ALPARGATAS DE PLATA
Autor: Hugo Arana Páez HARPA
En esta ocasión someteré a su consideración un cuento fantasmal
apureño, el cual escribí en honor a mi paisano, el cantor Juan de los Santos
Contreras, conocido artísticamente como El Clarín de la llanura, El Carrao de
Palmarito y por sus dotes de consumado bailador COTIZAS DE PLATA.
El cuento fantasmal llanero se expresa en la oralidad presente en los cachos
contados por los CACHEROS, esos avezados peones de sabana, quienes después de
cumplir con los rudos trabajos -como escribiera Gallegos, más que trabajos son
aventuras por el peligro que esas tareas representan, donde a cada momento el
peón de hato se la juega- Es en el descanso en el caney sillero en las noches
sin luna, donde desde sus chinchorros y entre escupitajos de tabaco, chimó o
entre uno y otro palo e´ músico, ja, ja, ja, esos peones expresan en su
lenguaje articulado (la voz) sus visiones. Lamentablemente –que vaina que
siempre hay un pero- ese sonido que es la palabra oral como cualquier agrafía
se desvanece en el tiempo. En ese sentido, esa realidad me ha inducido a
escribir cuentos fantasmales llaneros, por cuanto, la palabra escrita es
garante de que esa narrativa o patrimonio expresado en símbolos se conservará
en el tiempo.
ALPARGATAS DE PLATA, narra las peripecias de una muerta condenada a andar de
parrando en parrando, bailando eternamente en búsqueda de un marío que la saque
de penas ja, ja, ja. En ese infinito vagar, la tercia se topa con el avezado
bailador José Antonio Acosta con quien inicia un extraño romance…
1. Alpargatas de plata
A finales del siglo diecinueve, por los lados del caserío La Yegüera, en
predios del ahora Municipio Pedro Camejo del Estado Apure, nació Don José
Antonio Acosta, hombre de toro, soga y caballo y además destacado bailador de
joropo, a quien por su particular manera de ejecutar esa danza lo apodaban
Alpargatas de plata. Siempre en busca de un parrando, cual trashumante
Quitapesares andaba por tierras apureñas; así el ducho baquiano se le veía por
los caminos y trochas de La Candelaria, San Juan de Payara, San Rafael de
Atamaica, Achaguas, Cunaviche, Arichuna, Apurito, El Samán, Rincón Hondo,
Bruzual, San Vicente, Mantecal, Guasdualito, La Trinidad de Orichuna, Elorza y
cuanto caserío, vecindario, hato y fundación hubiera en el llano.
A finales del mes de enero de 1920 iba de cabestrero, trajinando por los lados
de la Trinidad de Orichuna, cuando a sus oídos llegó la noticia de que en
tierras candelarieras, concretamente en la población de San Juan de Payara, se
iban a celebrar las fiestas patronales y los organizadores del evento invitaban
a participar a los músicos, coleadores, cantores, declamadores de bambas y
bailadores de joropo más prestigiosos del llano. Sabedor Don José, que los
premios que se otorgaban en esas celebraciones eran muy atractivos, encaminó su
cabalgadura para allá.
Era el dos de febrero, día de La Candelaria, cuando Alpargatas de plata,
después de andar dos días por la soleada sabana al fin hizo su entrada a San Juan
de Payara, sudoroso, con el sol de los araguatos en sus espaldas se desplazaba
extenuado por la polvorienta calle principal del poblado, mientras que la
fatigada bestia apenas atendía al flagelante chaparrazo o al torturante
espuelazo que la arreaba rumbo al final de la calle, donde se hallaba el
Botiquín Los Placeres, el negocio del Chato Carvajal, viejo peón de hato
devenido en cantinero. En Los Placeres, se celebraban los actos en honor de la
santa patrona, por cuanto, los organizadores de las fiestas estaban al tanto
que en ese lugar, el visitante encontraba lo que buscaba; por cierto, no era
casual que el Chato lo nombrara Bar Los Placeres, ya que en ese sitio
existieron muchos corrales donde los hateros reunían hasta dos mil reses que
llevarían rumbo a San Fernando y cuando estaban vacíos, los pobladores acudían
a disfrutar del agradable microclima que brindaba la exuberante floresta del
lugar. En Los Placeres, quedaron los añejos samanes que ahora daban cobijo a un
enorme caney con piso de tierra, al fondo del cual se hallaba el bar,
representado por un burdo mostrador de tablones de mora y detrás, unos rústicos
armarios en los que se exhibían apetitosas botellas de ron, aguardiente, cocuy
y anís; asimismo Preparados a base de aguardiente que el acucioso cantinero
elaboraba con semillas de guácimo, Ponsigué y demás frutas que él afanosamente
recogía en las casas de sus vecinos. Frente al bar estaba la tarima donde se
hallaban instalados los músicos y entre el bar y la tarima, el espacio
destinado a los bailadores, alrededor del cual se hallaban numerosas silletas
de madera y cuero templado, para que entre toque y toque los asistentes
pudieran descansar. Detrás, la cocina, donde cuatro robustas negras atendían
afanosas el encendido fogón. Afuera estaba la gallera, donde sudorosos
jugadores acudían con sus plumíferos a casar sus apuestas. Más allá el patio de
bolas y al fondo, el lugar para las bestias y el asadero de carne.
Al llegar a la entrada del concurrido y bullicioso lugar, Alpargatas de plata
se apeó de la cabalgadura y saludando a los viejos conocidos, condujo su bestia
al lugar destinado al abrevadero. Allí lo desensilló y de la capotera extrajo
unas alpargatas nuevas de cuero y capellá de pabilo negro, engalanadas con
monedas de plata que apresuradamente se las calzó. Estando en esa tarea, se le
acercó su amigo, el viejo Encarnación Ramos, quien después de saludarlo
efusivamente, le preguntó.
¡Caramba Don José! ¿Cómo que ésta noche va a escobillá y zapateá parejo?
El experimentado bailador respondió.
-Mire Don Encarnación, como dice el refrán ¡A ponerse alpargatas nuevas que lo
que viene es joropo ja, ja, ja! Ya usté sabrá lo que le quiero decí.
-No jile, con usté Don José. Hay que vé que usté si es precavío.
-Por cierto, Don Encarnación ¿Y cómo están los premios?
-¡Ah bueno! Yo escuché que pa´ los bailadores hay un premio único y que son
diez mil pesos a la mejor pareja. Por cierto, ha venío gente de tos laos a vé
si se llevan ese realero, pero que va yo creo que este año usté vuelve a ganá,
-¿Y qué hay de las parejas?
-¡Ah Don José pa´ zamarro, usté siempre pendiente de las mujeres, viejo pa´
enamorao no jile! ¡Claro que sí, ha venío un mujerío de tos laos, esas están a
tres por locha, yo que le digo!
-¡Ah bueno! Quiere decí que voy a encontrá pareja sin mucho trabajo
-Yo que le digo Don José, así es.
Respondió malicioso el viejo Encarnación, mientras que en el caney los
bailadores entusiasmados con el magnífico bordoneo del arpa, el rasgar de las
cuerdas del cuatro, el chischás de las maracas y el tañer altanero del cantor,
hacían las delicias de los mirones, mientras que con sus escobillados, valsados
y zapateados los danzantes levantaban el polvero en la sala. Era Florentino
Coronado, conocido en los parrandos, como Cantaclaro unas veces, otras como
Quitapesares o El Catire a secas quien altanero, dejaba escuchar un sonoro
grito que invitaba a los bailadores a continuar en su afanoso empeño de lucir
sus más hermosos pasos de joropo sabanero. En un rincón se hallaba recostado de
un horcón José Antonio Quirpa, cabestrero y cantador como Florentino, allí
estaba esperando turno para salir a competir con el afamado coplero, cuando
hizo su entrada al caney Alpargatas de plata. El cabestrero al ver al viejo
bailador se quitó el sombrero y saludándolo le expresó.
-¿Cómo está Don José? ¿Cómo que vino a llevase los reales?
-¿Qué tal Quirpa? ¡Eso te digo yo a ti! Que desde este rincón estás mirando a
Florentino con ganas de quitarle el premio y arrebatale la muchacha a la que le
está echándole los perros.
-¡Si es verdá Don José, en eso ando ja, ja, ja! ¡Lo que es esta noche le voy a
ganar a Florentino y si no es así me retiro! Porque, que va, ese catire me
tiene perreao. Con decile que el año antepasao me ganó en Mantecal y el año
pasao en Achaguas, pero esta noche lo voy a revolcá; aunque por ahí he visto a
un indio que vino de Nutrias y dicen que por aquellos laos no hay quien le
gane; las malas lenguas cuentan que es el maligno, debe sé porque luce un pelo
e´ guama negro, lustrosas polainas negras, liquiliqui negro, mandador negro,
faja negra de onde cuelga un puñal de jeme y medio y hasta el caballo es del
mismo color, fíjese Don José, es aquel retinto que está amarrao al lao del
suyo, ese es su caballo.
-¡Zape gato ñaragato, bicho pa´ feo!
