Autor: Hugo Arana Páez
A finales del siglo XIX, José González, a quien apodaban Chepito, vivía con su madre en la población de Caño el Diablo, situada entre Uverito y Guayabal, al sur del Estado Guárico, donde el joven tenía un ranchito en medio de un conuquito, donde sembraba frijoles, maíz, auyamas, caña de azúcar, yuca, cambures y topochos; mientras su madre, cultivaba un bonito jardín y una troja donde sembraba ajíes, cebollín, cilantro de monte; asimismo matas medicinales como: brusca, zábila y yerbabuena; por cierto, no faltaba una mata de limón y hasta una aromática matica de orégano para aderezar las carnes; también, la buena señora criaba cochinos, gallinas, pavos, pollos, patos y guineos, de tal manera, que en aquel hogar no faltaba nada, por cuanto, el conuquito y el tesonero trabajo del muchacho y su madre garantizaban la existencia de aquellos seres.
Chepito era un joven parrandero, cantador, bailador, maraquero, jugador de dados, barajas, bolas criollas, gallos, coleador y enamorado, pero también era un excelente peón de sabana, buen cabestrero, ordeñador, quesero, castrador de toros cimarrones, amansador de potros cerreros y de novillas recién paridas, además conocía las artes del garrote.
El muchacho no se perdía un parrando en Camaguán, La Negra, Uverito, Guayabal, San Fernando y hasta Cazorla, adonde se iba cantando en lomos de su caballo Quiebracacho; por maleta llevaba un Saco maletero atestado de una muda de ropa, un chinchorro y un par de alpargatas nuevas Pascuenses o Villacuranas; por compañeros: un cuatro, una bandola, un par de maracas. Siempre se le veía atravesando matorrales, varotales, chiribitales, garrapatales, guaritotales y medanales; por allí andaba esguazando caños y esteros; por compañeros, el escapulario de la Virgen del Carmen, La Magnifica y como decía Alberto Arvelo Torrealba, con el Silbo y la tonada en los labios…ja, ja, ja.
Era la tarde de un sábado del mes de septiembre, cuando pasó por Caño el Diablo, un hatajo de mujeres rumbo a Guayabal. Iban sonrientes, pintadas las mejillas de onoto y luciendo unas faldas bien floreadas y en el pelo una rosa, otras llevaban una cayena; las acompañaban unos muchachos elegantemente ensombrerados y luciendo orgullosos sus liquiliques blancos bien planchados, quienes al ver a Chepito se le acercaron:
-¡Buenas! Cómo estas Chepito, qué jaces ahí bregando hoy sábado
-¡Gua! el que no pila no come arepa…ja, ja, ja.
Contestó jocoso el joven.
-¿Acaso no sabes que hoy es treinta de septiembre, día de San Gerónimo y en su memoria se celebran las fiestas patronales de Guayabal?
Atinó a expresarle una de las muchachas
-No sabía nada…
Al instante, otra de las tercias le espetó.
-Bueno chico y cómo es eso que tú, siendo tan parrandero no sabes cuándo son las fiestas patronales de Guayabal, no jile contigo.
-No que va, lo que pasa es que yo no estoy pendiente de las fiestas de los curas, ellos allá en la iglesia con su rezadera y después a salí en procesión por las calles cargando el santo con ese solazo; no que va, yo estoy pendiente es de las fiestas, de los gallos, los toros y después di a baila con mujeres bonitas como ustedes….ja, ja, ja.
-¿Bueno y entonces por qué no te vienes con nosotras?
-Ah bueno, si así es la vaina ya me voy a emperifollá pa´ dime detrás de ustedes.
-Tú lo que estas es loco yo no soy gallina pa´ está cargando pollos atrás de mi…ja, ja, ja.
Dijo una de las sonrientes muchachas.
-Cuenten con eso ya me voy a prepará pa´ di pa´ allá; seguro que voy, yo no me pierdo esas fiestas de Guayabal.
-¡Te esperamos Chepito!
