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lunes, 29 de marzo de 2021

BAR BOTELLOFÓN




BAR BOTELLOFON

AUTOR: Hugo Arana Páez

INTRODUCCIÓN:
Continuando con los ensayos publicados en la serie HISTORIA AMENA, en esta ocasión me referiré a una desaparecida y concurrida taberna del San Fernando de principios del siglo veinte, conocida como el BAR BOTELLOFÓN que le diera nombre a una esquina y a una leyenda urbana de la Capital del llano venezolano.

1. ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DEL BAR BOTELLOFÓN
Un domingo 24 de octubre del año 2010, hallándome en la población de San Rafael de Atamaica, celebrando el onomástico de su santo patrono SAN RAFAEL; el cronista de Maracay Oldman Botello, me informó que el BAR BOTELLOFÓN, que le diera nombre a la céntrica Esquina Botellofón (ángulo noroeste del cruce de las calles José Cornelio Muñoz y 24 de julio), obedecía a que en esa taberna actuaba un músico, quien tocaba un extraño instrumento musical constituido por botellas que él llamaba Botellofóno. Por cierto, estimo que el mentado cronista me dio esa versión para deslindar el apellido de su familia del nombre de un pecaminoso lugar ja, ja, ja. Por supuesto, esa no es la única versión ya que existe otra que me parece más verosímil y es la del apureño Eduardo Torres, quien en tiempos en que fuera Gobernador del Estado Apure el Capitán Luís Aguilarte Gámez, fungía como encargado de protocolo de esa Gobernación. Casualmente, también un mes de octubre del año 2010, Torres me informó que la Esquina Botellofón se llamó así porque en ese lugar se hallaba un botiquín llamado Botellofón, cuyo nombre se originó de la unión de los apellidos de los dos socios fundadores. Uno de apellido BOTELLO y el otro, un francés de apellido FONT. Por cierto, de la fusión de esos dos apelativos se creó el nombre del BAR BOTELLOFON.
Hasta finales de las tres décadas de la centuria pasada había en San Fernando muchas casonas de adobe y techos de tejas, que en muchos casos, cobijaban a las numerosas tabernas del pueblo. Por cierto, los cantineros se instalaban con su negocio en aquellas casonas situadas en las más concurridas y transitadas esquinas del pueblo. Eran las conocidas casas montoneras que poseían un montón de dueños, es decir, viviendas de todos y de ninguno de los herederos y por lo tanto, lamentablemente eran abandonadas y en el mejor de los casos, alquiladas. Generalmente eran unos caserones de anchas paredes de adobes, de anchos portones, altos ventanales de madera y techo de tejas y anchos y largos corredores que miraban a un bonito patio, donde las amas de casa cultivaban un bonito jardín; asimismo poseían un traspatio, donde estaba el gallinero, algunos árboles frutales y por supuesto, no faltaba un chiquero para los cochinos a quienes por cierto, después de alimentarlos muy bien, un sábado cualquiera al inocente y robusto lechón le daban matarile. De allí el refrán A CADA COCHINO LE LLEGA SU SÁBADO ja, ja, ja.