Respondió receloso el bailador, mientras que extrañamente el cielo se encapotó
y el relámpago y el trueno no se hicieron esperar. Nervioso Alpargatas de
plata, se despidió de Quirpa, mientras exclamaba.
-¡Ave María purísima, esta noche como qué va a sé noche de espantos! ¡Ya voy a
buscá una pareja pa´ ve si me gano ese premio y me voy tempranito de este
Pandemónium!
Era el momento del descanso y de beber, los músicos habían arrinconado los
instrumentos y algunos bailadores habían ocupado las resistentes y pesadas
silletas. Entretanto el viejo José Antonio se plantó en el centro del caney
tratando de encontrar a una posible pareja. En un rincón se hallaba de pie una
agraciada joven; vestía una ancha y floreada falda, asimismo una cota blanca
que contrastaba con la canela de su piel y que dejaba al desnudo unos hermosos
hombros; en el centro del pecho, un caminito que insinuaba unos firmes y bien
proporcionados senos. Era una mujer de seductores labios, dientes blanquísimos
como el algodón que competían con unos ojos negros, muy negros como el
azabache, igual a la sedosa y brillante cabellera. En sus pies lucía unas
bonitas alpargatas planta de cuero y capellá de pabilo negro, que denotaban sus
condiciones de bailadora. Al verla Don José, se dirigió a ella, mientras
musitaba.
-¡No jile! Esa es la pareja que andaba buscando.
Los músicos habían reiniciado la festividad con un Seis por derecho y en el
centro del salón los bailadores ya hacían gala de su virtuosismo.
-¡Buenas noches señorita! Mi nombre es José Antonio Acosta, me apodan
Alpargatas de plata, vecino de La Yegüera. ¿Bailamos?
La muchacha sonriéndole, asentó con la cabeza. Seguidamente el bailador la tomó
por la cintura y agarrándola por la mano salieron danzando al centro de la
sala. En la tarima José Antonio Quirpa, se lucía con un joropo en tiempo de
Pajarillo. Por su parte, los músicos hacían gala de su destreza, a la par que
las parejas hacían de las suyas, inventando figuras que los presentes
alborozados celebraban. Así, entre joropos, pasajes, corridos, periqueras, pajarillos,
seis por derecho, seis por numeración, gabanes, guacharacas y tragos de
aguardiente, el tiempo transcurría implacable. Don José, muy alegre bailaba con
la agraciada y experimentada bailadora; ésta, extrañamente no hablaba, no
sudaba, ni mostraba signos de cansancio. Mientras tanto, afuera la lluvia
arreciaba, cortejada de incesantes relámpagos y ensordecedores truenos. En el
tablado se dejaba escuchar el chischás de los capachos que en las manos
maravillosas del cabestrero apureño José Antonio Quirpa animaban el jolgorio.
Finalizada la presentación del cantor, se anunció a la pareja ganadora de
baile; el premio le correspondió al dúo integrado por Alpargatas de plata y
Josefina Nieves, así se llamaba la pareja de Don José. El presentador del evento
solicitó a los ganadores subir al estrado a recibir el premio, consistente de
una bolsa de cien morocotas, equivalentes a diez mil pesos.
-¡Que suban los ganadores! ¡Que suban por favor, para entregarles esta bolsa
repleta de morocotas!
Gritó el presentador. Nervioso, Alpargatas de plata, buscó a su compañera de
baile pero misteriosamente ésta se había esfumado cual burlón relámpago.
-¿Qué raro, dónde estará esa mujer del carajo? Venise a perdé, precisamente
cuando nos van a entregá los reales. ¡No jile, que mujé pa´ pendeja!
Insistente, el animador desde el estrado llamaba a los ganadores. Alpargatas de
plata, angustiado ante la ausencia de la mujer decidió acudir solo a recibir la
recompensa. Con la bolsa en la mano y muy contento, el hombre descendió del
estrado, buscando inútilmente a la bailadora entre la multitud.
-¡Qué vaina con esa loca! ¿Qué hago con estos reales? Yo seré parrandero,
bailador y peleador pero no ladrón y menos robar a una mujer tan bonita y tan
buena bailadora como Josefina. ¡Ojalá aparezca pa´ dale su parte! Lo mejor que
puedo hacer es quedarme un rato más aquí. Quién quita que aparezca.
Cavilando se hallaba José Antonio. Cuando el presentador anunció la
continuación del evento.
-¡Señoras y Señores! Por favor, presten atención, ahora le toca actuar a los
declamadores de Bambas.
Enseguida subió a la tarima una pareja de jóvenes. Le correspondió iniciar el
recital a una agraciada muchacha, quien se lució con la siguiente cuarteta.
Los zapaticos me aprietan/ las medias me dan calor/ si quieres gozar de mí/
anda a la iglesia mayor/
El público animado aplaudió fervorosamente la presentación de la
mujer. Luego le correspondería al mozo replicarle.
Me pongo mi chaquetón/ me atarrago mi sombrero/ pa´ irte a gozá en la iglesia/
te gozo en el basurero/
Simultáneamente en el local se escuchó una estridente rechifla y
algunos de los presentes soltaban insultos y palabras soeces contra el osado
muchacho.
-¡Que bajen a ese loco! ¡Saquen a ese falta e´ respeto!
Entre los asistentes se hallaban algunos hermanos de la dama, quienes furiosos
subieron al escenario y la emprendieron a golpes contra el chapucero
declamador. Entretanto, algunos peones, compañeros de labores del atrevido
joven se enfrascaron en una violenta reyerta contra los hermanos de la muchacha.
Allí fue cuando se armó una sanpablera de Padre y Señor mío. Ahí cada quien
llevó lo suyo. Al presentador le dieron un langanazo que lo dejó quietico en el
entarimado, al cuatrista le quebraron el cuatro en la cabeza a Quirpa lo
tumbaron de un solo guamazo a Florentino, por estar apartando a los enardecidos
peleadores, le sonaron un tarrayazo en la pata e´ la oreja que inconsciente lo
lanzó al centro de la pista de baile. En el desbarajuste, la gente buscando
donde guarecerse corría angustiada de un lado para otro. Por supuesto, en ese
zaperoco hasta el Maligno llevó su parte. Fue un fuerte lepe que el Chato
Carvajal, atinó a darle en el mentón. Adolorido, el individuo se lamentaba.
-¡Hay que vé! Yo lo que soy es un pobre Diablo. Cómo es posible que un piazo e´
loco como el Chato Carvajal, me haya dado ese coñazo y lo que más me duele no
es el trancazo, sino que esta noche en el contrapunteo me iba a llevá a Quirpa
y a Florentino, sobre todo al catire, pa´ que me pague la que me hizo en Santa
Inés. ¡Qué vaina! Yo vine por lana y salí trasquilao ¡Qué va! lo que soy yo más
nunca me tiro una parada como ésta, es decir, asistir a un parrando de locos.
No que va. Mejor agarro mi cachachá y me voy pa´ otro lugar donde no tiren
tantos vergajazos como aquí.
En el fragor del zafarrancho, inmediatamente se hizo presente en la sala una
humareda y un fuerte hedor a azufre. Aterrorizados los peleadores dejaron la
gresca, mientras observaban cómo la fumarada envolvía al zaino que el extraño
visitante había dejado en el patio. Súbitamente, caballo y jinete se elevaron
en el cielo, seguidos de una brillante estela de fuego. Mientras en el centro
del caney se dejaba escuchar un terrorífico y atronador grito que espantó a
todos los presentes.
Entretanto, en la sabana, lejos de la barahúnda, cabalgaba sonriente Alpargatas
de plata.
-¿Dónde estará Josefina? Quiero dale sus reales y a ver si se va a viví conmigo
allá en el fundo. Qué vaina pa´ onde habrá cogío. Bueno yo parezco zoquete,
preocupándome por esa loca, lo más importante es que aquí tengo las morocotas.
Sorprendido, el jinete atinó a ver al pie de una ceiba a orilla del camino a la
hermosa y sonriente joven.
-¿Qué fue mujer? ¿Qué haces parada ahí íngrima y sola en esa mata? ¿No te da
miedo?
Preguntó extrañado el bailador.
-¿Miedo por qué? ¡Te estaba esperando, yo sabía que tú pasarías por aquí!
-Mira y por qué te viniste sin avisarme. Cuando te busqué pa´ entregarte tu
parte no te hallé.
-Me vine porque yo sabía que ahí se iba a armar un zafarrancho.
-¿Y por qué sabías eso?
-¡Mira Alpargatas de plata! Lo que pasa es que son tantos los años que llevo
asistiendo a estos parrandos que yo sé en qué terminan.
-Por cierto, Josefina, ahora que estamos solos quiero que me digas si tienes
marío y quién eres tú.
-En primer lugar te diré que yo vivo sola, es decir, estoy escotera. Pero antes
de responderte la segunda pregunta, quiero que me digas ¿Tú eres miedoso?
-Si yo fuera miedoso no andaría solo a estas horas buscándote por estos
chiribitales ¿Y por qué me preguntas eso?
