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lunes, 21 de junio de 2021

EL PATIQUÍN DE EL REMOLINO

 


EL PATIQUÍN DE EL REMOLINO

Autor: Hugo Arana

Continuando con los ensayos publicados en la serie HISTORIA AMENA, en esta ocasión, les traigo otro terrorífico cuento fantasmal llanero de mi autoría, que en honor a una popular cantina llamada EL REMOLINO, que funcionaba en una casona de adobe, techo de tejas y numerosos portones, característicos de las llamadas CASAS DE VECINDAD, que se hallaba situada en el ángulo sureste de la intersección de las calles Sucre y Coto Paúl del Barrio El Mamón (actual Centro Valle) del bucólico San Fernando de principios del siglo veinte, se me ocurrió GARABATEAR esta espantosa narración titulada EL PATIQUÍN DE EL REMOLINO…

Nuevamente les doy las gracias a los artistas plásticos y a los fotógrafos profesionales o aficionados, quienes con sus hermosos lienzos y sus bonitas y coloridas imágenes contribuyen a facilitar la comprensión de estos trabajos. En este caso me felicito, por cuanto, los dibujos y algunas de las fotografías a color son de quien ha garrapateado estos GARABATOS… ja, ja, ja.

1. EL PATIQUÍN DE EL REMOLINO

Género: Cuento fantasmal llanero

Autor: Hugo Arana Páez HARPA

Esos jóvenes que tienen el mal hábito de convertir los días en noches y las noches en días, algunas veces no les va muy bien; me refiero a esos tercios que acostumbran frecuentar las tabernas y los botiquines de mala muerte y demás lugares NON SANCTOS, quienes después de estar hasta altas horas de la madrugada moliendo más caña que un trapiche nuevo en febrero y de pasar largas horas tras los fustanes de las cortesanas de oficio de esos lugares, al marcharse rumbo a sus hogares, evitaban pasar a esas horas frente a la vieja iglesia catedral construida por el Presidente Raimundo Fonseca a finales del siglo XIX, porque los viejos y viejas sanfernandinos contaban que en ese templo fue enterrado Fray Buenaventura de Benaocáz, uno de los fundadores y primer cura (Curador de almas) de San Fernando y en torno a ese hecho, se había tejido la leyenda que por los lados del templo, salía a medianoche el viejo sacerdote con un látigo en la mano a flagelar a esos tercios que a esa hora andaban buscando lo que no se les había perdido… ja, ja, ja; amén de esa espantosa visión, también había la leyenda que los que a esas horas atinaban a pasar por la casa de Dios, veían unas largas procesiones de horribles hombres y mujeres orando con una vela en una mano y un rosario en la otra rumbo al templo. Contaban los viejos sanfernandinos que esas eran las ánimas en pena de los Chivatos y Chivatas que habían sido sepultados en esa iglesia, quienes para salir de penas, agarraban a los tercios que andaban parrandeando por los lados del sagrado lugar y sin ton ni son, para que dejaran de andar en malos pasos, los zampaban a empujones pa´ la iglesia. Por cierto, los habituales borrachones, conocedores de esas leyendas, para evitar toparse con esas horribles criaturas, preferían dar un largo rodeo y no encontrarse con alguno de aquellos horrorosos espíritus...

En una madrugada del mes de mayo del año 1923, el joven Joseíto Tovar, a quien sus amigos apodaban cariñosamente Chepito, iba bien palotiao dando traspiés rumbo a su hogar situado en la intersección de las calles Plaza y Bolívar, donde como todas las noches lo esperaba su angustiada madre, doña Milagros de Tovar; quien cada vez que el parrandero se iba de juerga le encomendaba su alma a las ánimas benditas y para que lo libraran de todo mal, fervorosamente, les encendía una vela en un rincón de una de las enormes habitaciones de la vetusta casona. Es que el muy tarambana, no le hacía caso a las consejas de doña Milagros, la viuda que un año antes, había perdido a su esposo el 20 de mayo de 1922, quien junto a otros amantes de la libertad, hizo causa común con el general trujillano Waldino Arriaga Perdomo, quien alzado en armas contra el tirano de La Mulera, Juan Vicente Gómez, intentaría tomar la sede del Poder Ejecutivo del Estado Apure y de allí, marchar triunfante con su montonera rumbo a Caracas. Con nostalgia, doña Milagros, recordaba que ese día se había cansado de hacer cambiar de idea a su amado esposo…

-¡Por Dios, hombre no vayas con el general, que te van a matar!

Pero inmutable, Miguel Tovar, que así se llamaba el terco marido, no atendía a los ruegos de su desesperada compañera.

-¡No mujer, por nada del mundo voy a dejar de ir a esa cita, donde me la voy a jugar en esa pelea, la cual es por la libertad, si hoy derrotamos a Cara e´ gallina (así apodaban los apureños al gobernador del Estado Apure, el doctor y General Hernán Febres Cordero), el General Arriaga, va a ser Presidente del Estado y nos vamos a acomodá ¿Acaso no te has dado cuenta que voy a cambiar el menudo por la morocota?…. ja, ja, ja. ¡Quédese tranquila que a mí ná me va a pasá! Pa´ eso cargo este escapulario de la virgen del Carmen...que me protege de todo mal… ja, ja, ja.

-¡Por favor Miguel, te lo ruego, no vayas, hazlo por esa criatura…!

Era el año 1923, hacía apenas un año que su esposo había fallecido víctima de un balazo en la cabeza, cuando junto al General Arriaga, comandaba un grupo de insurgentes alzados en armas, quienes fueron emboscados por las tropas del gobierno, las cuales estaban atrincheradas en el Palacio Fonsequero, esperando el ataque de los rebeldes, quienes fueron repelidos fácilmente. Uno de los que iba al frente de los insurrectos era el padre de Chepíto; Don Miguel Tovar, quien valientemente tomó posición en la Plaza Libertad, frente a Palacio y fue allí cuando recibió la descarga de un máuser que incontinenti lo dejó tendido en ese parque. Igual suerte corrieron muchos de sus compañeros, incluido el General Arriaga, quien en su mula iba gravemente herido rumbo a la casa de su amigo y vecino Don Pancho Echenique, donde finalmente el aguerrido general fallecería...