Desde el jardín, Dona Juanita de González, observaba a las jóvenes conversando animadamente con su hijo. Mascullando las palabras la buena señora decía.
-Ya están las parranderas esas, sonsacando a mi muchacho, es que no lo dejan trabajá y tanto que hay que jacé aquí, no jile y tené que vení esas sin oficio a sonsacarlo.
En ese instante, llegó Chepito adonde estaba Doña Juanita, quien afanosa con su mano de pilón, pisaba un salón de chigüire sancochado. El muchacho, al verla ocupada en esa tarea, le preguntó.
-¿Vieja qué le pasa? ¿Qué está con esa cara amarrada, qué le he hecho?
-A mí no me pasa nada. No vas a sabé tú lo qué me pasa. A mí lo que me da es rabia con esas locas que no te dejan trabajá, vienen a sonsacarte y que dejes lo que estás haciendo pa´ dite con ellas a parrandeá y quién sabe hasta cuándo.
-Bueno vieja, hoy es sábado y son las fiestas patronales de Guayabal y yo no me las voy a perder, usted debería de dice conmigo pa´ que vaya a la misa y a la procesión de San Gerónimo.
-Si como nié, yo no puedo di a esas fiestas, porque en primer lugar quién va a cuidá la casa, con tanto lambucio que ahí rondado por aquí. Tú sabes que no se pueden dejá las casas solas y en segundo lugar, sabiendo cómo eres, vas y me tiras en la iglesia y de ahí no te vuelvo a vé más ¡Vaya usted si quiere!
-¡Bueno vieja no se me alebreste, que antes de dime quiero pedile un favor!
-Yo sé cuál es ese favor que me vas a pedí.
-¿No me diga que usted ahora es adivina?
-¡Qué adivina del carajo voy a sé, lo que pasa es que yo te conozco muy bien! ¿Bueno y qué es lo que quieres?
-¡Gua vieja! Por qué no me plancha el liquilique. Usté, sabe que tengo que dí pa´ allá, porque yo les dí mi palabra a esas mujeres y no puedo despreciá la invitación que me hicieron las pobrecitas.
-¡Claro, que son unas pobrecitas! ¡Unas pobrecitas diablas! Yo sé que vas a di, no te conociera yo, que no puedes vé un palo de escoba porque ahí te enamoras y te fajas a bailá más que un trompó en Semana Santa. Es que tú eres igualito al finao de tú papa…je, je, je.
-Si vieja, tiene razón, la culpa de que yo sea tan parrandero es de él, a quien Dios tenga en su gloria.
-Bueno, mejor te vas a bañá, ahorita mismo que yo te voy a planchá tu liquilique para que te acabes de dí de una vez y me dejes en paz.
Entusiasmado, Chepito, fue al potrero a buscar al noble Quiebracacho, al que bañó y le dio de comer unos granos de maíz. Mientras el bruto saboreaba los granos, el joven le colocaba los aperos y la lustrosa silla Chocontana.
Después de bañarse, el parrandero se calzó su par de alpargatas nuevas Villacuranas, se encasquetó el liquilique, se terció la faja de donde colgó la vaina del punta e´ lanza, le sacudió el polvo al pelo e´ guama negro y a ambos lados de la silla colgó el cuatro y la bandola y en las alforjas metió las maracas; por último, con el garrote en las manos, se montó sobre la bestia.
-¡Vámonos Quiebracacho que San Gerónimo nos espera!
Desde el patio, Doña Juanita le espetó.
-¡No metas a San Gerónimo en esa vaina, porque las que te esperan son las locas esas que vinieron a sonsacarte!
-¡Ay mamá usted si piensa mal!
-¡No conoceré yo a esas parranderas y no te conoceré a ti como a caballo bueno pa´ enamorate de cualquier palo de escoba…ja, ja, ja! Mira hijo a pesar de todo, te encomiendo a Dios, a la Virgen del Carmen y a San Gerónimo para que te cuiden; también quiero aconsejarte que no vayas a venir tan tarde, porque tú sabes que vas a pasar por la Mata del Araguato, donde vive un mono de esos y dicen que ese bicho es malo, porque y que es un espíritu maligno que a más de uno de esos parranderos como tú, al pasar a medianoche por ahí se les aparece, los vuelve locos y los convierte en araguato pa´ toa la vida.
