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martes, 31 de agosto de 2021

LAS PULPERIAS EN GUASDUALITO

 











LAS PULPERIAS EN GUASDUALITO

BREVE PROEMIO.-

En el presuroso andar de nuestro pueblo van quedando a sus espaldas años ostentosos, cuya carga nostálgica se afincan al frusleril presente, doblegando el dorso de lo vivido con una cuantía de buenos recuerdos que, como sarmientos desprendidos se levantan con la favonia invernal exhalada del oeste al poniente, desnudando añoranzas que anhelan replegarse en el tiempo para vestirse del pueblo apacible y campero que un día fue Guasdualito, poblado aquel tan extrañado y afirmado por las clarividencias generacionales, tan deseado por las actuales y tan inconcebibles para las venideras, obligándonos con apremio a cifrar sin decaimiento alguno aspectos importantes de nuestro pasado lejano y cercano, no escribiendo mis manos sino el mismo pueblo, los hijos de mi tierra encarnados en ellas, no siendo mis oídos los que escuchan sus historias sino los membranas oidoras de lo que no desea ser olvidado, por eso seguimos en esta ocupación, porque también escribiendo se quiere, porque la musa dorada Talía renace día a día y en benedictus pastoriles nos sigue musitando:

“Escribe, escribe

de aquellos tiempos,

porque si te vas lejos

tu pueblo irá contigo

por dentro. Porque

si te vas lejos lo recordaras

en los agónicos bermejos

del mental reencuentro.

1.-LAS PULPERIAS

1.1-Origen, concepto y evolución

Para la buena comprensión del contenido se hace necesaria una aproximación a la definición del concepto de la palabra pulpería que nos permita un abordaje claro y raso sobre lo abordado, para evitar confusiones en lo tratado. En este sentido, en cuanto a lo etimológico surgen varias teorías al respecto, siendo la primera que el término es de origen griego, derivado del vocablo “polipus” (πολύπου) estructurado a su vez de “polis” (πολύς) cuyo significado viene a ser: muchos, agregando el sufijo “pus” señalado como pie, siendo así, la traducción popular entonces viene a ser : “muchos pies” resultando esta definición la más acertada, teniendo en cuenta que el génesis todas las lingüistas hispánicas-amerindias se remontan a la rama originaria en la antigua Grecia y romana. Otro de los posibles orígenes del nombre pero inclinado al folklorismo, refiere en que el origen de la locución pulpería está vinculado a cierta bebida afrodisiaca conocida como pulque, preparada en tierra azteca con extractos de maguey, dicha aseveración fue formulada por el jurista español Juan de Solórzano Pereira (1575-1655) en el intermedio del siglo XVII en su texto Política Indiana, perdiendo la asignación “qu” con el transcurso del tiempo, siendo sustituida por facilidad en el lenguaje por la letra “p”. Otra hipótesis más osada es la del escritor, historiador y poeta toledano (Esp) Garcilaso de la Vega (1508-1536) quien llegó a afirmar que los vendedores de pocos recursos se conocían con el nombre de pulperos quienes vendían pulpos entres sus diferentes productos, otros autores dicen que era porque se vendía pulpo a la gallega o pulpa de frutas. Por último, hay quienes asocian la idea de los muchos tentáculos del pulpo con la constante actividad de los dependientes, que debían actuar con mucha agilidad para satisfacer a todos sus clientes, como si tuvieran muchos brazos. Teorías para todos los gustos y escogencias, para un solo concepto que se fue definiendo como un establecimiento comercial de venta al menudeo de artículos de todo tipo (entre ellos, comestibles, bebidas, herramientas, ropa, etc.,) ubicado en el campo o en la ciudad y en general montado con un capital reservado. Al comerciante que la poseía o regentaba se lo designaba pulpero.


Bodega de Elías Galvis,
cortesía Armida Gutierrez

En referencia a su evolución, las pulperías florecerían en el nuevo mundo al compás de la formación y fundación de los nuevos ayuntamientos coloniales, diseminándose por todo el territorio hispanoamericano. Puede afirmarse sin riesgos a equivocaciones que, las pulperías nacieron en el siglo XVI, siendo desde sus inicios las expenderías más frecuentadas hasta buena parte del siglo XX, estas formas comerciales llegaron a encontrarse con mucha frecuencia en todos países de habla hispana, tanto en Centro América como en la América del Sur. Señala Rafael Ramón Castellanos, pensador, historiador, y autor del libro "Historia de la Pulpería en Venezuela" que en nuestro país los primeros pulperos fueron los venidos del archipiélago español conocido como Islas Canarias, radicados mayormente en zonas céntricas caraqueñas muy conocidas como La Candelaria, San Martin, Las Delicias, El Recreo y Sabana Grande, estos diestros despachadores manejaron el almud (antigua medida de capacidad) y la fanega (medida para el grano) para medir y pesar, mientras que los pulperos del interior del país empleaban la totuma para medir, y el armar trojas para el almacenamiento de alimentos. En cuanto al final de las pulperías, estas comenzaron a desaparecer en los años 60 del siglo XX, cuando en Venezuela se acentúa la industria petrolera, la cual introdujo la modernidad y cambios importantes en la forma de vivir del venezolano, fue entonces cuando los pequeños comercios empezaron a llamarse bodegas, los de mediano tamaño, abastos y los grandes, supermercados.