En un rincón de su casa se hallaban abrazados Chepito y doña milagros, quien al pie de un bonito altar rogaba a los santos cuidaran a su esposo. Asimismo, temblorosa escuchaba el estruendo de la fusilería; intuía que unas cuadras abajo, Miguel junto a sus compañeros, estarían atacando furiosamente a las tropas del gobierno... De pronto, atinó a escuchar frente a su casa, el ruido de cascos y relinchos de caballos pasar en veloz carrera por la polvorienta Calle Bolívar; eran los gritos de los alzaos y el tropel de sus caballos en estampida que junto al toque de corneta de retirada, anunciaban la trágica derrota. A su mente acudían malos pensamientos que se expresaban en el ruego esperanzador….

-¡Dios mío cuídame a Miguel, que tengo este muchachito que todavía está chiquito, que no le suceda nada, hazlo por este niño mi Señor…!

La corneta de los insurgentes llamando a retirada, significaba que la causa estaba perdida. Desde la alcoba comprendió que el ataque degeneró en una aplastante derrota. No habían transcurrido cinco minutos, cuando alguien tocó insistentemente el ancho portón de madera, era uno de los comprometidos quien a gritos la llamaba….

-¡Doña Milagros… Doña Milagros…!

Efectivamente era uno de los compañeros de Miguel, quien afanoso y en retirada, apenas logró espetarle.

-¡Doña Milagros, mataron a Miguel! Lo mataron de un balazo en la cabeza, allá quedó tendió en la Plaza, frente al Fonsequero...

El jinete, luego de anunciarle la infausta noticia, espoleó enérgicamente a la bestia y reinició el raudo galope por la soleada y solitaria calle. Mientras que en la vivienda, la temblorosa y desconsolada madre abrazaba a su pequeño hijo y ambos, unidos en el dolor lloraban inconsolables en el rincón de uno de los aposentos de la vetusta casona...

-¡Dios mío, ¿Qué voy a hacer? ¡Ayúdame mi Dios!

Después de vuelta la calma, los vecinos salieron a socorrer a los heridos y a recoger a los muertos para darles sepultura en una fosa común en el viejo y distante cementerio municipal de la Chimborazo.

Pasados unos meses, la afligida viuda se dedicó a elaborar conservas de coco, buñuelos de yuca y miel de Aricas, majaretes, arroz con leche y a confeccionar camisones a las señoras del pueblo. Así logró educar a Chepito, al que mandaba a la escuelita de las hermanas Márquez, hasta que se fue haciendo un hombrecito y pudo ingresar al Colegio Miranda, donde cursó hasta el tercer año de Educación Media. En ese sentido, el joven comprendía que debía continuar los últimos años de bachillerato en Caracas, asimismo, entendía que su madre no podría costearle su estancia en la capital. Hasta que un día el muchacho decidió informarle lo qué haría con su vida.

-¡Mamá, quiero contarte que don Enrique me ofreció trabajo en su negocio!

¿Qué Enrique es ese, hijo?

-Mamá, Don Enrique, allá en el Barrio El Mamón, el dueño de la empresa ENRIQUE LIGERÓN situada frente al Puerto Barbaritero.

- ¡Ah, ya sé quién es! ¿Y los estudios, qué vas a hacer?

-¡Los dejaré mamá! Porque tú no tienes como mandarme a estudiar en Caracas.

Movido por el deseo de ayudar a su madre, el joven Chepito González, comenzó a trabajar en la Casa importadora-exportadora ENRIQUE LIGERÓN, donde en invierno atracaban los vapores de la Compañía Anónima Venezolana de Navegación CAVN y los vaporeños -así llamaban los sanfernandinos a los marineros de los vapores que llegaban con mercancías procedentes de Trinidad y Ciudad Bolívar- . Por cierto, al arribo de estas naves, el pueblo se enfiestaba, porque algunos habitantes visitaban los barcos adonde iban a curiosear o a comprar exquisiteces, otros a recibir a sus familiares y amigos que venían de Ciudad Bolívar o Trinidad; los caleteros acudían a descargar mercancías y herramientas; asimismo, a bajar los sacos de sal y los muchachos a recoger los granos que caían de los atestados sacos y los más avispados, subían a las naves, donde entraban hasta la cocina a lavar los platos para arrasar con los retallones; pero las que más se alegraban eran las damiselas de los botiquines del pueblo, por cuanto, los vaporeños en las noches se dirigían a esos lupanares a entregarse en brazos de esas cortesanas de oficio. Así fue como Chepíto conoció en EL REMOLINO a Micaela Rodríguez, una agraciada Payareña, quien con apenas dieciséis años de edad, era la flor de ese botiquín. Por cierto, Chepíto al ver a esa hermosa trigueña quedó prendado de ella, haciéndose cliente habitual del negocio. Los viernes y los sábados era frecuente mirarlo en esa cantina, fumando cigarrillos BANDERA ROJA y emburrándose a cada rato tragos de ron Foatero; mientras que la agraciada Micaela lo hipnotizaba e idiotizaba con sus maliciosas miradas y su insinuante y blanca sonrisa...ja, ja, ja.

Una noche de mayo, bien entrada la madrugada, viendo Micaela, que Chepíto aún permanecía en el lugar y de ñapa, mirándolo más prendió que tabaco e´ bruja; con su voz melosa y su sensual tongoneo, se acercó al mozo y haciéndole una que otra carantoña, le advirtió…

-Mi amor, por qué no te vas, no es que te estoy corriendo, es que es muy tarde y te puede atacar un salteador en una de esas bocacalles, tú sabes que vives lejos de aquí y a estas horas el pueblo está más solo que el pavo e´ La Rubiera… y no quiero que te vaya a pasar nada malo mi amor...

El joven, queriendo justificar su permanencia en el lugar le espetó a la enamorada.

-¡No mi cariño, yo no me puedo ir de aquí, porque tú me echaste pega…

-¿Qué pega te voy a está echando?

-¡Ajá! ¿Acaso esas carantoñas, arrumacos y amapuches que a cada rato me das, no son una pega bien poderosa?…ja, ja, ja.

-¡Hay que vé Chepito… tú eres más loco que una romana e´ palo…ja, ja, ja.

-¡Nada de loco Micaela, lo que sucede es que con tus caricias me tienes más pegao que una garrapata de la teta de una vaca… ja, ja, ja.

-Mi amor, lo mejor es que te vayas, que todavía es temprano y hay gente en las calles. Por favor Chepito vete y así evitas que te vaya a pasar algo malo…

-¿Qué me va a pasar, que no me haya pasado ya…? Ja, ja, ja.

