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viernes, 18 de noviembre de 2022

LOS RECUERDOS DE UNA ESCUELA

 


LOS RECUERDOS DE UNA ESCUELA

Con rumbo hacia Pueblo Viejo

van recuerdos peregrinos,

recuerdos de aquella escuela

donde con sencillez aprendimos…


     Caminando presurosos vienen los recuerdos, vienen descalzos, vienen con el viento a buscar sus huellas franqueadas. Vienen tomados de las manos con años que partieron pero que siempre tendrán vida porque fueron abriles buenos. Esos años no se olvidan, tampoco quieren ser olvidados. Esos años son un presente sin pasado y sin futuro, parecen años eternos, pero no lo son, son los años de un destierro y de un regreso anhelado. Así regresan aquellos tiempos: alumbrados por un sol mañanero nostálgico que recuerda fulgores perdidos. Y por allí íbamos en el jeep de Carmelo Fulco, por esa carretera de tierra, tragando polvo, viendo a esa muchachada dirigirse a una escuela, oyéndole sus cuentos nacidos en quien sabe que lugar de su universo de inventos; como invento suyo fue aquel, cuando se lo tragó un caimán por detrás de Morrones, llevándoselo sin permiso al fondo del Sarare, no quedándole más opción que guindar su hamaca de las costillas del reptil, y ya aburrido en aquel buche ordenaría a su tragador abrir el pico porque iba a salir.  

     Por esa carretera de tierra iban con Carmelo los maestros Alcides Ereù, Rosa Taquiva y la ecónoma Virginia Dugarte, y atrás en el plan del vehículo: Yilda, Beto y yo. Gritó Beto: ¡Allá va la loca Gladis! que no era loca sino bohemia y excéntrica, la vimos todos, iba riéndose con sus labios de cayena súper retocados, y en sus cachetes dos estuches de colorantes vaciados para hacerse más bella, iba con sus zapatos en la mano. Preguntó Carmelo: ¿De dónde vienes mi amorcito? Respondió la cortejada: del Rincón del Coleador, a cosa pa` buena ese baile, sellando su respuesta con una sonrisa de oreja a oreja. Llegamos a la escuela, todos en fila, saludos a la bandera y a cantar el himno nacional, como si fuera el himno de la vida, y de verdad lo era. Luego la orden: a las aulas, y adentro íbamos, a la batalla contra la ignorancia. 


     Aquellos eran maestros de verdad, eran maestros por vocación y no por obligación, eran maestros de ahínco y empeño. Allí en las sagradas aulas de aquella escuela concentrada fue nuestro complemento educativo, lo que nos sirvió años después para crearnos un buen hábito de vida: el de sabernos siempre ignorante para siempre intentar no serlo. Y aún lo somos, seguiremos siéndolo. Y en las tremenduras, el muchacho Alfonso, el mismo Tara Loca era el rey. Nunca supe su nombre completo, tampoco importaba, era Tara Loca sin apellido, el consentido del maestro Pedro Madrid. Tara Loca era masoquista, amaba al castigo, y el castigo principal eran unos rejazos y arrodillarse en una tabla de madera con chapas, parecía que lo disfrutaba, cuando el maestro Pedro daba la espalda Tara Loca se reía, era tremendo de verdad, y tremendo fue cuando escondió la única esfera planetaria para armar una caimanera de futbol detrás de la escuela. A Tara Loca lo vi hace poco, vi su mirada secuaz surcada de ojeras que parecían adornos de una vida dura, por allí anda.  

     Aquellos recuerdos de aquella escuela son recuerdos de aquellos años, de aquel tiempo que dejó de ser tiempo para ser muchos tiempos. Aquellos recuerdos están intactos, como intactos los paseos en bicicleta por donde Arguello, por donde Valoy Torres, por donde Galvis, por La Lucha, por El Chinquero, por El Palito, por el fundo del maestro Madrid. Allá vienen los burreros-decía Luis Jiménez, pero no eran burras lo que íbamos a buscar, era topochos, yuca, auyama, mangos, mamòn, algarrobas, merey, y a bañarnos en la alcantarilla del caño, que ya nos es caño, ahora solo es otro recuerdo. De esos lugares regresábamos cargados con sacos y cargados de alegría, era una alegría pura, se nos fue esa alegría con esos años. Pasaron aquellos años pero quedó Pueblo Viejo, el primer pueblo, el del Marqués, y nos quedó la escuela donde también aprendimos, la que ahora recordamos como se recuerdan las cosas buenas: con mucho agrado y verdadera gratitud.   


FUENTE: ALJER “CHINO” EREÙ.-.

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