-¡Gua! Porque te voy a decir que yo soy un ánima en pena, es decir, una MUERTA.
-Yo sabía eso.
-¿Acaso tú eres adivino?
-No es que yo sea ningún adivino, sino que cuando bailábamos, las manos las
tenías frías como las tienen los muertos y además bailabas y no sudabas, ni te
cansabas y sobre todo ni te emborrachabas, a pesar de que molías la caña que
juega garrote y yo sé que eso solo le pasa a las visiones ja, ja, ja.
-¿Y entonces por qué no me soltabas?
-Ah bueno, muy sencillo, primeramente porque bailas muy bien.
-¿Y después…?
-¡Porque me enamoré de ti!
-¿Así es la cosa?
-Sí, así es la cosa.
-Bailador y enamorao ¡Ah hombre pa´ resabiao!
-¡Si señorita! ¿Usted dirá?
-Lo que te voy a decir, es contarte quien soy yo.
-¡Eche pa´ lante pues! Que soy toitico oídos.
-Bueno Alpargatas de Plata, eso fue hace muchos años. Entonces yo vivía con mi
marío y mis dos hijitos. Teníamos un conuquito a orillas de la Laguna de la
tigra. A mí me gustaba bailá mucho.
-¡Ya lo sé! ¡Ya lo sé!
-No interrumpas hombre y déjame contate qué pasó.
-Está bien, no se me ponga brava ja, ja, ja.
-Bueno, como te estaba diciendo. Me gustaba bailá y parrando que se hacía,
parrando al que asistía, no me importaba donde se armara, hasta allá iba. En
esas celebraciones bailaba hasta el amanecer, con decite que llegaba a la casa
al día siguiente trasnochada, cansada y bien palotiá. Eso lo hacía todas las
semanas.
-¡No jile Josefina! A usté hay que tenele miedo no por muerta, sino por
parrandera ja, ja, ja.
-Bueno, al llegar yo a la casa, el hombre empezaba con una jablantina que no me
dejaba dormir y ahí era cuando se armaba el pleito. Un día se volvió loco y
agarró un cola e´ gallo y la emprendió con las criaturas, a ellas les cortó la
cabeza de un solo tajo y después a mí me escuartizó de tanto machetazo que me
lanzó.
-¿Y después qué hizo ese loco?
-Bueno, luego cavó tres fosas detrás de la casa y debajo de un mamón nos
enterró.
-Ese tercio lo que estaba era celoso pa´ jacé eso.
-Sí Alpargatas, pero lo pior es que cuando me estaba enterrando me echó una
maldición.
-¿Y cuál era esa condena?
-Bueno, que como a mí me gustaba dí tanto a los parrandos y amanecé bailando.
Imploró no sé a cuál demonio que después de muerta vagara eternamente de
parrando en parrando y bailara hasta el amanecer, hasta que algún día
encontrará a un loco que se hiciera cargo de mí ¿Te imaginas quién se haría
cargo de una muerta?
-¿Y qué pasó con tu marío?
-Bueno, ese desgraciao, después de asesinarnos y queriendo escapar, se embarcó
en la curiara y atravesando la laguna se voltió y enseguida le cayeron los
zamuritos y en menos que un cristiano reza un Padrenuestro y nombra a las Tres
Divinas Personas lo dejaron como a huesito en sabana.
-¿Cómo?
-¡Gua, limpiecito!
-¿Y yo que tengo que vé con todo eso?
-¡Gua! Como yo sé que te gusto, te ruego me lleves pa´ tu fundo y así dejo de
andá penando en esos jolgorios. Es que ya estoy hastiada de está metía en tanto
peo, cansada de tanto trasnocho y obstinada de bailá con cualquier loco que me
invite.
-¡Ajá! ¿Me estás llamando loco?
-¡No mi amor! No lo digo por ti, sino por esos borrachos fastidiosos y faltas
de respeto.
-Ah bueno Josefina. Yo también quiero contarte algo. Igual que tú, yo estoy
cansado de estar bailando de fiesta en fiesta, buscando que un mal día me den
mi tatequieto y después digan ¡Hasta aquí llegó Alpargatas de plata! Por eso te
andaba buscando, pa´ proponete que te fueras a viví conmigo en el fundito que
tengo en San Nicolás, eso queda llegando a San Rafael de Atamaica.
-No me digas nada, que yo sé onde queda San Nicolás.
-Perdóname mi amor, es que se me había olvidao que tú de tanto andá penando por
estas tierras, no hay recoveco de Apure onde no hayas estao ja, ja, ja.
-Sí, eso es verdaítica. Asina es.
-Bueno, el caso es que yo estoy solo y ya me estoy poniendo viejo y necesito
una mujer que esté a mi lao pa´ cuando yo la necesite.
-¡Esa soy yo! Cuente conmigo pa´ eso Alpargatas de Plata.
-¡Bueno entonces qué hace pará ahí! Venga, móntese pa´ dinos ya pa´ el fundo.
Ágilmente la mujer se subió a la grupa y ambos personajes emprendieron rumbo a
la posesión del bailador. En el camino, la moza le espetó.
-Mi amor, se me había olvidao decite otra cosa.
-¿Y ahora qué otra vaina me vas a contá Josefina?
¡Gua! Pa´ sácame de penas debemos dí al sitio onde mis dos criaturitas y yo estamos
sepultados.
-¿Y qué vamos a jacé ahí?
-Bueno, yo te voy a señalá onde estamos enterraos, luego nos sacas y nos llevas
al cementerio onde nos darás cristiana sepultura y nos mandas a jacé unas misas
con el cura e´ San Rafael.
-¡Está bien mujer! Cuente con eso. Por cierto, te iba a decí que estoy feliz de
haberte conocido porque me has dao buena suerte. Con el realero que nos hemos
ganao a partí de esta noche vamos a echá palante el fundo y de ahora en
adelante y en honor a usté se llamará Fundo La Chepina ja, ja, ja.
Dándole un frío beso, la muerta, emocionada agradeció al bailador su deferencia
con ella.
-Gracias mi amor, gracias, muchas gracias. Ya verás cómo te voy a jacé feliz.
Habían transcurrido cincuenta años desde que Josefina y Alpargatas de plata se
conocieron en el parrando que se armó en el Botiquín Los Placeres del Chato
Carvajal un dos de febrero, día de La Candelaria. En ese sentido, la mujer
quiso celebrar junto a su marido las Bodas de oro, bailando, bebiendo y
saboreando una ternera a la llanera. Así, en el Hato La Chepina se organizó un
parrando donde el matrimonio se lucía danzando incansable en el corredor de un
lado para el otro. Viendo que José Antonio, igual que ella, no daba muestras de
cansancio, la mujer cayó en cuenta que Alpargatas de plata en todo ese largo
tiempo no había envejecido, que bailando tampoco se cansaba, no sudaba, no
sentía sueño y a pesar de moler más caña que un trapiche nuevo no se
emborrachaba. Intrigada la bella muerta atinó a increparlo.
-¡Mira José Antonio, desde hace años he querido preguntarte algo!
-¿Qué pasa mujer, ya vas a empezar tu preguntadera?
-¿Pa´ que carrizo soy tu mujer? ¿Acaso no tengo derecho? ¡Ah, porque pa´ lávate
los trapos, pa´ cocinate, pa´ mantenete la casa limpiecita como una tacita de plata
y pa´ lo otro si sirvo, no jile contigo José Antonio!
-No se me ponga brava Josefina, que no es pa´ tanto ja, ja, ja. ¡Ajá! ¿Y se
puede sabé de qué se trata?
-¡Mira José Antonio! Desde que te conocí tengo la duda de saber quién eres tú
realmente. -¿Por qué me preguntas eso?
-¡Gua! Porque he notado que han pasado cincuenta largos años y tú no te has
cundido de canas, ni arrugas tienes en el rostro y bailando ni se diga, fíjate
que no te cansas, no sudas; también mueles caña parejo y ni pa´ los laos coges;
asimismo bailas toda la noche y ni sueño te da, eso no le ocurre a un ser
humano ¿No será que tú eres un muerto?
-Mira Josefina, te voy a decir la verdad, tienes razón, yo soy un muerto, yo
fallecí hace más de cincuenta años cuando tratando de sacar un toro cachalero
enmatado, el bicho se me vino encima y lo primero que hizo fue malograrme a la
bestia y de la embestida salí despedido por los aires y estando en el suelo me
ensartó por el pecho y comenzó a zarandearme hasta el cansancio y cuando al fin
me soltó, de este bailador no quedaba nada sano. Sí mi amor, ese día yo morí,
como mueren los peones de sabana, en los cuernos de un toro cimarrón. Por
cierto, mis familiares me sepultaron en el cementerio de San Rafael de
Atamaica, allá está mi tumba, si quieres un día de estos vamos para allá para
que me alumbres.
-¡Ja, ja, ja, usté si es vainero José Antonio! ¿Usté ha visto muerto alumbrando
muerto?
-Pero si he visto mucho muerto botando basura ja, ja, ja.