Caracoleando el caballo frente a la vivienda, el joven tarambana le respondió a la madre.
-No se preocupe vieja, que yo voy a vení temprano, lo que voy es a echar una miraíta a los toros, unas apostaítas a los gallos, una bailaíta, unos traguitos, a mové los capachos y una cantaíta más na.
-¡Menos mal que no vas a jacé más na…ja, ja, ja!
Respondió Dona Juanita
-Lo que te digo, es que no te olvides de venite temprano, porque tienes que pasar por la Mata del Araguato y no vaya a sé que ese bicho te ponga a loquear y te vuelva un araguato.
-¡Ah vieja! ¿Usted va a está creyendo en esas pendejadas?
Entusiasmado, el joven le asestó un fuerte chaparrazo a la briosa y bien adiestrada bestia.
-¡Arranca Quiebracacho que se nos jace tarde! -¡Vamos Quiebracacho que Guayabal nos espera!
Raudo a todo galope Chepito y Quiebracacho, se marcharon rumbo a San Gerónimo de Guayabal, devorando el empolvado camino.
Al llegar al poblado, el hombre observó la alegría de un pueblo enfiestado; dondequiera había un tarantín vendiendo comidas, aguardiente y sobre todo la presencia de mujeres como humo. Pero ya el mozo se había fijado el propósito de asistir a la gallera, donde casaría sus apuestas y se haría de unos reales; después de desbancar a los avezados galleros, se fue a tirar unas partidas de dado y unas manos de Ajiley, donde también desbanco a los tahúres. Con los bolsillos llenos de relucientes pachanos y morocotas, se fue a los toros, donde se hallaban las bonitas muchachas que lo habían invitado allá en Caño el Diablo y quienes sonrientes lo recibieron.
-¡Cónchale Chepito! Al fin llegaste, desde jace rato te estábamos esperando pa´ dí a bailá y a escuchate cantá.
Le saludó la más hermosa del grupo
-¡Sí! Yo llegué temprano, lo que pasa es que me fui a jacé unas apuestas en los gallos, en los daos y en las barajas.
-¡Es que tú no puedes está sin esa jugadera…
Le espetó otra de las mujeres
-¡No que va! Si supieras, a mí no me gusta está en esos rebullicios, lo que pasa es que de ahí es donde saco los reales pa´ brindalas a ustedes…ja, ja, ja.
Metiendo las manos en los bolsillos, Chepito extrajo un lote de relucientes Pachanos y Morocotas, queriendo decirles que andaba con los bolsillos atapuzaos de apetecidas, relucientes y doradas monedas.
-Bueno muchachas la cosa va a está bien buena, porque con esa rialá, Chepito nos va a brindá hasta dejanos bien jartas de caña y comía…ja, ja, ja.
Manifestó una de las jóvenes a sus compañeras
-¡Seguro que asi será mis amores!
Expresó el parrandero. Al fin la fiesta de los toros finalizó, la reina entregó los trofeos a los ganadores y cada quien agarró su cachachá.
-Bueno Chepito, ya son las siete de la noche, qué vamos a jacé, ya aquí no hay más ná que vé.
Comentó una de las mujeres
-No se preocupen que precisamente yo vine a vé los toros y a invitalas a la cantina de Don Catalino Palma, donde va a habé carne asá y arpa toa la noche. Así que vamos pa allá.
En la grupa montó a la más bonita.
-MI amor, agárrate duro de mí, porque Quiebracacho es muy brioso y no vaya a sé que te tumbe.
-¿No será Chepito, que tú lo que quieres es que te abrace y estas echándole la culpa al pobre Quiebracacho…ja, ja, ja?