2.-LAS PULPERIAS EN GUASDUALITO

Escribo sobre las pulperías

de una época dorada,

época nunca olvidada

por ser de oro sus días.

Mágica y de policromías

era aquella Periquera,

con gente noble y sincera

todos de buen corazón

que anhelan con emoción:

¡si aquel pueblito volviera!

Si bien es cierto que el pujante y floreciente comercio del Guasdualito de las primeras décadas del siglo pasado estuvo dominado por importantes casas comerciales, cuyos dueños con ascendencia italiana y árabe, además de originarios barineses y andinos, llegaron a consolidar sus empresas gracias al intercambio del comercio fluvial favorecido por la flota de la Compañía Anónima Venezolana de Navegación (CAVN) igualmente incuestionable es el aporte económico y el bienestar social de las llamadas pulperías durante las décadas del 50 y 60 de la centuria en referencia, lapso de tiempo en que estos establecimientos comerciales acapararon las preferencias de aquellos compradores guasdualiteños, contando en sus estantes y anaqueles con todo lo necesario para el buen desarrollo de la cotidianeidad pueblerina, ofertando desde productos alimenticios hasta remedios, así como bebidas, velas, materia prima para la costura, carbón, papelón, manteca, maíz, caramelos, café, velas, leche, jabón azul, kerosene, queso picado, leña, carbón y muchos otros insumos, convirtiéndose en perfectas células económicas activas que a su vez también se instituían como puntos de encuentro, ya que eran sitios ideales para mantenerse al tanto de las novedades del entorno, fue muy común ver en sus espacios congregaciones de personas de diferentes estratos y lugares, quienes daban rienda libre a sus conversas sobre cualquier asunto, fuera importante o de menor apreciación

Época de oro fue la de las pulperías en Periquera, años aquellos cuando por la prolongación de la calle Sucre hacia el tradicional barrio Morrones se dirigían los niños y jóvenes al establecimiento de don Ángel Ignacio Medina a comprar lo requerido en sus hogares,sin dejar de entretenerse en el trayecto con cualquier eventualidad pero sin olvidar la misión familiar. De esa misma época viene a la escenografía mental la pulpería de don Víctor Ortiz, ubicada la misma en la esquina de la Calle Real (Av.Miranda) con Calle Sucre, entre el almacén de Emilio Abunassar y el negocio de don Elio García, donde llegó a funcionar la única trilladora de maíz y arroz que venía de las vegas gamereñas o de los fundos cercanos, allí fueron muchas las veces en las que un niño llamado Ciro Abelardo Méndez se dirigía con su estropeada carretilla a buscar el afrecho (nepe) que servía de alimento para los cerdos caseros, comprado el saco a un módico precio de 0,25 Bs., esta pulpería bodega se haría célebre por aquel eslogan: “Sencilla la locha” frase expresada por un grupo de alumnos de la escuela Aramendi quienes en las tardes cresespuculares luego de salir de sus clases disponían pasar frente al particular punto expendedor; imponente y de respeto era la presencia del pulpero Ortiz, sentado en su silleta de cuero curtido bajo la sombra de un frondoso mamòn, cuando ya casi rendido por Morfeo, dios del sueño, le llegaban uno por uno aquellos traviesos muchachos tocando con la moneda el mostrador con sus pedidos: ¡don Víctor un cubito! Ya despachado el solicitante, el expendedor se disponía a tratar de cerrar los ojos por unos minutos, cuando se aparecía el otro mozalbete: ¡don Víctor una chupeta! Y así en continuidad el resto de los vivarachos, apoyados económicamente por algunos adultos ocultos en una esquina, quienes disfrutaban la sana broma y el oír a cada rato: “sencilla la locha”.