-¡No me hagas reír José Antonio ja, ja, ja! Por cierto, mi amor por qué nunca
me dijiste que eras un muerto.
-¡Muy sencillo!
-¡Barájame el tiro!
-Desde que te vi en Los Placeres supe que eras una muerta y supuse que
seguramente andabas buscando a uno de esos humanos picaflor para llevártelo y
después en la solitaria sabana espantarlo para que supiera que de las mujeres
no se burla ningún patiquín de pueblo ja, ja, ja. Por eso no me atreví a
confesarte que yo como tú era otro muerto y pensé que por eso posiblemente me
ibas a rechazar.
-Es verdad José Antonio, yo andaba buscando a un vivo pero me tope contigo y no
sé qué me pasó.
-¿Qué te pasó?
-¡Gua que al verte me enamoré! Pero fíjate que todo ha sido para bien.
-¿Por qué lo dices?
-Imagínate que yo me hubiera enamorado de un vivo y después de cincuenta años
de matrimonio ya el tercio sería un viejo enclenque que no me serviría pa´ ná
ja, ja, ja o peor aún, tal vez ya estaría muerto y al quedar viuda, la
maldición me obligaría a andá penando de nuevo en esos parrandos buscando otro
marío. ¿Te imaginas eso mi amor?
-Te entiendo clarito Josefina. Usté tiene razón y le cabe derecho...
-¿Qué dijiste?
-¡Que te quiero con todo derecho!
-¡Ah bueno, mucho cuidao con lo que dices!
-Lo que quise contarte es que somos afortunados, primero porque
nos queremos mucho, segundo que nuestro amor es para siempre y tercero que no
sufrimos de eso que los vivos llaman CELOS, porque quién se va a enamorar de un
muerto o de una muerta ja, ja, ja.
-¡Así es viejo, tienes razón y también le cabe derecho ja, ja, ja.
-¿Qué dijiste Josefina? Que no tenemos nada de qué preocuparnos y para celebrar
tanta dicha vengase pa´ acá pa´ dale un beso bien frío como son los besos que
damos las muertas ja, ja, ja!
-Si Josefina, hay mucho que celebrar, porque nuestro amor es del más allá y del
más acá ja, ja, ja.
-¡Es verdad mi viejo! Pero no es únicamente eso, sino que ni la Pelona podrá
romper esta unión ja, ja, ja!
-¡Así es Josefina! Esa Pelona no anda buscando muertos, sino vivos. Bien, pero
dejemos de está hablando pendejadas y sigamos tomando y bailando hasta el
amanecer ja, ja, ja.
-¡Ay José Antonio, usté no parece un muerto, sino un vivo!
-¿Por qué lo dices Josefina?
-¡Gua, porque usted aún después de muerto no ha dejado de parrandear! ¿Cómo
sería cuando estaba vivo?
-¡Vamos Josefina déjese de está pendejeando y péguese en el corte con ese
escobillao ja, ja, ja.
El fundo La Chepina se había transformado en un próspero hato con enormes
potreros, corrales, queseras, numerosos hatajos de caballos y miles de reses
que atendían cuarenta peones. Ahora la viviendita era una enorme y bonita
casona de anchas paredes, amplios corredores y fresco y bonito techo de tejas.
Contaba con muchas habitaciones, la más grande era el aposento del viejo
bailador a quien los peones desde el caney sillero escuchaban reír, hablar y
bailar solo hasta la madrugada.
-¡Ahí está el viejo otra vez, hablando sólo!
Expresaba un peón a sus compañeros. Otro acotaba.
-Anoche lo vi bailando solo. Hay que vé que ese viejo está loco e´ bola.
El más longevo de los trabajadores ripostó.
-¡Qué importa que sea un loco! Mientras nos dé buena comía, buena casa y nos
pague bien y al día, dejemos que él haga con su vida lo que le venga en ganas,
así que déjense de está hablando pendejadas de él.
-Así es, porque Alpargatas de plata tendrá muchos defectos, pero lo bueno que
tiene es que es un hombre de palabra, no de palabras; además es un tercio sin
hambre y sabe tratá a sus peones.
Mientras desde un rincón, otro de los peones asintió.
-¡Así es!
Entretanto, desde su chinchorro el más joven de los trabajadores comentó.
-¡Ustedes si hablan zoquetadas! Ese viejo no está loco, porque antenoche en su
cuarto lo vi, con estos ojos que se han de comé los gusanos, hablando y
bailando con una bonita muchacha que ardientemente lo acariciaba.
-No seas embustero Asdrúbal
Le espetaron al unísono los demás trabajadores, quienes se quedaron
boquiabiertos cuando inesperadamente vieron salir de la alcoba a Alpargatas de
plata, abrazado con una bella y joven mujer. Seguidamente en el amplio corredor
la pareja de enamorados comenzó a danzar alegremente hasta el amanecer.
-¿Están viendo, cuerda de lengualargas? ¡No jile, ahí tienen pa´ que sepan que
yo no hablo zoquetadas, así que tómense su café con leche frío ja, ja, ja!
Les espetaba el muchacho al resto de la peonada. Seguidamente continuó con la
retahíla.
-¡Ese viejo no está loco! Lo que está es gozando un puyero con esa mujer. Vean
envidiosos como la abraza y cómo la besa y ella lo que hace es bailar, reír y
de ñapa besarlo apasionadamente ja, ja, ja.
-Bueno muchachos, cómo dice el refrán A quién Dios se la da, San Pedro se la
bendice. Así que dejen a ese viejo tranquilo gozando con su muerta y vamos a
dormí que ya es tarde y mañana hay mucho que jacé, dijo el más longevo de los
peones. Mientras que en el corredor, la pareja de muertos, Alpargatas de Plata
y Josefina Nieves, reían y danzaban sin parar al compás del chischás de los
capachos, del rasgar de un cuatro parrandero y de los arpegios de una aporreada
camoruca que sólo ellos atinaban a escuchar.
Entretanto, en el caney sillero, la extenuada peonada arrellanada en sus
chinchorros de guaralillo, pabilo o moriche, roncaba plácidamente.
CONCLUSIÓN:
Escritores como Rómulo Gallegos (Doña Bárbara y Cantaclaro), Miguel Otero Silva
(Casas muertas), Alberto Arvelo Torrealba (La Porfía o El reto entre Florentino
Coronado y El Diablo y el cuento El Bebé que comía carne, publicado en el Papel
literario del diario El Nacional) y nuestro Antonio José Torrealba (El Diario
de un llanero) le dedicaron parte de su obra a los espectros de la sabana. En
ese sentido, como apureño siempre me ha tentado el gusto por lo irreal llanero,
siempre me atraían esos cuentos de espectros, esos seres horribles a quienes de
niños creemos ver. Por cierto, en el hato de mi abuela materna Josefa Acosta
Lis de Páez, LOS MEDANITOS, me encantaba escuchar a los peones narrando
aquellas historias de fantasmas y aparatos que de noche recorren lo largo y
ancho de las sabanas y pueblos llaneros. Esos cuentos de camino, que en el
recodo algunas veces es el celaje, la sombra, la brisa o la luz realenga que va
del tremedal a la palma, de la laguna a la Mata, del jagüey al patio o de la
majada al caney. También de aquellos extraños seres que deambulan por las
oscuras, polvorientas y solitarias calles de los ancestrales pueblos llaneros y
según contaban viejos parroquianos y que lo hacían para espantar a sus
moradores o para entregarles un entierro y salir de penas, ja, ja, ja. A tal
fin, se arrochelaban en vetustas casonas abandonadas, esas de enormes portones,
de largos zaguanes, amplios corredores, anchas paredes de adobe y techos de
tejas enmohecidas, constituyendo lo que ahora eufemísticamente el mestizaje ha
denominado Leyenda urbana.
Por ser apureño y por las razones anteriormente expuestas me he dedicado a escribir
cuentos fantasmales llaneros. En ese sentido, me defino como cuentista,
queriendo significar que no soy cuentero como esos indeseables tercios o
tercias lleva y trae, esos que se hacen los mosquitas muertas, esos que ponen
su cara de YO NO FUI mientras gozan un puyero enredando a todo el mundo, esos
que siempre andan atizando la candela. En ese sentido, le ruego a mis
apreciados fantasmas que les salgan y los aterroricen hasta enloquecerlos para
que dejen de estar amargándole la existencia a las almas buenas como los
bailadores fantasmas Josefina Nieves y José Antonio Acosta, ALPARGATAS DE PLATA
ja, ja, ja.
