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lunes, 22 de junio de 2020

EL FUGITIVO







EL FUGITIVO


Era una de esas noches estrelladas y neblinosa. Fresca y perfumada con aromas de la flora sabanera. La luna asomaba su faz de delicada presencia, detrás de un lucero cabestrero, que sorteaba su salida a través de un enjambre de cabrillas en el cielo de mayo. Un rumor lejano de un trueno errabundo presagiaba el aguacero.        ·
El cuchicheo de unos patos güiriries, que volaban en medio de la noche, despertaron el ánimo soñoliento del ingrimo caminante; envuelto en una sensación de compañía invisible, que algunos mientan como el « Espíritu de la Sabana».
Así en esta soledad profunda, cortando las sombras y rumbeando caminos; iba un hombre a caballo con una idea fija en su mente: llegar a la casa de su compadre Teodoro, antes de la una de la mañana de ese mismo día; para emprender otra jornada, ya no solo, sino en compañía de su compadre. Muy poco faltaría para la hora prevista, cuando divisó allá a lo lejos, el chisporretear de un humo y le sorprende un olor característico y familiar a bosta quemada. Su caballo relinchó. Él suspiró profundo como tramoleando un recuerdo, sacó la cajeta del chimó y se metió una mascada a la boca que traía reseca por efectos
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del estrés del viaje y tantos pensamientos que remolineaban en su cabeza. Se acercó al «guardián del humo» para ser recibido por el lánguido ladrar de un perro soñoliento; llegó a la puerta del tranquero y dio los buenos días al unísono con el canto de un gallo que se sacudía en las ramas de un totuma. Todo quedó en silencio, ni el perro quiso seguir ladrando, repitió los buenos días y espero un instante ...Al fin le contestó una voz a sus espaldas, solo voz, porque el bulto estaba oculto detrás de un gran matapalo centenario que vigilaba permanentemente con su imponente follaje a los predios del paradero.
- Caramba compadre Teodoro - de dónde sale o es que me estaba esperando, preguntó Melquíades.
- Lo que pasa es que el que ha «mordí macagua bejuco le para el pelo. Usted sabe - continuó Teodoro - que por aquí hay muchos bandoleros, sobre todo de allá del otro lado. Y ahora dígame: a que se debe su presencia en está mi casa, a tan tempranas horas de la mañana.
Bueno compadre Teodoro, dijo Melquíades:
- Vengo en cumplimiento de una difícil comisión, que aspiro cumplirla con su ayuda, más por honor  que por deber. Vengo detrás de Brigidito Cuervo. Quién ésta mañana mató de dos disparos a Mano Hilario, mi suegro.
La noticia cayó muy mal y corrió como reguero de pólvora entre la familia de Teodoro. Hubo lágrimas y sollozos. Mano Hilario como cariñosamente le mentaban, era muy querido por esos lados de la frontera.
Eran aquellos días, cuando la frontera colombo - venezolana la conformaban unas palmas tendidas en el suelo dividiendo a dos pueblos, a dos estados. Al Estado venezolano del Estado Colombiano. Al pueblo de Elorza del pueblo del El Viento. Esa «Raya» como eufemísticamente se le llamaba, constituía una potencial licencia para matar. Se mataba y con solo dar un paso, te resguardabas de la justicia del estado dónde cometías el delito.
Compadre Teodoro, dijo Melquíades:
- Tenemos necesariamente que llegar lo más antes posibles al «Paso de las Mulas» allá a orillas del río Arauca, pasadero ineludible del criminal que procurará tomar el atajo más cercano a la raya antes del amanecer; razón que nos obliga a darnos prisa. Nos vamos en un solo caballo, así haremos menos bulto. Hay que ir preparado a cualquier vaina, - dice Melquíades. Este hombre es peligroso, conoce el camino y sabe que lo persiguen. Aparte de esto es muy fino con el 38, dónde pone el ojo deja el hueco.
- Vamos con Dios- dijo Teodoro-
Manoseando una escopeta morocha calibre doce marca Winchester, y saltando felinamente en el anca del zaino de su compadre Melquíades, que salió caminando de mala gana por la extrañeza del peso adicional. Se pusieron las mantas, atuendo propio del llanero alto­ apureño y emprendieron camino, bajo una luna media turbia por efectos de las rumazones del cielo de mayo.
Muchos  pensamientos  ocupaban   la  mente  de  los cabalgantes.  A eso de las tres de la mañana allá lejos como una noche entre la noche, se divisa una gran sombra negra densa e irregular; vista así por consecuencia de la borrasca   producida   por   la   neblina   de  densidad heterogénea. Eran las riberas del o Arauca en cuyas barrancas se conformaba el anhelado «Paso de las Mulas».
Para llegar al Paso de las Mulas, había que atravesar una pica o camino entre  malezales de mediana altura. Y a medida que se avanzaba hacia la ribera, se hacía más prominente la arboleda selvática, más arrogante, más próxima. Los cabalgantes sentían las caricias del rocío madrugador, por enésima vez hurgaron sus cajetas de chimó que les ayudaba a mantener el silencio en dos horas y media de camino en total mudez. Al fin Melquíades habla a media voz, para trazar estrategias en previsión de cualquier eventualidad.
-       Preparémonos compadre Teodoro, para el lance que nos espera - insiste Melquíades.
-  Sííí contestó Teodoro, con voz temblorosa de miedo o de frío.
Siguieron rumbo al Paso de las Mulas. Un cuarto de hora más y estaban entrando a la ansiada pica. Todo en ellos era tensión. Cada sombra, cada hoja o conejo que saltaba en la hojarasca, les alteraba los nervios. Para colmo unos burros que pastaban en una calcetica aledaña al camino; se espantaron con mucho y violento esporororo, causando  gran confusión entre los compadres. Teodoro abrazó a Melquíades por la cintura y cayeron al suelo sin previo aviso. El caballo se encabistró y el revólver de Melquíades rodó y la escopeta se le partió la caja. Superado este mal rato, prosiguieron la marcha. La tensión seguía, cada hoja que el viento movía les aceleraba el corazón al máximo. Por fin ya muy cerca del ansiado paso y oliendo los néctares del  jarizal ribereño, como cosas del diablo, les ocurrió otro percance; uno de los burros que hacía rato se había espantado de ellos venía como un desenfrenado tren en bajada, en idílica persecución nupcial de una de sus congéneres, con tal estruendo que los amorochados jinetes se asustaron tanto, que en vez de correr hacia delante, salieron al contrario y se bocharon en plena carrera con los enamorados cuadrúpedos. Ahora si la pusieron de Oro. Esparcidos por el suelo y adoloridos por tremendo encontronazo; habían perdido el armamento...La escopeta se terminó de partir y se le perdió la caja, encontrando solamente el cañón. El revólver de Melquíades desapareció como por parte de magia. El caballo se espaletó. A todas éstas, siendo las cinco y un poco más de la mañana, entre dolor y mareos; escucharon el retrate de unos pasos que venían por el mismo camino donde yacían más muertos que vivos. Era Brigidito Cuervo en persona, montado en una mula zaina negra que venía apurado por los resplandores de la  aurora, rumbo a la  «Raya» de la injusticia. Ni el quejido del caballo espaletado lo detuvo. Se fue.

Texto de Ramón Oviedo del libro Sabaneando mis Recuerdos.


 
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