-¡Ja, ja, ja, hay que vé que tú si eres vainero Chepito!

-Además, por si acaso, mira lo que cargo pa´ los salteadores de caminos!

Orgulloso, el joven galán le mostró a la agraciada Micaela un bonito garrote y es que Cheíto, además de parrandero y enamorado, tenía fama de ser buen conocedor de las artes del garrote y de ser un avezado peleador….

-¿Pero y si te sale un muerto?

Respondió la muchacha

-¡No jile mi amor! ¡Qué muerto, ni que espanto! A mí no me asustan esos aparatos, porque muerto sabe a quién le sale y Mapurite a quien peé… ja, ja, ja, y sí ese fuera el caso, a ese muerto lo voy a chaparreá pa´ que más nunca se equivoque con hombres como yo. Además Micaela, usted no se ha dao cuenta que es un palo e´ mujer hecha y derecha y bien hecha y bien derechita que me la hizo Dios… pa´ está creyendo en esas pendejadas…ja, ja, ja.

-No sé mi amor, pero es que tengo un presentimiento, que esta noche te va a pasá algo malo…

Impulsivamente el joven patiquín la agarró por la mano y acercándola a su regazo la besó larga y apasionadamente…

-¿Qué te pasó Chepito…? ¿Qué mosca te picó? Ja, ja, ja…

-¡La culpa es del ron…ja, ja, ja! Así que vaya y tráigame otra botella pa´ seguirla besando…ja, ja, ja.

-¡Mira Chepito! ¿Qué vaina te pasa…?

-¡Guá que esta noche estoy feliz, porque posiblemente mañana vengo a buscarla…¡

-¡Ay Chepito que feliz me haces con ese anuncio…! ¡Si así es la cosa, mañana te voy a está esperando con el traje más bonito de estos laos, el cual, lo mandé a hacer con la más famosa costurera del pueblo para lucírtelo a ti…!

Luego de las mutuas promesas de amor; al fin, el galán decidió marcharse de EL REMOLINO. Eran aproximadamente las dos de la mañana cuando se despidió de su amada Micaela, quien en sus entristecidos ojos se leía el suplicante adiós de no te vayas…

-¡Mi amor! Tengo que irme, acuérdate que mañana bien tempranito, debo pegarme en el corte a trabajar… y acuérdate que mañana te vengo a buscar para que te vayas a vivir conmigo…

-Bueno Chepito, ojala que así sea, tú no sabes cómo deseo irme contigo mi amor. Váyase y que Dios te acompañe, que aquí te estaré esperando. Adiós mi amor, te espero mañana…

-Cuente con eso Micaela, así que tráigase su maleta de una vez, porque mañana vengo a buscarla…

Por las oscuras calles se miraba al borrachón evadiendo los cangilones de las calles de tierra y polvo; quien a pesar de la rasca de Padre y Señor Mío, el hombre andaba derechito y muy aprisa, sabía que en su casa, desde tempranas horas lo esperaba su angustiada madre.

A pocas cuadras de EL REMOLINO quedaba la laguna de Perro Seco, donde a esa hora se escuchaba el trasnochado croar de los sapos y el graznido de algún peregrino alcaraván buscando alimento entre el pajonal. Al llegar a Los Robles cruzó a la derecha por la Arévalo González, así llegó a la Bolívar rumbo a Jobalito. El muchacho andaba presuroso, por cuanto, sabía que su madre estaría en vela esperándolo muy preocupada.

-¡Que vaina! No me traje ni un palo e´ fósforo y a quien le voy a pedí uno pa´ prendé este cigarro, no jile yo si soy pendejo.

Con esa incomodidad en la mente, el mozo, andaba distraído, sin darse cuenta que estaba llegando al pie del solitario campanario de la catedral, cuando en menos tiempo que espabila un cura loco, inesperadamente observó que al pie de esa torre, extrañamente se había apostado un raro hombrecito de largos mostachos y vestido de liquilique blanco y sombrero de fino paño negro.

-¡Qué vaina! Ese tipo parece uno de los policías que cuidan al Presidente del Estado, ojalá no me vaya a requisar, no jile, como son las cosas, no hay nadie en el pueblo y me vengo a topar con la autoridad y yo con este tufo a aguardiente que no lo brinca un venao ¡Qué vaina!

Discurriendo, Chepíto, avanzaba hasta donde se hallaba el extraño personaje, cuando estuvo cerca de él, pudo percatarse que no era un policía, sino un diminuto parroquiano, de mediana edad y de tez trigueña.

-¿Que hará ese tercio ahí solito, a quién esperará? No jile, si me viene a asaltar lo voy a chaparrear pa´ que aprenda a respetá a los hombres.

Como precaución, el mozo agarró el mandador con fuerza y con cautela se acercó al extraño hombrecito.

-¡Buenas, cómo está amigo, tendrá un palo e´ fósforo pa´ prendé este cigarro.

-Si hermano, como no, aquí tiene.

Rápidamente el raro individuo sacó de uno de los bolsillos del liquilique, una caja de fósforos. Al acercarse al diminuto personaje, pudo ver debajo del sombrero un anguloso y pálido rostro. Asimismo exhibía una maliciosa mirada y una extraña sonrisa. Nervioso, Chepito logró encender el cigarro y en señal de agradecimiento le extendió la diestra al extraño ser, notando que sus manos estaban frías, muy frías. Enseguida el nervioso muchacho se despidió del insólito individuo.

-¡Bueno amigo que tenga buenas noches y muchas gracias!

-¡No hay de qué!

Respondió el pálido ser. Chepíto había andado apenas diez pasos, cuando se volteó para preguntarle.

-¿Qué hora será?

El diminuto ser le respondió con una lúgubre y grave voz.

-¡Pronto darán las doce en el reloj de San Pedro en Roma.

Súbitamente, su dedo índice comenzó a crecer de tamaño, hasta alcanzar al minutero del reloj de la alta torre, con el que le indicaba la hora al aterrorizado Chepíto…

-¡Y solo pocos minutos faltan para que en este reloj suenen las cuatro de la mañan…!