Esas viviendas eran las favoritas de los pulperos y cantineros, generalmente eran solitarios sexagenarios quienes se hacían acompañar de un fiel perro guardián o de un pícaro gato dormilón echado en el mostrador. Lo cierto es que esos tercios hallaban en esos espacios su anhelada felicidad, representada por la presencia de los asiduos clientes y los sacadores de fiao ja, ja, ja. En esas solariegas casonas instalaban su negocio de víveres y mercancías secas, conocidos como pulperías o sus botiquines, donde afanosos hacían sus preparados a base de aguardiente, Ponsigué, guácimo, berro, guama y en el traspatio ponían un patio de bolas y una cuerda de gallos.
Los botiquines de entonces eran atendidos por su propio dueño, generalmente un hombre solo, bonachón y que en otros tiempos fue peón de hato, soldado del ejército de Gómez o policía. Su negocio constaba de un rústico mostrador de madera detrás del cual el simpático cantinero se desplazaba afanoso de un lado para el otro; también, adosada a la pared se hallaba una rústica estantería de madera donde se exhibían unas cuantas botellas de ron, aguardiente, leche e´ burra, Ponche Crema, anís, cocuy y preparados a base de berro, Ponsigué, guama, tamarindo o guácimo; asimismo unos cuantos vasos de vidrio y otras tantas copas, unas ocho mesas de madera y cuatro silletas de madera y cuero templado en cada una de ellas que acogían a los clientes y a las bellas cortesanas que animaban el lugar. En las paredes se veían los antipáticos anuncios HOY NO FÍO MAÑANA SÍ, SOLO ATENDEMOS ADULTOS Y CON USO DE RAZÓN, EL QUE FÍA SALIÓ A COBRÁ o SE RESERVA EL DERECHO DE ADMISIÓN ja, ja, ja; asimismo algún desteñido afiche del Morocho del Abastos, Carlos Gardel o alguno de Rodolfo Valentino o de Greta Garbo. Por supuesto, tampoco faltaba pegado en la pared el cursi ALMANAQUE ROJAS HERMANOS y en las puertas colgando las pavosas cortinas de Lágrimas de San Pedro ja, ja, ja. Por cierto, hasta finales de la década de los años cuarenta en los bares no había el atractivo de las escandalosas y bonitas rockolas; entonces los cantineros contrataban los servicios de un conjunto de música típica llanera integrado por un arpista, un cuatrista y un maraquero, quien amén de agitar con destreza los capachos, animaba con su grito altanero las numerosas y bonitas figuras que el compás de un relancino joropo exigía a los extenuados bailadores. Esos músicos eran unos diestros ejecutantes de los instrumentos, quienes sin ayuda de un costoso amplificador y de unos enormes y potentes parlantes, hacían prodigiosas interpretaciones que alegraban hasta el amanecer los ánimos de los asistentes. Entre esos virtuosos concertistas destacaba en los años veinte el arpista apureño Ruperto Sánchez, de quien se dice fue maestro del arpista cunavichero Ignacio Indio Figueredo el creador de los pasajes María Laya y El Gabán, entre otras cientos de sus excelentes composiciones.
Ruperto Sánchez, fue un destacado ejecutante de arpa, se podría decir que de lo más granado que tuvo el viejo San Fernando. Por cierto, en su época de arpista reconocido tuvo una cantina llamada EL REMOLINO, ubicada en el ángulo Sureste del cruce de las calles Sucre y Coto Paúl. Según mis viejitos informantes, fue un botiquín con todas las de la ley y mucho renombre, donde sus habilidosas manos deleitaron a muchos sanfernandinos y visitantes. El Remolino competía de tú a tú con el Bar Verdún, El Hijo de la noche, El Águila real y hasta con Botellofón. Entonces Botellofón era uno de los negocios más concurrido y visitado por los residentes del pueblo y por los foráneos, quiero decir los cabestreros, quienes arreando puntas de ganado desde los numerosos hatos del Bajo Apure habían llegado a San Fernando y cansados, se quedaban a pernoctar en las posadas del pueblo, pero antes se iban a Botellofón en busca de solaz y de un amor casual y felices el día siguiente en la madrugaíta continuaban su arduo periplo por las sabanas del Guárico, rumbo a los centros de acopio allá en Villa de Cura, Cagua o Turmero.
Cansados de bregar durante muchos años con los fastidiosos borrachones, los dueños originarios (Botello y Font), un día decidieron disolver la sociedad traspasando las acciones del próspero negocio a la apureña Juanita Oviedo, quien junto a su esposo, el señor José Colmenares, atenderían con mucho empeño a la asidua clientela a la que colmaban de atenciones. Por cierto, ese matrimonio estuvo al frente de Botellofón hasta que a finales de la década de los años cuarenta cerraría sus puertas para siempre.

