generosidad y apoyo a muchos de sus coterráneos,
dicientes y jugadores profesionales de Argentina, Uruguay y Colombia, los cuales
alojaba con agrado y atención. Este exigente Imhotep guasdualiteño fue
considerado en su tiempo como uno de los mejores calculista del país, cuyos
conocimientos quedaron insertos en obras de envergadura como el viaducto
merideño, la plaza de toros y la Iglesia La Azulita, así como en múltiples y
complejas infraestructuras estadales y nacionales. En otra faceta, fue un
apasionado del deporte general, muestra de ello es que fue un practicante
consumado de tenis, aficionado al maratón y al balompié, fundador y presidente
vitalicio del equipo Estudiantes de Mérida, conjunto que hizo vibrar y llenar
de emoción y satisfacción al pueblo merideño. Parte del mundo tangible el 02 de
febrero de 2006, dejando un considerado legado de vida, tanto personal,
familiar como profesional. Su hija María Claudia lo evoca de la siguiente
forma: “Manuel fue un poeta que amó la lectura y a su patria, un deportista en
potencia, un amante de la amistad, un padre ejemplar, era un roble, brillante,
silencioso, de ideas únicas…”
En sus memorias escritas el calculista describe con
sencillez mágica al pueblito de cuatro calles de tierras que sus pies caminaron
y que en lomos de mostrencos visitaba en labores y faenas, leamos parte de
ellas: “Fue en aquel Guasdualito, la Calle Real, la más importante, con sus
grandes casas con techo de cinc; cada esquina con su nombre. La Elías Galvis,
era la primera, había allí una bodega con su pipa de guarapo fuerte, empanadas
de guiso, arepitas dulces, tabletas de coco con panela o azúcar, los ricos nísperos
de leche. Era mi parada obligatoria, al regreso de la dura tarea de vender
leche detallada, a veces a locha o a medio el litro, cuando estaba cara. Seguía
la esquina de don Juan Laporta, un inmigrante que relevó directamente en el
pueblo, estableció raíces familiares, de donde nacieron varios hijos, “tan
criollos como la conserva de coco” que no llegaron hablar ni pizca de italiano.
Don Juan fue un personaje muy importante, monto un negocio (tienda) muy grande,
en variedad y calidad de los artículos: sombreros borsalinos, pelo de guama,
telas, bayetas, municiones, etc, fue por mucho tiempo el proveedor de los
grandes hatos. Seguía la esquina de los Braidis, también con su buen negocio,
artículos importados de Alemania, fueron los agentes de la Venezolana de
Navegación, a la cual pertenecían los vapores que llegaban por el río. Venia la
botica, que abría hacia la calle que remataba en el cuartel, esta es la
farmacia en la actualidad, se terminaba en la de don Daniel García, con su casa
de dos pisos. La calle real alargaba su brazo hasta el río, por un terraplén
reconstruido por el jefe civil Antonio Rivero Vázquez, probablemente en el 33,
allí se habría una corta calle, especie de puerto, con el nombre de El Gamero,
con sabor alegre y de cierta tentación, la llegada de los vapores con su
impresionante anuncio de pitos estruendosos. En ese pequeño pueblo fui
escuelero y lechero, aquella leche que mamá me media con rayita falla y con
espuma, que muchas veces derramaba al despacharla, y cuya venta casi nunca me
cuadraba con la recibida, se daba la circunstancia que al final de la
faena
debía reservar un litro para una cieguita, doña Camila, quien por toda compañía
solo tenía a Julia, media paralitica y casi sin habla; para cumplir con la
entrega tenía que recurrir al agua de su bomba para completar el litro, y un
día me dijo la cieguita: “caramba, la leche si ha salido clara”, muy
rápidamente le contesté: no, es que las vacas están recién paridas, y por eso
la leche esta clarita”. (sic)
Ha sido para quien escribe estas líneas un honor el
haber recopilado parte de la fructífera vida de Manuel Gerónimo Padilla
Hurtado, un hijo bueno de un pueblo bueno, esperando en lo contiguo del cronos
observar su clisé, así como el de muchos guasdualiteños con huella en el proyecto
Los Hijos de Guasdualito. Honor a quien de verdad honor merece.
AUTOR: ALJER EREÚ
0 comentarios:
Publicar un comentario