AUTOR:
Hugo Arana Páez
INTRODUCCIÓN:
Continuando con los ensayos publicados en la serie HISTORIA AMENA, en esta
ocasión me referiré a una desaparecida y concurrida taberna del San Fernando de
principios del siglo veinte, conocida como el BAR BOTELLOFÓN que le diera
nombre a una esquina y a una leyenda urbana de la Capital del llano venezolano.
1.
ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DEL BAR BOTELLOFÓN
Un domingo 24 de octubre del año 2010, hallándome en la población de San Rafael
de Atamaica, celebrando el onomástico de su santo patrono SAN RAFAEL; el
cronista de Maracay Oldman Botello, me informó que el BAR BOTELLOFÓN, que le
diera nombre a la céntrica Esquina Botellofón (ángulo noroeste del cruce de las
calles José Cornelio Muñoz y 24 de julio), obedecía a que en esa taberna
actuaba un músico, quien tocaba un extraño instrumento musical constituido por
botellas que él llamaba Botellofóno. Por cierto, estimo que el mentado cronista
me dio esa versión para deslindar el apellido de su familia del nombre de un
pecaminoso lugar ja, ja, ja. Por supuesto, esa no es la única versión ya que
existe otra que me parece más verosímil y es la del apureño Eduardo Torres,
quien en tiempos en que fuera Gobernador del Estado Apure el Capitán Luís Aguilarte
Gámez, fungía como encargado de protocolo de esa Gobernación. Casualmente,
también un mes de octubre del año 2010, Torres me informó que la Esquina
Botellofón se llamó así porque en ese lugar se hallaba un botiquín llamado
Botellofón, cuyo nombre se originó de la unión de los apellidos de los dos
socios fundadores. Uno de apellido BOTELLO y el otro, un francés de apellido
FONT. Por cierto, de la fusión de esos dos apelativos se creó el nombre del BAR
BOTELLOFON.
Hasta finales de las tres décadas de la centuria pasada había en San Fernando
muchas casonas de adobe y techos de tejas, que en muchos casos, cobijaban a las
numerosas tabernas del pueblo. Por cierto, los cantineros se instalaban con su
negocio en aquellas casonas situadas en las más concurridas y transitadas
esquinas del pueblo. Eran las conocidas casas montoneras que poseían un montón
de dueños, es decir, viviendas de todos y de ninguno de los herederos y por lo
tanto, lamentablemente eran abandonadas y en el mejor de los casos, alquiladas.
Generalmente eran unos caserones de anchas paredes de adobes, de anchos
portones, altos ventanales de madera y techo de tejas y anchos y largos
corredores que miraban a un bonito patio, donde las amas de casa cultivaban un
bonito jardín; asimismo poseían un traspatio, donde estaba el gallinero,
algunos árboles frutales y por supuesto, no faltaba un chiquero para los
cochinos a quienes por cierto, después de alimentarlos muy bien, un sábado
cualquiera al inocente y robusto lechón le daban matarile. De allí el refrán A
CADA COCHINO LE LLEGA SU SÁBADO ja, ja, ja.
Esas viviendas eran las favoritas de los pulperos y cantineros, generalmente
eran solitarios sexagenarios quienes se hacían acompañar de un fiel perro
guardián o de un pícaro gato dormilón echado en el mostrador. Lo cierto es que
esos tercios hallaban en esos espacios su anhelada felicidad, representada por
la presencia de los asiduos clientes y los sacadores de fiao ja, ja, ja. En
esas solariegas casonas instalaban su negocio de víveres y mercancías secas,
conocidos como pulperías o sus botiquines, donde afanosos hacían sus preparados
a base de aguardiente, Ponsigué, guácimo, berro, guama y en el traspatio ponían
un patio de bolas y una cuerda de gallos.