Simultáneamente de la boca del enano, salían unos enormes, puntiagudos y afilados caninos. Mientras que una sepulcral y satánica carcajada recorría la oscura y solitaria calle. En la plaza, una fuerte brisa mecía hasta el suelo las matas de mango y Merecure, haciendo caer los verdes frutos. De inmediato el aterrorizado, trasnochado, pálido y sudoroso muchacho, emprendió veloz carrera rumbo a su casa. No había recorrido dos cuadras, cuando vio una extraña multitud de hombres, mujeres, niños, niñas, viejos y viejas que venían en procesión por la calle Bolívar, rumbo a la catedral; el jadeante calavera se detuvo a contarle a uno de aquellos extraños seres, lo que le había sucedido, pero intrigado, observó que las jóvenes, las niñas y las viejas vestían de blanco, mientras que los jóvenes, los niños y los viejos de negro, como si fueran para un entierro. ¿Por qué, esa extraña ropa? Se preguntaba Chepíto. ¿Por qué, todos van rezando y por qué, todos son tan pálidos? Al final del extraño desfile venía un hombre bastante mayor, trajeado de liquilique beige, el joven se alegró y dijo.

-¡Gracias Dios mío! Al fin me encuentro a un ser normal.

Presuroso, el asustado muchacho lo abordó para expresarle lo ocurrido.

-¡Don! Me acaba de pasar algo, allá atrás en la esquina de la catedral me salió un hombrecito vestido de blanco, con un sombrero negro; le pregunté la hora y de repente su dedo índice creció hasta tocar el reloj ¡Ahí está ya lo va a ver!

Seguidamente el aterrorizado muchacho volteó para indicarle al viejo, dónde estaba el extraño ser, pero percibió que ya en la esquina no había nadie. Al contrario la brisa había cesado y la noche estaba tranquila como si nada hubiera ocurrido; sorprendido se volteó para suplicarle al viejo que lo acompañara hasta su casa, pero también, misteriosamente se había esfumado. Nuevamente dirige la mirada hacia el templo y observa que el gentío, extrañamente atravesaba las paredes de la iglesia sin ningún impedimento. En ese instante, el horrorizado parrandero reanudó la carrera por las oscuras y solitarias calles pegando más gritos que una paría ja, ja, ja.

Con la grizapa, Doña Milagros, se había despertado y al escuchar los gritos del muchacho, se lanzó presurosa a abrirle la puerta; quien después de entrar, a todo gañote le suplicaba a la anciana la cerrara de inmediato. Una vez en la alcoba, el empedernido parrandero, tembloroso en el regazo de la madre, le prometía una y otra vez que más nunca volvería a salir a parrandear, porque esa noche le habían pasado cosas espantosas, muy espantosas; mientras que la buena doña Milagros lo consolaba; extrañamente exhibía una maliciosa, extraña e irónica sonrisa, acompañada de una pícara mirada…que asustaba verla…

Habían transcurrido varios meses y el muchacho se había olvidado de la agraciada cortesana de EL REMOLINO, tampoco se le volvió a ver en Botellofón, El Regional, El Kiosco Apure, Verdún, y mucho menos en El Remolino; donde ansiosa con su floreado camisón nuevo lo aguardaba su amada y buenamoza Micaela, quien cansada de esperarlo, se fue a vivir a Ciudad Bolívar con uno de los vaporeños que desde hacía tiempo la pretendía...

Desde entonces, en Ciudad Bolívar, todas las tardes a orillas del Orinoco y con la mirada extendida hacia San Fernando, se observaba a la desdichada Micaela, decir…

-¡Ya sabía yo que ese patiquincito de pueblo no se iba a enseriá conmigo! Por cierto, la última vez que lo vi a cada rato me decía ¡Póngase bien bonita que mañana te vengo a buscar para que te vayas a vivir conmigo…! Y el gran carajo, lo que hizo fue dejarme el pelero hasta el día de hoy ja, ja, ja. Y lo peor del asunto, es que con el cuento de que me iba a buscar para llevarme a vivir con él la noche siguiente, yo me arreglé bien bonita y hasta me estrené el camisón que había mandado a coser con la costurera más afamada del pueblo, la señora Eloína Mejías… ja, ja, ja; eso me pasó por estar de pendeja, creyendo en cuentos de camino y de ñapa, contados por patiquines de pueblo…ja, ja, ja.

La afligida mujer, nunca se enteró de la desventura que aquella infausta madrugada le había pasado a su amado Chepito…

Después se supo en San Fernando que Chepíto no salió más de juerga; apenas cumplida su jornada de trabajo donde Don Enrique Ligerón, se iba derechito para su casa; jamás volvió a ingerir licor y mucho menos pedirle candela a ningún extraño. Mientras Doña Milagros, agradecía a las ánimas la ayuda que le habían prestado. Es que gracias a ellas, el tarambana se transformó en un hombre de bien. Desde entonces, allá en el altar que había dispuesto en el rincón de uno de los cuartos de la vieja casona, la feliz y agradecida viuda, por si acaso, ja, ja, ja…continuó prendiéndole velas a las ánimas benditas para que Chepito jamás VAYA A ANDAR EN MALOS PASOS…

Y Colorín Colorado este cuento se ha… no, no se ha acabado, porque todavía hay muchos botiquincitos de mala muerte regaos por los pueblos llaneros y muchas meseras dispuestas a irse a vivir con cualquier patiquín de pueblo…ja, ja, ja.

 


lunes, 31 de mayo de 2021

LA MATANZA: ANCESTRAL MATADERO DE SAN FERNANDO

 

LA MATANZA: ANCESTRAL MATADERO DE SAN FERNANDO

POR: Hugo Arana Páez

Me referiré a otra magnifica edificación construida por el Presidente del Estado Apure, el sanrafaeleño Raimundo Fonseca (*) a finales del siglo XIX y que hoy sería un valioso patrimonio cultural edificado de La Ciudad de la Esperanza. En honor a esa vetusta construcción he nombrado este trabajo LA MATANZA: ANCESTRAL MATADERO DE SAN FERNANDO; asimismo se hará una aproximación a la vida y obra del matarife del pueblo RAFAEL BENITEZ, mejor conocido como EL CATIRE BENITEZ… ¡Ah! Se me había olvidado decirles que también les entregaré una ñapa, como es el cuento fantasmal llanero de mi autoría, titulado precisamente EL JINETE DE LA MATANZA…

Nuevamente les doy las gracias a los artistas plásticos y a los fotógrafos profesionales o aficionados a ese arte, quienes con sus hermosos lienzos y sus bonitas y coloridas imágenes engalanan y contribuyen a facilitar la comprensión de estos trabajos.

