LAS PULPERIAS EN GUASDUALITO
BREVE PROEMIO.-
En el presuroso andar de nuestro pueblo van quedando a sus espaldas años ostentosos, cuya carga nostálgica se afincan al frusleril presente, doblegando el dorso de lo vivido con una cuantía de buenos recuerdos que, como sarmientos desprendidos se levantan con la favonia invernal exhalada del oeste al poniente, desnudando añoranzas que anhelan replegarse en el tiempo para vestirse del pueblo apacible y campero que un día fue Guasdualito, poblado aquel tan extrañado y afirmado por las clarividencias generacionales, tan deseado por las actuales y tan inconcebibles para las venideras, obligándonos con apremio a cifrar sin decaimiento alguno aspectos importantes de nuestro pasado lejano y cercano, no escribiendo mis manos sino el mismo pueblo, los hijos de mi tierra encarnados en ellas, no siendo mis oídos los que escuchan sus historias sino los membranas oidoras de lo que no desea ser olvidado, por eso seguimos en esta ocupación, porque también escribiendo se quiere, porque la musa dorada Talía renace día a día y en benedictus pastoriles nos sigue musitando:
“Escribe, escribe
de aquellos tiempos,
porque si te vas lejos
tu pueblo irá contigo
por dentro. Porque
si te vas lejos lo recordaras
en los agónicos bermejos
del mental reencuentro.
1.-LAS PULPERIAS
1.1-Origen, concepto y evolución
Para la buena comprensión del contenido se hace necesaria una aproximación a la definición del concepto de la palabra pulpería que nos permita un abordaje claro y raso sobre lo abordado, para evitar confusiones en lo tratado. En este sentido, en cuanto a lo etimológico surgen varias teorías al respecto, siendo la primera que el término es de origen griego, derivado del vocablo “polipus” (πολύπου) estructurado a su vez de “polis” (πολύς) cuyo significado viene a ser: muchos, agregando el sufijo “pus” señalado como pie, siendo así, la traducción popular entonces viene a ser : “muchos pies” resultando esta definición la más acertada, teniendo en cuenta que el génesis todas las lingüistas hispánicas-amerindias se remontan a la rama originaria en la antigua Grecia y romana. Otro de los posibles orígenes del nombre pero inclinado al folklorismo, refiere en que el origen de la locución pulpería está vinculado a cierta bebida afrodisiaca conocida como pulque, preparada en tierra azteca con extractos de maguey, dicha aseveración fue formulada por el jurista español Juan de Solórzano Pereira (1575-1655) en el intermedio del siglo XVII en su texto Política Indiana, perdiendo la asignación “qu” con el transcurso del tiempo, siendo sustituida por facilidad en el lenguaje por la letra “p”. Otra hipótesis más osada es la del escritor, historiador y poeta toledano (Esp) Garcilaso de la Vega (1508-1536) quien llegó a afirmar que los vendedores de pocos recursos se conocían con el nombre de pulperos quienes vendían pulpos entres sus diferentes productos, otros autores dicen que era porque se vendía pulpo a la gallega o pulpa de frutas. Por último, hay quienes asocian la idea de los muchos tentáculos del pulpo con la constante actividad de los dependientes, que debían actuar con mucha agilidad para satisfacer a todos sus clientes, como si tuvieran muchos brazos. Teorías para todos los gustos y escogencias, para un solo concepto que se fue definiendo como un establecimiento comercial de venta al menudeo de artículos de todo tipo (entre ellos, comestibles, bebidas, herramientas, ropa, etc.,) ubicado en el campo o en la ciudad y en general montado con un capital reservado. Al comerciante que la poseía o regentaba se lo designaba pulpero.
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Bodega de Elías Galvis, cortesía Armida Gutierrez |
En referencia a su evolución, las pulperías
florecerían en el nuevo mundo al compás de la formación y fundación de los
nuevos ayuntamientos coloniales, diseminándose por todo el territorio
hispanoamericano. Puede afirmarse sin riesgos a equivocaciones que, las
pulperías nacieron en el siglo XVI, siendo desde sus inicios las expenderías
más frecuentadas hasta buena parte del siglo XX, estas formas comerciales
llegaron a encontrarse con mucha frecuencia en todos países de habla hispana,
tanto en Centro América como en la América del Sur. Señala Rafael Ramón
Castellanos, pensador, historiador, y autor del libro "Historia de la
Pulpería en Venezuela" que en nuestro país los primeros pulperos fueron
los venidos del archipiélago español conocido como Islas Canarias, radicados
mayormente en zonas céntricas caraqueñas muy conocidas como La Candelaria, San
Martin, Las Delicias, El Recreo y Sabana Grande, estos diestros despachadores
manejaron el almud (antigua medida de capacidad) y la fanega (medida para el
grano) para medir y pesar, mientras que los pulperos del interior del país
empleaban la totuma para medir, y el armar trojas para el almacenamiento de
alimentos. En cuanto al final de las pulperías, estas comenzaron a desaparecer
en los años 60 del siglo XX, cuando en Venezuela se acentúa la industria
petrolera, la cual introdujo la modernidad y cambios importantes en la forma de
vivir del venezolano, fue entonces cuando los pequeños comercios empezaron a
llamarse bodegas, los de mediano tamaño, abastos y los grandes, supermercados.