2. EL BAR BOTELLOFÓN Y SU HINTERLAND
El Bar Botellofón se hallaba en el ángulo noroeste del cruce de las calles José Cornelio Muñoz y 24 de julio del céntrico BARRIO PERRO SECO; entonces esas vías estaban llenas de polvo o barro según la estación del año y pobladas por irregulares casas de bahareque, construidas con horcones, piritú, paredes de barro batido con paja y techo de palma real o tejas. Mientras que las calles principales: Comercio, Bolívar, Sucre y Páez eran de macadam y las casas de mampostería.
El Barrio Perro seco estaba emplazado entre la Calle Páez al norte y la actual Avenida Carabobo al sur y entre las calles Fonseca, Peñaloza y 24 de julio que entonces llegaban hasta la desaparecida Laguna Perro Seco, que le dio nombre a esa barriada.
En cuanto al entorno de BOTELLOFON, podemos decir que por la calle 24 de julio al lado de ese bar estaba la escuelita de las primeras letras de las hermanas Velásquez, donde la Niña Candelaria Velásquez, acompañada de sus hermanas Mercedes, Anita, y Susana con Manuel el único varón, a punta de Peladientes, jalones de oreja, coscorrones y a palmetazo limpio hacían entrar en la cabeza de los párvulos las primeras letras y la tabla de sumar restar, multiplicar y dividir. Por cierto, en ese centro educativo se pagaban dos bolívares mensuales por el aprendizaje de cada uno de los niños. Asimismo esas maestras vendían hallaquitas y majaretes, un apetecido y sabroso rebusque ja, ja, ja. Quien no aprendía a leer y a escribir en aquel tranquilo, simpático, pero rígido sistema de las Velásquez, se podía dar por analfabeta para el resto de su vida, porque allí se aprendía porque sí. La escuelita de las hermanas Velásquez era lo que ahora se llama eufemísticamente Tareas dirigidas, que cuestan un ojo de la cara o una bola y parte de la otra y no enseñan un carajo Ja, ja, ja.
Los pequeños educandos aprendían las primeras letras en una Cartilla y a leer en el célebre libro primario de MANTILLA. Por cierto, mientras las Velásquez en su clase matutina se empeñaban en enseñar a sus diminutos alumnos. A una cuadra, Telésforo Pérez en su pulpería LA VENCEDORA se le veía ofertando a todo gañote el kilogramo de queso de cincho a un realito; entretanto también se escuchaba en el cruce de las calles Muñoz y Juan Pablo Peñaloza, los gritos de Pastora Hidalgo o Domingo Ramos, quienes en carretilla o en burro ofrecían la leche fresca recién traída de las queseras de Pedrito Solórzano o de otras queseras aledañas al bucólico pueblo.


A escasas tres cuadras de Botellofón se hallaba La Laguna Perro Seco que dio su nombre al BARRIO PERRO SECO. Por cierto, esa laguna estaba ubicada en el extremo sur de San Fernando, donde convergían paralelamente las calles 24 de julio, Peñaloza y Fonseca (exactamente donde ahora se halla la estatua de Páez.
En la Calle 24 de julio estaba Botellofón y por lo tanto constituía su entorno. Esa vía comprendía de norte a sur el ala este del edificio de los Hermanos Barbarito y el Parque Independencia; La Colmena de Don Chicho García; La Panadería Moderna de Pablo Rodríguez (actual Banco Provincial); El Hotel D´ Anelo del musiú José D´ Anelo (donde estuvo La Botica Central); el negocio de Don Jorge Molina, sucesivamente ocupado por los negocios de Emilio Aquino y José Alberto Pinto; el negocio de Don Concho Vivas (donde después estaría la ferretería Vivasco); la quincalla y casa de familia de Don Manuel Chang; la tienda del catire José Miguel González; la joyería del italiano José Faoro con su célebre Caimana; la casa de familia de los Chacón; la vivienda de Amelia Castillo; el Cine Royal; la Barbería de Félix Tovar; la casa de Carmen Pérez; el billar de Tranquilino donde después vivió la hermana del ingeniero agrónomo Cesar Humberto Ramos, autor de la novela Romance en Caramacate y la crónica Remontando el Apure histórico 1931-1852; la herrería y pilón del trinitario Bates. Al frente seguía la Esquina Palermo (ángulo sureste del cruce de las calles Sucre y 24 de julio) diagonal a la actual Tienda San José.
Por la Calle Juan Pablo Peñaloza, de norte a sur, después del Bar Trina Omaira y por ambos lados de la calle hasta Perro Seco, estaba la ferretería Agencia Royal de Jesús Aponte; la casa de familia de Gabriel Rodríguez; el ala este del Palacio Fonsequero; la desaparecida cancha de básquet Ayacucho (donde ahora está el Restaurante Barrancas de Arauca); la casa de Angelito Reyes, la de Doña Ángela Bello, la de Doña Virginia Terán, la gallera, la casa de la familia Avendaño situada en la Esquina Puente Hierro la casa de Balbina Rodríguez, la pulpería de Cirilo Fajardo y la casa del negro Juan Troconis.
Asimismo la Calle Fonseca también integraba el hinterland de Botellofón, por cuanto, para llegar a Botellofón había que pasar por la casa de familia y empresa de teléfonos de Emilio Rodríguez Saintón (Esquina La Frontera), por numerosos negocios y casa de familia como la zapatería de Atanasio (apodado cariñosamente Atanasio Girardot ja, ja, ja), donde después estuvo la clínica del médico León Tirado, actualmente sede del Centro Médico Boulevard); la casa de familia de los Porras Maica con su enorme mata de dátil en el centro del patio, donde años más tarde funcionó el taller mecánico de Guerrita; el solar que luego fue cancha de básquet; las casas de Tomás Rodríguez, Eloína Mejías, Sofía Rodríguez, los Melo Ruíz, Ana Rosa Borjas, la pulpería La Vencedora de Telésforo Pérez, seguidas de las viviendas de Clementina Hurtado, Fermín Castillo, Guerrita, los Ramírez, los Rodríguez, los Bermúdez, los Reyes, los Morales, los Marín Aponte, los Pérez y Juanita Toledo, seguidas de otras residencias de honorables familias.
El Hinterland de Botellofón también lo constituían otros barrios y los puertos, por cuanto, estaba emplazado en el desparecido BARRIO PERRO SECO aledaño a otras barriadas como LOS ROBLES y EL CUARTEL y a seis cuadras de los principales puertos de la ciudad como el Puerto Barbarito, Ligerón y El Tamarindo.