1. LAS MARÍAS Y EL MATADERO DE SAN FERNANDO A PRINCIPIOS DEL SIGLO VEINTE

Referían viejos sanfernandinos que a principios de la centuria pasada, pasaba detrás del viejo cementerio de La Chimborazo el Camino Real que conducía al lejano Paso Apure (actual cruce de la Perimetral norte y la Calle Independencia). Entonces, esa vía era muy transitada por las puntas de ganado que los sudorosos cabestreros con el silbo y la tonada conducían rumbo al centro del país; pero también contaban que a cada rato se miraba, en ambos sentidos, el trajinar de los viajeros a caballo, mula, burro o en carretas rumbo al centro del bucólico San Fernando. Mientras que al oeste de esa vía, en medio del tierrero y desde la casa del hato, conocida como QUINTA LAS MARÍAS (actual Liceo Francisco Lazo Martí) se miraba gozoso a su propietario, el hatero Manuel Mendible, gozando un puyero y observando el interminable ajetreo de hombres, bestias y reses en continuo peregrinar.

LAS MARÍAS contaba con enormes potreros de pasto alparà. Entonces a principios del siglo veinte, había pocos automóviles en Apure por lo que los viajeros debían movilizarse a lomo e´ caballo, mula, burro o carretas. Por cierto, había una ordenanza en San Fernando que en resguardo del ornato del pueblo prohibía el tránsito de jinetes en caballos, mulas o burros y por lo tanto estaban obligados a dejar sus animales en los potreros que se hallaban a la entrada de la ciudad; solamente se permitía el acceso a aquellos cuadrúpedos que traían cargas (arreos de burros) o que tiraran de carretas. En ese sentido, el negocio de los potreros en La Ciudad de la Esperanza era muy rentable, por cuanto, se cobraba un bolívar por día con su noche y así ocurría en LAS MARÍAS, donde los viajeros dejaban sus animales pastando allí; asimismo los cabestreros venidos de los hatos del Medio y Bajo Apure arreando rebaños de hasta trescientas reses, cuando llegaban de tardecita a San Fernando y como ya no podían lanzarlas a las torrentosas aguas del Apure, se veían en la necesidad de empotrerarlas hasta el amanecer. En ese bucólico y aldeano paisaje frente a la Quinta Las Marías (Camino Real de por medio, lo que ahora es la Avenida Miranda) se hallaba el Matadero Municipal, llamado coloquialmente LA MATANZA siendo el matarife oficial EL CATIRE BENITEZ.

El Camino Real era un ancho callejón de tierra que entonces separaba al matadero y al Cementerio de LA QUINTA LAS MARÍAS; por cierto, esa vía pasaba por la Casa de Zinc (un caserón propiedad del libanés Chara Latuff y que antes había pertenecido al General Francisco Antonio Arnao; por cierto, esa rara edificación le dio nombre al actual sector CASA DE ZINC) y su extremo norte empalmaba con El Cañito, por ahí los cabestreros conducían los rebaños de ganado procedentes del Medio y Bajo Apure rumbo al centro del país. LA QUINTA LAS MARÍAS le dio el nombre a la popular barriada LAS MARÍAS donde laboró y vivió durante muchos años el matarife del pueblo apodado EL CATIRE BENITEZ. Seguramente que las reses que iban a beneficiar en LA MATANZA, mientras les llegaba su turno de ser sacrificadas las empotrarían días antes en los corrales de LAS MARÍAS.

2. ¿QUIÉN FUE EL CATIRE RAFAEL BENITEZ?

El matarife de San Fernando era un llanero bragao quien sin ton ni son, donde llegaba se presentaba con su grito sabanero y altanero…

-…“Aquí está El Catire Benítez, carajo”…

Vino de Tinaquillo, Estado Cojedes a principios del siglo veinte, llegó a La Ciudad de la Esperanza a construir sus sueños, se vino por la ruta de El Baúl atravesando montes y haciendo zigzags en los meandros del río Portuguesa, hasta que al fin llegó al río Apure. Desde entonces, El Catire Benítez se convirtió en el Matarife oficial de San Fernando allá en la vieja matanza de la ciudad, situada en la Calle Sucre frente al viejo cementerio municipal de la Calle Chimborazo. En la década de los años veinte, cuando la demanda era mucha se beneficiaban en San Fernando hasta veinte reses diarias. En el desuello de los animales, Benítez tenía como ayudantes a sus hijos mayores para el proceso de voltear las reses y el desprese. En San Fernando contrajo nupcias en dos ocasiones, procreando en ambos matrimonios una numerosa prole que con mucha responsabilidad y cariño formó en su vetusta vivienda de JOBALITO ARRIBA. Cuando era la época de pasar ganado por el Apure rumbo hacia Puerto Miranda, no faltaba el Catire montado en su bien adiestrado caballo EL TUSÓN, una bestia de color negro tinto, un rucio potrón al cual había enseñado MAÑAS y cuando los muchachos del pueblo lo veían, lo esperaban para decirle.

-Catire espántale los mosquitos al caballo.

Inmediatamente Benítez espoleaba al noble bruto y lo amenazaba con la rienda y el caballo tiraba un par de patadas en el aire, demostrando su buen entrenamiento al que lo había sometido su propietario a quien jamás lo hizo quedar mal parado. En esa época al Matarife se le pagaba cinco bolívares (un fuerte) por el desuello de cada res y veinte bolívares por ayudar a tirar el lote de ganado candelariero y cachalero (mañoso) para el otro lado del río. Supongo que El Catire Benítez competiría de tú a tú con el cabestrero Ángel María Nieves, en las riesgosas faenas de tirarse junto a las reses a las caimanosas y torrentosas aguas del Apure.

Se dice que una vez cumplidas las faenas y después de haber recibido la paga, el Catire hacía dos montoncitos con las monedas recibidas y después de apiladas, sonriente exclamaba en voz alta, como para que todos los presentes lo oyeran.

-Este montoncito de aquí es para la vieja y mis sutes, que algún día me lo agradecerán y éste otro.....y se quedaba callado un rato, para que los curiosos le preguntaran…

- ¿Y el otro montón Catire…?

-¡Gua! El otro es pa´ echame un palo e´ berro, guásima o ponsigué por el pueblo.