2.-LAS PULPERIAS EN GUASDUALITO
Escribo sobre las pulperías
de una época dorada,
época nunca olvidada
por ser de oro sus días.
Mágica y de policromías
era aquella Periquera,
con gente noble y sincera
todos de buen corazón
que anhelan con emoción:
¡si aquel pueblito volviera!
Si bien es cierto que el pujante y floreciente
comercio del Guasdualito de las primeras décadas del siglo pasado estuvo
dominado por importantes casas comerciales, cuyos dueños con ascendencia
italiana y árabe, además de originarios barineses y andinos, llegaron a
consolidar sus empresas gracias al intercambio del comercio fluvial favorecido
por la flota de la Compañía Anónima Venezolana de Navegación (CAVN) igualmente
incuestionable es el aporte económico y el bienestar social de las llamadas
pulperías durante las décadas del 50 y 60 de la centuria en referencia, lapso
de tiempo en que estos establecimientos comerciales acapararon las preferencias
de aquellos compradores guasdualiteños, contando en sus estantes y anaqueles
con todo lo necesario para el buen desarrollo de la cotidianeidad pueblerina,
ofertando desde productos alimenticios hasta remedios, así como bebidas, velas,
materia prima para la costura, carbón, papelón, manteca, maíz, caramelos, café,
velas, leche, jabón azul, kerosene, queso picado, leña, carbón y muchos otros
insumos, convirtiéndose en perfectas células económicas activas que a su vez
también se instituían como puntos de encuentro, ya que eran sitios ideales para
mantenerse al tanto de las novedades del entorno, fue muy común ver en sus
espacios congregaciones de personas de diferentes estratos y lugares, quienes
daban rienda libre a sus conversas sobre cualquier asunto, fuera importante o
de menor apreciación
Época de oro fue la de las pulperías en Periquera,
años aquellos cuando por la prolongación de la calle Sucre hacia el tradicional
barrio Morrones se dirigían los niños y jóvenes al establecimiento de don Ángel
Ignacio Medina a comprar lo requerido en sus hogares,sin dejar de entretenerse
en el trayecto con cualquier eventualidad pero sin olvidar la misión familiar.
De esa misma época viene a la escenografía mental la pulpería de don Víctor
Ortiz, ubicada la misma en la esquina de la Calle Real (Av.Miranda) con Calle
Sucre, entre el almacén de Emilio Abunassar y el negocio de don Elio García,
donde llegó a funcionar la única trilladora de maíz y arroz que venía de las
vegas gamereñas o de los fundos cercanos, allí fueron muchas las veces en las
que un niño llamado Ciro Abelardo Méndez se dirigía con su estropeada
carretilla a buscar el afrecho (nepe) que servía de alimento para los cerdos
caseros, comprado el saco a un módico precio de 0,25 Bs., esta pulpería bodega
se haría célebre por aquel eslogan: “Sencilla la locha” frase expresada por un
grupo de alumnos de la escuela Aramendi quienes en las tardes cresespuculares
luego de salir de sus clases disponían pasar frente al particular punto
expendedor; imponente y de respeto era la presencia del pulpero Ortiz, sentado
en su silleta de cuero curtido bajo la sombra de un frondoso mamòn, cuando ya
casi rendido por Morfeo, dios del sueño, le llegaban uno por uno aquellos
traviesos muchachos tocando con la moneda el mostrador con sus pedidos: ¡don
Víctor un cubito! Ya despachado el solicitante, el expendedor se disponía a
tratar de cerrar los ojos por unos minutos, cuando se aparecía el otro
mozalbete: ¡don Víctor una chupeta! Y así en continuidad el resto de los
vivarachos, apoyados económicamente por algunos adultos ocultos en una esquina,
quienes disfrutaban la sana broma y el oír a cada rato: “sencilla la locha”.
