Autor
Carlos
San Diego
Edgar
Piñero es un cantante y compositor llanero. Joven aún. Nació el 8 de mayo de
1986, en San Rafael de Atamaica, en ese hermoso pueblo del Bajo Apure, que en
época de creciente el río corre por sus calles como manantial cristalino.
Tierra de Manuel Luna.
Por
Cañafístola, La Candelaria, Payara, Paso Arauca, bien a pie, a caballo, en
canoa a canalete o con motor fuera de borda, agarrando brisa en el pecho
en las camionetas Toyota con jaula, su infancia la disfrutó a placer. Un
pequeño paraíso con olor a mastranto.
Oyendo a los maestros
Edgar Piñero
cantaba como suele cantar cualquier carajito que pisa suelo llanero. No tenía
miedo escénico. Si alguien en la bodega le ofrecía un refresco con catalina
para que le cantara, Edgar Piñero cantaba. Allí se ganó sus primeros aplausos.
A los 15
años, después de modular la voz, bajo las instrucciones de los maestros
arpistas Candelario Pérez, Agapito Linares y Alexis Ojeda, al lado de Vitico
Castillo, Fernando Tovar y Alberto Castillo, agarrado del capitel del arpa, se
aclaró el pecho y aceptó frente a la vida que había nacido para cantarle al
llano. Copla y lo demás es añadidura.
Al comienzo
fue seguidor de Jorge Guerrero, uno de los ídolos de todas las generaciones
recientes de la música llanera. En ese entonces Guerrero descollaba con éxitos
como “Guayabo de mes y pico” y “Remembranzas del Guerrero”, temas que Piñero
incluía en su repertorio de novel. Todo artista recibe influencias de otros.
Recibió las
manos protectoras de sus tíos Rubén Colina y Huáscar Colina que eran cantantes
de verso improvisado. En San Rafael de Atamaica, su mamá Dalila del Rosario y
la señora Lila Colina integraron un dúo de la canción llanera, que ayudaron a
Edgar en su formación artística. Muchas razones en el patio para hacerse
cantante.
Rumbo a oriente
Con José
Vicente Escobar, una de las mejores voces del llano, también hijo de San Rafael
de Atamaica, el pueblo del recio Nelson Morales, del sentimental Ramón Castillo
y del legendario arpista y compositor Manuel Luna y del músico y productor
Ramón Gámez Edgar Piñero viajó al oriente del país. Para suerte suya, consiguió
mucha gente que a plenitud disfruta del joropo. Lo que precisamente necesitaba.
Con
frecuencia visitó La Tribu, la finca de Reynaldo Armas, ubicada entre San Diego
de Cabrutica y Zuata, donde se celebra el cumpleaños del autor de “Laguna
vieja”, en lo que es una de las mejores parrandas que hay en el llano, al igual
que el velorio de cruz de mayo, que allí se realizaba. Tiempos de buena
tradición.
“Ah jodía pa` sé más buena”
Piñero le dio
un poco más de cuerda a su oído y le alargó los pantalones de la confianza a su
estilo. Cumplidos eso requisitos personales, definió y concretó su primer
proyecto discográfico. Para ello se abrió afuera, en el paradero en que pitan
los toros y para el nombre seleccionó uno una frase muy común, pero auténtica
como picacho de alcornoque en la falda de un cerro: “A jodía pa´ sé más buena”,
(la exclamación debió llevar la h después de la a) es el título del
primer disco de Edgar Piñero. Aunque en la selección de canciones se encuentra
una tendencia “juvenil citadina”. Diez temas son registro de su firma y sólo
uno, “Serpiente” es de José Gregorio Oquendo. Aparecen dos contrapunteos con
sus coterráneos Vitico Castillo y José Vicente Escobar. Mientras que la
promoción abre la brecha de su identidad en el ámbito nacional con la canción
“Las vocales del amor”.
Los
instrumentos acompañantes son los del conjunto Soga y Tranquero del maestro
Alexis Ojeda, Ramón Mota en el cuatro, Gailabi Jiménez en el bajo y Yorbis
Soler en las maracas. La grabación fue hecha en Ritmar Record de Valle de La
Pascua, estado Guárico, con la parte técnica a cargo del maestro Rodrigo Riera.
Experiencia comprobada.
Con verso de remonta
“Ah jodía pa´
sé más buena” le ha dado oportunidad de cantar en tarimas de gran espacio en
diferentes ciudades del país y en agenda, una vez que pase la tempestad del
Covid 19, está prevista gira por los llanos de Colombia. Está dedicado por
completo al canto y retomó estudios de Ingeniería Mecánica en el Instituto
Universitario José Antonio Anzoátegui (Iutjaa) de El Tigre. Formación
profesional, por si acaso.
“Logré
culminar este trabajo que no es nada fácil, pero que es muy bonito y
maravilloso impregnado de muchas cosas que circulan en la vida cotidiana, entre
ellas, el enamoramiento, el despecho y emblemáticas dedicatoria a mi llano
legendario y misterioso”, escribió Piñero. La imagen del llano visto por los
jóvenes.
Nuevos senderos
Piñero opina
que la música llanera gana terreno. Recibe difusión por todos los medios. Pero
eso no lo es todo. Falta mucho por reconocer. Como por ejemplo, facilitar la
grabación de nuevo talentos y fortalecer las escuelas de canto, composición y
ejecución de instrumentos en cada comunidad. Sueños que algún día se harán
realidad.
Lápiz y cuadernos
En sus
cuadernos reposan más de cien canciones escritas por él. Algunos de sus colegas
le han solicitado para grabarle, pero aún no ha suscrito el permiso. No duda en
definirse como parrandero hasta la cacha. Quien lo dude lo invitamos a que le
presto oído a sus canciones como “Pesaroso y zarataco”, “Zumbando pancás de
ahogado” “Sin duda alguna”, “Historia, leyenda y mito”. No se defraudarán
de oír a este nuevo intérprete que demuestra el guáramo necesario para
convertirse en un nuevo botalón de la copla sabanera. Talento le sobra.
Traición punto cuarenta
El más
reciente material en promoción de Edgar Piñero se llama “Traición punto
cuarenta”, un pasaje de despecho que se oye con frecuencia en las diferentes
emisoras de radio del país. También está en YouTube y en las redes sociales de
este cantautor, en tiempos de pandemia no se ha detenido y desde cualquier
ventana le tranca una serenata a la tierra más hermosa del planeta: el llano.
Por ahí va, ajilaíto, en lo que la fama termine de asomarse detrás de esa punta
de mata, le trancara el lazo a media cabeza. Sus canciones siguen el camino de
la vida. Suena, suena camoruca.
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