Y dicho esto, le echaba la pierna al TUSÓN y con los ojos bien pelaos que hacían juego con su rubia piel y la rojiza pelambre que caía sobre sus musculosos hombros, hacían pensar en el Catire Páez en Mucuritas, en Las Queseras o en El Yagual; así se veía a Benítez, envalentonado como un furioso centauro llanero galopando por las solitarias y polvorientas calles del pueblo. De igual manera, cuando El Catire iba en su caballo El Tusón, se dejaba escuchar su tonada y su verso a flor de labios con una voz nasal y ya bien conocida de los parroquianos. En los barrios populares se corría la voz…

-Ya se rascó el Catire Benítez a guardar los muchachos porque ya el rucio va a estar espantando mosquitos en las pulperías...

Y en efecto así era. En ese tejemaneje se le veía al Catire presentándose con su erguida figura en su caballo, cual CENTAURO LLANERO tocando el marco de las puertas con su chaparro en la mano, mientras que con una cuarteta en octosílabo solicitaba al cantinero o al pulpero le sirviera un trago preparado a base de aguardiente y ponsigué, guásimo o berro o qué sé yo con qué otra vaina lo preparaban ja, ja, ja.

Écheme un berro bien fuerte,

que tengo el cuerpo mojao,

démelo por el lado tuerto

que ese no se me ha anegado

De un solo sorbo ingería la infusión fuerte y amarga. Enseguida halaba la rienda hacia atrás y ya la noble bestia sabía que se iba a otro lado con hombre y tonada por las calles. Pero El Catire pensaba siempre en su vieja y los sutes como cariñosamente él los nombraba. En ese sentido, compró a un lado de LA MATANZA un terreno para construirle una vivienda a su familia; las escrituras fueron redactadas por el escribano Don Rafael Pérez Flores, quien vio un pingüe negocio en un terreno en los extramuros de la ciudad (esa propiedad estaba situada en La Calle Sucre, frente al lejano cementerio de La Chimborazo y que hoy por el crecimiento del pueblo ahora se halla en el centro de la ciudad ja, ja, ja).

En una ocasión en que andaba en el rucio por la Calle Comercio cruce con Calle El Encuentro (antes La Puerta), se introdujo en la pulpería de Don Manuel Márquez y a petición de uno de los clientes, quien le pidió que EL TUSÓN espantara los mosquitos, enseguida el hombre espoleó al caballo para que largara el par de patadas, pero con la mala suerte que la puntería del bruto no fue tan certera en patear a la imaginaria mosca en el aire, en cambio la coz la dio de lleno al portón de madera del negocio, abriéndolo en dos piezas. Don Manuel hombre también de pueblo y experiencia, observó cuidadosamente los daños que causó el impacto del animal, sin inmutarse comento.

-Catire, registra el caballo a ver si se te ha malogrado.

Por buena suerte, el noble animal no sufrió ningún daño. Por supuesto, el apenado catire quiso salir dando disculpas a Don Manuel e irse a echar el guamazo en otro negocio, pero el bondadoso y sonriente pulpero lo contuvo.

-No sea pendejo Catire, usted no vino aquí a pedir disculpas sino a echarse un pepazo, sepa que mi aguardiente no me la desprecia nadie y menos El Catire Benítez, que es mi amigo y para que veas, hoy no te lo voy a cobrar.

Inmediatamente los presentes celebraron el evento echándose cada uno un palo de Padre y Señor mío ja, ja, ja. Esas expresiones de afecto de Don Manuel, fueron celebradas con carcajadas por los parroquianos quienes vieron un poco amoscado al catire y entre bromas le preguntaron socarronamente....

- Catire ¿Cuándo vuelves por aquí?

Y éste muy respetuoso, les respondió.

-Dejen la broma, que Don Manuel es un hombre muy decente.

Asi era de sencillo todo en el pueblo, que observaba como algo natural ver al Catire cuando muy rascado se apeaba del caballo y se amaraba la rienda a la pierna y echaba un sueñito donde mejor le parecía. Los viandantes al mirarlo en esas condiciones, solo comentaban.

-A vaina se rindió por fin el hombre.

Asi fue la vida de este simpático cojedeño quien se sembró en esta tierra para siempre. Hoy El Catire Benítez reposa en el antiguo cementerio municipal de La Chimborazo frente a su casa de familia. Ya por las calles de San Fernando no se oye el grito altanero de EL CATIRE BENITEZ comprando con su célebre cuarteta en las desaparecidas pulperías un pepazo, un guamazo o un tarrayazo…

Écheme un berro bien fuerte,

que tengo el cuerpo mojao,

démelo por el lado tuerto

que ese no se me ha anegado

Tampoco se escucha el relincho del simpático y bien entrenado TUSÓN espantando a patadas imaginarias moscas en el aire… Tampoco está la emblemática edificación LA MATANZA situada exactamente donde ahora funciona el Centro de Diagnóstico Integral CDI que se halla en la Plaza Miranda, frente a la Avenida Miranda, la Escuela Avelina Duarte y el Liceo Francisco Lazo Martí.

3. EL JINETE DE LA MATANZA

Género: Cuento fantasmal llanero

Autor: Hugo Arana Páez HARPA

En la calle Sucre, entre las actuales Avenidas Chimborazo y Francisco de Miranda, frente a la fachada norte del viejo cementerio de la Chimborazo, contaban los vecinos de principios del siglo veinte, que muy cerca del matadero de la ciudad, mejor conocido como LA MATANZA que a medianoche veían a un extraño jinete, quien montado sobre un enorme caballo negro a todo galope y a lo largo de la Chimborazo se desplazaba y al llegar a la esquina El Embarcadero (ángulo noroeste de la intersección de las calles Sucre y Chimborazo), doblaba por la calle Sucre rumbo a Las Marías (antiguo hato de la familia Mendible donde ahora se halla la sede del Liceo Francisco Lazo Martí) para detenerse bruscamente frente al portón de una de las antiguas viviendas aledañas al matadero del pueblo. Parado frente a la vivienda, el misterioso jinete a quien no se le veía la cara, trajeado de sombrero alón de pelo e’ guama negro y envuelto en una cobija de pelo negro ordenaba a la bien entrenada bestia destrozara a patadas el portón de la vetusta casona. Estando en esa afanosa tarea el zaino negro parado en dos patas y profiriendo fuertes relinchos, llenaba el ambiente de terror y de polvo... Después de producir un gran alboroto, jinete y montura, desaparecían misteriosamente ante la vista de los audaces curiosos, quienes por un postigo de las desvencijadas ventanas de madera se habían atrevido a mirar a aquel extraño jinete.

