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miércoles, 27 de septiembre de 2023

ESE VIRGILIO ERA ENEAS

 



La familia Bolívar-Umanés vivía frente al ángulo sudeste de la Plaza bolívar, allá en Apure. Siete muchachas y cuatro varones. Los hijos sumaban once y don Rafael y doña María, los padres, completaban el número que le gustaba al general Gómez. Por la tarde, con las frescas, sacaban el juego de muebles de paleta del recibo y se sentaban junto al portón de la casa. Todos recién bañados y olorosos a jabón de Reuter. A media cuadra, en la glorieta de la plaza donde tocaba la Banda Bolívar todos los jueves la retreta semanal, nos fuimos congregando, como burros traseros, los estudiantes del Liceo Lazo Martí. Las Bolívar, las Leguizamón y las Mirabal, en la Plaza Bolívar; y las Felice y las Rodríguez, en la Plaza Libertad, eran las gevas, burda de bellas de San Fernando. Y a las seis, con véspero en la tarde, piropeando a una de las Bolívar pasaba mandado a ochenta en su jeep descapotado Virgilio Solórzano, radiotelegrafista militar de servicio en el aeropuerto de Las Flecheras. 

Como la calle Sucre, para entonces, era mitad cemento y mitad tierra, Virgilio cogía esa vía y el jeep levantaba una nube de polvo que abochornaba los apellidos de don Rafael y su esposa, quienes, por cierto, van a cumplir el dos de enero próximo, 70 años de casados.

Dostoieskianamente (humillados y ofendidos) los Bolívar Umanés dejaban los muebles vacíos, para quitarse el polvo virgiliano y callejero. Y a la media hora regresaban, pero esta vez don Rafael no se sentaba en la poltrona de paleta con su esposa, sino que se paraba, homérico y desafiante, en medio de la calle con una vera encabullá, y la misma pose de la estatua del Libertador, con su espada en el centro de la Plaza.

Entonces, volvía de nuevo Virgilio en su jeepdescapotado; pero, poco a poco, y por los rieles de cemento a veinte Km/h. Se quitaba su gorra militar y saludaba a don Rafael respetuosamente. Con lo cual los ánimos exaltados descendían de épico a lo lírico.

Al día siguiente, a eso de las cinco de la tarde, los muchachos de la Bolívar, con sus baldes de agua, estaban regando el frente de la casa, y cuando Virgilio volvió a pasar a ochenta kilómetros por hora, el polvo de la calle estaba reducido a un silencio semánticamente inaudito. Pienso yo que era también contagioso porque el jeep descapotado dejó escapar un plost plost y se apagó.

Ese jeep tenía pedigree, porque era veterano de la Segunda Guerra Mundial y hermanito del jeep en el que montaba Rómulo Betancourt, cuando era presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, después del golpe del 18 de Octubre de 1945.

Virgilio, que era tan épico como Rómulo en sus decisiones, al ver que su jeep se negaba a prender, desenfundó su pistola automática y le cayó a tiros al motor del carro. 

Tanto los Bolívar como nosotros, los estudiantes, nos quedamos estupefactos ante semejante desplante; y más que estupefactos, nos quedamos anonadados, cuando el bicho prendió sin decir ñe. Entonces, Virgilio, como Eneas después de la caída de Troya, se montó en su nave y se perdió a lo largo de la calle Sucre de San Fernando, paralela a la Bolívar y a la del Comercio, que a su vez era paralela al río Apure, el cual, para nosotros los estudiantes del liceo, era como el mar Mediterráneo, por donde navegó Eneas, ese tipo que sobrevivió a la destrucción de Troya, una historia que nos contaba la bachillera Carmen Díaz en sus clases de literatura. 

Virgilio, como Eneas, tuvo una esposa que se llamaba Dido, y la dejó porque, por mandato de los dioses, tenía que casarse con Lavinia Bolívar. Por eso, cuando lo conocí y me hice pana de él, lo llamaba Eneas Solórzano. 

Suena raro, ¿verdad?

18 de mayo, 1997

Texto de Manuel Bermúdez en su libro Estampas de la Lengua 

3 comentarios:

Unknown dijo...

no Muy bueno retomar esas anécdotas de la gente de nuestros pueblos llaneros...

Anónimo dijo...

Una Bolvar Umanes muy buen comentario felicidades

Anónimo dijo...

Y eramos catorce siete hombres y siete mujeres

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