FUENTES:
a. Bibliográficas
ACOSTA S., Miguel. Materiales para la historia del folklore en Venezuela, Archivos Venezolanos de Folklore. Instituto de Antropología e Historia, Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1967, Págs. 569.

ARANA PÁEZ, Hugo R. Borraduras de ciudad

BOTELLO, Oldman. Historia de la villa real de San Fernando de Apure 1788- 1988, Editorial Miranda, Villa de Cura, 1988. 259 Págs.
CALZADILLA, Fernando. Por los llanos de Apure. Vásquez y Asociados, Héctor Pérez Marchelli Editor, Talleres Cromotip, Caracas, 2006, Págs.347.

CASTILLO SERRANO, Franco. El Último violín, Págs. 287
DECANIO, Edgar. Repuntes II, El San Fernando de ayer, CONAC, Págs. Fundación Cultural Ítalo Decanio D´ Amico, Consejo Nacional de la Cultura, CONAC, Editorial Lithobinder. Caracas, 2005, Págs. 349.

GALLEGOS, Rómulo. Doña Bárbara, Fundación editorial El Perro y La Rana, Caracas, 2010 Paginas 419.
--------------------------- Cantaclaro, Colección libros Revista Bohemia, Nro. 24, Bloque De armas, Corporación Marca, Caracas, 1985, Págs. 222

HERRERA LUQUE, Francisco. Boves El Urogallo, Editorial Fuentes, Págs. 330.Caracas, 1973
LAYA, Carlos Modesto. Del Apure histórico.
MENDEZ, Argenis. Historia de Apure, Fondo Editorial Otomaquia, Caracas, 1998, Págs. 294.
RAMOS, César H. Remontando el Apure viejo 1931-1952.
ROSENBLAT, Ángel. Buenas y malas palabras, Editorial Edime, Pag.158, Tomo II, Caracas, 1969, Págs. 254
SÁNCHEZ OLIVO, Julio César. Crónicas de Apure, Academia Nacional de la Historia, El Libro menor 125, Talleres Italgráfica SRL, Caracas, 1988, Págs. 211.

b) Hemerográficas
LAPREA SIFONTES, Pedro Los hermanos Barbarito Los amos de Apure. El Llanero 6-6-1981. Año V Nro. 298.
RODRÍGUEZ, Adolfo. Los años veinte apureños: Un monumento a la bohemia. El
Nacional, Caracas, 12 de junio de 1982.
c) Digitales:

FUNDACION POLAR. Diccionario de Historia de Venezuela, Versión Digital

 


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