(*) Este cuento fue creado
en honor a Juan de los Santos Contreras, El Carrao de Palmarito, quien amén de
ser un afamado cantor, se consagró como un consumado bailador de joropo
sabanero, quien en sus presentaciones utilizaba unas alpargatas adornadas de
monedas de plata y por eso lo apodaban Cotizas de pl
ALPARGATAS DE PLATA (*)
… “Fácil y gratificante es leer. Difícil escribir y más difícil
investigar”…
HARPA
Hugo Arana Páez HARPA
Hugoarpa24@gmail.com San Fernando, 24 de marzo de 2020
Género: Cuento fantasmal llanero
Autor: Hugo Arana Páez HARPA
INTRODUCCIÓN:
Continuando con los ensayos publicados en la serie IMAGEN E IDENTIDAD, en esta
ocasión someteré a su consideración un cuento fantasmal apureño, el cual
escribí en honor a mi paisano, el cantor Juan de los Santos Contreras, conocido
artísticamente como El Clarín de la llanura, El Carrao de Palmarito y por sus
dotes de consumado bailador COTIZAS DE PLATA.
El cuento fantasmal llanero se expresa en la oralidad presente en los cachos
contados por los CACHEROS, esos avezados peones de sabana, quienes después de
cumplir con los rudos trabajos -como escribiera Gallegos, más que trabajos son
aventuras por el peligro que esas tareas representan, donde a cada momento el
peón de hato se la juega- Es en el descanso en el caney sillero en las noches
sin luna, donde desde sus chinchorros y entre escupitajos de tabaco, chimó o
entre uno y otro palo e´ músico, ja, ja, ja, esos peones expresan en su
lenguaje articulado (la voz) sus visiones. Lamentablemente –que vaina que
siempre hay un pero- ese sonido que es la palabra oral como cualquier agrafía
se desvanece en el tiempo. En ese sentido, esa realidad me ha inducido a
escribir cuentos fantasmales llaneros, por cuanto, la palabra escrita es
garante de que esa narrativa o patrimonio expresado en símbolos se conservará
en el tiempo.
ALPARGATAS DE PLATA, narra las peripecias de una muerta condenada a andar de
parrando en parrando, bailando eternamente en búsqueda de un marío que la saque
de penas ja, ja, ja. En ese infinito vagar, la tercia se topa con el avezado
bailador José Antonio Acosta con quien inicia un extraño romance…
1. Alpargatas de plata
A finales del siglo diecinueve, por los lados del caserío La Yegüera, en
predios del ahora Municipio Pedro Camejo del Estado Apure, nació Don José
Antonio Acosta, hombre de toro, soga y caballo y además destacado bailador de
joropo, a quien por su particular manera de ejecutar esa danza lo apodaban
Alpargatas de plata. Siempre en busca de un parrando, cual trashumante
Quitapesares andaba por tierras apureñas; así el ducho baquiano se le veía por
los caminos y trochas de La Candelaria, San Juan de Payara, San Rafael de
Atamaica, Achaguas, Cunaviche, Arichuna, Apurito, El Samán, Rincón Hondo,
Bruzual, San Vicente, Mantecal, Guasdualito, La Trinidad de Orichuna, Elorza y
cuanto caserío, vecindario, hato y fundación hubiera en el llano.
A finales del mes de enero de 1920 iba de cabestrero, trajinando por los lados
de la Trinidad de Orichuna, cuando a sus oídos llegó la noticia de que en
tierras candelarieras, concretamente en la población de San Juan de Payara, se
iban a celebrar las fiestas patronales y los organizadores del evento invitaban
a participar a los músicos, coleadores, cantores, declamadores de bambas y
bailadores de joropo más prestigiosos del llano. Sabedor Don José, que los
premios que se otorgaban en esas celebraciones eran muy atractivos, encaminó su
cabalgadura para allá.
Era el dos de febrero, día de La Candelaria, cuando Alpargatas de plata,
después de andar dos días por la soleada sabana al fin hizo su entrada a San
Juan de Payara, sudoroso, con el sol de los araguatos en sus espaldas se
desplazaba extenuado por la polvorienta calle principal del poblado, mientras
que la fatigada bestia apenas atendía al flagelante chaparrazo o al torturante
espuelazo que la arreaba rumbo al final de la calle, donde se hallaba el
Botiquín Los Placeres, el negocio del Chato Carvajal, viejo peón de hato
devenido en cantinero. En Los Placeres, se celebraban los actos en honor de la
santa patrona, por cuanto, los organizadores de las fiestas estaban al tanto
que en ese lugar, el visitante encontraba lo que buscaba; por cierto, no era casual
que el Chato lo nombrara Bar Los Placeres, ya que en ese sitio existieron
muchos corrales donde los hateros reunían hasta dos mil reses que llevarían
rumbo a San Fernando y cuando estaban vacíos, los pobladores acudían a
disfrutar del agradable microclima que brindaba la exuberante floresta del
lugar. En Los Placeres, quedaron los añejos samanes que ahora daban cobijo a un
enorme caney con piso de tierra, al fondo del cual se hallaba el bar,
representado por un burdo mostrador de tablones de mora y detrás, unos rústicos
armarios en los que se exhibían apetitosas botellas de ron, aguardiente, cocuy
y anís; asimismo Preparados a base de aguardiente que el acucioso cantinero
elaboraba con semillas de guácimo, Ponsigué y demás frutas que él afanosamente recogía
en las casas de sus vecinos. Frente al bar estaba la tarima donde se hallaban
instalados los músicos y entre el bar y la tarima, el espacio destinado a los
bailadores, alrededor del cual se hallaban numerosas silletas de madera y cuero
templado, para que entre toque y toque los asistentes pudieran descansar.
Detrás, la cocina, donde cuatro robustas negras atendían afanosas el encendido
fogón. Afuera estaba la gallera, donde sudorosos jugadores acudían con sus
plumíferos a casar sus apuestas. Más allá el patio de bolas y al fondo, el
lugar para las bestias y el asadero de carne.
Al llegar a la entrada del concurrido y bullicioso lugar, Alpargatas de plata
se apeó de la cabalgadura y saludando a los viejos conocidos, condujo su bestia
al lugar destinado al abrevadero. Allí lo desensilló y de la capotera extrajo
unas alpargatas nuevas de cuero y capellá de pabilo negro, engalanadas con
monedas de plata que apresuradamente se las calzó. Estando en esa tarea, se le
acercó su amigo, el viejo Encarnación Ramos, quien después de saludarlo
efusivamente, le preguntó.
¡Caramba Don José! ¿Cómo que ésta noche va a escobillá y zapateá parejo?
El experimentado bailador respondió.
-Mire Don Encarnación, como dice el refrán ¡A ponerse alpargatas nuevas que lo
que viene es joropo ja, ja, ja! Ya usté sabrá lo que le quiero decí.
-No jile, con usté Don José. Hay que vé que usté si es precavío.
-Por cierto, Don Encarnación ¿Y cómo están los premios?
-¡Ah bueno! Yo escuché que pa´ los bailadores hay un premio único y que son diez
mil pesos a la mejor pareja. Por cierto, ha venío gente de tos laos a vé si se
llevan ese realero, pero que va yo creo que este año usté vuelve a ganá,
-¿Y qué hay de las parejas?
-¡Ah Don José pa´ zamarro, usté siempre pendiente de las mujeres, viejo pa´
enamorao no jile! ¡Claro que sí, ha venío un mujerío de tos laos, esas están a
tres por locha, yo que le digo!
-¡Ah bueno! Quiere decí que voy a encontrá pareja sin mucho trabajo
-Yo que le digo Don José, así es.
Respondió malicioso el viejo Encarnación, mientras que en el caney los
bailadores entusiasmados con el magnífico bordoneo del arpa, el rasgar de las
cuerdas del cuatro, el chischás de las maracas y el tañer altanero del cantor,
hacían las delicias de los mirones, mientras que con sus escobillados, valsados
y zapateados los danzantes levantaban el polvero en la sala. Era Florentino
Coronado, conocido en los parrandos, como Cantaclaro unas veces, otras como
Quitapesares o El Catire a secas quien altanero, dejaba escuchar un sonoro
grito que invitaba a los bailadores a continuar en su afanoso empeño de lucir
sus más hermosos pasos de joropo sabanero. En un rincón se hallaba recostado de
un horcón José Antonio Quirpa, cabestrero y cantador como Florentino, allí
estaba esperando turno para salir a competir con el afamado coplero, cuando
hizo su entrada al caney Alpargatas de plata. El cabestrero al ver al viejo
bailador se quitó el sombrero y saludándolo le expresó.
-¿Cómo está Don José? ¿Cómo que vino a llevase los reales?
-¿Qué tal Quirpa? ¡Eso te digo yo a ti! Que desde este rincón estás mirando a
Florentino con ganas de quitarle el premio y arrebatale la muchacha a la que le
está echándole los perros.
-¡Si es verdá Don José, en eso ando ja, ja, ja! ¡Lo que es esta noche le voy a
ganar a Florentino y si no es así me retiro! Porque, que va, ese catire me
tiene perreao. Con decile que el año antepasao me ganó en Mantecal y el año
pasao en Achaguas, pero esta noche lo voy a revolcá; aunque por ahí he visto a
un indio que vino de Nutrias y dicen que por aquellos laos no hay quien le
gane; las malas lenguas cuentan que es el maligno, debe sé porque luce un pelo
e´ guama negro, lustrosas polainas negras, liquiliqui negro, mandador negro,
faja negra de onde cuelga un puñal de jeme y medio y hasta el caballo es del
mismo color, fíjese Don José, es aquel retinto que está amarrao al lao del
suyo, ese es su caballo.