En el centro del pueblo estaba El Jardín de Don Catalino, un bonito y amplio botiquín, propiedad de Catalino Palma, un viejo peón de sabana, metido a cantinero; por cierto, cuentan los asiduos visitantes, que él le puso ese nombre porque a ese sitio asistían las mujeres más bellas del sur del Guárico.
En El Jardín de Don Catalino, Chepito, brindó a todo el mundo, tocó maracas, cuatro, canto, bailó, bebió, comió hasta hartarse y enamoró a cuanto palo de escoba se le puso por delante. Mientras que afuera el paciente y noble Quiebracacho, resignado lo esperaba.
Era bien entrada la noche y Chepito, seguía gozando un puyero, cuando repentinamente, escuchó el tañer de tres sonoras campanadas, anunciando la hora, fueron tres sonoros campanazos que desde la iglesia indicaban que era el momento en que el tarambana debía marcharse para su vivienda, donde preocupada, lo esperaba Doña Juanita. Pero más preocupado estaba él, por cuanto a esa hora debía pasar por la Mata del Araguato, donde seguramente lo esperaba El Maligno, vestido de araguato.
-¡Qué vaina! Ahora que la fiesta está bien buena tengo que dime. No jile, es que el tiempo pasa rapidito.
Sin pensarlo dos veces, el muchacho salió a la calle, donde somnoliento lo esperaba el fiel y paciente Quiebracacho.
-¡Vamos amigo! La fiesta está bien buena, pero tenemos que dinos porque la vieja nos espera y ya son las tres de la madrugada y tengo que pasá por la Mata del Araguato y no vaya a sé que ese bicho nos vaya a espantá.
Bien comido, bien bebido, bien cansado, bien sudado, bien borracho y bien limpio iba el hombre por el solitario Camino Real, andaba al pasitrote en lomos de Quiebracacho.
Eran las tres y media de la madrugada cuando al fin los amigos llegaron a la Mata del Araguato, que como todas las matas del llano, representa un agradable microclima y donde una límpida laguna invita al descanso. El acalorado borracho al ver las cristalinas aguas se detuvo; como pudo, se apeó del caballo, se quitó el sombrero, lo guindó de una rama de uvero; sediento se agachó a tomar agua y a lavarse la cara; a su lado estaba Quiebracacho, atragantándose de tragos y más tragos de agua. Estando en esos menesteres, bajó de las ramas de un frondoso samán, un enorme araguato, el cual agarró el sombrero y se lo colocó en la cabeza y ágilmente el ensombrerado mono se subió a los copos del añejo árbol. Más temprano que tarde, al borracho se le pasó la rasca y comenzó a insultar al animal y a lanzarle terrones y pedazos de ramas que encontraba en el suelo a ver si el bicho largaba el sombrero y nada que aflojara la prenda; por fin, uno de los terrones logró golpear al mono ensombrerado y éste atinó a caer encima de Quiebracacho, quien sorprendido por tan extraño jinete, pegó la carrera rumbo a Caño el Diablo. Por la sabana, andaba al galope con su raro jinete encima. Con los primeros rayos del sol aparecieron en la casa caballo y “jinete”. En el patio, Doña Juanita, regaba las matas, al ver a Quiebracacho con el araguato ensombrerado, pensó que seguramente era su hijo, quien se detuvo en la espantosa mata y allí el simio lo embrujó y lo convirtió en araguato. No había duda, de que ese mono era su hijo.
-Si llegó sobre Quiebracacho y con el sombrero de Chepito, ese animal no es otro que mi hijo!
Razonaba la buena señora, quien presurosa, abrazaba y besaba al simio, mientras angustiada expresaba.
-¡Que vaina hijo! El araguato te encantó y mira en lo que te ha convertido, en un feo araguato, pero no importa así te quiero yo y vengase conmigo que le voy a dar un tetero de leche de vaca, porque seguro que debes estar trancío del hambre.
Doña Juanita se acostó con el araguato ensombrerado en un chinchorro que estaba colgado en el patio debajo de una mata de mamón. La buena señora, con el simio en su regazo, cantaba y se mecía, mientras el mono felizmente se hartaba de leche.