Hermosos años cuando una niña de cabello de oro y ojos
de mar llamada Elubia Escobar contaba sus pasos desde la añosa calle Vázquez
hasta la pulpería de Pedro Silveira localizada entre calle Cedeño y carrera
Páez a cumplir con el mandado requerido por su buena madre Amelia Fulco, lo
siguiente: ¡don Pedro, un kilo de café y otro de queso! Y de inmediato, casi
corriendo el delgado y activo pulpero procuraba el despacho, tanto Elubia como
los niños, jóvenes y adultos ponían su ojos en La Ñapa (propina) que obsequiaba
don Pedro y su esposa doña Agueda, noble mujer de baja estatura y cuerpo
vigoroso, para atraer clientes, esta pareja de comerciantes medianos se
esmeraron toda su vida en brindar una buena atención a los candorosos
habitantes del Guasdualito post mancondiano, llegada la hora del cierre formal
las solicitudes de compras eran por el ventanal que daba con la calle Cedeño,
también implementaron el sistema de La Pipa, que radicaba en que por cada
compra efectuada era colocado en un frasco grande un grano de maíz, caraota,
frijol, etc., a los cuales se le asignaba un valor, cuando el frasco se llenaba
el beneficiario lo cambiaba por golosinas u otra menudencia, razón por la cual
ser mandadero tenía su premio, y de aquellas ñapas muchos guasdualiteños de
aquellas épocas guardan sus buenos recuerdos.
Sigamos con nuestro viaje al pasado cercano para
conocer más de aquellos establecimientos comerciales. Por la llamada calle
nueva diagonal a la plaza Bolívar se encontraba la pulpería del coronel Yépez,
conjuntamente atendida por su consorte María. En la otra esquina la amplia y
surtida pulpería de Matute, el ateo, el mismo que respondía a la bendición: yo
lo bendigo, su pulpería fue de aceptable actividad, de ella nacería el adagio
popular: “Más vieja que la correa de Matute". Sobre la misma dirección,
exactamente en la esquina del antiguo hospital funcionó la pulpería de Samuel
García y el chácaro Román (pregonereño) donde desde tempranas horas y en todo
el año era costumbre observar sobre el mostrador productos cultivados (frijol,
plátano, yuca) por los conuqueros de las costas del río Sarare, al igual que
mercancía salada como chiguiere, carne seca y venados, trasladadas por los
campesinos. Siguiendo con el recorrido, por la calle Vázquez casi al frente de
la casa de Josefa Fajardo laboró en su mercería el guate Cándido Ordùz,
laborioso comerciante colombiano venido de Sogamoso que hasta inicios de los
años 80 se esforzó con su pulpería, retirándose del oficio en el 1983 al
sorprenderle en pie lo inevitable para todo ser humano. En ese orden, por la
antigua Calle Real (hoy Av. Miranda) diagonal al negocio de Elías Galvis,
frente a la logia de los masones existió una pequeña pulpería propiedad del
turro Nicasio Ruiz, andino de baja estatura y con voz ronca y pausada, quien
laboraría hasta mediados de los 60 cuando fallece por un ACV atendiendo su
despensa. Por la calle Sucre frente a la plaza principal se encontraba el
establecimiento de don Cornelio Aponte con amplio surtido de ofertas, por allí
pasaban de regreso a sus casas otros vivarachos educandos del paraninfo
Aramendi, con el coro: “El araguato de don Aponte come panela y tira pa` el
monte".
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Pulpería de Nicasio Ruiz, por la avenida Miranda, cortesía Armida Gutiérrez. |
Otras pulperías muy visitadas que competían
cotidianamente por la captación de clientes fueron: el expendio de Pancho
Herrera en el sector Los Cocos, colindante con el fundo del José Martí, siendo
una parada obligada para aquellos transitantes en jeeps y camiones como para
aquellos en tracción animal y humana, esta pulpería anclada en el medio del
campo, se erigió como un lugar atractivo donde acudir, en el sitio se podía
encontrar desde bebidas alcohólicas hasta guarapo de papelón, con un buen
surtido de víveres y, en donde además se realizaban peleas de gallos
ocasionales, en su frontal se encontraba una vara sostenida por estantillos en
donde se aseguraban las bestias y mulas. También en La Estación de los Padilla
Hurtado llegó a funcionar un próspero negocio de mercancía seca para
suministrar en lo necesario a los dueños de hatos y fundos, con los ingresos de
este trabajo don Francisco y doña Carmen mantenían a su prole y familiares
cercanos que se levantarían dentro de sus tutelas. En la misma índole, en la
isla de El Gamero estuvieron pulperías amplias como la de don Benicio González,
El Maniadero del Sr. Noe Valbuena, la de Juan Camacho y Ovidio Izquierdo, mientras
que en el conocido y populoso barrio Los Corrales las abaceras de Alfonso Roa y
Santiago Padrón, ubicadas por la calle principal, siendo las encargadas de
proveer lo necesario a los habitantes del sector y, a quienes venían o salían
del pueblo para las zonas campestres, un expendio gratamente recordado fue el
surtido de Toribio Sandoval, quien disponía de una variedad de víveres y
bebidas espirituosas. Por el barrio Las Carpas tuvieron vida comercial las
pulperías de Jacinto Maldonado, Rafael Moronta y Gladis Montoya. Volviendo al
centro del pueblo, al inicio de la calle Bolívar se desempeñaron en funciones
de pulperos don Casimiro Delgado, arreador de ganador y baquiano de mil
travesías, igualmente el longevo Chacón y don Ramòn Castillo, trilogía muy recordada
por ser fundadores del pueblo nuevo y sencillos emprendedores de la época.