-¡Zape gato ñaragato, bicho pa´ feo!
Respondió receloso el bailador, mientras que extrañamente el cielo se encapotó
y el relámpago y el trueno no se hicieron esperar. Nervioso Alpargatas de
plata, se despidió de Quirpa, mientras exclamaba.
-¡Ave María purísima, esta noche como qué va a sé noche de espantos! ¡Ya voy a
buscá una pareja pa´ ve si me gano ese premio y me voy tempranito de este
Pandemónium!
Era el momento del descanso y de beber, los músicos habían arrinconado los
instrumentos y algunos bailadores habían ocupado las resistentes y pesadas
silletas. Entretanto el viejo José Antonio se plantó en el centro del caney
tratando de encontrar a una posible pareja. En un rincón se hallaba de pie una
agraciada joven; vestía una ancha y floreada falda, asimismo una cota blanca
que contrastaba con la canela de su piel y que dejaba al desnudo unos hermosos
hombros; en el centro del pecho, un caminito que insinuaba unos firmes y bien
proporcionados senos. Era una mujer de seductores labios, dientes blanquísimos
como el algodón que competían con unos ojos negros, muy negros como el
azabache, igual a la sedosa y brillante cabellera. En sus pies lucía unas bonitas
alpargatas planta de cuero y capellá de pabilo negro, que denotaban sus
condiciones de bailadora. Al verla Don José, se dirigió a ella, mientras
musitaba.
-¡No jile! Esa es la pareja que andaba buscando.
Los músicos habían reiniciado la festividad con un Seis por derecho y en el
centro del salón los bailadores ya hacían gala de su virtuosismo.
-¡Buenas noches señorita! Mi nombre es José Antonio Acosta, me apodan
Alpargatas de plata, vecino de La Yegüera. ¿Bailamos?
La muchacha sonriéndole, asentó con la cabeza. Seguidamente el bailador la tomó
por la cintura y agarrándola por la mano salieron danzando al centro de la
sala. En la tarima José Antonio Quirpa, se lucía con un joropo en tiempo de
Pajarillo. Por su parte, los músicos hacían gala de su destreza, a la par que
las parejas hacían de las suyas, inventando figuras que los presentes
alborozados celebraban. Así, entre joropos, pasajes, corridos, periqueras,
pajarillos, seis por derecho, seis por numeración, gabanes, guacharacas y
tragos de aguardiente, el tiempo transcurría implacable. Don José, muy alegre
bailaba con la agraciada y experimentada bailadora; ésta, extrañamente no
hablaba, no sudaba, ni mostraba signos de cansancio. Mientras tanto, afuera la
lluvia arreciaba, cortejada de incesantes relámpagos y ensordecedores truenos.
En el tablado se dejaba escuchar el chischás de los capachos que en las manos
maravillosas del cabestrero apureño José Antonio Quirpa animaban el jolgorio.
Finalizada la presentación del cantor, se anunció a la pareja ganadora de
baile; el premio le correspondió al dúo integrado por Alpargatas de plata y
Josefina Nieves, así se llamaba la pareja de Don José. El presentador del
evento solicitó a los ganadores subir al estrado a recibir el premio,
consistente de una bolsa de cien morocotas, equivalentes a diez mil pesos.
-¡Que suban los ganadores! ¡Que suban por favor, para entregarles esta bolsa
repleta de morocotas!
Gritó el presentador. Nervioso, Alpargatas de plata, buscó a su compañera de
baile pero misteriosamente ésta se había esfumado cual burlón relámpago.
-¿Qué raro, dónde estará esa mujer del carajo? Venise a perdé, precisamente
cuando nos van a entregá los reales. ¡No jile, que mujé pa´ pendeja!
Insistente, el animador desde el estrado llamaba a los ganadores. Alpargatas de
plata, angustiado ante la ausencia de la mujer decidió acudir solo a recibir la
recompensa. Con la bolsa en la mano y muy contento, el hombre descendió del
estrado, buscando inútilmente a la bailadora entre la multitud.
-¡Qué vaina con esa loca! ¿Qué hago con estos reales? Yo seré parrandero,
bailador y peleador pero no ladrón y menos robar a una mujer tan bonita y tan
buena bailadora como Josefina. ¡Ojalá aparezca pa´ dale su parte! Lo mejor que
puedo hacer es quedarme un rato más aquí. Quién quita que aparezca.
Cavilando se hallaba José Antonio. Cuando el presentador anunció la
continuación del evento.
-¡Señoras y Señores! Por favor, presten atención, ahora le toca actuar a los
declamadores de Bambas.
Enseguida subió a la tarima una pareja de jóvenes. Le correspondió iniciar el
recital a una agraciada muchacha, quien se lució con la siguiente cuarteta.
Los zapaticos me aprietan/ las medias me dan calor/ si quieres gozar de mí/
anda a la iglesia mayor/
El público animado aplaudió fervorosamente la presentación de la
mujer. Luego le correspondería al mozo replicarle.
Me pongo mi chaquetón/ me atarrago mi sombrero/ pa´ irte a gozá en la iglesia/
te gozo en el basurero/
Simultáneamente en el local se escuchó una estridente rechifla y
algunos de los presentes soltaban insultos y palabras soeces contra el osado
muchacho.
-¡Que bajen a ese loco! ¡Saquen a ese falta e´ respeto!
Entre los asistentes se hallaban algunos hermanos de la dama, quienes furiosos
subieron al escenario y la emprendieron a golpes contra el chapucero
declamador. Entretanto, algunos peones, compañeros de labores del atrevido
joven se enfrascaron en una violenta reyerta contra los hermanos de la
muchacha. Allí fue cuando se armó una sanpablera de Padre y Señor mío. Ahí cada
quien llevó lo suyo. Al presentador le dieron un langanazo que lo dejó quietico
en el entarimado, al cuatrista le quebraron el cuatro en la cabeza a Quirpa lo
tumbaron de un solo guamazo a Florentino, por estar apartando a los enardecidos
peleadores, le sonaron un tarrayazo en la pata e´ la oreja que inconsciente lo
lanzó al centro de la pista de baile. En el desbarajuste, la gente buscando
donde guarecerse corría angustiada de un lado para otro. Por supuesto, en ese
zaperoco hasta el Maligno llevó su parte. Fue un fuerte lepe que el Chato
Carvajal, atinó a darle en el mentón. Adolorido, el individuo se lamentaba.
-¡Hay que vé! Yo lo que soy es un pobre Diablo. Cómo es posible que un piazo e´
loco como el Chato Carvajal, me haya dado ese coñazo y lo que más me duele no
es el trancazo, sino que esta noche en el contrapunteo me iba a llevá a Quirpa
y a Florentino, sobre todo al catire, pa´ que me pague la que me hizo en Santa
Inés. ¡Qué vaina! Yo vine por lana y salí trasquilao ¡Qué va! lo que soy yo más
nunca me tiro una parada como ésta, es decir, asistir a un parrando de locos.
No que va. Mejor agarro mi cachachá y me voy pa´ otro lugar donde no tiren
tantos vergajazos como aquí.
En el fragor del zafarrancho, inmediatamente se hizo presente en la sala una
humareda y un fuerte hedor a azufre. Aterrorizados los peleadores dejaron la
gresca, mientras observaban cómo la fumarada envolvía al zaino que el extraño
visitante había dejado en el patio. Súbitamente, caballo y jinete se elevaron
en el cielo, seguidos de una brillante estela de fuego. Mientras en el centro
del caney se dejaba escuchar un terrorífico y atronador grito que espantó a
todos los presentes.
Entretanto, en la sabana, lejos de la barahúnda, cabalgaba sonriente Alpargatas
de plata.
-¿Dónde estará Josefina? Quiero dale sus reales y a ver si se va a viví conmigo
allá en el fundo. Qué vaina pa´ onde habrá cogío. Bueno yo parezco zoquete,
preocupándome por esa loca, lo más importante es que aquí tengo las morocotas.
Sorprendido, el jinete atinó a ver al pie de una ceiba a orilla del camino a la
hermosa y sonriente joven.
-¿Qué fue mujer? ¿Qué haces parada ahí íngrima y sola en esa mata? ¿No te da
miedo?
Preguntó extrañado el bailador.
-¿Miedo por qué? ¡Te estaba esperando, yo sabía que tú pasarías por aquí!
-Mira y por qué te viniste sin avisarme. Cuando te busqué pa´ entregarte tu
parte no te hallé.
-Me vine porque yo sabía que ahí se iba a armar un zafarrancho.
-¿Y por qué sabías eso?
-¡Mira Alpargatas de plata! Lo que pasa es que son tantos los años que llevo
asistiendo a estos parrandos que yo sé en qué terminan.
-Por cierto, Josefina, ahora que estamos solos quiero que me digas si tienes
marío y quién eres tú.