Los botiquines de entonces eran atendidos por su propio dueño, generalmente un
hombre solo, bonachón y que en otros tiempos fue peón de hato, soldado del
ejército de Gómez o policía. Su negocio constaba de un rústico mostrador de
madera detrás del cual el simpático cantinero se desplazaba afanoso de un lado
para el otro; también, adosada a la pared se hallaba una rústica estantería de
madera donde se exhibían unas cuantas botellas de ron, aguardiente, leche e´
burra, Ponche Crema, anís, cocuy y preparados a base de berro, Ponsigué, guama,
tamarindo o guácimo; asimismo unos cuantos vasos de vidrio y otras tantas
copas, unas ocho mesas de madera y cuatro silletas de madera y cuero templado
en cada una de ellas que acogían a los clientes y a las bellas cortesanas que
animaban el lugar. En las paredes se veían los antipáticos anuncios HOY NO FÍO
MAÑANA SÍ, SOLO ATENDEMOS ADULTOS Y CON USO DE RAZÓN, EL QUE FÍA SALIÓ A COBRÁ
o SE RESERVA EL DERECHO DE ADMISIÓN ja, ja, ja; asimismo algún desteñido afiche
del Morocho del Abastos, Carlos Gardel o alguno de Rodolfo Valentino o de Greta
Garbo. Por supuesto, tampoco faltaba pegado en la pared el cursi ALMANAQUE
ROJAS HERMANOS y en las puertas colgando las pavosas cortinas de Lágrimas de
San Pedro ja, ja, ja. Por cierto, hasta finales de la década de los años
cuarenta en los bares no había el atractivo de las escandalosas y bonitas
rockolas; entonces los cantineros contrataban los servicios de un conjunto de
música típica llanera integrado por un arpista, un cuatrista y un maraquero,
quien amén de agitar con destreza los capachos, animaba con su grito altanero
las numerosas y bonitas figuras que el compás de un relancino joropo exigía a
los extenuados bailadores. Esos músicos eran unos diestros ejecutantes de los
instrumentos, quienes sin ayuda de un costoso amplificador y de unos enormes y
potentes parlantes, hacían prodigiosas interpretaciones que alegraban hasta el
amanecer los ánimos de los asistentes. Entre esos virtuosos concertistas
destacaba en los años veinte el arpista apureño Ruperto Sánchez, de quien se
dice fue maestro del arpista cunavichero Ignacio Indio Figueredo el creador de
los pasajes María Laya y El Gabán, entre otras cientos de sus excelentes
composiciones.
Ruperto Sánchez, fue un destacado ejecutante de arpa, se podría decir que de lo
más granado que tuvo el viejo San Fernando. Por cierto, en su época de arpista
reconocido tuvo una cantina llamada EL REMOLINO, ubicada en el ángulo Sureste
del cruce de las calles Sucre y Coto Paúl. Según mis viejitos informantes, fue
un botiquín con todas las de la ley y mucho renombre, donde sus habilidosas
manos deleitaron a muchos sanfernandinos y visitantes. El Remolino competía de
tú a tú con el Bar Verdún, El Hijo de la noche, El Águila real y hasta con
Botellofón. Entonces Botellofón era uno de los negocios más concurrido y
visitado por los residentes del pueblo y por los foráneos, quiero decir los
cabestreros, quienes arreando puntas de ganado desde los numerosos hatos del
Bajo Apure habían llegado a San Fernando y cansados, se quedaban a pernoctar en
las posadas del pueblo, pero antes se iban a Botellofón en busca de solaz y de
un amor casual y felices el día siguiente en la madrugaíta continuaban su arduo
periplo por las sabanas del Guárico, rumbo a los centros de acopio allá en
Villa de Cura, Cagua o Turmero.
Cansados de bregar durante muchos años con los fastidiosos borrachones, los
dueños originarios (Botello y Font), un día decidieron disolver la sociedad
traspasando las acciones del próspero negocio a la apureña Juanita Oviedo,
quien junto a su esposo, el señor José Colmenares, atenderían con mucho empeño
a la asidua clientela a la que colmaban de atenciones. Por cierto, ese
matrimonio estuvo al frente de Botellofón hasta que a finales de la década de
los años cuarenta cerraría sus puertas para siempre.
2.
EL BAR BOTELLOFÓN Y SU HINTERLAND
El Bar Botellofón se hallaba en el ángulo noroeste del cruce de las calles José
Cornelio Muñoz y 24 de julio del céntrico BARRIO PERRO SECO; entonces esas vías
estaban llenas de polvo o barro según la estación del año y pobladas por
irregulares casas de bahareque, construidas con horcones, piritú, paredes de
barro batido con paja y techo de palma real o tejas. Mientras que las calles
principales: Comercio, Bolívar, Sucre y Páez eran de macadam y las casas de
mampostería.
El Barrio Perro seco estaba emplazado entre la Calle Páez al norte y la actual
Avenida Carabobo al sur y entre las calles Fonseca, Peñaloza y 24 de julio que
entonces llegaban hasta la desaparecida Laguna Perro Seco, que le dio nombre a
esa barriada.
En cuanto al entorno de BOTELLOFON, podemos decir que por la calle 24 de julio
al lado de ese bar estaba la escuelita de las primeras letras de las hermanas
Velásquez, donde la Niña Candelaria Velásquez, acompañada de sus hermanas
Mercedes, Anita, y Susana con Manuel el único varón, a punta de Peladientes,
jalones de oreja, coscorrones y a palmetazo limpio hacían entrar en la cabeza
de los párvulos las primeras letras y la tabla de sumar restar, multiplicar y
dividir. Por cierto, en ese centro educativo se pagaban dos bolívares mensuales
por el aprendizaje de cada uno de los niños. Asimismo esas maestras vendían
hallaquitas y majaretes, un apetecido y sabroso rebusque ja, ja, ja. Quien no
aprendía a leer y a escribir en aquel tranquilo, simpático, pero rígido sistema
de las Velásquez, se podía dar por analfabeta para el resto de su vida, porque
allí se aprendía porque sí. La escuelita de las hermanas Velásquez era lo que
ahora se llama eufemísticamente Tareas dirigidas, que cuestan un ojo de la cara
o una bola y parte de la otra y no enseñan un carajo Ja, ja, ja.