-¡Coma hijo! Seguro que estás muerto de hambre, beba bastante, que ya le voy a prepará otro tetero. No se preocupe, que yo no lo voy a dejá morí.
Mientras que en la Mata del araguato, Chepito, insultaba al animal, por haberle robado su pelo e´ guama y haberle espantado a Quiebracacho.
-Por culpa de ese araguato, me he quedao sin sombrero y varao en esta mata, tendré que dime a pie hasta Caño el Diablo, no jile, que vaina me echó ese animal.
Así, el infeliz borrachón tuvo que emprender el camino a pie rumbo a su casa. Se le miraba atravesando, chiribitales, pajonales, charcos, garrapatales, guaritotales, rastrojales y medanales. Al fin, después de tres horas de andar incesante, llegó al patio de la casa extenuado, embarrialao, sudoroso y más caliente que plancha en lavandería de chino y extrañado vio a la madre meciéndose y cantando de lo más feliz.
-¿Qué le pasará a mi mamá? ¿Qué está canta que canta?
Al acercarse al chinchorro se percató que en el regazo de Doña Juanita, estaba el araguato ensombrerado y bebiendo leche de lo más tranquilo…ja, ja, ja.
-¿Mamá y es que usted está loca? ¿Qué hace usted con ese piazo de araguato encima?
Sorprendida, la buena de Doña Juanita, de un manotazo lanzó al mono contra el piso a la vez que intrigada se levantó del chinchorro.
-¿Hijo eres tú?
-¡Gua mamá! ¿Quién más va a sé? ¿Ahora no me conoce? ¡Soy tu hijo Chepito!
-Ay hijo, menos mal que eres tú y gracias a Dios que estás sano y salvo. Yo creí que al pasar por la Mata del araguato, el bicho ese te convirtió en araguato y por eso lo mecía y le daba leche.
Emocionada, la madre abrazó al muchacho, mientras que el araguato cogió el monte rumbo a su mata.
Chepito le contó a la buena e ingenua señora lo que le había acontecido por culpa del araguato y el trabajo que había pasado para poder llegar a la casa.
-¡Ay hijo, cómo me duele verte así, descalzo, to embarrialao, lleno de ronchas, colorao, sudao y muerto de hambre!
-Si mamá, por culpa de ese bicho tuve que atravesá espineros, pasá charcos de barro hasta la rodilla, el plaguero esguazándome a pico y las garrapatas chupándome la sangre, no jile, vieja, usté no sabe el trabajo que pasé por culpa de ese bicho y de paso, muerto del hambre.
-No se preocupe hijo que ahí le tengo un pisillo de chigüire con arroz, frijoles y tajadas fritas y por cierto, lo que soy yo, desde hoy no voy a estar creyendo más en espantos, porque por estar haciéndole caso a esas pendejadas, el araguato se bebió toa la leche que tenía pa jace un queso y una mantequilla.
-¡Yo se lo decía vieja que no creyera en eso!
Después de bañarse y comer, madre e hijo se acostaron en el chinchorro y entre mecida y mecida, sorpresivamente, Chepito, le pregunta a Doña Juanita.
-¿Mamá y no me vas a dá un tetero de leche?
-¿Tú como que quieres que te de un manotazo y te lance al suelo como le hice al araguato?
-¡Es una broma, vieja! ¿Ah y por cierto, dónde está mi sombrero?
-Ay hijo, ese pelo e´ guama se lo llevó ese bicho.
-¿Así es la vaina, vieja? Lo que soy yo mañana bien tempranito me voy pa´ la Mata del araguato a matá a ese mono.
-¡No hijo ¡no vayas pa´ allá, no vaya a sé que te pase algo peor.
-Si es verdad, vieja, vamos a déjalo de ese tamaño y que el qué pase por allí, crea que ese araguato soy yo…ja, ja, ja.
Ese día, madre e´ hijo, pasaron la mañana meciéndose y riéndose de las travesuras del ARAGUATO DE CAÑO EL DIABLO…ja, ja, ja.