Hermosos años cuando una niña de cabello de oro y ojos de mar llamada Elubia Escobar contaba sus pasos desde la añosa calle Vázquez hasta la pulpería de Pedro Silveira localizada entre calle Cedeño y carrera Páez a cumplir con el mandado requerido por su buena madre Amelia Fulco, lo siguiente: ¡don Pedro, un kilo de café y otro de queso! Y de inmediato, casi corriendo el delgado y activo pulpero procuraba el despacho, tanto Elubia como los niños, jóvenes y adultos ponían su ojos en La Ñapa (propina) que obsequiaba don Pedro y su esposa doña Agueda, noble mujer de baja estatura y cuerpo vigoroso, para atraer clientes, esta pareja de comerciantes medianos se esmeraron toda su vida en brindar una buena atención a los candorosos habitantes del Guasdualito post mancondiano, llegada la hora del cierre formal las solicitudes de compras eran por el ventanal que daba con la calle Cedeño, también implementaron el sistema de La Pipa, que radicaba en que por cada compra efectuada era colocado en un frasco grande un grano de maíz, caraota, frijol, etc., a los cuales se le asignaba un valor, cuando el frasco se llenaba el beneficiario lo cambiaba por golosinas u otra menudencia, razón por la cual ser mandadero tenía su premio, y de aquellas ñapas muchos guasdualiteños de aquellas épocas guardan sus buenos recuerdos.

Sigamos con nuestro viaje al pasado cercano para conocer más de aquellos establecimientos comerciales. Por la llamada calle nueva diagonal a la plaza Bolívar se encontraba la pulpería del coronel Yépez, conjuntamente atendida por su consorte María. En la otra esquina la amplia y surtida pulpería de Matute, el ateo, el mismo que respondía a la bendición: yo lo bendigo, su pulpería fue de aceptable actividad, de ella nacería el adagio popular: “Más vieja que la correa de Matute". Sobre la misma dirección, exactamente en la esquina del antiguo hospital funcionó la pulpería de Samuel García y el chácaro Román (pregonereño) donde desde tempranas horas y en todo el año era costumbre observar sobre el mostrador productos cultivados (frijol, plátano, yuca) por los conuqueros de las costas del río Sarare, al igual que mercancía salada como chiguiere, carne seca y venados, trasladadas por los campesinos. Siguiendo con el recorrido, por la calle Vázquez casi al frente de la casa de Josefa Fajardo laboró en su mercería el guate Cándido Ordùz, laborioso comerciante colombiano venido de Sogamoso que hasta inicios de los años 80 se esforzó con su pulpería, retirándose del oficio en el 1983 al sorprenderle en pie lo inevitable para todo ser humano. En ese orden, por la antigua Calle Real (hoy Av. Miranda) diagonal al negocio de Elías Galvis, frente a la logia de los masones existió una pequeña pulpería propiedad del turro Nicasio Ruiz, andino de baja estatura y con voz ronca y pausada, quien laboraría hasta mediados de los 60 cuando fallece por un ACV atendiendo su despensa. Por la calle Sucre frente a la plaza principal se encontraba el establecimiento de don Cornelio Aponte con amplio surtido de ofertas, por allí pasaban de regreso a sus casas otros vivarachos educandos del paraninfo Aramendi, con el coro: “El araguato de don Aponte come panela y tira pa` el monte".

Pulpería de Nicasio Ruiz, por la avenida Miranda, cortesía Armida Gutiérrez.

Otras pulperías muy visitadas que competían cotidianamente por la captación de clientes fueron: el expendio de Pancho Herrera en el sector Los Cocos, colindante con el fundo del José Martí, siendo una parada obligada para aquellos transitantes en jeeps y camiones como para aquellos en tracción animal y humana, esta pulpería anclada en el medio del campo, se erigió como un lugar atractivo donde acudir, en el sitio se podía encontrar desde bebidas alcohólicas hasta guarapo de papelón, con un buen surtido de víveres y, en donde además se realizaban peleas de gallos ocasionales, en su frontal se encontraba una vara sostenida por estantillos en donde se aseguraban las bestias y mulas. También en La Estación de los Padilla Hurtado llegó a funcionar un próspero negocio de mercancía seca para suministrar en lo necesario a los dueños de hatos y fundos, con los ingresos de este trabajo don Francisco y doña Carmen mantenían a su prole y familiares cercanos que se levantarían dentro de sus tutelas. En la misma índole, en la isla de El Gamero estuvieron pulperías amplias como la de don Benicio González, El Maniadero del Sr. Noe Valbuena, la de Juan Camacho y Ovidio Izquierdo, mientras que en el conocido y populoso barrio Los Corrales las abaceras de Alfonso Roa y Santiago Padrón, ubicadas por la calle principal, siendo las encargadas de proveer lo necesario a los habitantes del sector y, a quienes venían o salían del pueblo para las zonas campestres, un expendio gratamente recordado fue el surtido de Toribio Sandoval, quien disponía de una variedad de víveres y bebidas espirituosas. Por el barrio Las Carpas tuvieron vida comercial las pulperías de Jacinto Maldonado, Rafael Moronta y Gladis Montoya. Volviendo al centro del pueblo, al inicio de la calle Bolívar se desempeñaron en funciones de pulperos don Casimiro Delgado, arreador de ganador y baquiano de mil travesías, igualmente el longevo Chacón y don Ramòn Castillo, trilogía muy recordada por ser fundadores del pueblo nuevo y sencillos emprendedores de la época. Igual para traer del recuerdo es la pulpería de Vicente Guevara por la calle Cedeño interceptada con la carrera Urdaneta, en continuidad la expendeduría El Chicote de Reinaldo Molina, y la de Cipriano Cabanerio. De data más reciente fue la pulpería de Norberto Cermeño, quien ante la ausencia de los grandes negocios por la corredera, dotaba sus anaqueles de lo necesario para la venta, se privilegiaron nuestros días de infancia en hacer los mandados donde Cermeño, ya casi en el ocaso de su despacho.

