EL CAMINO GANADERO
“LA ODISEA POR SAN CAMILO”
Por: ALJER.-.
INTROITO.-
Lo que se conoció como camino ganadero, y que tuvo vigencia para la
actividad del comercio vacuno durante mas de cien años, comprendía el titánico
recorrido Guasdualito-Selva de San Camilo-La Concordia, alcanzado su auge entre
las dos últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, lapso de
tiempo que coincidió con el desate de guerras internas y la conformación
estructural del país a cargo del nacido en la hacienda La Mulera, general Juan
Vicente Gómez, presidente de la república en tres periodos. Para desarrollar el
tema, es importante mencionar que en tiempos prehispánicos los primeros
pobladores étnicos: betoyes, jirajaras, achaguas y guahibos, conocían con total
precisión las embrolladas e inhóspitas rutas para comunicarse con las tribus cercanas
de la serranía, ya con la llegada del primer welsar Felipe Von Hutten en el
siglo XIV se adelantarían las expediciones que permitirían abrir las sendas del
nuevo territorio, entre los expedicionarios además de los teutones estaría el
cauto indio jirara Antonio Calaimi, venido de las entrañas de Tame (Col) quien
recorrería junto a los betoyes por más de cincuenta años las geografías del
Táchira y Apure, incluyendo Guasdualito, constancia de este hecho se guarda en
la Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, con la signa de Joseph
Casasani, bajo el rotulo de Historia de la Provincia de La Compañía de Jesús
del Nuevo Reino de Granada.
LA TRAVESIA GANADERA.-
/
Cuando al hombre alto apureño,
su valor le era probado
por La Manga a Boca e Monte,
por San Luis y Caracaro,
por El Caimán y San Pedro,
el Manguito muy nombrado,
luego estaba San Camilo,
peligros por todos lados.
¡Viva La Virgen! Este era el grito consolador de los hábiles canoeros
encargados de guiar el cruce de ganado por El Paso de La Manga del Río, una
especie de versión criolla del bizantino Nobiscum Deus (Dios con nosotros) de
aquellos proverbiales hombres, a lo que respondía la compañía: ¡Y con nosotros
también! al no resultar extraviado ningún ser humano o res en el peligroso
cruce por el afluente Sarare, el mismo alarido era repetido por los caporales,
nalgas peladas y cagones una vez salidos de la espesa Selva de San Camilo, verdadera
devoradora de hombre y reses, que por muchas décadas fue cruzada de punta a
punta cobrando su correspondiente y alta factura. La difícil y constante tarea
se iniciaba con el arreo a caballo del ganado bovino proveniente de los hatos
alto apureños y de otras jurisdicciones por un grupo de hombres cuya probidad y
sagacidad no daba cabida a dudas de ningún tipo. Grandes rebaños provenientes
de grandes feudos como: Mata de Totumo (propiedad de Pancha Vásquez), Las
Angosturas, Temblador, Hato Nuevo, Campo Alegre, La Trinidad de Arauca, El
Cedral, El Frío, Los Caracaros, La Gallardera, La Cañada Avileña, La Victoria,
San Pedro, El Caimán, El Palito, Santa Elena, La Venganza, Tabacare, El
Socorro, Cardonal, La Yeguera, Caracaral, por solo mencionar algunos, eran
traídos a los potreros colindantes de Dolores Sayago y de Clariso Farías, para
luego enrumbarlos con duras implicaciones hasta La Concordia en la villa de San
Cristóbal, en una distancia aproximada de 300 kilómetros. Entre los canoeros
que merecieron respeto por su pericia en el cruzamiento fluvial se tienen que
mencionar a: Macario Suarez (mentado Bala Perdía, un prototipo de Lorenzo
Barquero), El Renco Claudio Roa, Pedro Solís, Ramón Torres, Pedro Daza,
Prospero Núñez, el indio Agüero, entre otros argonautas criollos que con
chaparro en mano espantaban a los caimanes y evitaban las riesgosas atracciones
rotatorias de los remolinos dararinos.
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Esperando en la otra orilla
aguardaban los arrieros
Santos Blancos era el primero
por enrumbarse en la trilla,
baquiano de muchas millas
fue don Isacc Ontiveros,
un auténtico llanero
don Casimiro Delgado
fiel arreador de ganado,
una raza de hombres fieros.