Los viejos sanfernandinos contaban que ese caballo era El Tusón que pertenecía al matarife del pueblo El Catire Benítez, quien durante muchos años vivió al lado de La Matanza, donde además trabajó hasta su retiro. También referían otros viejos sanfernandinos que en vida veían a medianoche a EL CATIRE BENITEZ pavoneándose sobre su caballo y alardeando por las polvorientas calles del pueblo de ser un excelente jinete y de poseer un bien entrenado y magnifico caballo. Otros aseguraban que de madrugada miraban al Catire Benítez sentado en la acera del cementerio sujetando a su caballo Tusón y que al voltear notaban que misteriosamente había desaparecido y solo alcanzaban a escuchar el relincho de la bestia. Por lo que algunos decían.

¡Ah vaina! el ánima del Catire Benítez, todavía anda penando...

También, otros vecinos referían que hacía muchos años, cerca de ese matadero fue asesinado por motivos pasionales un parroquiano, quien en vida siempre andaba sobre un hermoso y brioso corcel negro retinto enamorando mozuelas y aseguran que quien lo mató era un vecino del lugar y que por eso a medianoche el jinete, cual alma en pena, venía a perturbar el sueño de su asesino. Esta versión es aceptable, por cuanto, se decía que el presunto criminal, tal vez atormentado por la molesta y terrorífica visión, puso fin a su existencia, ahorcándose de las ramas de una mata de mamón que se hallaba en el patio de su casa. Por cierto, desde que el tercio se las puso, que peló el diente o que dejó el pelero ja, ja, ja, más nunca los vecinos escucharon los relinchos del caballo zaino, ni tampoco volvieron a ver a medianoche al desconocido jinete espantando a los vecinos de LA MATANZA.

Y Colorín Colado…este cuento…no ha acabado porque por ahí hay mucho muerto botando basura… aunque los vecinos de LA MATANZA, desde que el criminal se ahorcó duermen a pierna suelta hasta que Dios amanece… ja, ja, ja.

(*) RAIMUNDO FONSECA. Fue un militar y político nacido en San Rafael de Atamaica, Estado Apure el 15 de marzo de 1844 y fallecido en Caracas el 28 de julio de 1921. Ingresa en la carrera de las armas el año 1858 al lado de su padre, quien se encuentra al mando de las caballerías del Bajo Apure. Combate en la Guerra Federal, bajo las órdenes del General Pedro Manuel Rojas (1862). Ascendido a Capitán, en las campañas de Barinas, Apure y Portuguesa, distinguiéndose en el combate de Ospino (15-2-1863) y en las tomas de Guanare y San Fernando de Apure (abril 1863). Retirado a la vida privada después de la firma del Tratado de Coche. Toma nuevamente las armas bajo las órdenes de los generales Pedro Manuel Rojas y Manuel Ezequiel Bruzual, en defensa del gobierno del presidente Juan Crisóstomo Falcón contra la Revolución Azul (1868). Como comandante de las caballerías del Bajo Apure se une a la Revolución del General Antonio Guzmán Blanco (1870), distinguiéndose luego en la Campaña de Apure contra el General Adolfo Antonio Olivo, El Chingo (1871), durante la cual es nombrado jefe de operaciones del Bajo Apure y es ascendido al grado de General de División. Posteriormente es designado Presidente del Estado Apure (lapso 1873-1877) donde se dedica a construir numerosas obras públicas en San Fernando (Iglesia Catedral, Palacio de Gobierno conocido coloquialmente como El Fonsequero, el Cementerio Municipal de la Calle Chimborazo, la Logia Candor 27, La Plaza Libertad y el matadero, conocido popularmente como LA MATANZA). En el lapso 1877-1878 es electo Senador por Apure. En 1879 organiza el ejército del Estado Apure a favor de la revolución (1879). Presidente encargado del Estado Apure. En 1886-1887 es propuesto como candidato a la presidencia de la República en los comicios de 1887. Ministro de Guerra y Marina (1888). Vuelve a figurar como delegado por el Estado Guárico y primer vicepresidente en la Asamblea Plebiscitaria de La Victoria a favor del regreso a la presidencia de Cipriano Castro (1906) y como delegado por San Fernando de Apure en el Congreso de Municipalidades celebrado en Caracas en 1911.

FUENTES:

Hemerográficas:

LAPREA SIFONTES, Pedro El Catire Benítez, El Llanero, San Fernando 27-6-1985, Año X Nro. 465


BANDA DE MUSICA BOLIVAR DE SAN FERNANDO DE APURE

 



La música, ese arte de combinar los sonidos y hacerlos agradables al oído, ha llevado a hombres y mujeres a deleitar a los apureños por 150 años con las célebres retretas, constituyendo lo que hoy se conoce como la "Banda de Música Bolívar". Demos un paseo por la historia de esta agrupación. El 24 de Octubre de 1871 el general Adolfo Antonio Olivo toma por asalto a San Fernando, adueñándose del poder regional.

 Inicia la organización del mismo y trae una banda musical para los actos protocolares, a manera de estar a la altura de las ciudades del centro del país, donde empezaban a proliferar estos conjuntos marciales al estilo europeo. Desde Ciudad Bolívar llegan doce músicos y el director Quirico Caballero. Es bautizada con el nombre "Banda de Música Piar". El 02 de marzo del siguiente año el general Ignacio Avendaño, presidente provisional del estado, ordena reestructurarla y la llaman "Banda Avendaño", bajo la batuta del mismo director, quien funda una escuela de música. 