Las pulperías anteriormente mencionada como otras que sé que nos escapan al recuerdo, fueron establecimientos con personalidad propia que reflejaron el espíritu cotidiano del Guasdualito de los años 50 y 60, que a pesar de ser emprendimientos levantados con modestos capitales eran más que simples comercios al por menor, pues cumplían una plaza social, en aquel poblado de cuatro calles en forma de retícula la iglesia, la pesa y las pulperías se instituyeron prácticamente en los únicos centros de reunión que existían en el ámbito provinciano. Mención aparte pero en vinculo al tema del comercio local, es hacer referencia de manera expedita a los grandes comercios que dominaron a sus anchas la compra venta por mayor durante varias décadas, anterior a las pulperías funcionaron los almacenes y comercios de Juan Trejo, honesto mayorista venido del estado Bolívar con mercancía y víveres importados de Europa, vía fluvial por los barcos de chapaletas; los negocios del desprendido bohemio Ernesto Angulo, el de Daniel García, diestro para la actividad comercial, de iniciar con un botiquín lograría ser distribuidor al mayor de los grandes hatos, convertido luego en rico ganadero dueño del hato La Victoria y El Torreño, de auge fue el gran almacén del libanes José Braidi en la confluencia de la Calle Real y calle nueva (Av.Miranda), los comercios de José Antonio Bocaranda, de amplio discernimiento comercial, cuya visión de vender más a menor precio le granjeó simpatía y preferencia; por esa misma Calle Real se ubicaban la librería de don Valeriano Moreno, ubicada en la pròspera cuadra de Eloy Filardo y Juan Laporta, por allí mismo se ubicaban los comercios de don Lorenzo Roca, el almacén de Alfonso Padilla frente a la placita Páez, la bodega de Elías Galvis, ubicada en la intersección con la calle Vásquez, en cuyo amplio almacén se podía conseguir desde una simple aguja hasta el licor más exquisito proveniente del viejo continente, incluyendo comidas, bebidas, velas, carbón, remedios y telas, entre otros productos. Otras paradas obligadas para la clientelas fueron: los negocios de Ernesto Gómez, mientras que por la activa calle Sucre se encontraba el boyante almacén de Emilio Abunassar, el centro de venta de don Isaac Ontiveros, frente al negocio de don Elio García se ubicaba el local de don Emilio Campin, estimable comerciante quien vestía siempre de blanco, distribuidor de bicicletas, ventiladores, radios, cocinas, etc, y en ese orden vial frente a la Plaza Bolívar se encontraba La Royal Curazao C.A del visionario Samuel García Contreras, llegando a ser uno de los comercios más prósperos en casi una década.

Con la llegada y explotación del oro negro vino un supuesto progreso, maquillaron las viejas calles de tierra con capas asfálticas como soterrando los años buenos, empezó a cambiar el pueblo, y el agonizante ocaso de las célebres pulperías y grandes comercios llegaba a su fin, caminó el tiempo con pasos diligentes llevándose en sus alforjas una época dorada, ocultando en el manto penumbroso al Guasdualito de ayer, ya quedarían solo para el recuerdo aquellas órdenes expresas de aquellos progenitores y mayores: Ciro, Elubia, Josefa, Armida, Marcos, Rafael, vayan a donde Pedro, a donde el turro Nicasio o a donde Elías, y compren lo siguiente (…) Marcharon sin regreso aquellos bien recordados establecimientos, emigraron al reino de la nostalgia, cedidos en añoranzas de blanco y negro a unas la generaciones de oro guasdualiteñas, para ellos y para quienes sienten y aman a su pueblo en el corazón fue grafiada esta amena y espontanea reseña. Hasta otra oportunidad.

POR ALJER “CHINO” EREÙ.-.

 


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