Una vez cumplido el cruce al otro lado en el paradero aguardaban los Nalgas
Peladas, bautizados así por ser los encargados del arreo a caballo del ganado,
eran estos jinetes unos indiscutibles centauros capaces de permanecer sobre los
lomos de sus monturas días enteros acompañados de sus raciones de carne seca,
queso y panela; estos expertos y hábiles montadores eran distribuidos en
funciones por un cabrestero, siendo èste un hombre de confianza del dueño del
ganado y responsable principal para que el rebaño arribara a su destino con una
mínima perdida de cantidad y peso. Entre los míticos arrieros de a caballo se
tienen que mencionar por obligatoriedad y respeto a: el catire Jesús María
Escobar, el renco Alejo López, Luisito Moreno, Santos Blanco, Cipriano Cavanerio,
Isaac Ontiveros, Bonifacio Ereù, Cornelio Sayago, Luis Madrid, Clariso Farías,
Jesús Lara, Santiago Volcán, Domingo González, Ernesto Hurtado, Miguel Macías y
muchísimos más que igualmente merecen membresía y dogma por sus valentías y
sagacidades, ya que no solo enfrentaron los peligros y acechanzas naturales,
sino igualmente con machete y revolver en mano no dudaban de soltar el plomo y
el hierro a los salteadores de los caminos que valiéndose de un sinfín de
artimañas buscaban perderlos en la montaña, abriendo nuevos caminos en trochas
cenagosas. El trayecto del arreo de los Nalgas Peladas era: desde el paradero
al otro lado del Sarare hasta El Manguito, sitio localizado en los que se
conoció como Boca de Monte, en una trayecto aproximado de 90 kilómetros.
Escribiría Pedro Padilla Hurtado en la conmemoración del centenario de su
padre Francisco Padilla Zapata: “Al ingresar a la selva la ruta semejaba una
especie de túnel formado por el tupido follaje de frondosos y seculares
árboles, que en muchos trechos ni siquiera permitía el paso de los rayos
solares, con un piso lleno de socavones y lodo que hacia el transito
dificultoso en extremo e imposible para el arreo a caballo, por esta razón la
manada era recibida por hombres de a pie…” (Fin de cita)
Esas líneas describen en parte lo intricado y riesgoso de la nueva
comprometida asignada a los célebres arrieros de a pie bautizados popularmente
como cagones, mentados así por sus constantes disenterías, causadas por el
régimen de alimentación basado en carnes semi crudas y lácteos ácidos. Otro
autor de obligatoria mención es el doctor y ganadero Fernando Calzadilla
Valdés, quien en su texto: Por Los Llanos de Apure, describe por experiencia
propia lo que implicaba adentrarse en la montaña de San Camilo, en un lenguaje
de poética leve el galeno señala: “La Selva de San Camilo asombra por su
majestuosidad y enmarañada exuberancia. ¡Cuánta riqueza y que prodigalidad de
follaje! La mirada absorta apenas si alcanza penetrar distancias al través de
la sombría espesura… (pag.82). Este intelectual y hombre del llano apureño
recopilaría en su vandemecun su recorrido por los caminos ganaderos, en el
documento con exactitud y veracidad narra lo observado y vivido por èl y sus acompañantes
en la dura travesìa.
Casimiro Delgado, hombre que cumplía funciones de canoero, hombre de a
caballo y de a pie, dejaría para la posteridad su testimonio sobre la épica
odisea, en una de las travesías contaría a Calzadilla Valdés anécdotas particulares
que el médico escritor plasmaría en su obra, una de ellas sería la pérdida del
guate Francisco García Camacho, mandadero de Pancha Vásquez (la doña Bárbara
apureña) a comerciar unas reses a Guasdualito, jugándole un mal lance a la
doña, yéndose a San Camilo con una considerable cantidad de novillos
cimarrones, la dueña consultaría con su socio del más allá, luego besaría su
medallón y le exclamaría al comprador de ganado Jorge Villamizar, representante
de la Casa Blohm: ese no llega muy lejos- lo que en efecto ocurrió, a los pocos
días perecería de forma accidental García Camacho al caer a un precipicio
rocoso con el ganado plagiado. Volviendo al itinerario, la faena de los
llamados cagones comprendía un trayecto de 130 kilómetros desde Boca de Monte hasta
La Morita en la población de El Piñal, por allí desfilaron con sus tucos y
lazos hombres valientes sin temor a las fieras ni asaltantes como: Ismael Roa,
el propio Casimiro, Alberto Griman, Boanerges Navas, Daniel Peñaloza, Pedro
Solís, Jesús Heredia, Víctor Hernández, Daniel Quintana, Manuel y Pedro
Emelier, Antonio Márquez (Perra Chuta) quien en un extraño percance en la selva
quedaría cojo de un pierna, Jesús Coro, por solo resumir al grupo de temerarios
que desafiaron toda clase de ventura. El total de travesías por la montaña eran
treinta y dos, siendo la última jornada desde Puente Teteo (La Esmeralda) hasta
La Concordia, en un distancia estimada de noventa y cinco kilómetros, ya en La
Concordia el ganado era entregado a los compradores y transados en morocotas de
oro puro. Para finalizar, se debe resaltar que estas travesías épicas tan
dignas de ser escritas por un Homero, permitieron abrir los horizontes viales
interconexos y la fundación de poblados como El Nula, El Cantón y Guacas, así
como el consiguiente poblamiento urbano, quedando en la actualidad solo
recuerdos en los escenarios mentales de quienes vivieron y observaron en una
época única y feraz lo que fueron y dejaron ser el camino ganadero y la Selva
de San Camilo.
ALJER “CHINO” EREÙ.-.
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