El 17 de agosto de 1874, por decreto de la Asamblea Legislativa regional, sufre nuevas modificaciones y desde entonces se le conoce como "Banda Apure". El 02 de enero de 1906, Ovidio Pérez Bustamante, presidente del estado Guárico, entidad a la que pertenecía parte de la región apureña, decreta la creación en San Fernando de la "Escuela de Música Gómez", que formaba al personal para integrar la "Banda Gómez", dirigida por César Ramírez Gómez, oriundo de Colombia. Este maestro da un gran impulso a la escuela, capacitando a todos los profesionales competentes del gremio de músicos. A partir de ahí todos los alumnos de Gómez eran jóvenes locales, destacando entre ellos José Ángel Zurita. El 20 de octubre de 1916 el general Vicencio Pérez Soto, presidente del estado, nombra al eminente educador y violinista Miguel Ángel Granados director encargado de la banda y el 18 de marzo de 1919 la asume Juan Vicente Gutiérrez, ejecutante del segundo clarinete en la "Banda Marcial

 El Dr. Hernán Febres Cordero, en su carácter de presidente de Apure, dispone ordenar esta organización, colocando al frente de la misma al profesor José Ángel Zurita, quien permanece en el cargo hasta 1945, y asesora por 25 años más, cuando se despide de este mundo en 1970.

Don Julio César Sánchez Olivo, encargado de la presidencia estatal, mediante dos decretos del 11 de diciembre de 1945, da a conocer la nómina de la banda y su nuevo nombre, "Banda de Música Bolívar". Los integrantes, José Ángel Zurita (director, cornetín principal y copista), Lorenzo Rojas (subdirector y primer clarinete), José Vicente García (primer cornetín), Ramón Esteban Mendoza (bombardino), Olimpo Rondón (bajo mi bemol), Luis Bacalao (segundo clarinete), Carmelo Alvarado (segundo clarinete), Jorge Manuel Pulido (segundo genis), Ricardo Mendoza (primer trombón de armonía), Antonio Montes (redoblante), Blas Antonio Martínez (bombo y platillo), César Bermúdez (requinto y clarinete), Ramón Rodríguez (requinto), Héctor Moncada (primer genis), José Rafael Medina (segundo trombón de armonía), Carmelo Aracas (tercer clarinete y archivero), José Rojas (segundo genis y atrilero), Víctor Silva (primer genis), Luis Carrera (flautín) y Asdrubal Rivas (flautín).


Los directores de la banda desde su creación, Quirico Caballero (1871-1901), César Ramírez Gómez (1901-1916), Miguel Ángel Granados (1916-1919), Juan Vicente Gutiérrez (1919-1922), José Ángel Zurita (1922-1945), José Ángel Zurita, hijo (1945-1947), Ramón Esteban Mendoza (1947), Napoleón Baltodano (1947-1949), Víctor Ramón Silva (1949-1958), Napoleón Baltodano (1959-1960), César Bermúdez (1960-1961), Asdrubal Rivas (1961-1965), Víctor Ramón Silva (1965-1970), Ricardo Solís (1970), Fernando Farfán (1970), Luis Eduardo Yáñez (1970-1975), Fernando Farfán (1975-1984), Nelson Hernández (1984-1985), José David Pulido (1985-1986), Luis Alfonzo Gómez (1986-2000) y Luis Ignacio Fernández (2000-a la fecha). Grandes hombres dedicados al cultivo de ese género.  

                                                  





Guzmán Blanco". Al caer el último mandato de este gobernante, el pueblo derriba su estatua y pasa a llamarse "Plaza Libertad", conservando la sede de presentaciones de la banda local. Ahí se mantiene por décadas hasta la demolición del centro de distracción para dar paso al bulevar. La retreta se muda los jueves a la "Plaza Bolívar" y los domingos al "Monumento a la Bandera". Cuando una "mente brillante" tranca el tránsito automotor alrededor del coso vecino a la catedral, muere la vida nocturna del recinto y el son se traslada al bulevar.
"En la década de los setenta, siendo director Fernando Farfán, los muchachos de la agrupación se uniformaban de guerrera y gorra. Un buen día se echaban los tragos en el bar "El Coporo" y llega una redada de la Guardia Nacional. Los músicos ya estaban pasaditos de licor y el teniente que comanda la unidad, recién llegado al pueblo, al verlos uniformados pregunta a cuál cuerpo pertenecen. El maestro Farfán, que ya no podía hablar por la alta ingesta le manifiesta, pertenecemos a estos cuerpitos malogrados por el aguardiente. Esto enfurece al militar, pero al enterarse quienes eran, no tuvo más remedio que sonreír".


En los tiempos de director del profesor Luis Eduardo Yáñez, "Existía en San Fernando un músico muy famoso conocido como el saxofón mágico y actuaba en las cervecerías más prestigiosas de la ciudad. Este señor tocaba por oído, pero no leía una papa de música. Un día se presenta en la sede de la banda solicitando un cargo en ella. Yáñez que ya conocía el cuento, le coloca la partitura del himno nacional y le dice que interprete el vals "Juliana", que era lo que supuestamente tenía al frente. El saxofón mágico cae en la trampa y empieza a tocar el vals. Yáñez con una sonrisa pícara le expresa que su futuro está en los clubes nocturnos y no en la Bolívar ".

 A pesar de estar jubilado, el profesor Luis Ignacio Fernández, natural de Puerto Ayacucho, aún dirige la banda musical. Debuta en 1971 como copista archivero y hoy siente el orgullo de haberle dedicado 50 años de su vida a la música y docencia en el estado que lo acogió como hijo. Ha impartido clases en varias instituciones educativas y recibido múltiples condecoraciones por su labor. 

Con el corazón en la mano expresa, "obtuve el cargo de director por ascenso. Aunque parezca mentira, en más de cien años de la banda al más antiguo siempre le corresponde dirigirla". Tienen cientos de canciones en el repertorio para llevar alegría a los paisanos y visitantes. Aunque la situación país también los ha alcanzado, y ello se refleja en uniformes, instrumentos y atriles, ponen todo el esfuerzo para que la música haga olvidar los malos momentos y llenar de esperanzas el futuro por venir.

A pesar de varios años sin retretas, la "Banda de Música Bolívar" está sembrada en cuerpo y alma de los apureños. Siglo y medio de excelentes melodías no se olvidan jamás. Por ello, es una Vivencia de mi Pueblo, y sus músicos Personajes de la historia bonita.


Edición y Montaje, Lic. Wladimir José Hidalgo Benítez. 

La mayor parte de este texto es producto de conversaciones con el profesor Luis Ignacio Fernández en el año 2001. Agradecimiento para él. También vaya nuestra gratitud a Orlando Nieves, Iván Darío Pérez, Eduardo Hernández Bolívar, Chabela Bermúdez, Chicho Bermúdez, Romel Rodríguez Mayol y Oswaldo Santana por el respaldo fotográfico.



 
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