-En primer lugar te diré que yo vivo sola, es decir, estoy escotera. Pero antes
de responderte la segunda pregunta, quiero que me digas ¿Tú eres miedoso?
-Si yo fuera miedoso no andaría solo a estas horas buscándote por estos
chiribitales ¿Y por qué me preguntas eso?
-¡Gua! Porque te voy a decir que yo soy un ánima en pena, es decir, una MUERTA.
-Yo sabía eso.
-¿Acaso tú eres adivino?
-No es que yo sea ningún adivino, sino que cuando bailábamos, las manos las
tenías frías como las tienen los muertos y además bailabas y no sudabas, ni te
cansabas y sobre todo ni te emborrachabas, a pesar de que molías la caña que juega
garrote y yo sé que eso solo le pasa a las visiones ja, ja, ja.
-¿Y entonces por qué no me soltabas?
-Ah bueno, muy sencillo, primeramente porque bailas muy bien.
-¿Y después…?
-¡Porque me enamoré de ti!
-¿Así es la cosa?
-Sí, así es la cosa.
-Bailador y enamorao ¡Ah hombre pa´ resabiao!
-¡Si señorita! ¿Usted dirá?
-Lo que te voy a decir, es contarte quien soy yo.
-¡Eche pa´ lante pues! Que soy toitico oídos.
-Bueno Alpargatas de Plata, eso fue hace muchos años. Entonces yo vivía con mi
marío y mis dos hijitos. Teníamos un conuquito a orillas de la Laguna de la
tigra. A mí me gustaba bailá mucho.
-¡Ya lo sé! ¡Ya lo sé!
-No interrumpas hombre y déjame contate qué pasó.
-Está bien, no se me ponga brava ja, ja, ja.
-Bueno, como te estaba diciendo. Me gustaba bailá y parrando que se hacía,
parrando al que asistía, no me importaba donde se armara, hasta allá iba. En
esas celebraciones bailaba hasta el amanecer, con decite que llegaba a la casa
al día siguiente trasnochada, cansada y bien palotiá. Eso lo hacía todas las
semanas.
-¡No jile Josefina! A usté hay que tenele miedo no por muerta, sino por
parrandera ja, ja, ja.
-Bueno, al llegar yo a la casa, el hombre empezaba con una jablantina que no me
dejaba dormir y ahí era cuando se armaba el pleito. Un día se volvió loco y
agarró un cola e´ gallo y la emprendió con las criaturas, a ellas les cortó la
cabeza de un solo tajo y después a mí me escuartizó de tanto machetazo que me
lanzó.
-¿Y después qué hizo ese loco?
-Bueno, luego cavó tres fosas detrás de la casa y debajo de un mamón nos
enterró.
-Ese tercio lo que estaba era celoso pa´ jacé eso.
-Sí Alpargatas, pero lo pior es que cuando me estaba enterrando me echó una
maldición.
-¿Y cuál era esa condena?
-Bueno, que como a mí me gustaba dí tanto a los parrandos y amanecé bailando.
Imploró no sé a cuál demonio que después de muerta vagara eternamente de
parrando en parrando y bailara hasta el amanecer, hasta que algún día
encontrará a un loco que se hiciera cargo de mí ¿Te imaginas quién se haría
cargo de una muerta?
-¿Y qué pasó con tu marío?
-Bueno, ese desgraciao, después de asesinarnos y queriendo escapar, se embarcó
en la curiara y atravesando la laguna se voltió y enseguida le cayeron los
zamuritos y en menos que un cristiano reza un Padrenuestro y nombra a las Tres
Divinas Personas lo dejaron como a huesito en sabana.
-¿Cómo?
-¡Gua, limpiecito!
-¿Y yo que tengo que vé con todo eso?
-¡Gua! Como yo sé que te gusto, te ruego me lleves pa´ tu fundo y así dejo de
andá penando en esos jolgorios. Es que ya estoy hastiada de está metía en tanto
peo, cansada de tanto trasnocho y obstinada de bailá con cualquier loco que me
invite.
-¡Ajá! ¿Me estás llamando loco?
-¡No mi amor! No lo digo por ti, sino por esos borrachos fastidiosos y faltas
de respeto.
-Ah bueno Josefina. Yo también quiero contarte algo. Igual que tú, yo estoy
cansado de estar bailando de fiesta en fiesta, buscando que un mal día me den
mi tatequieto y después digan ¡Hasta aquí llegó Alpargatas de plata! Por eso te
andaba buscando, pa´ proponete que te fueras a viví conmigo en el fundito que
tengo en San Nicolás, eso queda llegando a San Rafael de Atamaica.
-No me digas nada, que yo sé onde queda San Nicolás.
-Perdóname mi amor, es que se me había olvidao que tú de tanto andá penando por
estas tierras, no hay recoveco de Apure onde no hayas estao ja, ja, ja.
-Sí, eso es verdaítica. Asina es.
-Bueno, el caso es que yo estoy solo y ya me estoy poniendo viejo y necesito
una mujer que esté a mi lao pa´ cuando yo la necesite.
-¡Esa soy yo! Cuente conmigo pa´ eso Alpargatas de Plata.
-¡Bueno entonces qué hace pará ahí! Venga, móntese pa´ dinos ya pa´ el fundo.
Ágilmente la mujer se subió a la grupa y ambos personajes emprendieron rumbo a
la posesión del bailador. En el camino, la moza le espetó.
-Mi amor, se me había olvidao decite otra cosa.
-¿Y ahora qué otra vaina me vas a contá Josefina?
¡Gua! Pa´ sácame de penas debemos dí al sitio onde mis dos criaturitas y yo
estamos sepultados.
-¿Y qué vamos a jacé ahí?
-Bueno, yo te voy a señalá onde estamos enterraos, luego nos sacas y nos llevas
al cementerio onde nos darás cristiana sepultura y nos mandas a jacé unas misas
con el cura e´ San Rafael.
-¡Está bien mujer! Cuente con eso. Por cierto, te iba a decí que estoy feliz de
haberte conocido porque me has dao buena suerte. Con el realero que nos hemos
ganao a partí de esta noche vamos a echá palante el fundo y de ahora en
adelante y en honor a usté se llamará Fundo La Chepina ja, ja, ja.
Dándole un frío beso, la muerta, emocionada agradeció al bailador su deferencia
con ella.
-Gracias mi amor, gracias, muchas gracias. Ya verás cómo te voy a jacé feliz.
Habían transcurrido cincuenta años desde que Josefina y Alpargatas de plata se
conocieron en el parrando que se armó en el Botiquín Los Placeres del Chato
Carvajal un dos de febrero, día de La Candelaria. En ese sentido, la mujer
quiso celebrar junto a su marido las Bodas de oro, bailando, bebiendo y
saboreando una ternera a la llanera. Así, en el Hato La Chepina se organizó un
parrando donde el matrimonio se lucía danzando incansable en el corredor de un
lado para el otro. Viendo que José Antonio, igual que ella, no daba muestras de
cansancio, la mujer cayó en cuenta que Alpargatas de plata en todo ese largo
tiempo no había envejecido, que bailando tampoco se cansaba, no sudaba, no
sentía sueño y a pesar de moler más caña que un trapiche nuevo no se
emborrachaba. Intrigada la bella muerta atinó a increparlo.
-¡Mira José Antonio, desde hace años he querido preguntarte algo!
-¿Qué pasa mujer, ya vas a empezar tu preguntadera?
-¿Pa´ que carrizo soy tu mujer? ¿Acaso no tengo derecho? ¡Ah, porque pa´ lávate
los trapos, pa´ cocinate, pa´ mantenete la casa limpiecita como una tacita de
plata y pa´ lo otro si sirvo, no jile contigo José Antonio!
-No se me ponga brava Josefina, que no es pa´ tanto ja, ja, ja. ¡Ajá! ¿Y se
puede sabé de qué se trata?
-¡Mira José Antonio! Desde que te conocí tengo la duda de saber quién eres tú
realmente. -¿Por qué me preguntas eso?
-¡Gua! Porque he notado que han pasado cincuenta largos años y tú no te has
cundido de canas, ni arrugas tienes en el rostro y bailando ni se diga, fíjate
que no te cansas, no sudas; también mueles caña parejo y ni pa´ los laos coges;
asimismo bailas toda la noche y ni sueño te da, eso no le ocurre a un ser
humano ¿No será que tú eres un muerto?
-Mira Josefina, te voy a decir la verdad, tienes razón, yo soy un muerto, yo
fallecí hace más de cincuenta años cuando tratando de sacar un toro cachalero
enmatado, el bicho se me vino encima y lo primero que hizo fue malograrme a la
bestia y de la embestida salí despedido por los aires y estando en el suelo me
ensartó por el pecho y comenzó a zarandearme hasta el cansancio y cuando al fin
me soltó, de este bailador no quedaba nada sano. Sí mi amor, ese día yo morí,
como mueren los peones de sabana, en los cuernos de un toro cimarrón. Por
cierto, mis familiares me sepultaron en el cementerio de San Rafael de
Atamaica, allá está mi tumba, si quieres un día de estos vamos para allá para
que me alumbres.