Los pequeños educandos aprendían las primeras letras en una Cartilla y a leer
en el célebre libro primario de MANTILLA. Por cierto, mientras las Velásquez en
su clase matutina se empeñaban en enseñar a sus diminutos alumnos. A una
cuadra, Telésforo Pérez en su pulpería LA VENCEDORA se le veía ofertando a todo
gañote el kilogramo de queso de cincho a un realito; entretanto también se
escuchaba en el cruce de las calles Muñoz y Juan Pablo Peñaloza, los gritos de Pastora
Hidalgo o Domingo Ramos, quienes en carretilla o en burro ofrecían la leche
fresca recién traída de las queseras de Pedrito Solórzano o de otras queseras
aledañas al bucólico pueblo.
A escasas tres cuadras de Botellofón se hallaba La Laguna Perro Seco que dio su
nombre al BARRIO PERRO SECO. Por cierto, esa laguna estaba ubicada en el
extremo sur de San Fernando, donde convergían paralelamente las calles 24 de
julio, Peñaloza y Fonseca (exactamente donde ahora se halla la estatua de Páez.
En la Calle 24 de julio estaba Botellofón y por lo tanto constituía su entorno.
Esa vía comprendía de norte a sur el ala este del edificio de los Hermanos
Barbarito y el Parque Independencia; La Colmena de Don Chicho García; La
Panadería Moderna de Pablo Rodríguez (actual Banco Provincial); El Hotel D´
Anelo del musiú José D´ Anelo (donde estuvo La Botica Central); el negocio de
Don Jorge Molina, sucesivamente ocupado por los negocios de Emilio Aquino y
José Alberto Pinto; el negocio de Don Concho Vivas (donde después estaría la
ferretería Vivasco); la quincalla y casa de familia de Don Manuel Chang; la
tienda del catire José Miguel González; la joyería del italiano José Faoro con
su célebre Caimana; la casa de familia de los Chacón; la vivienda de Amelia
Castillo; el Cine Royal; la Barbería de Félix Tovar; la casa de Carmen Pérez;
el billar de Tranquilino donde después vivió la hermana del ingeniero agrónomo
Cesar Humberto Ramos, autor de la novela Romance en Caramacate y la crónica
Remontando el Apure histórico 1931-1852; la herrería y pilón del trinitario
Bates. Al frente seguía la Esquina Palermo (ángulo sureste del cruce de las
calles Sucre y 24 de julio) diagonal a la actual Tienda San José.
Por la Calle Juan Pablo Peñaloza, de norte a sur, después del Bar Trina Omaira
y por ambos lados de la calle hasta Perro Seco, estaba la ferretería Agencia
Royal de Jesús Aponte; la casa de familia de Gabriel Rodríguez; el ala este del
Palacio Fonsequero; la desaparecida cancha de básquet Ayacucho (donde ahora
está el Restaurante Barrancas de Arauca); la casa de Angelito Reyes, la de Doña
Ángela Bello, la de Doña Virginia Terán, la gallera, la casa de la familia
Avendaño situada en la Esquina Puente Hierro la casa de Balbina Rodríguez, la
pulpería de Cirilo Fajardo y la casa del negro Juan Troconis.
Asimismo la Calle Fonseca también integraba el hinterland de Botellofón, por
cuanto, para llegar a Botellofón había que pasar por la casa de familia y
empresa de teléfonos de Emilio Rodríguez Saintón (Esquina La Frontera), por
numerosos negocios y casa de familia como la zapatería de Atanasio (apodado
cariñosamente Atanasio Girardot ja, ja, ja), donde después estuvo la clínica
del médico León Tirado, actualmente sede del Centro Médico Boulevard); la casa
de familia de los Porras Maica con su enorme mata de dátil en el centro del
patio, donde años más tarde funcionó el taller mecánico de Guerrita; el solar
que luego fue cancha de básquet; las casas de Tomás Rodríguez, Eloína Mejías,
Sofía Rodríguez, los Melo Ruíz, Ana Rosa Borjas, la pulpería La Vencedora de
Telésforo Pérez, seguidas de las viviendas de Clementina Hurtado, Fermín
Castillo, Guerrita, los Ramírez, los Rodríguez, los Bermúdez, los Reyes, los
Morales, los Marín Aponte, los Pérez y Juanita Toledo, seguidas de otras
residencias de honorables familias.
El Hinterland de Botellofón también lo constituían otros barrios y los puertos,
por cuanto, estaba emplazado en el desparecido BARRIO PERRO SECO aledaño a
otras barriadas como LOS ROBLES y EL CUARTEL y a seis cuadras de los principales
puertos de la ciudad como el Puerto Barbarito, Ligerón y El Tamarindo.
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FUNDACION POLAR. Diccionario de Historia de Venezuela, Versión
Digital
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