Igual para traer del recuerdo es la pulpería de Vicente Guevara por la calle
Cedeño interceptada con la carrera Urdaneta, en continuidad la expendeduría El
Chicote de Reinaldo Molina, y la de Cipriano Cabanerio. De data más reciente
fue la pulpería de Norberto Cermeño, quien ante la ausencia de los grandes
negocios por la corredera, dotaba sus anaqueles de lo necesario para la venta,
se privilegiaron nuestros días de infancia en hacer los mandados donde Cermeño,
ya casi en el ocaso de su despacho.
Las pulperías anteriormente mencionada como otras que
sé que nos escapan al recuerdo, fueron establecimientos con personalidad propia
que reflejaron el espíritu cotidiano del Guasdualito de los años 50 y 60, que a
pesar de ser emprendimientos levantados con modestos capitales eran más que
simples comercios al por menor, pues cumplían una plaza social, en aquel
poblado de cuatro calles en forma de retícula la iglesia, la pesa y las pulperías
se instituyeron prácticamente en los únicos centros de reunión que existían en
el ámbito provinciano. Mención aparte pero en vinculo al tema del comercio
local, es hacer referencia de manera expedita a los grandes comercios que
dominaron a sus anchas la compra venta por mayor durante varias décadas,
anterior a las pulperías funcionaron los almacenes y comercios de Juan Trejo,
honesto mayorista venido del estado Bolívar con mercancía y víveres importados
de Europa, vía fluvial por los barcos de chapaletas; los negocios del
desprendido bohemio Ernesto Angulo, el de Daniel García, diestro para la
actividad comercial, de iniciar con un botiquín lograría ser distribuidor al
mayor de los grandes hatos, convertido luego en rico ganadero dueño del hato La
Victoria y El Torreño, de auge fue el gran almacén del libanes José Braidi en
la confluencia de la Calle Real y calle nueva (Av.Miranda), los comercios de
José Antonio Bocaranda, de amplio discernimiento comercial, cuya visión de
vender más a menor precio le granjeó simpatía y preferencia; por esa misma
Calle Real se ubicaban la librería de don Valeriano Moreno, ubicada en la
pròspera cuadra de Eloy Filardo y Juan Laporta, por allí mismo se ubicaban los
comercios de don Lorenzo Roca, el almacén de Alfonso Padilla frente a la
placita Páez, la bodega de Elías Galvis, ubicada en la intersección con la
calle Vásquez, en cuyo amplio almacén se podía conseguir desde una simple aguja
hasta el licor más exquisito proveniente del viejo continente, incluyendo
comidas, bebidas, velas, carbón, remedios y telas, entre otros productos. Otras
paradas obligadas para la clientelas fueron: los negocios de Ernesto Gómez,
mientras que por la activa calle Sucre se encontraba el boyante almacén de
Emilio Abunassar, el centro de venta de don Isaac Ontiveros, frente al negocio
de don Elio García se ubicaba el local de don Emilio Campin, estimable
comerciante quien vestía siempre de blanco, distribuidor de bicicletas,
ventiladores, radios, cocinas, etc, y en ese orden vial frente a la Plaza
Bolívar se encontraba La Royal Curazao C.A del visionario Samuel García
Contreras, llegando a ser uno de los comercios más prósperos en casi una
década.
Con la llegada y explotación del oro negro vino un
supuesto progreso, maquillaron las viejas calles de tierra con capas asfálticas
como soterrando los años buenos, empezó a cambiar el pueblo, y el agonizante
ocaso de las célebres pulperías y grandes comercios llegaba a su fin, caminó el
tiempo con pasos diligentes llevándose en sus alforjas una época dorada,
ocultando en el manto penumbroso al Guasdualito de ayer, ya quedarían solo para
el recuerdo aquellas órdenes expresas de aquellos progenitores y mayores: Ciro,
Elubia, Josefa, Armida, Marcos, Rafael, vayan a donde Pedro, a donde el turro
Nicasio o a donde Elías, y compren lo siguiente (…) Marcharon sin regreso
aquellos bien recordados establecimientos, emigraron al reino de la nostalgia,
cedidos en añoranzas de blanco y negro a unas la generaciones de oro
guasdualiteñas, para ellos y para quienes sienten y aman a su pueblo en el
corazón fue grafiada esta amena y espontanea reseña. Hasta otra oportunidad.
POR ALJER “CHINO” EREÙ.-.
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