EL FUGITIVO
Era una de esas noches
estrelladas y neblinosa. Fresca y perfumada
con aromas de la flora
sabanera. La luna
asomaba su faz de delicada presencia, detrás de un lucero
cabestrero, que sorteaba
su salida a través de un enjambre de cabrillas en el cielo
de mayo. Un rumor lejano de un trueno errabundo presagiaba el aguacero. ·
El cuchicheo de unos patos güiriries, que volaban en medio de la noche, despertaron el ánimo soñoliento del ingrimo caminante; envuelto en una sensación de compañía
invisible, que algunos
mientan como el « Espíritu de la Sabana».
Así en esta soledad profunda, cortando las sombras
y rumbeando caminos; iba un hombre
a caballo con una idea fija en su mente: llegar a la casa de su compadre Teodoro, antes de la una de la mañana de ese mismo
día; para emprender otra jornada, ya no solo, sino
en compañía de su compadre. Muy poco faltaría
para la hora prevista, cuando divisó
allá a lo lejos, el chisporretear de un humo y le sorprende un olor característico y familiar
a bosta quemada.
Su caballo relinchó.
Él suspiró profundo
como tramoleando un recuerdo, sacó la cajeta
del chimó y se metió una mascada a la boca que traía
reseca por efectos
del estrés
del viaje y tantos pensamientos que remolineaban en
su cabeza. Se acercó al «guardián del humo» para ser recibido por el lánguido
ladrar de un perro soñoliento; llegó a la puerta
del tranquero y dio los buenos días al unísono con el canto
de un gallo que se sacudía en las ramas de un totuma. Todo quedó en silencio, ni el perro quiso seguir ladrando, repitió los buenos días y espero un instante ...Al fin le contestó una voz a sus espaldas, solo voz, porque el bulto estaba oculto
detrás de un gran
matapalo centenario que
vigilaba permanentemente con su imponente follaje a los predios
del paradero.
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- Caramba compadre Teodoro - de dónde sale o es que me estaba esperando, preguntó Melquíades.
- Lo que pasa es que el que ha «mordía» macagua bejuco le para el pelo. Usted sabe - continuó Teodoro - que por aquí hay muchos bandoleros, sobre todo de allá del
otro lado. Y ahora
dígame: a que se debe su presencia en está mi casa, a tan tempranas horas de la mañana.
Bueno compadre
Teodoro, dijo Melquíades:
- Vengo en cumplimiento de una difícil
comisión, que aspiro cumplirla con su ayuda, más por honor
que por deber. Vengo detrás de Brigidito
Cuervo. Quién ésta mañana mató de dos disparos a Mano Hilario,
mi suegro.
La noticia
cayó muy mal y corrió
como reguero de pólvora entre la familia
de Teodoro. Hubo lágrimas
y sollozos. Mano Hilario como cariñosamente le mentaban, era muy querido
por esos lados de la frontera.
Eran aquellos días, cuando la frontera colombo
- venezolana la conformaban unas palmas tendidas en el suelo dividiendo a dos pueblos,
a dos estados. Al Estado venezolano del Estado
Colombiano. Al pueblo
de Elorza del
pueblo del El Viento. Esa «Raya» como eufemísticamente se le llamaba, constituía una potencial licencia para matar. Se mataba y con solo dar un paso, te resguardabas de
la justicia del estado dónde cometías el delito.
Compadre Teodoro, dijo Melquíades:
- Tenemos necesariamente que llegar lo más antes posibles al «Paso de las Mulas» allá a orillas del río Arauca, pasadero ineludible del criminal que procurará tomar
el atajo más cercano a la raya antes del amanecer; razón que
nos obliga a darnos prisa. Nos vamos en un solo caballo, así haremos menos
bulto. Hay que ir preparado
a cualquier vaina, - dice Melquíades. Este hombre es peligroso, conoce el camino
y sabe que lo persiguen. Aparte de esto es muy fino con el 38, dónde pone el ojo deja el hueco.
- Vamos con Dios- dijo Teodoro-
Manoseando una escopeta morocha
calibre doce marca Winchester, y saltando
felinamente en el anca del zaino de su compadre
Melquíades, que salió caminando de mala gana por la extrañeza
del peso adicional. Se pusieron las mantas, atuendo propio del llanero
alto apureño y emprendieron camino, bajo una luna media turbia por efectos
de las rumazones del cielo de mayo.
Muchos pensamientos ocupaban la mente
de
los cabalgantes. A eso de las tres de la mañana allá lejos como
una noche entre
la noche, se divisa una gran
sombra negra densa e irregular; vista así por consecuencia de la borrasca producida por
la
neblina
de densidad heterogénea. Eran las riberas del río Arauca en cuyas barrancas se conformaba el anhelado «Paso de las Mulas».
Para llegar al Paso de las
Mulas, había que atravesar una pica o camino entre malezales de mediana
altura. Y a medida que se avanzaba hacia la ribera,
se hacía más prominente la arboleda
selvática, más arrogante, más próxima.
Los cabalgantes sentían las caricias del rocío madrugador, por enésima vez hurgaron
sus cajetas de chimó que les ayudaba a mantener el silencio en dos horas y media de camino en total mudez.
Al fin Melquíades habla a media voz, para trazar
estrategias en previsión
de cualquier eventualidad.
-
Preparémonos compadre Teodoro, para
el lance que nos espera
- insiste Melquíades.
- Sííí contestó Teodoro, con voz temblorosa de miedo o de frío.
Siguieron rumbo al Paso de las Mulas. Un cuarto de hora más y estaban entrando
a la ansiada pica. Todo en ellos era tensión.
Cada sombra, cada hoja o conejo que saltaba en la hojarasca, les alteraba los nervios. Para colmo unos burros que pastaban
en una calcetica aledaña al camino; se espantaron con mucho y violento esporororo, causando
gran confusión
entre los compadres. Teodoro
abrazó a Melquíades por la cintura y cayeron al suelo sin previo aviso.
El caballo se encabistró y el revólver
de Melquíades rodó y la escopeta
se le partió
la caja. Superado este mal rato, prosiguieron la marcha. La tensión seguía, cada hoja que el viento
movía les aceleraba el corazón al máximo.
Por fin ya muy cerca del ansiado paso y
oliendo los néctares
del jarizal ribereño, como cosas del diablo,
les ocurrió otro percance;
uno de los burros que
hacía rato se había espantado de ellos venía como un desenfrenado tren en bajada, en idílica persecución nupcial de una de sus congéneres, con tal estruendo que los amorochados jinetes se asustaron
tanto, que en vez de correr hacia delante, salieron al contrario
y se bocharon
en plena carrera
con los enamorados cuadrúpedos. Ahora si la pusieron de Oro. Esparcidos por el suelo y adoloridos por tremendo encontronazo; habían perdido
el armamento...La escopeta se terminó de partir y se le perdió la caja, encontrando solamente el cañón. El revólver de Melquíades desapareció como por parte de magia.
El caballo se espaletó.
A todas éstas, siendo las cinco y un poco más de la mañana, entre dolor y mareos; escucharon el retrate de unos pasos que venían por el mismo camino donde yacían más muertos que vivos.
Era Brigidito Cuervo
en persona, montado
en una mula zaina negra que venía apurado por los
resplandores de la aurora, rumbo a la «Raya» de la injusticia. Ni el quejido
del caballo espaletado lo detuvo. Se fue.
Texto de Ramón Oviedo del libro Sabaneando
mis Recuerdos.
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