-¡Ja, ja, ja, usté si es vainero José Antonio! ¿Usté ha visto muerto alumbrando
muerto?
-Pero si he visto mucho muerto botando basura ja, ja, ja.
-¡No me hagas reír José Antonio ja, ja, ja! Por cierto, mi amor por qué nunca
me dijiste que eras un muerto.
-¡Muy sencillo!
-¡Barájame el tiro!
-Desde que te vi en Los Placeres supe que eras una muerta y supuse que
seguramente andabas buscando a uno de esos humanos picaflor para llevártelo y
después en la solitaria sabana espantarlo para que supiera que de las mujeres
no se burla ningún patiquín de pueblo ja, ja, ja. Por eso no me atreví a
confesarte que yo como tú era otro muerto y pensé que por eso posiblemente me
ibas a rechazar.
-Es verdad José Antonio, yo andaba buscando a un vivo pero me tope contigo y no
sé qué me pasó.
-¿Qué te pasó?
-¡Gua que al verte me enamoré! Pero fíjate que todo ha sido para bien.
-¿Por qué lo dices?
-Imagínate que yo me hubiera enamorado de un vivo y después de cincuenta años
de matrimonio ya el tercio sería un viejo enclenque que no me serviría pa´ ná
ja, ja, ja o peor aún, tal vez ya estaría muerto y al quedar viuda, la
maldición me obligaría a andá penando de nuevo en esos parrandos buscando otro
marío. ¿Te imaginas eso mi amor?
-Te entiendo clarito Josefina. Usté tiene razón y le cabe derecho...
-¿Qué dijiste?
-¡Que te quiero con todo derecho!
-¡Ah bueno, mucho cuidao con lo que dices!
-Lo que quise contarte es que somos afortunados, primero porque
nos queremos mucho, segundo que nuestro amor es para siempre y tercero que no
sufrimos de eso que los vivos llaman CELOS, porque quién se va a enamorar de un
muerto o de una muerta ja, ja, ja.
-¡Así es viejo, tienes razón y también le cabe derecho ja, ja, ja.
-¿Qué dijiste Josefina? Que no tenemos nada de qué preocuparnos y para celebrar
tanta dicha vengase pa´ acá pa´ dale un beso bien frío como son los besos que
damos las muertas ja, ja, ja!
-Si Josefina, hay mucho que celebrar, porque nuestro amor es del más allá y del
más acá ja, ja, ja.
-¡Es verdad mi viejo! Pero no es únicamente eso, sino que ni la Pelona podrá
romper esta unión ja, ja, ja!
-¡Así es Josefina! Esa Pelona no anda buscando muertos, sino vivos. Bien, pero
dejemos de está hablando pendejadas y sigamos tomando y bailando hasta el
amanecer ja, ja, ja.
-¡Ay José Antonio, usté no parece un muerto, sino un vivo!
-¿Por qué lo dices Josefina?
-¡Gua, porque usted aún después de muerto no ha dejado de parrandear! ¿Cómo
sería cuando estaba vivo?
-¡Vamos Josefina déjese de está pendejeando y péguese en el corte con ese
escobillao ja, ja, ja.
El fundo La Chepina se había transformado en un próspero hato con enormes
potreros, corrales, queseras, numerosos hatajos de caballos y miles de reses
que atendían cuarenta peones. Ahora la viviendita era una enorme y bonita
casona de anchas paredes, amplios corredores y fresco y bonito techo de tejas.
Contaba con muchas habitaciones, la más grande era el aposento del viejo
bailador a quien los peones desde el caney sillero escuchaban reír, hablar y
bailar solo hasta la madrugada.
-¡Ahí está el viejo otra vez, hablando sólo!
Expresaba un peón a sus compañeros. Otro acotaba.
-Anoche lo vi bailando solo. Hay que vé que ese viejo está loco e´ bola.
El más longevo de los trabajadores ripostó.
-¡Qué importa que sea un loco! Mientras nos dé buena comía, buena casa y nos
pague bien y al día, dejemos que él haga con su vida lo que le venga en ganas,
así que déjense de está hablando pendejadas de él.
-Así es, porque Alpargatas de plata tendrá muchos defectos, pero lo bueno que
tiene es que es un hombre de palabra, no de palabras; además es un tercio sin
hambre y sabe tratá a sus peones.
Mientras desde un rincón, otro de los peones asintió.
-¡Así es!
Entretanto, desde su chinchorro el más joven de los trabajadores comentó.
-¡Ustedes si hablan zoquetadas! Ese viejo no está loco, porque antenoche en su
cuarto lo vi, con estos ojos que se han de comé los gusanos, hablando y
bailando con una bonita muchacha que ardientemente lo acariciaba.
-No seas embustero Asdrúbal
Le espetaron al unísono los demás trabajadores, quienes se quedaron
boquiabiertos cuando inesperadamente vieron salir de la alcoba a Alpargatas de
plata, abrazado con una bella y joven mujer. Seguidamente en el amplio corredor
la pareja de enamorados comenzó a danzar alegremente hasta el amanecer.
-¿Están viendo, cuerda de lengualargas? ¡No jile, ahí tienen pa´ que sepan que
yo no hablo zoquetadas, así que tómense su café con leche frío ja, ja, ja!
Les espetaba el muchacho al resto de la peonada. Seguidamente continuó con la
retahíla.
-¡Ese viejo no está loco! Lo que está es gozando un puyero con esa mujer. Vean
envidiosos como la abraza y cómo la besa y ella lo que hace es bailar, reír y
de ñapa besarlo apasionadamente ja, ja, ja.
-Bueno muchachos, cómo dice el refrán A quién Dios se la da, San Pedro se la
bendice. Así que dejen a ese viejo tranquilo gozando con su muerta y vamos a
dormí que ya es tarde y mañana hay mucho que jacé, dijo el más longevo de los
peones. Mientras que en el corredor, la pareja de muertos, Alpargatas de Plata
y Josefina Nieves, reían y danzaban sin parar al compás del chischás de los
capachos, del rasgar de un cuatro parrandero y de los arpegios de una aporreada
camoruca que sólo ellos atinaban a escuchar.
Entretanto, en el caney sillero, la extenuada peonada arrellanada en sus
chinchorros de guaralillo, pabilo o moriche, roncaba plácidamente.
CONCLUSIÓN:
Escritores como Rómulo Gallegos (Doña Bárbara y Cantaclaro), Miguel Otero Silva
(Casas muertas), Alberto Arvelo Torrealba (La Porfía o El reto entre Florentino
Coronado y El Diablo y el cuento El Bebé que comía carne, publicado en el Papel
literario del diario El Nacional) y nuestro Antonio José Torrealba (El Diario
de un llanero) le dedicaron parte de su obra a los espectros de la sabana. En
ese sentido, como apureño siempre me ha tentado el gusto por lo irreal llanero,
siempre me atraían esos cuentos de espectros, esos seres horribles a quienes de
niños creemos ver. Por cierto, en el hato de mi abuela materna Josefa Acosta
Lis de Páez, LOS MEDANITOS, me encantaba escuchar a los peones narrando
aquellas historias de fantasmas y aparatos que de noche recorren lo largo y
ancho de las sabanas y pueblos llaneros. Esos cuentos de camino, que en el
recodo algunas veces es el celaje, la sombra, la brisa o la luz realenga que va
del tremedal a la palma, de la laguna a la Mata, del jagüey al patio o de la
majada al caney. También de aquellos extraños seres que deambulan por las
oscuras, polvorientas y solitarias calles de los ancestrales pueblos llaneros y
según contaban viejos parroquianos y que lo hacían para espantar a sus moradores
o para entregarles un entierro y salir de penas, ja, ja, ja. A tal fin, se
arrochelaban en vetustas casonas abandonadas, esas de enormes portones, de
largos zaguanes, amplios corredores, anchas paredes de adobe y techos de tejas
enmohecidas, constituyendo lo que ahora eufemísticamente el mestizaje ha
denominado Leyenda urbana.
Por ser apureño y por las razones anteriormente expuestas me he dedicado a
escribir cuentos fantasmales llaneros. En ese sentido, me defino como
cuentista, queriendo significar que no soy cuentero como esos indeseables
tercios o tercias lleva y trae, esos que se hacen los mosquitas muertas, esos
que ponen su cara de YO NO FUI mientras gozan un puyero enredando a todo el
mundo, esos que siempre andan atizando la candela. En ese sentido, le ruego a
mis apreciados fantasmas que les salgan y los aterroricen hasta enloquecerlos
para que dejen de estar amargándole la existencia a las almas buenas como los
bailadores fantasmas Josefina Nieves y José Antonio Acosta, ALPARGATAS DE PLATA
ja, ja, ja.
(*) Este cuento fue creado
en honor a Juan de los Santos Contreras, El Carrao de Palmarito, quien amén de
ser un afamado cantor, se consagró como un consumado bailador de joropo
sabanero, quien en sus presentaciones utilizaba unas alpargatas adornadas de
monedas de plata y por eso lo apodaban Cotizas de plata
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